martes, 15 de diciembre de 2015

Diario de Damián: Rabia.

Me resultaba increíble que por aquel entonces aun fuera capaz de sentirme tan incomprendido como para no entenderme ni a mi mismo. Solo tenía dos problemas, dos quebraderos de cabeza que pesaban toneladas sobre mi conciencia adolescente.
El hecho de que Fofo no se dignase a hablarme por no ser capaz de no llevar a cabo sus fantasías me resultaba estúpido. Estaba claro que no iba a ser yo la persona que volviese realidad cada una de sus idioteces, esos sueños imposibles de los que no quería despertar.
Considero un hecho que una persona antes de culparse a si mismo,  se enfadará hasta con su sombra, viéndola como la causante de su desgracia. Así somos, unos altruístas que quieren compartir todos los triunfos, unos egoístas que deciden callar sus fracasos. Vivimos en una sociedad, que por mucho tiempo que pase, permanecerá siendo lactante, llorando por antojos, para llamar la atención, ignorando a cualquiera que no sea el que se refleja frente a nosotros mismos.
Podía pedir perdón, pero, no serviría de nada. No es cuestión solo de orgullo, es de lógica. Le pediría perdón por algo que volveré a hacer, pues no se que es aquello que le molesta, un algo que es incapaz de decirme en que consiste, salvo comportarse como un inmaduro emocional.
Y si el caso de Fofo ya pesaba sobre mi espíritu juvenil, se le sumaba el caso de Andrés, aquel chico que rondaba tras mi hermana, sacándola bastante edad.
Estaba seguro que andaba tras ella solo para aprovecharse de su desconocimiento, de su oído poco hecho a las palabras bonitas, del cuerpo maduro que aun guardaba a una niña en desarrollo. Es mi labor como hermano mayor protegerla.
Como hombre conozco nuestra forma de ser, enamoradizos ante una mujer de aspecto fragil a la vez que bella, un cuerpo similar a un circuito, lleno de curvas donde poder descarrillar nuestras miradas aceleradas, ese aspecto entremezclado de niña inocente esculpida en el rostro y un cuerpo sumado a una acción de mujer madura.
Sabía lo que era, lo experimentaba a diario, Elena ocupaba mi mirada, y algun furtivo vistazo por una anónima mujer que causaba mi estupor, al quedar su imagen en mi cerebro adolescente y hormonado. Sabía que era querer que sus manos fuesen como faros que guiasen a las mias, el agarre que tirara de mi nuca para acercarme hacia ella, la tierna expresión que nos estremece, agitando cada fibra de nuestro cuerpo, haciendo celebrar al alma que aun es joven hasta el punto de querer intercambiarse para poder recibir un simple beso. Conocía de sobra que era querer hacer de un pecho mi almohada, de su vientre un pozo, donde sacar el agua que saciase mi sed, y de sus piernas, el carril que nos dirige hasta el Edén. Querer poseer a alguien, aunque esa sensación solo suele durar un instante. Un breve parpadeo, hasta que el cuerpo sensible se siente saciado.
No haría Andrés de mi hermana un juguete que complaciese esa fuerte necesidad física. Silvia estaba siendo engañada por las palabras que ella quería oir. Estaba seguro de ello. No dejaría que la hiciese sufrir por el antojo pasional de su entrepierna. Podría hacerlo con cualquiera, pero no con mi hermana.
Tal vez resulte un tanto machista esto que plasmo en este diario, pero el hecho de ser hombre me hace saber como somos, y se que a lo mejor coharto su libertad a equivocarse, pero hay fallos que hacen más daño que de maestras, pues existen personas incapaces de aprender la lección, de ahí que las piedras sean guijarros erosionados de tantos tropiezos.
Sabe el cielo que aveces el amor se manifiesta de formas extrañas, de ahí que inspire los más raros de los artes. Mi amor es por mi hermana, en estos días la dedico parte de mi única obra: Mi vida.

martes, 29 de septiembre de 2015

Capítulo 24: Dos pájaros y ninguna bala.

