miércoles, 31 de diciembre de 2014

Capítulo 12: Situación incómoda.

El frío ya se intensificaba por aquellas fechas afectando a los valientes ingenuos que no se abrigaban tanto como debían, más andaban con los músculos entumecidos y agarrotadas manos lamentándose de su poca capacidad de previsión o del despiste que les había cercenado la libertad de sus movimientos. Cada paso que se daba era abrazarse uno en si mismo, aferrados al calor corporal sin dejarle escapar a su libre albedrío suplicantes de un mísero momento a puerta cerrada o por un par de grados más en el ambiente. Los únicos que ignoraban a la temperatura estival eran los niños que corrían perseguidos por los gritos de las madres preocupadas que no lograban que permaneciesen abrigados y enfundados entre mil prendas. Damián siempre se sonreía por algún motivo al ver escenas familiares tan mundanas, debía ser que atesoraba ciertos momentos de su infancia, y fresca la memoria es imposible no sentir una chispa de emoción dentro del corazón.
Caminaba entre la muchedumbre de la plaza buscando con la mirada a su amiga. Sus zapatillas las sentía heladas a pesar de llevar dos pares de calcetines gruesos a modo de escudo del ataque gélido. Escondía sus manos en los bolsillos de aquel largo abrigo que portaba, no siendo suficiente a pesar de ser bastante cálido, causa por la cual su gesto era una arqueada espalda y un mentón que entre titirites dejaba escapar el vaho blanquecino. La cabeza echaba en falta algo que la cubriese, un gorro de lana u otra prenda que evitase el choque del aire violento y helado que tanto estaba ya maltratando a su maltrecha e irritada faringe. Quedaba una semana para Navidad y la nieve amenazaba con cubrirla con su blanca estampa, para darle ese matiz que siempre les gusta dar a los americanos.  
Seguía buscando a Andrea con la mirada, pero parecía no haber llegado aun así que decidió sentarse en un banco a esperar su llegada. Sacó su móvil impaciente dispuesto a llamar con tan solo otro minuto de retraso más cuando llegó acelerada con respiración entrecortada.
-Perdona por el retraso.
-Ya se que eres retrasada pero deberías pedir perdón por llegar tarde.
Ella le miró con una fijida cara de violencia y le golpeó en el hombro. Vestía un largo abrigo marrón claro con una capucha rodeada por sus extremos de terciopelo, unos pantalones rojos pitillos que eran cubiertos por la parte de la espinilla por unas botas de un tono cercano al de su abrigo. Un gorro de lana cubría su cabeza emulando la cara de un oso panda. Que cosas más estridentes se ponen de moda pensó Damián. Se dirigieron sin ningún rumbo por las calles con un único acompañante que era aquel condebado frío. Delante de un bar Damián se detuvo.
-¿Tomamos aquí algo?
-No llevo la cartera, me la dejé en casa de mi abuela.-dijo cabizbaja.
-Pues te invito yo, no hay problema.
-No es necesario, en serio.
Damián la miró con ternura. Que tonta podía llegar a ser su amiga. Sin que ella tuviera tiempo a decir nada abrió la puerta. Una mano por detrás agarro su brazo libre.
-Que no Dami, que no quiero.
La expresión de su amiga se había tornado en una apariencia preocupada, abría mucho sus ojos y apretaba su agarre clavando sus falanges. Se zafó de ella y entró dentro. No entendía nada pero le daba igual, tenía frío y no por un capricho iba a seguir teniéndolo. A sus espaldas sonaban los pasos de Andrea y con ello no pudo evitar sentir un sentimiento triunfal, nunca la había ganado una discursión. Andó hasta el fondo buscando una mesa libre pero con aquello que se encontró fue con las amigas de Andrea. Se giró sobre si mismo y vio a su amiga mirar hacia el suelo.
-¿Pero esta no dijo que estaba mal?- escucho susurrar a una de ellas.
Damián apretó los dientes comprendiendo lo que ocurría. Andrea las había dado plantón solo para que él no estuviese solo. Les había mentido solo por su maldita preocupación por los demás y ahora a causa de ello se tendría que enfrentar a esa situación violenta.

Diario de Damián: En aquellos días.

Parecía mentira que los días trascurriesen con tanta normalidad, parecía que realmente mi fecha límite no estaba tan próxima. Supongo que debería agradecer este hecho puesto que sería demasiado triste estar pensando en la amargura de los acontecimientos venideros viviendo en el fondo de ese pozo oscuro que son los lamentos. Todos actuaban igual que siempre más supongo que verme tan vivo hacía difícil el hecho de olvidarse de aquello que iba a ocurrirme. Había logrado salir de mi encierro voluntario, de aquel nido en el cual me creía a salvo y no fue hasta entonces que no comprendí: No era que odiase al mundo, tan solo lo temía, no era más que un cobarde que empalidecía por la posibilidad de recibir daño. Es cruel caer, es cruel ser derrotado y más cruel es aun ser traicionado, pero, sin caer no aprendes a levantar, sin derrotas no corriges los defectos que impidieron la victoria y sin ser traicionado no puedes conocer las palabras en las que los Judas se enmascaran esperando ocultos hasta venderte con el beso que condena.
Todo lo ocurrido hasta ahora comenzaba a volverme loco y aun así no quería dejar de sentir pues si la demencia es la consecuencia de la felicidad no dudaré en desatarme de la cordura.
Se que Andrea fingía mucho a la hora de compartir momentos conmigo, se mostraba en extremismos donde podía ser o muy distante por sus reflexiones y pensamientos hacia mi o demasiado cariñosa, tratando de que sonriese, de que no la pudiera olvidar. La pobre aun no había aprendido a pensar en si misma y a dejar de lado a los demás, todo lo contrario a lo que yo había sido. Un día me enfadé con ella por dejar de lado a sus amigas solo por estar conmigo. No era la primera vez y ya se oían rumores sobre las pretensiones de estas de dejarla de lado al sentirse como segundos platos. Las miradas asesinas que aveces me dedicaban no me hacían sentirme muy afortunado.
He sorprendido en más de una ocasión a mi madre llorando en su habitación mientras ojeaba antiguas fotos mías de niño, abrazándose a si misma reprimiendo su impotencia. Tras un rato salía con el rostro marcado por las lágrimas fingiendo una sonrisa.
Mi hermana no se daba cuenta de ello, o fingía no hacerlo. En lo que a tratarme era al respecto había cambiado más por Rocío que por aquella condena que se apoderó de mi juventud. Ella seguía igual de risueña e incluso algo más molesta con sus aires de cotilla, pero a pesar de incordiarme era mi hermana y no se podía evitar querer agradecerle esos actos de casamentera que nadie la había pedido.
El instituto me aburre y me salto numerosas clases cada vez que puedo, me voy a un parque cercano y escribo las palabras que en vida no me atrevo a dedicar. Supongo que el cobarde muere cobarde.
Si seguía yendo al instituto era con la escusa de hacer vida normal, pero no era más que eso una escusa para poder ver a Rocío. Cuando la veía el nerviosismo se apoderaba de mi y las palabras se atascaban arañando mi inocente garganta. El latido se aceleraba considerablemente y retiraba la mirada de una forma instintiva por que mi timidez me obliga a no hacer tan palpable las emociones que me aprisionaban, pero la sangre que subía a mi cabeza me sonrojaba siendo delatado. ¿Qué podía hacer si cada cruce era una parálisis que me otorgaba ese complejo de estatua? Anidaba en mi propio interior el temor a lo desconocido, pues realmente no sabía que era lo que me provocaba aquel lamentable estado de niño inmaduro del cual creía haber logrado ya haberme desecho.
Es impresionante el color que obtienen las cosas cuando dejas por fin de hacerte el ciego, como comienzas a comprender el movimiento que hay a tu alrededor, la conveniencia que hace de combustible para los actos de esas masas de personas que a diario nos encontramos por las rutinarias calles donde habitamos. La amistad de verdad se hace de notar mientras que en las restantes se sienten carentes de unos fuertes lazos que te obligan a confiar, a darlo todo por alguien de una forma altruista sin mirar en el porvenir propio, solo el beneficio de saber que se ha ayudado a un amigo. Esa era la amistad que tenía yo con los míos, o al menos, eso era lo que creí durante mucho tiempo...


sábado, 29 de noviembre de 2014

Capítulo 11- Tendencias y silencio.

Apretaba sus dientes hasta el punto de hacerlos rechinar. Se mantenía impotente frente a ese blanco papel donde debía escribir las respuestas del examen para el cual lo más cerca que había estado de estudiar era pasar por delante de la biblioteca. Miró a su alrededor buscando alguna posibilidad de encontrar algo que le pudiese ayudar a parecer que algo había estudiado. La profesora se paseaba entre las mesas de sus compañeros vigilante ante cualquier intento de copia. Dos sitios delante de Damián estaba Fofo que escribía con frenesí sin levantar la cabeza salvo para mirar la hora de su reloj de pulsera. Dejó escapar un suspiro y procedió a redactar lo poco que sabía otorgando su pequeño toque personal de invención y con mucha suerte estaría en lo acertado. Cerca de la mesa del profesor Rocío estaba cerca de acabar y con el examen su interminable baile nervioso de piernas. Por algún motivo cuando se encontraban en clase ella agachaba la vista y eludía la conversación. La primera vez que lo hizo Damián se dirigía a ella con una peculiar sonrisa de tonto que se convirtió en una expresión característica de un pasmarote al ver como Rocío pasaba de largo sin dirigir tan si quiera un tímido saludo. Comenzó a mordisquear su bolígrafo para liberar tensión acumulada. ¿Porqué ella había tomado esa actitud respecto a él? No comprendía a las mujeres.
El rutinario y puntual timbre hizo su acto de presencia dando final al examen. De atrás hacia delante fueron siendo pasados hacia la mesa de la profesora y casi al unisono se levantaron recogiendo sus cosas y marchando al recreo. Damián caminaba solo con su marcha fúnebre cuando una mano en su hombro le hizo volverse para ver a su amigo Fofo.
-¿Qué tal el examen?
-No tan bien como a ti, Fofito.
-Vamos, que te lo has acabado inventando.
Damián asintió. Nunca había sacado buenas notas, pero tampoco malas, siempre había estado en esa media mediocre que nunca llama la atención. Charlaban los dos amigos sobre el examen cuando al ir a girar un pasillo una chica se chocó con Fofo.
-Lo...lo siento.- dijo la tartamuda muchacha mientras esquivaba al joven y seguía a paso raudo. Damián la contempló. No era gorda pero estaba algo rellenita, sus carrillos eran anchos y llenas de pequeñas espinillas, sus ojos eran algo rasgados hasta llegar a parecer asiáticos.
-Menudas prisas lleva la tortillera.-dijo Fofo.
-¿Tortillera?
Este le sonrió amablemente asintiendo mientras hacía un gesto con sus manos entrecruzándolas dando a entender la tendencia sexual de la muchacha. Una duda invadió a la cabeza de Damián.
-¿Cómo sabes que es lesbiana?
-Todo el mundo sabe que a Marta le van más los chochos que a un tío.
A veces Damián se olvidaba de lo obscenos que podían llegar a ser sus amigos en especial el gordito bufón.
Continuaron el recreo conversando sobre como algunas chicas decían ser lesbianas tan solo para llamar la atención o como en el posible caso de Marta solo porque con los hombres lo tenía más que complicado. Él lo consideraba una estupidez. ¿Cómo se puede fingir una tendencia sexual solo para llamar la atención? Sus amigos reían haciendo bromas y chistes del tema sin parar y Damián comenzaba a sentirse incómodo pues ya fuese por que realmente lo era, llamar la atención o lo que fuese tiene libertad para hacerlo.¿Quienes eran ellos para juzgarlo?