La casa se encontraba desierta, ningún sonido llegaba a oídos de Damián, que permanecía tumbado cuál largo era sobre su cama. Solía pasar así la mayor parte del tiempo que se encontraba en su casa, concentrado en las historias que su estimulada imaginación le brindaba. Pero en aquella tarde, lo único en lo que podía pensar era en sus dos cuentas pendientes con la felicidad. Por un lado estaba su amigo Fofo. Había pasado una semana tras aquella disputa acalorada y su amigo solo hacía acto de presencia en su vida dentro del aula.
Por otro lado, Andrés no salía de su cabeza. Se le imaginaba pasando el tiempo con su hermana, regalando palabras bonitas para conseguir de ella los placeres que solo un cuerpo de mujer es capaz de proporcionar, para luego, más tarde, reírse mientras le relataba todo aquello que había hecho con Silvia a sus amigos. Solo pensarlo le ponía furioso.
No sabía que hacer en ninguno de los casos, y a cual debía priorizar en su mente: uno de sus mejores amigos al que sentía como un hermano, o su hermana, a la cual empezaba a ver en ella una posible amiga en la que apoyarse.
Pasó así cerca de una hora, dando vueltas a ambos asuntos, pero no conseguía resultados. Tal vez necesitase ayuda. Deslizó la mano hasta su bolsillo y extrajo su móvil. Tal vez era la hora de que sus dos ángeles se prestasen a algo más que a llevar mensajes.
En media hora Andrea había llegado a su casa, así que hicieron tiempo a la llegada de Castillo. Una vez estuvieron los dos, los llevó a su habitación, acompañado también por una botella de refresco y un par de vasos, por si la sed hiciese acto de presencia tras el uso de la lengua en el arte de la oratoria.
Le llevó un rato a Damián explicar sus dudas, esas cuestiones que le presionaban sin cesar en su agarre.
- ¿Has pensado que a lo mejor le gusta Silvia de verdad?- dijo Andrea. - Y respecto a Fofo, una disculpa no estaría de más.
Damián negó con la cabeza al escuchar ambas sugerencias. Lo primero le parecía improbable, lo segundo estúpido, no consideraba que él tuviese algo de culpa.
- Yo a Fofo le invitaba a una guarrilla y fuera.- bromeó Castillo.
La cara de Andrea le hizo deducir que no eran las compañías para ese tipo de comentarios así que trató de compensarlo.
-A ver, Dami, tío, yo que tú, en lo de Silvia, trataría de informarme un poco antes de lanzarte a acusarle de asaltacunas. A lo mejor es un buen tío.
Esa propuesta sonó en oídos de Damián como un zumbido de mosca. Parecía no estar dispuesto a ceder.
- Y de Fofo.- añadió Castillo.- Hablaría con él ya. He escuchado que por no venirse con nosotros se va con unos que tienen poco de buena influencia. Lo único bueno que pueden tener es la yerba por comentarios de ciertos amigos míos.
Damián se mordió el labio. Tal vez si debiese cerciorarse primero de que tipo de persona era Andrés antes de cometer alguna locura, y Fofo, era su amigo, una falsa disculpa no sería nada con tal de volver a estar como antes de la disputa.
- Vale, supongamos que quiero saber de Andrés. ¿A quién pregunto?
-¿Estás de coña? Ahora con Instagram y Twitter sabes donde ha estado los últimos tres años, quienes son sus colegas y hasta como va al baño.
-Eso es cierto Dami.- corroboró Andrea.
La verdad es que él no estaba muy familiarizado con las redes sociales, pero tendría que hacer un pequeño esfuerzo. La voz de Andrea frenó sus maquinaciones.
-Dami, ya que estoy aquí, te voy a coger los libros que te presté.
-Vale. Ahí sobre la mesa.
-¿Te gustaron?
-Me quedé en la mitad del primero. La poesía es lo tuyo, no lo mío, así son las cosas.
Andrea miró a su amigo sin evitar pensar en si tan rara debía ser por gustarle aquel género lírico que tantos momentos había decorado en sus emociones adolescentes. Cada verso suponía un ingrediente, cada composición satisfacía su hambre literario y su paladar crítico, degustando cada palabra, vibrando con cada estrofa y estremeciéndose con esa sensación que aveces le confería la lectura, pensado que aquella obra estaba escrita solamente para ella.
-Esta es la prueba de que la poesía es cosa de tías.- afirmó Castillo tras beber un vaso de un simple trago.
La mirada de desaprobación de Andrea le hizo volver a darse cuenta que no era la situación para dar rienda suelta a todos sus pensamientos.
-Pero que machistas llegáis a ser a veces.- concluyó ella.