Tras acabar el instituto se dirigió velozmente hacia casa acompañado de su hermana. Silvia caminaba a su lado mirando al suelo, como si guardase algo dentro de ella que la pesase. Damián nunca había sido muy atenta con ella y no sabía porqué.
-¿Qué te pasa?
-¿Eh?-dijo ella extrañada.
-Te pasa algo. Cuéntame, anda.
-No, no es nada, tranquilo.-dijo fingiendo una sonrisa.
Damián puso los ojos en blanco. Que estúpida manía de las mujeres de no contar lo que les pasa cuando se ve que algo las ocurre,pensaba él. A veces creía que ellas se piensan que deberíamos intuirlo como si fuésemos adivinos o algo parecido. Se paró en seco y enarcó una ceja.
-¿Qué?- pregunto ella tras voltearse.
Damián tan solo levantó sus hombros mientras levantaba sus dos cejas. Su hermana exasperada comenzó a hablar no sin antes tratar de definir a Damián como un idiota.
-He discutido con Rocío porque últimamente está muy rara. La he preguntado en el recreo y trataba de no responderme y,claro, la he seguido preguntando. Continuaba negando que la pasase algo y la dije que menuda amiga que no me contase eso cuando estaba claro que algo la pasaba.- Damián tuvo que reprimir una sonrisa ahí. Le sonaba la situación.- Ella se ha enfadado echándome en cara cosas que han pasado y, bueno, pues me ha molestado.
Silvia terminó el breve relato y él fingió no darle tanta importancia. ¿Porqué era la gente es tan complicada que es incapaz de decir lo que siente? Lo guardan todo dentro de ellos componiendo una bomba que al final explota en sus propias caras. Una leve sonrisa se le escapó al comprender que también debía aplicarse el cuento.
-¿Qué hago, Dami?
-¿Has probado a pararte en seco y ponerla cara de "me lo vas a contar y lo sabes"?
-Ja, ja, que gracioso mi hermano.
-Te lo decía en serio.¿Lo has probado?
Silvia lo miraba malhumorada. No estaba acostumbrada a que su hermano bromease.
-No.- respondió tras un silencio de dos o tres segundos.
Damián comenzó a caminar dejando a su hermana atrás que anonadada le contemplaba. Que fácil es ver siempre las soluciones desde fuera y no desde dentro supuso para si.
-¡Espera!¡Imbécil!-gritó ella mientras corría hasta ponerse a su lado.
La situación le hacía gracia pues por una vez no era él aquel que se comía la cabeza. No trataba solo de chincharla, claramente tenía pensado ayudarla pues era su hermana y también existía un interés en saber que le pasaba a Rocío.
-Si me ha funcionado contigo, hermanita,¿porqué no iba a funcionar con ella?
Silvia dudaba sobre si hacerle caso o no. El resto del trayecto lo pasaron en silencio.

-¿Qué nota le das a esa?- dijo Castillo sin ningún disimulo.
Los hermanos Terry miraban con mirada crítica mientras que Fofo un tanto menos analítico se dedicaba a responder casi al instante.
-Un siete.
-¿Estás tonto Fofo?-saltó Ramón.-Tiene un culo flácido y mírala la cara.¡Parece un zombie la tía!
-Fofo, ves dos tetas asomándose y te vuelves loco.-dijo Damián participando un poco en el juego.
-¿Pero que tetas?¡Si es la grasa que le sobra del sobaco!-gritó Lucas a un nivel que debía ser un milagro que aquella chica no le hubiese oído.
Todos comenzaron a reír y a burlarse de Fofo y su desesperación por encontrar alguna chica. Lo cierto es que el hecho de que ser una persona entrada en kilos no le ayudaba mucho a pesar de ser luego en el fondo tan buena persona. Para Damián solo unas pocas verían más allá de la apariencia física de su amigo pues en esa edad en la cual se encontraban se daba prioridad a cosas de fondos banales como el atractivo y la forma de vestir que seduce al ojo a pesar de que luego carece de algún encanto en lo referente a su personalidad. ¿Dónde se encontraría esa excepción para su amigo?
-Esa un dos. Que fea la pobre.
-Aquella la doy un ocho y mi amor de por vida.
-Mírale que gracioso Lucas.
Parecía una tontería pero era así como ellos se entretenían en múltiples ocasiones.
-Esa un cinco si deja de vestirse de gótica- dijo Ramón mientras señalaba a una muchacha a lo lejos.
Fofo estalló en carcajadas.
-Suerte con ella macho. Es Marta, la gótica bollera del insti.
Damián volvió al mundo real dejando atrás a sus pensamientos y se fijo en ella. A diferencia de esa mañana iba muy maquillada. Vestía con una sudadera negra abierta que dejaba ver una camiseta básica del mismo color que mostraba algo de escote. Unos leotardos la protegían del frío que debía sufrir si fuese por los vaqueros cortos que llevaba.
-Mi teoría es- comenzó a hablar Lucas.- que de pequeña nadie la daba atención salvo sus padres, en el colegio la daban de lado por ser gorda y que ahora se hace la rara para llamar la atención.
-Está muy de moda el ir de raro ahora, sobre todo en las tías.- secundó Castillo.
A Damián le daba igual lo que fuese esa chica, ni la conocía y dudaba mucho que la fuese a conocer.
Seguían con su teorías sobre la sociedad actual cuando llego a aquel lugar otra muchacha que consiguió levantar expectación entre ellos. Comenzaron a puntuar con "Esa un ocho y medio,¡joder que cuerpo tiene la niña!","Pues yo la pongo un nueve y mirando pa´Cuenca" o con "Matrícula de honor y el honor de conocerme." Comenzaban a repetirse bastante. La desconocida chica se acercó hacia Marta y tras una sonrisa plena la besó. Todos se quedaron estupefactos.
-Se os han roto los sueños, ¿eh, chicos?- dijo riendo Damián.
Ninguno sabía que decir así que se dio paso al silencio mientras Damián seguía carcajeándose de lo ocurrido.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Capítulo 10: Recuerdos.

El timbre sonó con fuerza otorgándole la libertad que ansiaba y sin esperar a que acallase la voz del profesor recogió sus libros con movimientos raudos. Colgó su mochila de un hombro y disparado salió de aquella celda a la cual llamaban aula y se deslizó rápido por aquellos pasillos. Alguien llamándole a sus espaldas le hizo voltearse. Andrea caminaba hacia él con su particular sonrisa.
-¿Dónde estabas en el recreo? No te he visto.¿No me digas que te has vuelto a escaquear? La madre que te parió...Te va a caer una reprimenda cuando se enteren tus padres, eh.
Su amiga parloteaba velozmente sin conceder la oportunidad ni de tan siquiera a responder a si que el callaba y divagaba entre sus pensamientos como siempre hacia cuando ella entraba en ese estado tan pesado.
-¿Está tarde quedamos entonces?-preguntó Andrea.
-¿Eh?
-¿Me estabas escuchando acaso?-dijo enarcando una ceja.- Siempre haces igual, parece que hablo sola y que estoy loca. Luego es que si me enfado me he enfadado, pero es que no me prestas atención.
Damián resopló. Ya había vuelto a empezar a hablar sin freno y no sabía como escapar de ello.
-A las siete estoy en tu casa, pesada, cállate ya, anda.
Andrea enmudeció y le miraba malhumorada. Parecía estar aguantándose mil improperios contra su amigo pero por alguna razón los callaba.
-Como te retrases te corto los huevos. Tú verás lo que haces.
El portero sonó cuando su dedo pulsó aquel botón y casi al instante la puerta se abrió sin tan si quiera le preguntasen quien era. Ascendió las escaleras saltando los escalones de dos en dos hasta dar con el piso al cual se dirigía. La puerta estaba entornada y tímidamente la terminó de abrir para pasar a aquella casa.
-Sin miedo, que no están mis padres.
No era extraño que se quedaran juntos solos en casa de uno de los dos por mucho que sus amigos dijesen que si lo era si no pasaba ningún acto sexual entre ellos. Eran amigos de la infancia y tanta confianza siempre había hecho que muchos se creyesen que eran pareja, tantas que ya estaban casi acostumbrados. Llegó hasta la habitación de su amiga que la esperaba frente un ordenador al cual contemplaba tras unas finas gafas que no sacaba de casa por vergüenza a como le sentaban.
-¿Qué haces?-Preguntó Damián.
Ella se giró hacia el y le hizo un gesto para que sentara a su lado. Cogió una silla cercana y se arrimó a la pantalla que proyectaba unas fotografías con unos pocos años de antigüedad. En ellas se veían estampas familiares veraneando.
-¿De donde es eso?- Preguntó Damián.
Andrea le miró anonadada.
-¿En serio no te acuerdas?- Dijo denotando sorpresa en su voz.- Son las vacaciones en las que nuestras dos familias fueron juntas a Denia.
Sus padres habían sido amigos de la infancia e incluso trabajaban juntos. Para amenizar gastos habían decidido ir juntos tras alquilar un chalet casi a línea de playa. Su hermana y Andrea se pasaron riendo de él casi todas las vacaciones hasta el punto de haber llegado incluso a manifestar su enfado, cosa que todos creían imposible. Las fotos mostraban escenas felices: Su hermana enterrada asomando tan solo la cabeza, Andrea y Damián devorando una sandía sentados en las toallas, sus padres tomándose unas cañas en el chiringuito... Se sentía culpable por haberse olvidado de tales momentos. Todos eran momentos que a la hora de vivirlos eran algo cotidianos, pero a la hora de recordarlos forman lugares de nuestra memoria los cuales visitamos para evadirnos del resto. Casi todos esos momentos para Damián eran con las mismas personas de siempre: su familia y sus únicos pero muy buenos amigos. Se dio cuenta lo fácil que es olvidar los buenos momentos y se dio cuenta que no quería olvidar nada de lo que pasase a continuación. Y no olvidaría nada por que nada merecía ser olvidado.

martes, 23 de septiembre de 2014

Capítulo 9: Gotas del Rocío.