Durante el resto de la tarde comenzaron la investigación respecto a Andrés. Gracias a sus redes sociales descubrieron que era un gran fanático de grupos de música alternativo y atleta de gran nivel. No lograron sacar ningún trapo sucio del muchacho, su imagen estaba cuidada a la perfección, no había nada excepcional en él, nada que pudiera ser considerado curioso tan siquiera.
En la mente de Damián solo se encontraba la posibilidad de que todo estaba predispuesto para dar esa imagen de chico común, ocultando así esos actos que conllevan la inmadurez durante la juventud.
-Este chaval parece majo. Solo hay que ver todas las fotos que sube con sus primos pequeños.- dijo Castillo.
No pudo evitar lanzarle una mirada cargada de rabia a su amigo. Estaba seguro que todo era falso. Nadie busca a una chica joven si no es para aprovecharse de su inexperiencia.
-Tienes razón, sino mira esta foto suya leyendo a Alberti.- añadió Andrea.
La cabeza de Damián encerraba un tic tac similar al de una bomba, hasta el punto de parecer que en cualquier momento podía explotar. Revisaba cada foto con ojo analítico, revisando cada detalle en busca del motivo que le diese la razón. Pero ahí no había nada. Sus piernas parecían sufrir un terremoto, agitadas por los nervios, la impotencia de verse incapaz de justificar su corazonada. El reloj daba las cinco y media cuando el timbre del portal interrumpió aquella pequeña investigación. Damián se levantó a responder. Descolgó el telefonillo y se lo acercó a la oreja.
-¿Quién?- Preguntó.
-Soy yo.- dijo la voz tras el auricular. Se trataba de Elena.
Siempre le había parecido estúpida esa forma de identificarse respecto a una llamada al telefonillo. Yo era un tanto relativo, pues siempre solo puede ser uno y todos a la vez.
Abrió a través del botón el portal y dejó entornada la puerta de su casa. Se dirigió a la habitación.
-Es Elena, la dije antes que se viniese.- Anunció a sus dos amigos.
Andrea seguía enfrascada en la pantalla y respondió indiferente sacudiendo sus hombros. Castillo se levantó de la cama en la cual estaba tumbado para sentarse en una posición que daba la apariencia de tratar de ser formal, pero lejos de eso se le contemplaba forzado.
Elena pasó insegura a la habitación, tímida al solo conocer a Damián. Saludo con la mano, su mirada picada a suelo y sus cortos pasos dejaba claro que se sentía incómoda ante el hecho de estar en aquel lugar con dos desconocidos. Damián la saludó con un beso que rozó sus labios suavemente que la coloreó los carrillos de un rojo pasión bastante llamativo.
Se sentó junto a Damián, mientras era testigo de como el muchacho arrancaba el móvil de las manos de su amiga con violencia.
-¿Qué has descubierto?
Andrea se quedo pétrea, cambiando su expresión a una tornada máscara satírica que trataba de reflejar sorpresa.
-Lo mismo que hace dos minutos.- dijo con un tono teñido por el enfado.
Damián hacia caso omiso, pasando foto tras foto, incesante en su misión de investigar el pasado de Andrés. Elena se sorprendía ante la situación pues no entendía nada. Castillo se percató y comenzó a explicarle punto por punto todo lo ocurrido.
-¿Has probado a pedirle perdón a Fofo? A un amigo hay que saber cuidarlo.
Damián levantó la mirada de la pantalla.
-No pienso pedir perdón.-se escapó de sus labios alzando un poco la voz.
Elena lo miró fijamente por un instante. Al ver como aquellos ojos se clavaban en los suyos se estremecio, hablando su corazón.
-Quiero decir, yo no he hecho nada malo.- dijo escusándose.
-¿Le has preguntado como se siente con todo el tema?
-No.
-¿Le has dicho como te sientes?
-No.
-¿A que esperas?
-A ser mujer.- Bromeó por detrás Castillo.
Los tres se quedaron mirando mudos al muchacho, incómodo al darse cuenta que no había hecho gracia. Se rascaba la cabeza mirando al suelo, esquivando cualquier acusanción tras las expresiones.
-Lo que decía, unos machistas.- dejó por conclusión final Andrea.

martes, 22 de septiembre de 2015

Capítulo 23: La voz en carta.

Damián se encontraba en clase, con la mirada perdida y con la cabeza en otro mundo. No podía dejar de recordar aquel instante junto a Elena, el cual le parecía demasiado corriente, falto de magia y de un motivo para ser recordado. Ella se encontraba a su lado, mirándole de reojo de vez en cuando, sonriéndose. Damián pensaba, divaga más bien. No podía ser que algo tan especial para él se llevase a cabo de una forma tan corriente. Comenzó a mordisquear el bolígrafo que se encontraba en su mano derecha, con nerviosismo. Reflexionó entonces que significaba Elena para él. La miró por un instante y ni una sola palabra invadió su mente, incapaz de decir que parte de ella generaba esa atracción. En ese instante se dio cuenta y se sonrió dando con la clave. Era la única capaz de hacerle enmudecer con tan solo mirarle. Esa tarde tendría que hacer una pequeña visita a Andrea, a ver si le hacía un pequeño favor.

-¿Puedes repetirme de nuevo todo?- Creo que no me he enterado.
Damián se mostraba ya asqueado. Iba a ser la tercera vez que se lo repitiese. Volvió a relatar su idea por última vez, mientras Andrea comenzaba a carcajearse.
-¿Se puede saber que resulta tan gracioso?
Andrea era incapaz de guardar silencio, y cuando parecía que iba a parar, de nuevo una fuerte carcajada invadía su boca. Damián la dio un pequeño golpe sobre su brazo ya molesto.
-¡Ay!
Andrea se frotaba la zona golpeada e hizo un amago de devolver aquel golpe.
-¿Me quieres decir ya que te parece tan gracioso?
Andrea le miró fijamente a esos ojos oscuros que por primera vez en mucho tiempo parecían cobrar un ligero brillo. Tal vez fuese felicidad o esperanza, lo único claro que aquella muchacha tenía era que ese algo parecía ser bueno para su amigo y debía mantener esa luz encendida.
-Lo que me hace reír tanto es que tú seas capaz de hacer algo tan bonito, Dami.- dijo por fin.
Se sonrojó ante las palabras de su amiga.
-¿Me ayudarás entonces?
En modo de respuesta ella se levantó, se acercó a su escritorio y cogió varios folios de un paquete y un bolígrafo de un bote. lo dejó caer delante de él y sonriendo dijo: ¿Para cuando vas a hacer esto?