Neoplasia. En boca de un médico suena terrible, y no es de menos, pues una neoplasia es el nombre técnico que se le otorga a los tumores malignos. Los distintos cánceres son clasificados según su punto de origen, pero al igual que una vida, da igual donde aparezca, el final que cause será el mismo si no sabes enfrentarla. Pero es inútil si llegas tarde a la lucha. El tiempo devora cruelmente y solo se sentía a pesar de estar rodeado de gente. Aquel día de instituto no iba a ser más que otro día más, otro bochornoso día desaprovechado que no le permitiría saborear cada instante como él deseaba. Odiaba la rutina, odiaba a sus compañeros de clase y odiaba a ese profesor que no le permitía sentarse como él quería. Era la última hora de aquella jornada y la ausencia de Rocío alimentaba su desgana junto con aquel examen de biología. El bolígrafo en su mano bailaba descompasado sin escribir nada en aquel examen que, según pensaba él, eran conocimientos estúpidos que nunca una persona emplearía en su vida cotidiana y mucho menos él en sus dos años de vida restantes. Aquel profesor le taladraba con una mirada seria escudado tras los cristales de unas anchas gafas. Podía leer en su semblante decepción con él, que ni tan si quiera intentaba el examen. Pensó que debía de ser de los pocos profesores que no habían sido advertidos de su triste enfermedad, porque si fuese así, según tenía comprobado Damián, pondría cara de pena y evitaría mirarle a los ojos. Apretó los dientes, furioso. ¿Cómo se atrevían a sentir lástima de él? Él era quien tenía que sentir lástima por ellos que desconocían el auténtico sentido de la vida siguiendo sus patéticos calendarios sin saber disfrutar del momento. Mirar al futuro hace que no contemples la belleza del presente, y Damián lo sabía. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras ese pensamiento divagaba por su cabeza. ¿Cómo podía echarles en cara no disfrutar cuándo él estaba sentado en aquel pupitre lamentándose de ser el único en comprender que significaba vivir? Ladeo la cabeza de lado a lado. Sus concentrados compañeros de aula estaban encerrados en ellos mismos mientras escribían con manos frenéticas las respuestas del examen. "Solo los locos viven la realidad que quieren, y yo ya sé cómo vivir la mía" pensó Damián. Delante de la atente mirada de aquel serio personaje que tenía por profesor escribió su nombre y con una sonrisa se lo tendió. Aquel profesor le miró sorprendido por la acción de Damián.
-¿Ni siquiera lo vas a intentar?- Dijo.
Damián negó con la cabeza y y con una sonrisa como reflejo de su orgullo se giró sobre si mismo y sin dar tiempo de reacción a nadie, recogió sus cosas y salió por la puerta. Sus compañeros ensimismados habían roto su concentración para ver qué pasaba con aquel chico tímido que tal curioso cambio había experimentado respecto a su personalidad.
Nada más salir del instituto sacó su móvil y comenzó a buscar el número que quería. Dio a llamar y mientras esperaba a que le cogiese el teléfono comenzó a andar hacia casa. Sonaba una señal tras otra, y a la cuarta, la llamada fue respondida.
-¿Si, Dami?
- ¿Qué tal Rocío?- Contestó Damián.- ¿No deberías haber ido a clase?
La risa tímida de la muchacha le hizo sentir que hacía lo correcto y que si cometía algún fallo daría igual, pues a veces fallar es el mejor acierto.
- Le he echado cuento a eso de la regla.-dijo.- Ya sabes que las chicas podemos aprovecharnos de ese punto.
- Si, yo suelo usar mucho la escusa de la regla.
Rocío rió ante la broma.
-¿Porqué me llamas cabeza-loca?- Preguntó casi en un susurro.
- Bueno, quería saber si estabas bien. Eso y si sigue en pie lo de esta tarde, que últimamente me aburro.
-Vaya, vaya, ¿osea que solo me quieres por el interés, eh?  Muy bonito. Y yo que creía que eras un caballero...
Damián se colocó el auricular del teléfono mejor sobre la oreja. Casi nunca había tonteado con nadie, pero sentía que sabía que debía decir.
-Bueno, me han retirado el carné de caballero.
Hubo un breve silencio entre los dos.
- A las siete en la calle de la Reina. Estate preparado para llorar.
- Tranquila, tus chistes no son tan malos.
Derrochaba energía por todos sus poros en esos momentos. Se despidió de ella entre más bromas y colgó. Guardó el móvil en el bolsillo y se colocó la mochila sobre los dos hombros. 

Aguantarla el ritmo a Rocío era complicado. Se notaba que tenía la costumbre de salir a correr y Damián lo más que corría era si un semáforo se cambiaba del verde al rojo. Llevaban solo diez minutos y creía que iba a desfallecer. Su porte se tornaba lúgubre, dando una apariencia triste, como si en cualquier momento fuese a toser un pulmón. Aun así se esforzó para completar los quince minutos que como mínimo tenían pensado correr. Damián se dejó caer en un trozo de hierba cercano con la respiración agitada.
-No deberías parar, flojeras, si no te va a dar más agujetas.- Rió Rocío.
-Yo creía que lo de llevarme a correr era una escusa para verme, no que me fueses a llevar e verdad.
-Qué creído te lo tienes...
-Qué poco sentido del humor, hija.
Ambos rieron fuerte, aunque la tos interrumpió a Damián, lo que hizo que ella riese aun más.
Caminaron hasta una fuente dentro del Jardín del Príncipe donde poder beber. Damián pensó que si tenía que seguir haciendo eso para ver a Rocío le mataría ella antes que el cáncer. Tras beber un poco comenzaron a pasear por aquel jardín charlando de forma amistosa. Poco a poco lograba indagar más en la vida de ella, a saber porqué sentía que era más de lo que a simple vista parecía. Le confesó parte de sus sueños, de sus fantasías y asuntos privados de la familia. Sabía que si no fuera del hecho de que se encontraban a solas no le hubiese contado nada, pues por alguna extraña razón la gente es capaz de confesar hasta el más profundo de secretos a un conocido si están en confidencia. Rocío hablaba y Damián escuchaba atento. En ocasiones reía, en otras se sorprendía y en muchas no pudo evitar la maravillosa fortaleza que mostraba Rocío ante sus dramas cotidianos. Parecía haber recordado algo triste trataba de no romper el llanto.
-¿Qué te pasa, Rocío?
-Si te cuento algo, ¿Me guardaras el secreto?- Preguntó.
Damián se encontraba extrañado pero rápido se limitó a asentir. Rocío hablaba y con cada frase parecía que iba a derrumbarse.

- Mi casa nunca ha sido una fuente de apoyo, salvo por María, mi hermana. Ella siempre escuchó mis penas, desde que yo tengo conciencia. Me sacaba diez años, así que a veces más que una hermana pude considerarla una madre. Cuándo reía se sonreía aunque estuviese triste, si lloraba me abrazaba y me decía que todo iría bien. Ella siempre disimulaba en casa para que no me diese cuenta de lo que pasaba. Mi padre alcohólico bebía demasiado, y gritaba tanto que me asustaba. Era entonces cuando ella me cogía de la mano y sonriendo me decía que todo era un juego. Cuando mi padre entró en rehabilitación le excusaba diciendo que iba a buscarnos algo de cena pero que todo estaba cerrado. Más de una vez la sorprendí llorando en su cuarto. Ella era la única luz que me alumbraba. Pero esa luz se apagó hace ya dos años. Celebrábamos mi cumpleaños en casa de mis abuelos en Toledo. Cogimos el coche y ella conducía. El que iba delante de nosotros se durmió mientras conducía y provocó que mi hermana girase bruscamente. El coche comenzó a dar vueltas de campanas de forma... Todo fue muy rápido. Lo siguiente que recuerdo es despertar en la ambulancia. Los sanitarios me creían inconsciente así que pude oír cómo se lamentaban de la muerte de mi hermana. Desde entonces sentí que nada tenía sentido, así que cuando saqué voluntad para salir a la calle me di cuenta que el mundo necesitaba más gente como María, y aunque esté triste, fuerzo la sonrisa, así otros no sufrirán tanto.
Rocío comenzó a llorar y se abrazó a Damián. El estaba estupefacto, no sabía cómo reaccionar. No entendía por qué había sido a él al que confesara tan pesada carga. La apretó contra si para darla el apoyo que sus palabras eran incapaces de otorgar. Podía perdonar a Dios que le castigara con un cáncer, si es que existía, pero, ¿castigar a una chica como Rocío? Estaba claro que no existía.



sábado, 20 de septiembre de 2014

Capítulo 8: Lunes.