Damián esperaba a Elena, nervioso, como era ya costumbre, sentado en uno de los bancos de piedra del ayuntamiento. Vestía una camisa de cuadros azules de manga larga, unos vaqueros oscuros y unas zapatillas blancas en su totalidad. En sus manos se encontraba una carta que no paraba de dar vueltas sobre sus manos.
A los diez minutos llegó Elena, fatigada por las prisas que se tomo por llegar en el camino. Vestía una camisa de manga larga que no dejaba nada al aire ni a la imaginación, unos vaqueros largos claros y  unas deportivas muy parecidas a las suyas. Al llegar a Damián le besó delicadamente a modo de saludo.
- Perdona por llegar tarde, Dami. Me han entretenido en casa.
Sin abrir la boca, Damián le tendió la carta que había sobre sus manos.
-¿Qué es esto?- preguntó ella extrañada.
Él alzo sus hombros en gesto de duda acompañado por una expresión intrigante. Elena cogió la carta y extrañada la abrió. La leyó detenidamente, analizando cada palabra plasmada en tinta.
-¿Qué es eso de que has perdido la voz y hay que encontrarla?
Damián se sonrió y volvió a repetir el mismo gesto, después agarró la carta y señaló una frase.
-¿"Todo a las puertas de aquellos árboles, al lado de los saltos de rana"? ¿Es una pista?
Damián hizo un gesto que se podía interpretar como "posiblemente". Ella le miraba sin saber que estaba ocurriendo.
-¿El jardín?
La sonrisa de Damián afirmaba por si solo todo. Elena le agarró de la mano y tiró de él.
-Me estás dejando con la duda, mamón.

Llegaron a la una de las tantas puertas de uno de los tres jardines de Aranjuez, pero la única cercana a un restaurante que tenía una rana en el nombre del establecimiento.  Elena soltó la mano de Damián y corrió hasta la entrada donde otra carta reposaba sobre el suelo. La recogió y la comenzó a leer tras extraerla del sobre. Su expresión se mostraba juguetona mientras se concentraba en aquellas palabras de papel. le miró de una manera cómplice con una media sonrisa.
-Vamos adentro, don "Dando vueltas sobre flores."
Corrió hacia él y le aferró con sus dos manos para comenzar a tirar de él. Andaban deprisa mientras Damián se hacía el distraído.
-¿Así que has perdido la voz?
Asintió sin mirarla.
-¿Y porqué?
Se limitó solo a sonreír como respuesta.
Llegaron entonces hasta una pequeña rotonda florida donde se encontraba otra carta de cara al camino por el cual venían. Elena volvió a soltarse de Damián para coger la carta. La analizó rápidamente y miró furtivamente al enmudecido muchacho.
-¿Aquí hay patitos feos?
A Damián le dio un vuelco al corazón. Las cartas estaban hechas para alguien que conociese de antemano el jardín, algo impensable para un buen arancetano. Elena se guardó la carta y le miró de una manera muy seria.
-Aquí los patos son muy monos, ¿te queda claro?- dijo sin reprimir una media sonrisa.
Damián suspiró y le ofreció su brazo. Se agarró nuevamente y emprendieron la marcha.
Llegaron al estanque donde se encontraban aquellos animales y se dio cuenta de un pequeño problema: Los anteriores lugares eran sitios con un área reducida, por eso Andrea, que era quien estaba dejando las cartas junto con Castillo, podía dejarlas fácilmente. Ahora buscar la carta podía llevar algo más del tiempo debido. A modo de solventar el posible problema, mando un mensaje en un instante en el cual Elena se encontraba distraída para preguntar donde estaba la carta. Al minuto tuvo la respuesta. Silbó a Elena y este le miró.
-¿Soy un perro acaso que me llamas silbando?-dijo muy seria.
Damián se señaló la boca como tratando de recordar la supuesta mudez.
-Ya lo se, tonto. Te estaba tomando el pelo.- dijo para sacar después la lengua.
Damián entonces señaló a un árbol cercano, lugar donde se encontraba la carta. Elena corrió a cogerla y comenzó a leerla.
-Espero que sea la última parada, ya que es el lugar más alto del jardín. Estoy algo cansada de esta mañana.
Damián asintió y sonrío.