De vuelta en el tren Damián había reflexionado y sospesado más su impulsiva idea y decidió que sería mejor esperar al lunes para en clase tranquilamente sonsacar algo. El vagón permanecía en silencio con unos hermanos Terry durmiendo apoyándose la cabeza el uno en el otro. Castillo enseñaba un vídeo  desde su móvil a Fofo compartiendo unos cascos auriculares. El viaje fue breve y pronto regresaron a una Aranjuez que les esperaba en penumbras con una luna coronando el cielo nocturno. Salieron de la estación y afuera el padre de Castillo les esperaba apoyado en su 4x4 mientras jugueteaba con las llaves.
- Subid chicos, que os acerco.- Ofreció amablemente.
Todos subieron y el silencio reinaba sepulcral. El cansancio había hecho mella en ellos y junto con el hecho de que al día siguiente era lunes la cabeza gacha era su forma de expresión. Damián observaba por la ventana cada una de esas calles que bailaban con las sombras que dibujaban las farolas. El coche hizo su primera parada en casa de Fofo, cerca del ayuntamiento del pueblo. Se despidió hasta el día siguiente y el coche emprendió la marcha nuevamente dirigiéndose hacia casa de Damián. Más de una vez Roberto, el padre de su amigo les había hecho las funciones de taxista por lo que no necesitaba pedir indicaciones a cada uno. Aparcó en doble fila frente su portal y con una breve despedida, donde el tono de su voz reflejaba cansancio, bajo del coche para subir a casa. Subió los escalones lentamente con la mente en blanco arrastrando los pies. Abrió la puerta y pasó. Podía oír a sus padres charlar tranquilamente en el salón y un suave olor a pollo le decía que ambos estaban sentados en la mesa cenando. Entró al salón para ver todas sus intuiciones en una imagen. Su madre reía mientras su padre devoraba lo poco que quedaba en su plato.
-Dami, ¿Qué tal en Madrid, hijo?- preguntó su madre al verle.
Este se rascó la cabeza pensando en la escusa para no cenar e irse directo a la cama.
-Pues para lo gordo que está Fofo nos ha hecho andar demasiado, así que estoy molido. Me voy a ir a acostar, yo creo.
Se giraba sobre sí mismo cuando la voz de su padre le sobresaltó.
-¿No cenas nada?
-No tengo hambre.
Y sin girarse se dirigió a su habitación. Nada más entrar se dejó caer en la cama y se dejó llevar por su imaginación. En aquel mundo volaba sin alas por un gris cielo madrileño mientras suaves brisas le mecían. Poco a poco todo se fue disolviendo en un profundo sueño.

Andaba por el centro de Madrid, solo, sin ningún transeúnte cercano. Los establecimientos estaban abandonados y el vagabundeaba por cada rincón de la ciudad. Buscaba a alguien, quien fuese, pero no encontraba a nadie, ni tan siquiera a su sombra. Trataba de gritar y su voz se perdía sin llegar a oídos de nadie. Estaba solo. Fue entonces cuando comenzó a sentir un fuerte dolor en los brazos, como si fuesen pinchazos, lo suficiente fuertes como para hacerle caer y retorcerse de dolor. El dolor se extendía por el resto del cuerpo y lo sentía insoportable, una agonía que hubiese sido capaz de doblegar hasta el más duro de los hombres. Abrió los ojos y aquel dolor había cesado. Volvía a estar en su cama ,y la oscuridad que había tras el cristal de la ventana reflejaba que era alguna hora de la madrugada. Su frente se encontraba humedecida por el sudor que perlaba su blanquecina piel. Con los ojos cerrados trató de buscarle un sentido aquel extraño sueño. ¿Reflejaría el hecho de sentirse solo o tan solo verse incomprendido? Y aquel dolor... ¿Sería una manifestación física de el dolor que le causaba dichos sentimientos? Damián se maldijo así mismo por sentirse tan débil, se consideraba capaz de poder ignorar a su conciencia y al llanto ocasional del corazón, pero nadie se puede hacer eso sin pagar un alto precio. La almohada mojada le incomodaba, así que la dio la vuelta para volver a recostarse. Que fácil sería vivir sin emociones pensó, sin depender del cariño de nadie o una simple mirada complaciente. Tardó un rato en dormirse, aunque su mente tan activa se mantuvo despierta, ocasionando ese tipo extraño de dormir en el que uno es consciente de todo lo de su alrededor de forma relativa pero es incapaz de moverse. 

El despertador del móvil sonó con fuerza pero Damián rehusaba a moverse de aquel colchón. Sin ser consciente desactivo la alarma y girando sobre sí mismo se volvió a dormir. A los escasos diez minutos una mano le zarandeaba dulcemente perturbando su descanso. Miró sobre su hombro para contemplar a su hermana somnolienta pero sonriente le decía algo de llegar tarde. Abrió los ojos de golpe y en un movimiento veloz estiró el brazo para coger su móvil para mirar la hora. Suspiró aliviado al ver que solo se había dormido diez minutos, el tiempo que empleaba en esperar que su hermana terminase de prepararse. Su hermana sin hablar ni una palabra marchó al baño a arreglarse. Damián se cambió rápido e hizo la habitación lo más veloz que podía ser a esas horas. Tenía intención de ir al baño pero su hermana aun se estaba pintando la rayas de los ojos. Damián nunca comprendió porque las mujeres se pintaban, pues consideraba que era tapar lo que son realmente para fingir ser más guapas, aunque muchas sin el maquillaje que empleaban eran más guapas. Reflexionaba sobre el porqué del uso del maquillaje delante de la puerta del baño mientras su hermana terminaba su tarea artística. En el momento que se abrió la puerta reaccionó Damián apartando su hermana a un lado de la cual ignoró las quejas y se dispuso a orinar. No fue consciente de las ganas que tenía hasta que la caliente orina comenzó a desalojar su vejiga.
-Podías haber esperado a que saliera.- Replicaba su hermana a sus espaldas.
Damián le lanzó una cara de pocos amigos pero Silvia seguía frente a sus espaldas con los brazos cruzados. Suspiró y pidió perdón. Silvia volvió a su constante e inquebrantable sonrisa y torciendo la cabeza hacía un lado aceptando las disculpas.
Cinco minutos después se dirigían al instituto a un paso raudo. No hablaban por el camino, ambos permanecían en silencio hasta que Damián se decantó por ser él quien lo rompiese.
-¿Quedaste ayer con Rocío?- Preguntó.
Su hermana ensancho aun más la sonrisa que nunca le abandonaba para responder.
-¿Tanto te gusta o qué?
Damián se sonrojo sintiendo como si toda la sangre de su cuerpo se le hubiese subido a la cabeza. Su hermana soltó una carcajada ruidosa.
- Es broma tonto.- Respondió.- Lo cierto es que ayer no salió porque estaba mala. Hoy tampoco creo que vaya a clase.
Las expectativas de conocer a Rocío un poco más ese día se esfumaron. 
-¿Pero sabes que la pasa?
Su hermana dudo un momento antes de responder.
- Con la regla se pone malísima. La duele la tripa mucho y los ovarios. Algunas chicas lo pasan fatal.
Damián estuvo a punto de preguntarla si ella era una de las chicas que no lo pasaban mal, pero estaba seguro de no querer saber cómo vivía la regla su hermana. El resto del camino lo pasaron en un silencio digno de un velatorio hasta la llegada del instituto, donde, como ya era rutina, se separaron sin tan si quiera despedirse nada más entrar.

Aquella mañana para Damián fue eterna. Las tres primeras horas las pasó en silencio escribiendo en su cuaderno cosas ajenas a las materias. Los profesores ignoraban este hecho, ya fuese porque no molestaba el transcurso de la clase o porque se compadecían de su enfermedad. El recreo por el contrario que las clases lo sintió breve. Reía con las estupideces de los hermanos Terry y las burlas de Castillo sobre Fofo. El resto de la mañana fue un suplicio que paso igual que las tres primeras horas.
Una vez en casa comió de tres cucharadas un plato de sopa con su madre y hermana. Su padre comería en el trabajo por un problema de papeleo en la oficina que tenía que solventar. Mientras comían su madre les preguntaba por la mañana mientras que Silvia alegre respondía. A Damián nunca le gustó ese tipo de preguntas, pues a nadie le interesan los problemas que hayas tenido con alguien que no conoces de nada, o al menos así pensaba por aquel entonces. Terminó y retiró su plato sin mencionar una palabra. Ninguna de ellas se inmuto, estaban más que acostumbradas a la sombría personalidad de Damián. 
Esa tarde solo quería coger un libro y volar por un mundo nuevo desconocido. Hacía poco que había conocido su nueva pasión por las letras, devorando libros con los ojos a una velocidad abismal. Llevaba ya un rato inmerso en su lectura cuando su móvil sonó. Extrañado lo cogió para mirar como un número desconocido para él se proyectaba en la pantalla. Descolgó y se lo acercó a la oreja.
-¿Si?
-¿Damián?
Damián dudó por un instante. Conocía la voz pero no caía en la cuenta de quién podía ser.
-Si, soy yo. ¿Quién eres?
-Ah, vale, no me equivocado entonces.-Sonó la alegre voz.-Soy Rocío.
El latido de Damián se paró por un segundo, y tan solo fue para coger carrerilla y comenzar su desenfrenada carrera trotando por su estómago. Su voz se atrancaba y no salía y como ya era costumbre ella tomo las riendas de la conversación.
- Escucha, era para pedirte los deberes de clase, el que han mandado y tal.
Damián se sintió desilusionado, guardaba esperanzas de que fuese para verse. Sin sueños no se puede tolerar la realidad.
- ¿Solo para eso?
-No, era para tener una escusa de hablar contigo, no te jode...- bromeó con un tono sarcástico
Damián sabía que sin ser atrevido nunca sería más que el tímido de siempre, que debía mostrar esa nueva personalidad suya desenfrenada y sin pensar tan siquiera respondió.
- Es lo más lógico, siendo tan guapete como soy.
La oyó reírse y sonrío para sí.
-Si nos vamos a ver mañana por la tarde, ¿o se te ha olvidado? Quedamos para ir a correr.
Damián lo había olvidado por completo. Ya se soltaría una reprimenda así mismo más tarde. Por el momento debía salir del paso.
-Ya, pero creo que eres incapaz de aguantar un día sin verme.
- Uy, que creído te lo tienes...- Río más que habló.
Damián apoyó la mano en la pared y agachó la cabeza. Se estaba imaginando ya el pasar la tarde con ella y le encantaba la idea. Elevó la cara sonriente y respondió.

- Se que os gustan los creídos.- y sin dejarla responder concluyó.- Te mandó los deberes por un mensaje, fea, mañana nos veremos.- Y colgó. ¿Habría hecho bien? Se estaba arrepintiendo de haber sido tan estúpido, pero más tarde se daría cuenta que algunos fallos son los mejores aciertos.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Capítulo 7: Josué.