Subieron un pequeño montículo donde se encontraba un pequeño mirador que te permitía ver gran parte del jardín desde una buena perspectiva. Elena subía por los largos escalones delante de Damián, el cual era incapaz de no mirarle sus partes traseras. Se sintió mal por hacerlo, no quería estropear el momento que tan bien estaba saliendo.
Al llegar arriba, contemplaron como el sol comenzaba a descender por el firmamento, bañándoles con una luz anaranjada que iluminaba la última carta que se encontraba bajo el ligero peso de una rosa. Elena cogió ambas cosas. Tras aspirar el aroma de aquella flor la dejó de nuevo en su sitio despacio, temiendo que la rosa fuese de cristal y pudiese romperse. Entonces abrió la carta y dejó de encontrarse con pistas sino con una confesión:
Elena, no es mucho el tiempo en el que nos conocimos, y mucho menos es en el cual hemos comenzado ha vernos de otra forma distinta a como era antes. Trato de pensar  en que te hace especial, y soy incapaz de darte una respuesta. Le di mil vueltas al asunto, intentando saber que parte de ti me hace sentir que el corazón se me vaya a salir del pecho, pero por más que lo pienso no hallo respuesta. 
Primero pensé en tus ojos, esa mirada que me  hace creer que no hay nada más bonito, un mar en eterna calma, donde no me importaría naufragar hasta encontrarme. Luego pensé en tu sonrisa, como de niña buena,  que me hace querer abrazarte y no soltarte nunca. También pensé que podía ser tu forma de ser, siempre tan alegre, contagiando tu gran optimismo. Pensé que a lo mejor era tu atractivo en si, pero no me consideró como otro más para mirarte con esos ojos. Y me costó dar con la respuesta correcta. Era todo junto y a la vez todo por separado. Cuándo me haces creer que tengo motivos para ser especial, por el hecho de estar contigo, la sonrisa que me sacas con tanta facilidad, los besos que me robas y yo te robo, los momentos que deseo que el tiempo se pare, que tú no te vayas, que te quedes conmigo.Todo porque eres capaz de enmudecer mis labios, de dejarme sin voz.

Es por ello que siento que eres más especial de lo que cualquier persona ha llegado a ser para mi, aunque haya sido en poco tiempo, por eso tengo la necesidad de saber, si de verdad, tú también quieres estar conmigo, de si me haces el favor de devolverme la voz.


Elena aferraba esa carta, mirándola, sin tan siquiera pestañear. Una lágrima surcó entonces por su rostro, hasta culminar en sus labios. Dejó caer la carta junto a la rosa y para sorpresa de Damián se abrazó a él, ocultando su rostro en su pecho, sollozando.
-¿Qué te pasa?- dijo Damián.
Elena alzó la cabeza, le acarició lentamente la cara y escribió en su rostro una expresión que Damián jamás había visto, una expresión que manifestaba un grado de felicidad que no podía llegar a calcular solo con mirarla.
-Lo que pasa...-entonces besó a Damián con ternura en los labios.- Es que te devuelvo tu voz. 

lunes, 17 de agosto de 2015

Capítulo 22: besos de vainilla.

Pendía el sol sobre lo alto de la calurosa tarde de aquel día como un farolillo amarillo. Sus cordones mal atados no suponían un problema, tampoco la falta de un cinturón que provocaba que se le callesen los pantalones poco a poco. Comprobó el olor de su aliento un par de veces más que las cientas que realizó de su olor corporal. Estaba sudando, pero estaba seguro que se debía al nerviosismo y no al calor. Había quedado con Elena, y después de dos semanas de su comienzo de la extraña relación que protagonizaban, decidió pedirla salir formalmente. Su mano izquierda temblaba y sudaba. Debía ser por los nervios.