Un bostezo salió de su boca a causa de las pocas horas de sueño. Se estaba empezando a plantear dormir un poco más pues ya sentía que le faltaban las fuerzas a lo largo del día y que comenzaba a cansarse cada vez antes. El traqueteo del tren era intenso y constante. Castillo se encontraba a su lado leyendo una revista que había comprado de coches por un precio al que a Damián le pareció desorbitado. Los hermanos Terry jugaban entre ellos golpeándose en los brazos los cuales ya empezaban a adquirir un tono morado. Una baba discurría por la boca de un Fofo dormido con unos cascos puestos a tal volumen que todos los del vagón podían oír la melodía, aunque solo había un hombre junto con ellos en aquel vagón. Damián le observó durante un rato. Rondaría los sesenta años o más, una melena blanca yacía recogida en una coleta, vestía una simple camisa lisa y un pantalón beis de pana. Aquel curioso personaje estaba concentrado en un dibujo que estaba realizando con un carboncillo. A su lado había un gabán perfectamente doblado bajo un sombrero negro. Según iban subiendo personas a aquel vagón aquel hombre trataba de sacar conversación a cualquiera que se sentara próximo a él. Una muchacha de unos aproximados veinte años fingía interés por una retahíla que soltaba en forma de discurso sobre que el arte de ahora estaba muriendo por culpa de lo "moderno". Damián se preguntaba si aquel hombre bajaría también en Atocha como ellos para hacer turismo por el centro de Madrid. A la mitad del trayecto, en una de las paradas, subió otro chico cercano a la edad de aquella que se había sentado frente al anciano charlatán durante dos paradas. Llevaba el pelo rapado al límite de que no se le viesen las ideas, vestía una camisa de manga larga de cuadros de color granate y verde, unos pantalones largos anchos marrones claros y unas zapatillas de deporte anchas y bastante estropeadas. Se sentó en el mismo lugar donde había estado la huidiza joven. Le dedicó una sonrisa aquel hombre sin dejar de mover aquel carboncillo sobre el papel.
-¿Qué tal todo Alejandro?- Preguntó el anciano.
-No me puedo quejar.
Dejó a un lado el bloc y sujetó el carboncillo entre sus dedos de una manera similar a la que un fumador sujeta un cigarrillo.
-Menuda juventud.- Dijo.- Con todas las oportunidades brindadas y aun os parecen pocas.
Alejandro sacudió los hombros y se recostó sobre su asiento restregándose las manos por la cara como tratando de despertarse o despejarse.
-No todos somos unos desgraciados que no saben apreciar lo que tienen. Sabes que yo valoro mucho lo que hiciste por mí.
Damián no conseguía retirar la oreja de aquella conversación. Por lo que pudo llegar a entender, aquel tal Alejandro había perdido a su padre en un atentado, pero no consiguió saber que hizo aquel anciano por él y la curiosidad le quemaba. Damián miraba hacía aquellos dos personajes intrigado hasta que el anciano comenzó a mirarlo. No pudo evitar ponerse nervioso pues creía que le había descubierto fisgoneando y estaba a punto de pedir disculpas cuando aquel viejecillo le pidió un cigarro. Damián se limitó a decir que ni tan siquiera fumaba.
-Creía que todos los niños de hoy en día fumabais.- Respondió bromeando.
Alejandro le fulminó con la mirada. Le recriminó que siguiese fumando a pesar de su salud. El anciano soltó una fuerte carcajada y volvió a mirar a Damián con una mirada cansada, como si todo lo que hubiese vivido pesara tanto como para poder aplastarle.
-Haces muy bien niño. No fumes o un cáncer te empezará a matar como me está haciendo a mí.
Damián no pudo evitar no comprender a aquel vejete que sufría su misma condición. Castillo asomaba un ojo tras su revista para ver con quien hablaba Damián mientras que los hermanos Terry seguían en su juego bruto y Fofo comenzaba a roncar. Damián apretó los puños los cuales situó sobre sus piernas y miraba el suelo.
-Verás, señor...- Su voz apenas era un susurro. Levantó la cabeza y continuó.-Yo no necesité del tabaco para contraer cáncer.
Alejandro y aquel hombre se quedaron boquiabiertos. Lo que menos te esperas es que un niño de quince años te responda con que él es un enfermo de cáncer. Volvió a sentir esa sensación de impotencia que se adueñaba de él cuando pensaba en el futuro que nunca viviría. Pensó en sus padres, en su hermana, en Andrea, en sus amigos y en Rocío. Solo ellos le daban la fuerza que empleaba para aprovechar el tiempo que le quedaba. Él comprendía cómo debía sentirse aquel curioso hombre. Sentirse preso de su propia condición solo la palabra le hace libre y eterno en el recuerdo de los más allegados. Sintió una mano en su hombro que trataba de ser un apoyo. Castillo había oído todo y a falta de saber que decir optó por un gesto conciliador. 
-¿Es benigno?- Preguntó Alejandro.
Damián negó con la cabeza reteniendo las lágrimas que estaban a punto de escaparse.
-Maldices cada segundo que pierdes. ¿Verdad?- Dijo aquel anciano que jugueteaba con aquel carboncillo entre sus dedos.- Maldices cada momento que desaprovechas, maldices a Dios que parece que prefiere castigar a los justos antes que aquellos que se lo merecen. ¿Me equivoco acaso, niño?
Damián levantó la cabeza y asintió.
-Deja de pensar eso. Levántate y sufre, ríe, siente el calor o el frío. Tan solo vive. Deja de lamentarte, niño.
Cada una de las palabras de aquel hombre entraban en su conciencia y se iban grabando a fuego, como la nueva definición de vida. Tener una vida no significa vivir, y lo había aprendido gracias a aquel hombre. Una duda le asaltó a la cabeza.
-¿Usted tuvo que sufrir su enfermedad para darse cuenta de eso como yo?
El hombre había vuelto a coger su bloc y continuaba el dibujo que había dejado a medias. Negó con la cabeza. El hecho de vivir es aprender, y Damián había vivido tal experiencia que había aprendido demasiadas cosas antes de lo previsto. El tren se paró y Alejandro y aquel hombre se levantaron. Aquel anciano de pulso tembloroso arrancó una de las hojas de su bloc y se la tendió a Damián. Ese hombre le había dibujado con extrema precisión con tan solo un carboncillo. En una de las esquinas firmaba con un "Josué" y bajo ella rezaba la frase "Solo las miradas dicen cuanto hemos vivido sin necesidad de palabras."
-Es una pena que un niño se vea tan viejo.- Dijo Josué.- Aprende a vivir de verdad muchacho. Cada segundo cuenta.
Y dejando la frase en el aire salió con Alejandro del vagón.

La imagen de una Sol abarrotada decoraba una estampa curiosa ante un Damián acostumbrado a los pocos gentíos. Castillo había decidido guardar silencio ante los otros tres amigos que no se habían enterado de la escena que había ocurrido en aquel vagón del tren. Damián no pudo evitar maravillarse con la magia que cargaban a esos trenes pues era conocedores de miles de personas con miles de historias que podrían ser dignas de ser escrita. Caminaban por el paseo mirando los escaparates de las tiendas. A Damián siempre le pareció curioso como las tiendas de ropa solían tener más productos de mujer que de hombre y como sus ventas eran mucho mayores en estas. Si alguna vez le dijeran que tenía que montar una tienda la dedicaría solamente a ropa femenina. En varias tiendas vio a varias mujeres que mientras miraban ropa sus parejas esperaban tras ellas cargados con las bolsas. Añadió mentalmente muchos sillones para que se sentaran esos pobres novios. Los hermanos Terry se dedicaban a ponerse las partes superiores de los bikinis y fingir tener unos pechos a los que no paraban de mecer entre sus manos. Todos reían, era una tontería pero les resultaba graciosa.
Pasaron gran parte de la tarde paseando por las céntricas calles de Madrid. Los hermanos Terry junto con Fofo se habían adelantado mientras hablaban de un videojuego al que se podía culpar de sus bajos rendimientos académicos. Castillo y Damián caminaban detrás tranquilos en silencio.
-Gracias por no decir nada estos de la escenita del tren.- Dijo Damián.
Su alto amigo le dio una colleja la cual le pilló por sorpresa.
-Como vuelvas a darme gracias por no hacer nada te caneo.- Respondió con falsa agresividad.
Este hecho no pudo evitar arrancarle una sonrisa. Castillo trataba de forzar una expresión seria pero no podía lograr que no se le escapase un pequeño gesto de satisfacción. Damián apretaba contra su pecho una carpeta donde se encontraba su dibujo. Nada más llegar a Sol la había comprado para evitar que se le arrugase y se estropease, pues tenía intención de enmarcarlo en su habitación junto con todos sus posters. 
Ramón había comenzado a deambular como si estuviese borracho tras pedirle Lucas que le dejase dinero para una camiseta. Lucas enfadado le insultaba y Fofo trataba de calmarle. Discusiones entre ellos eran muy comunes pero no por ello no iban a dejar de tratar de no evitarlas. Castillo tras dos zancadas largas se puso a la altura de ambos hermanos y empezó a llamarlos tontos y demás sinónimos. Damián seguía pensando en las frases de Josué y esa frase que había bajo su firma. "Solo las miradas dicen cuanto hemos vivido sin necesidad de palabras." Se detuvo en seco olvidándose de que sus amigos seguían el camino. Seguía dando vueltas a la frase mentalmente y los ojos de Rocío le vinieron a la cabeza. ¿Qué experiencias había tras esos ojos verdes? Había comprendido por qué siempre le pareció más madura que el resto. Tuvo la extraña necesidad de hablar con ella y de forma urgente.
-Volvamos a Aranjuez, chicos.- Gritó para que le oyesen. -Si no cogemos ya el tren se nos hará muy tarde y me castigarán.

Esperó un segundo y su escusa sirvió para volver sobre sus pasos. Sabía donde vivía y tenía pensado hacerla una visita antes de que se hiciese más tarde. Aceleró movido por el motor acelerado que era su corazón.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Capítulo 6: Carpe Diem.

El cielo grisáceo comenzaba a clarear por algunos puntos del firmamento. El sol se desperezaba poco a poco y dejaba asomar algún tímido rayo que iluminaban las frías y aun dormidas aceras. Su paso parecía el de un sonámbulo debido a las pocas horas de sueño. Unas grandes ojeras decoraban su cara bajo las cuencas de los ojos. A su lado iba Silvia un tanto rezagada bostezando. Ambos iban al mismo instituto con un curso de diferencia. Damián no tenía un solo recuerdo como hijo único. Los coches se movían sigilosos por la carretera y muy pocos se atrevían a romper tal armonía con sus cláxones. El aire fresco de la mañana acariciaba su rostro y terminaba de despertarlo apartando todas sus dudas y convicciones centrándolo en vivir ese momento. Cerró los ojos por un instante y dejó escapar una exhalación sonora. El panorama ante el día anterior no había variado mucho, pero su decisión ante su modo de actuar había sufrido un cambio drástico.