Llegó al punto de quedada y se sentó en un banco a esperar a que llegase Elena. Miró su reloj. Había llegado cinco minutos antes de lo previsto. Miraba a sus espaldas y contemplaba un parque de bomberos.  Aquellos camiones siempre le habían parecido extremadamente ruidosos desde que era pequeño. Poca gente pasaba delante de él paseando por aquella zona, y ninguno fue incapaz de quedarse mirando a sus oscuros ojos. Diez minutos después llegó Elena. Vestía una camiseta blanca metida dentro de unos pantalones cortos. Damián respiró aliviado al ver que aquellos vaqueros no dejaban ver nada de sus nalgas. Odiaba aquella estúpida moda sin ningún sentido impuesta por a saber quien. Elena sonrió al ver a Damián, agachó la cabeza y se cubrió con el flequillo los ojos, un gesto vergonzoso que hizo sentir a Damián que se iba a derretir por dentro. Llegó a su altura y la saludo dándola un beso.
-Hola. -dijo tímidamente.
Damián, fijo como una estatua, se quedó sin palabras. No se acostumbraba todavía a esa situación. Elena se giró avergozada por el silencio que se apoderó de entre los dos.
-No me mires así.-dijo poniendo voz infantil.
Damián agarro de su mano y tiró de ella. Con su otra mano la rodeó la cintura, y sin previo aviso, la besó apasionadamente. Tras unos segundos se separaron lentamente hasta quedar frente con frente.
-Vaya.
Seguía sonriendo, pero está vez un tanto más pícara. Se mordía el labio inferior, mientras sus frentes parecían dos imanes.
-¿Porqué te muerdes el labio?- le pregunto Damián.
Elena levantó sus hombros en señal de duda.
-Creo que es porque no me le muerdes tú.
Damián se encontraba feliz, satisfecho en ese momento. Se separó un poco de ella y se mordió el labio inferior de forma burlona.
-¿Qué harás entonces? -preguntó mientras guiñaba un ojo.
Elena acorto la escasa distancia que había entre ellos besándole con fuerza. En el momento antes de distanciarse le mordió el labio mientras dibujaba una media luna tumbada como sonrisa.
Damián fingió un gesto exagerado de sorpresa.
-¿Si?
Damián la devolvió el beso y al terminar imitó a Elena.
-Eso no es justo. No vale.- dijo Elena volviendo a poner voz infantil.
Damián la sujeto de la barbilla con la mano. Se acercó lentamente a ella, preparada para ser besada, y en ese instante, volvió a morderla. No pudo evitar dejar escapar una leve carcajada. Elena puso sus manos en cada lado de la cara de Damián mientras las deslizaba en una caricia.
-Eres cruel, sabes que eso me pierde.
-Tú lo tienes más fácil para perderme.
-¿Ah, si?- preguntó alejándose de él poniendo sus manos sobre su pecho.-¿Qué hago que te pierde tanto?
Damián agarró sus manos y con delicadeza las retiró para poder abrazarse a ella. En apenas un susurro habló.
-Con estar te vale.
Elena le miró con ternura. Sus ojos azules brillaban, más de lo normal. Damián creyó que iba a llorar. Iba a preguntar que la pasaba cuando ella se abalanzó sobre él y le besó, con la emoción que aquel momento había creado en ella.

La tarde envejecía en una plácida y calmada noche. Dos helados reposaban en sus manos respectivamente. Damián se perdía entre los ojos de Elena cada vez que trataba de hablar, y acababa divagando en alguna tontería que tomaba posesión de su mente. Cogió aire, varias veces, tranquilo, decidido de una vez por todas a hablar.
-Elena.
Ella andaba distraida mirando a unos niños jugar en aquel ayuntamiento.
-Dime.-dijo al darse cuenta.- Es que son tan monos...
Aquellos gestos infantiles suyos le distraían, pero logró hacerlos a un lado.
-Yo te gusto,¿no?
Elena no entendía las palabras de Damián, o así le dio a entender.
-A ver, tu me gustas, bueno, me encantas, y...¡Joder!¡Parece que no se hablar!
Elena apoyó su cabeza en su hombro.
-Aprende a hablar entonces. En un rato me recoge mi padre.-dijo para después sacarle la lengua.
Mil palabras se agolpaban contra su cráneo tratando de salir, pero ninguna lograba emparejarse de forma que naciese algo con algún tipo de sentido. Cogió aire por segunda vez.
-Quiero que seas mi novia.
-Vale.
-¿Vale?
-¿Qué quieres que te diga?
-Pues no se, a ver no tengo ni idea de...
Su frase quedó cercenada por aquel beso. Cerró los ojos y olvidó todo lo que tenía en la cabeza. Estaba con Elena y nada más podía hacerle sentir de dicha manera. Era algo mágico. Porque aquel beso...sabía a vainilla.

viernes, 14 de agosto de 2015

Capítulo 21: rencor personal.