Las puertas de aquel instituto estaban abiertas de par en par y montones de alumnos entraban en manada con las cabezas gachas y muy pocos iban sonrientes. El sonido de algún que otro bostezo que se escapaba junto con los pasos de los alumnos por las escaleras componían la banda sonora de aquella estampa. Apenas se oían voces en los pasillos, solo se atisbaban pequeños susurros desde las clases por aquellos pequeños grupos de amigos que tenían ganas de hablar. Se despidió de Silvia con un "Luego nos vemos" y entró en clase. Tocaba inglés y la profesora aun no había llegado. Se sentó en el pupitre y sacó el libro. Frente a él estaba Rocío charlando con Marta. Al ver a Damián en su sitio le saludo agitando la mano enérgicamente y un gesto alegre. Marta también le saludo, pero fue un simple gesto de mano carente de emoción. Entró la profesora y todos tomaron asiento. Aquella mujer entró como un rayo con su "Good morning" y su voz de pito aguda. Damián, de cuerpo presente en la clase, se ausentó mentalmente para ir a su mundo imaginario donde las alas nunca eran cortadas. Dentro de su trance él era una persona capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera con tan solo desearlo. La clase era un simple escenario de fondo que se encontraba frente sus ojos, pero lo que Damián realmente veía era un cielo donde sus brazos eran dos alas y surcaba cada nube como si olas del mar se tratasen. Que gran sueño era aquel de volar, sin necesidad de aviones o helicópteros. Él quería volar siendo aire, siendo cielo, siendo algo más de la naturaleza. El timbre escandaloso marcaba el cambio de hora y le devolvió a la realidad. Su cielo se convirtió en polvo y cayó frente aquel pupitre. Tocaba Educación Física así que no habría más tiempo de ensoñaciones. Odiaba esa asignatura y más ahora en la cual solo corrían como posesos sin un rumbo fijo. El profesor era un hombre alto y gordo que el movimiento más costoso que le habían visto hacer los alumnos era agacharse a coger un bollo que se le había caído para tras soplarle un poco tragaba sin tan siquiera masticar. Todo un ejemplo de salud pensaba sarcásticamente Damián. Entraron a los vestuarios para ponerse un chándal antes de salir a correr a un pequeño patio donde darían vueltas como un tío vivo. Sus compañeros aprovechaban el momento para presumir de la marca del chándal o de las zapatillas. Fofo bromeaba que por mucho Adidas que el vistiese dudaba que le ayudase mucho a bajar esos kilos que tenía de más y que un chándal es un chándal dando igual el logotipo. Muchos se asquearon por ese comentario salvo unos pocos como Damián que le dieron la razón al rechoncho amigo.
En el patio el sol quemaba a pesar de ser una hora tan temprana como aquella. El verano se resistía a irse y se aferraba a dar calor con fuerza. Los chicos fueron los primeros en salir, pues las chicas solían entretenerse mirándose al espejo y hablando. Se rumoreaba que el profesor de Educación Física había solicitado que se retirase, pero por el momento solo era un rumor. Las chicas salieron y algún atrevido no pudo reprimir soltar un silbido de aprobación. Casi todas salían con básicas que dejaban al descubierto los hombros y en las más desarrolladas sugerentes escotes. Muchas de las miradas se posaron en Rocío que era una de esas chicas más desarrolladas físicamente.
-Un círculo alrededor mía chicos.-dijo el profesor.
Todos rápidos hicieron lo que pedía. Era uno de los profesores a los que nadie se atrevía a desobedecer por su seriedad. Algunos bromeaban diciendo que se comía a aquellos que le caían mal y que por eso estaba tan gordo para ser tan alto.
-Vamos a dar un par de vueltas para calentar. Quiero que combinéis movilidad articular y activación muscular. Después os diré que hacer.
La marcha empezó por aquel patio de instituto. Muchos hacían la gracia por su "vamos a correr" como si el fuese a pegar dos pasos seguidos sin fatigarse. Damián corría junto a Fofo, pues ninguno de los dos eran muy buenos deportistas precisamente. Le sorprendió ver como Rocío lideraba junto con los aventajados la marcha y charlaba mientras lo hacía. Le molestó bastante el hecho de que algunos redujeran el ritmo para estar tras de ella y mirarla el culo a placer sin que ella se percatara. Los comentarios que soltaban sus compañeros eran bastante vulgares, pero no podía culparlos. Era obvio que Rocío era muy atractiva. Una vez terminado el calentamiento el profesor mandó correr según unos tiempos que el iba a ir marcando con descansos que se harían andando. Todos volvieron a empezar a correr y de nuevo Rocío volvió a sentir ventaja. En ese momento se odió por su mala condición física para los deportes. Trataba de aumentar su paso para que Rocío no le doblara y pensase de él que era un lento. Poco a poco fue dejando atrás a Fofo el cual tosía de manera brusca. A pesar de sus intentos de ir más rápido pronto Rocío estaba a su lado.
-Ya me dijo tu hermana que lo tuyo no eran los deportes.-dijo Rocío.
Damián la miró y se sintió débil. Apretó los dientes, los puños y con ello su paso. Sacaba fuerzas de flaqueza. Al segundo Rocío volvía a estar a su lado.
-Yo que tú relajaba el paso.No estás acostumbrado a meter ritmo.
-¿Como sabes eso?- Respondió  jadeante,
Ella se sonrió. Su propia voz entrecortada era más que suficiente. Fue aflojando el ritmo esperando que Rocío continuase y dejara solo corriendo con su debilidad. Para su sorpresa ella aflojó junto con él para estar a su lado.
-Has bajado mucho.-dijo sonriente.- Súbelo un pelín.
Anonadado Damián trató de subir un poco. Ella corría a su lado y reía. El profesor marcó el primer descanso y continuaron andando.
-¿Por qué te pones a mi ritmo y no sigues sola?
-¿Acaso quieres correr solo?- Dijo enarcando una ceja.
No sabía porque ella hacía eso, pero ya había decidido el día anterior que debía disfrutar del momento así que ambos continuaron juntos durante la clase.


-¿Cuál fue su escusa para correr a tu lado?- Le preguntaba Andrea.
Llevaban tanto tiempo sin hablar que habían acordado quedar en ese recreo los dos junto con Fofo, sus dos amigos más íntimos. Damián se despegó de los labios el bric de zumo.
-Me dijo que no le gustaba que la miraran como un trozo de carne los que iban los primeros y que yo le caía bien.
Andrea puso un gesto de sorpresa y Fofo mantuvo la sonrisa tonta con la que siempre iba. No comprendía del todo la situación a la que se había visto sometido. Durante la carrera no podía aveces mientras hablaban bajar la mirada de su rostro ante aquel sugerente escote pero avergonzado acaba por mirar al suelo.
-¿No lo comprendes, Dami?- Dijo Andrea.
-¿Comprender qué?- Respondieron al unisono Fofo y Damián.
Andrea hizo un gesto que transmitía que no estaba muy de acuerdo con la poca percepción de sus dos amigos.
-Que ciegos estáis cuando queréis.-dijo de forma burlona.-Es obvio que le gustas, aunque sea un poco. A las chicas se nos nota rápido cuando alguien nos gusta.
Damián rompió a reír de una forma escandalosa. Andrea se lo achacó a los nervios. Era obvio que a él le gustaba ella. Solo había que oír como la describía. Damián por muy reservado que hubiese sido hasta él era incapaz de ocultar cosas a los demás. A Andrea no se le escapaba una y conocía demasiado bien a su callado amigo. El recreo continuó siendo un pequeño interrogatorio a Damián que no soltaba prenda respecto al tema. El timbre que marcaba el retorno a las aulas sonó con fuerza y Damián se sintió aliviado de poder escapar por fin de sus dos amigos. Tocaba matemática, su tortura menos favorita, pero con tal de escapar de tanta pregunta se hubiese licenciado en matemáticas puras si era necesario. Junto con Fofo se despidieron de Andrea y fueron a clase. Su amigo no paraba de reírse cantándole una cancioncilla que decía: A Damián le gusta Rocío, a Damián le gusta Rocío.

Durante la hora de matemáticas todo transcurrió en silencio. Hasta su compañera Marta parecía no tener ganas de hablar. Todos estaban centrados en los ejercicios que la profesora había mandado los cuales eran muy numerosos y los que no fuesen acabados en clase deberían ser acabados en casa. Damián no tenía pensado terminarlos en casa pero en clase tendría que hacer algo para no aburrirse. El saber que a la hora siguiente tocaba biología no le alegraba mucho. Al menos con ese profesor se podía hablar perfectamente con los compañeros pues el solo se dedicaba a escribir en la pizarra los apuntes que entrarían en el examen. La clase de biología la pasó hablando con Marta y Rocío donde al rato Carrasco, visto que era incapaz de sacarle un tema a Rocío se unió a la conversación. Hablaron de varias cosas como música y eventos musicales. La conversación fue variando de tal manera que acabó de alguna manera con Marta riéndose de la baja forma de Damián y la actitud lasciva de Carrasco hacia todas las chicas.
-Al menos lo de Dami tiene solución, Marta.-Bromeó Rocío.
Damián se conocía lo suficiente como para saber que el deporte no era lo suyo.
-Creo que es más fácil que Carrasco deje de estar tan salido.-Dijo Damián riendo.
Todos ignoraron las quejas de Damián y siguieron tratando de convencer a Damián de que si trataba de ponerse en forma podría hacerlo. Este se empecinaba en negarlo. De sus pecados más escasos su favorito y más repetido era el de la pereza. El hecho de hacer deporte le suponía sacar una fuerza de voluntad que no tenía. Además, no le interesaba ponerse en forma si solo le iba a durar un año.
-¿Por qué no te apuntas al gimnasio al que voy yo, Dami?- Propuso Rocío.- Así no tendría que ir sola.
Carrasco era oído de fondo como una voz que se ofrecía a apuntarse en lugar de Damián. Damián dudó por un instante. Odiaba cualquier ejercicio o deporte pero la posibilidad de pasar tiempo con Rocío a solas le atraía. Echó cuentas mentales para ver si podía costeárselo con su paga. "¿Qué diablos? ¿Por qué no? Vivamos el momento." pensó.

-¿Qué días serían?- dijo finalmente.

Diario de Damián: Extracto.

15 de septiembre de 2012


El empezar de nuevo el instituto me resulta aburrido. Mis compañeros de clase no parecen muy interesados precisamente en la lección y si en que hará aquel que tienen al lado en esa tarde. Marta, mi compañera de al lado tiende a ser excesivamente pesada en sus incesantes rumores infundados. Me siento derrotado en esa clase. ¿De verdad es así como deseo aprovechar los pocos años que me quedan?
Andrea no para de repetirme que solo tengo que intentar no ser tan crítico con la gente, pero me es imposible cuando tienden a ser tan hipócritas. Varios compañeros se dedicaron en la clase de música a despotricar sobre una muchacha catalogándola de "guarra" con numerosas mofas. Más tarde vi a dos de ellos tratando de entablar conversación con ella con fines más allá de la amistad. También me molestó Marina, la chica que se sentaba tras de mí, que a falta de tener con quién hablar me contaba su vida y luego era incapaz de saludarme al verme por la calle. Me describía al chico de sus sueños como un chico cariñoso, listo y atento, todo lo contrario a lo que fueron sus dos últimas relaciones y el chico con el cual estaba empezando a tener trato. La lástima la sentía por Carlos, un muchacho de mi clase que estaba colado por ella. Lo cierto es que el encajaba de lleno con esa descripción, pero ella siempre le miraba con desdén y le trataba como si fuese un perro. Me alegraré del día que ella se dé cuenta de lo que está dejando pasar cuando él acabé con una chica decente.
Críticas a mis compañeros a parte, estoy logrando abrirme ante el resto, pero me cuesta no ser reservado respecto a mis cosas. Me sorprende la facilidad de como las personas comparten hasta sus más íntimos secretos. Sentarse próximo a dos mujeres que les encanta hablar a sido lo que me lo ha mostrado. Sin conocer prácticamente de nada a Marta ya me ha confesado haber perdido su virginidad con el que creía que era el chico de sus sueños y sin conocer aun menos a Marina se ciertos detalles de su vida sexual que prefiero ahorrar a estas páginas.
Me resultó curioso como Marina me acusó de dármelas de una persona que se hace la interesante para llamar la atención. Se cree todo ladrón que son de su condición pensé yo. Por lo visto es muy habitual que las personas muestren una cara de la moneda ajena, por lo que nadie conoce a nadie verdaderamente. Poca conciencia hay en esta edad de lo fugaz que es la vida. Todos saben que quieren ser pero nadie sabe quiénes son. Fofo y Castillo me comentaron que muchos son amables pero cuando te ausentas eres la comidilla de un grupo de personas. A veces me alegro de haber sido tan cerrado pues así solo los más cercanos no serían de esas personas. Me alegro de tener a los míos.

La mayor sorpresa del día fue la aparición de Rocío. Me pongo tan nervioso que no se que decir por tanto me quedo callado. La tarde junto con ella y mi hermana me reveló muchas cosas de Rocío. Tenía un razonamiento profundo pero se obcecaba en tratar de ser como el resto. Su buen corazón la volvía crédula. Confiaba demasiado en la gente, al contrario que yo que procuraba evitarla. La historia con aquel tal Rodrigo encendió una rabia en mi un tanto primitiva. Solo tenía ganas de ir a buscarlo a Madrid y propinarle un fuerte puñetazo, aunque este se le devolviese aun más fuerte. Debía ser muy estúpido para no darse cuenta de que debía cuidar aquella chica que tanto le quería y trataba de hacerle sentir bien. No puedo negar el hecho de que en más de una ocasión me quedé embobado mirándola. Trataba de disimularlo desviando la vista a otro lado cuando nuestras miradas se encontraban. Soy incapaz de describir la sensación que me producía ver sus ojos. Sentía removerse mi estómago y al corazón tratar de escaparse por la garganta. El latido se subía a la traquea y no quería bajar. Mis palabras no salían con fluidez y solía titubear. La sensación de ser capaz de todo se intensificaba con cada segundo que dedicaba a mirarla y oírla. Todo lo que salía de sus labios me parecía interesante. Reíamos por la mínima tontería, y por cruel que pareciese, desee que mi hermana no hubiese estado presente, a pesar de que gracias a ella estaba compartiendo aquella tarde con Rocío. Me vierto en cada uno de los recuerdos de este día y siento que es un mar donde poder perderme. Ahora solo sé que tengo miedo. Miedo a si me considerará algo más allá de amigo. Nunca me plateé tener una relación y no sabía ni como sería. Pero el miedo que más se cernía sobre mi era otro. ¿Me miraría con lástima tras saber lo de mi cáncer? ¿Dejaría de poder ver sus miradas complacientes por simples miradas de pena? Solo me recorren escalofríos de pensar perder aquello que de hace poco tengo y nunca tuve.


Capítulo 5: Ojos verdes.

El rugido de sus tripas resultaba ser un ruido incesante. Aceleró su paso para llegar antes a casa. No solía salir del instituto con tanta hambre, pero siempre después de haber pasado un momento de nerviosismo se le abría el apetito. Su pequeño paseo hacia casa fue un debate entre sus pensamientos entre si ese día tocaría pasta o filetes rusos. Prefería la pasta. Le encantaba devorar grandes platos desde que era bien pequeño. No eran platos elaborados de gran textura ni aromas seductores, pero a veces lo simple tiende a ser la gran preferencia de las personas complejas. Subió las escaleras de su casa saltando los escalones de dos en dos. Solo dejaba sin saltar el primero, pues los escalones eran impares y el último sería frenar su ejercicio saltarín. Era el poco deporte que practicaba Damián. Nunca fue bueno a nada, ni en fútbol, baloncesto o simplemente en jugar juegos infantiles. Tendía a ser al primero que cogían y eso le hizo no querer jugar más. Eso formó parte de su aislamiento ante los demás.
Encajó la llave en la cerradura y giró hacia la izquierda dos vueltas. La puerta se abrió ante él y un olor a filetes invadió sus fosas. Sin saludar tan siquiera, entró en su habitación y dejó caer su mochila. Estaba molesto por acertar respecto a la posibilidad de que tocaran filetes, pero la idea de comer sustancialmente le sedujo.
-¿Qué tal las clases, Dami?- dijo su madre a su espalda.
Miró a su madre a los ojos y le relató su día de rutina ahorrándose la presencia de Rocío en su clase.
Estaban todos sentados en la mesa comiendo con el sonido del televisor de fondo. Silvia parecía incansable a la hora de hablar contando su día cotidiano como si de magia hubiese estado cargado. Era típico de ella. Tendía a sorprenderse por cualquier estupidez y a reír por nada. Era una chica excesivamente alegre.
-Oye Dami, ¿Qué tal con Rocío en clase?- preguntó Silvia repentinamente.
Un trozo de filete se desvió de su trayecto ordinario y provocó que Damián se atragantase. No se esperaba que su hermana supiese tan pronto que fueran juntos a clase. Tras toser enérgicamente y beber un poco de agua se aclaró la voz.
-¿Como sabes que vamos juntos a clase?
Su hermana sonreía de una forma satírica mientras mostraba la pantalla de su móvil a Damián. Rocío y ella se habían mensajeado desde la hora de la salida del instituto.
-Silvia, guarda ese móvil o te lo quito.-dijo Damián sénior.-Es de mala educación comer con el móvil en la mano.
Silvia miró a su padre y tras un suspiro guardo el móvil. La conversación se desvió al tiempo que iba a hacer ese día. A Damián le resultaba curioso cómo la gente cuando no se le ocurren temas de conversación recurren a temas banales como el tiempo. A veces es mejor guardar silencio que hablar por hablar.
La comida terminó y tras recoger su plato se dirigió a su habitación.
Hoy le tocaba a su hermana recoger la mesa por lo que no sería molestado. Cerró la puerta de su habitación y se tumbó en la cama junto con su portátil. Puso el reproductor de música y se dejó caer en el colchón. Cerró los ojos y comenzó a repasar el día mentalmente: despertarse y salir corriendo porque el despertador no había sonado, las aburridas clases, la discusión entre sus amigos en el recreo y sus planes con ellos, en Rocío...
Abrió los ojos. Acababa de recordar que Rocío iba a ir a su casa y que iba a cancelar sus planes con sus amigos. Alargó la mano hacia la mesilla que había junto a su cama y alcanzó el móvil. Escribió un mensaje a Fofo diciéndole que no le apetecía salir, que se quedaba en casa. Siendo otra persona su amigo se enfadaría, pero siendo Damián estaba acostumbrado a sus rarezas y las entendía. Al breve rato el móvil vibró con la respuesta de Fofo. Un "ok" simple y conciso mostraba que sabía que sería inútil preguntar por qué. Damián a veces odiaba ser tan reservado, pues ni con su amiga Andrea lograba abrirse por completo.
No eran aun las cinco de la tarde cuando sonó el timbre del portal.
Silvia grito que era para ella y se apresuró a abrir. Damián no sabía qué hacer. No sabía si salir a saludar o quedarse en su habitación con la esperanza de que pasase ella a saludar. Se decantó por lo segundo.
A través de la fina puerta podía oír las voces de ambas muchachas. No entendía lo que decían, pero las oía. Sus voces resultaban alegres aunque hubo momentos en los que a Damián le pareció notar como la voz de su hermana se cargaba de preocupación. Casi al momento la puerta de su habitación se abrió. Rocío sujetaba el picaporte y sonreía dulcemente.
-¿Se puede?-dijo cantarina- Hubiese llamado, pero Silvia dice que no tiendes a dar permiso a pasar.
Damián la miraba extrañado. Rocío se mostraba muy lanzada y él, a pesar de no ser tan huraño como antes, aun le costaba no mostrarse tímido, y la personalidad de ella se lo dificultaba más.
-Si sabes que no me gusta que pasen en mi habitación, entonces, ¿Pórque pasas?
Realmente se sentía molesto por la intromisión de su intimidad, pero también era cierto que hace un momento deseaba que eso pasara.
-Porqué verte ahora todos los días en clase me sabe a poco.-respondió sarcásticamente a la vez que amable.
Damián no sabía que responder por lo que, como ya había experimentado en aquella mañana ella tomó la palabra por él.
-Bueno, solo era para decirte hola, así que...Hola.
La puerta se cerró impidiéndole ver aquellos ojos verdes tan vivos y alegres. La impotencia se cernió sobre él incapaz de saber cómo actuar. Apretó tanto los puños hasta el punto de hacerse daño. Durante cinco minutos estuvo pensando una escusa para salir de su habitación y encontrarse con las dos chicas que estaban en la habitación contigua. Repasaba mentalmente los puntos de su ocurrencia, meticuloso hasta en las más simples de las mentiras, pero como buen mentiroso que iba a tratar de ser sabía que una buena mentira tiene su parte de verdad. Dispuesto a salir de allí pasando por la habitación de Silvia con la escusa de que tenía sed y no sabía donde estaban los hielos para echarlos al refresco se acercaría a preguntar a su hermana. Dispuesto a llevar a cabo su absurdo plan se levantó decidido de la cama cuando unos golpes resonaron en su puerta.
-¿Puedo pasar?- dijo Silvia.
Dudoso le dio permiso y la puerta se abrió. Su hermana le miraba con esos ojos alegres mientras se disculpaba en nombre de Rocío por pasar sin llamar a lo que Damián no le dio importancia.
-Bueno, nos vamos a ir a dar una vuelta.-dijo Silvia.
Se desilusionó a saber que su preparada mentira no podría ser llevada a cabo.
-Pasarlo bien y esas cosas.
Silvia no se movía del sitio y le daba la sensación a Damián de que algo se callaba.
-¿Qué te pasa, Silvia?
-A ver...Rocío me ha pedido que te diga que si quieres venir con nosotras.- las palabras pillaron por sorpresa a Damián.- Claro que si no quieres venir es lógico y lo comprenderemos.
Aquella sensación de impotencia le invadió nuevamente por no saber que responder. Obviamente quería conocer a Rocío, pero no quería parecer ansioso y mucho menos delante de la cotilla de su hermana.
-Me cambio y bajo con vosotras.-dijo finalmente.
La respuesta pilló desprevenida a su hermana la cual no tenía problema en reflejarlo en su cara. Al instante sonrío y dijo:
-Te esperamos abajo.
El calor era agobiante a pesar de que el verano estaba en sus últimos días del calendario. Silvia y Rocío andaban despreocupadas hablando y al lado Damián guardaba silencio.
-Como no digas ni una palabra, Damián, voy a creer que se te a muerto alguien.-Bromeó Rocío.
-A mi hermano lo que se le ha muerto es el espíritu.-dijo siguiendo la broma Silvia.
Damián las miraba y se sonreía. Parecían muy buenas amigas para conocerse de tan poco tiempo.
Rocío les contó que se mudó a Aranjuez por su padre, el cual había recibido una oferta de trabajo y abandonaron las mágicas calles de Madrid. Su infancia se basó en muñecas y juegos con sus amigas. Les contó como nunca había tenido mucha fascinación por los chicos hasta que conoció a Rodrigo, su antiguo novio.
-¿Os separasteis porque te mudaste?-preguntó intrigada Silvia.
Damián agradecía los aires cotillas de su hermana, pues el carecía de la suficiente valentía para preguntar esas cosas o sobre temas semejantes.
Al parecer no resultó ser una separación forzada. El tal Rodrigo, dos años mayor que ella, era un arrogante que trataba a los demás como si fuesen estúpidos, incluida Rocío. Tras acabar con la relación él fue visto en compañía de otra chica en una actitud excesivamente cariñosa.
-Hombre tenía que ser.-comentó su hermana.-No dan tiempo ni luto a una relación.
-Era un estúpido.-Dijo con la voz llena de rencor.
Damián notó que aquel personaje le había hecho mucho daño. Pensó que eso no hubiese pasado si ella no le hubiese querido. Querer a alguien es darle la posibilidad de herirte de muerte, por eso se debe tener cuidado a la hora de amar.
-No todos somos así.
Ambas chicas miraron a Damián.
-No todos somos unos capullos. Muchas veces aquellos que os tratamos bien en vez de como novios acabamos como amigos mientras vemos como os vais con tíos así. En parte es culpa vuestra un poco, o así lo veo yo.
Silvia le reprochó tal comentario pero Rocío le dio la razón.
-Es cierto que eso es así, pero ten algo claro: nadie controla de quien se enamora. A las chicas nos gustan los platos prohibidos, los chicos malos. Nos suponen un reto.
El debate se prolongó durante media hora donde solo guardaron silencio cuando pasaron a comprar algo de beber a una tienda.
Damián y Silvia se despidieron pronto de Rocío. Tras acompañarla a casa estos se dirigieron a su casa. El silencio parecía sepulcral hasta que Silvia lo rompió tras cinco minutos incómoda.
-¿Qué te parece Rocío?
Damián no sabía cómo responderla. Le parecía una chica alegre, más profunda de lo que parecía y bastante inteligente. Pero decirle eso a su hermana era ganarse un rumor asegurado. Pensó rápido y respondió.
-Es maja.
-¿Solo maja?
-¿Qué más quieres?
No sabía que responder y Silvia le clavaba su fría mirada de desaprobación. Damián dejó caer los hombros y suspiro.
-Es una chica bastante más lista de lo que parece. Me cae bien.
Su hermana levantó una ceja.
-¿Qué más quieres que te diga?-preguntó molesto.
-¿Te parece guapa?
-¿Qué?
-A todos los chicos que les preguntamos les parece guapa. ¿No lo crees?
Odiaba cuando su hermana se empecinaba en interrogar a alguien y más si ese alguien era él. Damián evadió el tema guardando silencio. No pensó que el silencio es mejor que las palabras en contadas ocasiones para expresar lo que pensamos o sentimos, y en su caso no era distinto. Tardaron menos de cinco minutos en llegar a la casa.

Sentado frente a su portátil la pantalla iluminaba su rostro oculto en la oscuridad que reinaba en su habitación. Ciclaba en numerosos enlaces de páginas de ámbito médico. Quería saber más sobre el cáncer que no le permitiría conocer a gente como Rocío en su vida. Tras largo rato se tumbó sin encontrar ningún aporte nuevo a lo que ya sabía. Supuso que incluso cuando mirase a la muerte a los ojos aun albergaría esperanzas de escapar. Maldito fue el momento en el que aquel médico leía la que fue su sentencia de muerte. Demasiadas cosas se quedaban sin hacer así que debía darse prisa. Miró el reloj de su portátil. Eran las dos de la madrugada. Debería dormir pues se tenía que levantar a las siete, pero consideraba que dormir era perder el tiempo, sobre todo cuando te queda poco. Ese pensamiento lo tuvo al poco de asimilar su condición de condenado. Una persona se pasa casi media vida durmiendo y así la vida volaba. La noche sería para aprovechar aquello que dejaba de hacer por el día y dormir lo necesario para que no afectase a su salud. La idea de aprovechar el tiempo que le quedaba lo tenía claro, pero desconocía como hacerlo. En un momento, supo que tenía que empezar a dejar de planificar. Planificar no le iba a permitir disfrutar como él esperaba, debía comenzar a improvisar los días y sentirlos como únicos. Nada sale como se espera y a ese pensamiento se aferró. Entró en un documento de su ordenador donde tenía organizado que hacer en cada mes. No estaba seguro de lo que iba a hacer, pero con pulso tembloroso borró el archivo. Una gota de sudor se deslizaba por su sien. El calor no aflojaba por la noche tampoco y juntado con las nuevas emociones que experimentaba Damián componía una frente empapada en sudor al caer el día. Acostumbrado a no emocionarse por nada pues no había nada que le hubiese podido emocionar entre esas cuatro paredes cada cosa nueva que sentía le parecía mucho por mundana que fuese para el resto.  Eran ya las dos y media de la madrugada cuando un bostezo le sorprendió. Apagó el ordenador el cual dejó junto a la cama en el suelo y cerró los ojos. Poco a poco fue perdiendo consciencia de la realidad hasta caer profundamente dormido.

Una brisa acariciaba su cara suavemente. Podía sentir como un dulce aroma invadía aquel lugar. Parecía una zona urbana, pero no sabía dónde se encontraba. Ante él pasaban numerosas personas sin rostro que ignoraban su presencia. El bullicio era enorme, tanto que Damián se sentía incómodo. El aroma se intensificaba. Notaba que se acercaba a él conforme tomaba más fuerza. Giraba sobre sí mismo para buscar la fuente de aquel olor entre aquellos personajes sin rostro. Su pulso se aceleraba yendo al compás de los pasos del bullicio del gentío. Todo parecía dar vueltas. El olor de lo que podía ser aquel perfume parecía acariciarle de lo cerca que se encontraba. De repente todo se tornó negro. Unas manos tapaban sus ojos impidiéndole ver nada. No había sido un movimiento furtivo, se asemejaba más a una caricia. Un escalofrío recorrió su cuerpo por unas pequeñas cosquillas en su oreja derecha. Unos labios le susurraban "¿Quién soy?". La voz era dulce y juguetona. Palpó con sus manos aquellos finos dedos que hacían de vendas. Era un tacto delicado el cual se le antojó semejante al de la porcelana. Aquellos dedos se retiraron lentamente de sus ojos. Damián se giró para ver quién era aquella persona que había tapado sus ojos. Ante él Rocío reía y sus ojos verdes parecían sobrehumanos brillando como dos estrellas. Aquel perfume emanaba de ella, la cual se acercó y acarició suavemente su rostro. No paraba de reír. Su sonrisa a cualquier otra persona le hubiese parecido común pero Damián creía que aquel gesto era mágico. La mano de Rocío se deslizó por su rostro hasta caer. Rocío sonrío aun mas fuerte mientras daba un paso atrás. Damián estaba paralizado sin saber qué hacer. Ella giró sobre si y se perdió entre el gentío. Aquel olor se perdía, se alejaba de él. Trató de entrar en la multitud pero sus pies no reaccionaban por alguna razón. Todo se aceleró y daba vueltas cada vez más rápido. Unos ojos verdes reían a lo lejos como si de un niño tras una trastada se tratase. Damián cayó al suelo por el mareo y todo se tornó negro.

Un sonido fuerte le despertó. Su móvil desde la mesilla reproducía una canción puesta a modo de despertador. Esa canción fue una de las favoritas de Damián, pero desde el día que la empleó para despertarse comenzó a odiarla. El reloj marcaba las siete de la mañana. Se pasó la mano por la cara para quitarse un poco del sudor que le empapaba. Aquel sueño le tenía demasiado reciente.