Se levantó de su asiento bruscamente, dando con sus muslos sobre la mesa, lo que hizo que se tambaleara. Fue directo a por aquel muchacho que fácilmente le sacaba como dos años y dos cuerpos de diferencia, decidido a encajarle un fuerte derechazo. Una mano sobre su hombro le frenó en seco. Lucas se encontraba detrás de él mirando fijo a sus ojos con una expresión de desaprobación.
-¡Dami! ¿Qué haces aquí? -dijo su hermana alarmada.
Damián volteo la cabeza y pudo ver como Silvia se separaba de forma violenta del brazo de aquel chico que miraba sin comprender.
Damián cogió aire despacio, pensándolo  bien no quería alarmala.
-Pues cenar, no lo ves.- dijo con una muy mal fingida sonrisa sin dejar de mirar a su acompañante.
Silvia miraba a los dos sin saber que decir o hacer. Instintivamente se decantó por presentarlos.
-Dami, Andrés, Andrés, mi hermano Damián.
Andrés le tendió la mano amablemente sin dejar de sonreír en el mayor grado de amplitud posible. Damián no podía dejar de odiarlo, y sabía porqué. Sabía de muchos chicos de la edad de Andrés que tenían la tendencia de buscarse chicas con unos años menos aprovechando la inexperiencia de estas en el campo de los lívidos adolescentes. Damián no le veía la cara realmente, solo veía aquellos tres años y medio que tenía más que su hermana, diferencia que odiaba sin necesidad de plantearse un motivo. Aferró su mano en un fuerte apretón, seguro de si mismo, tratando de hacerle ver que no era muy bien aceptado por él, aunque no debió funcionar, pues ahí seguía él,  sonriendo de oreja a oreja.
-A cenar también vosotros a lo que veo.- dijo remarcando lo obvio.
Silvia se sentía incómoda en medio de aquella escena. Respiró aliviada cuando Damián soltó la mano de Andrés y se despidió con un falso aprecio.

Caminaba acelerado, como si un demonio se hubiese apoderado de sus pies. Castillo era el único capaz de seguirle el paso, mientras que los dos hermanos ya habían dejado de esforzarse.
-¿Quieres frenar un poco?¿A dónde vas tan rápido? -pregunto Castillo.
Damián no respondía, seguía obcecado en alejarse sin rumbo alguno de aquel kebab.
Castillo le agarro del brazo y tiró de él en busca de su respuesta.
-Suéltame, joder.
-¿Qué coño te pasa?
-Si le veo la puta cara un segundo más me le cargo.
-¿Y si solo son amigos?
-¿Y si soy gilipollas y me lo creo?
Lucas y Ramón lograron alcanzarle. Damián caminaba de lado a lado, igual que un tigre en su jaula esperando salir y devorar a cualquiera que se encuentre por delante. Parecía estar fuera de si, trastocado por la idea de que aquel muchacho estuviese aprovechándose de su hermana.
-Así no consigues nada Damián.-dijo Lucas.
Damián le echó una mirada asesina. Sus propios amigos daban la sensación de estar defendiendo a aquel imbécil que estaba con su hermana. Silvia siempre había sido una niña muy ingenua a la cual era fácil tomar el pelo. No podía tolerar que se aprovechasen de tal manera de ella. No lo iba a tolerar.

jueves, 13 de agosto de 2015

Capítulo 20: un cigarro y cuatro años.

Los días pasaban volviéndose tediosos en una pesada rutina que parecía no tener fin. Fofo se encontraba desaparecido desde aquel encontronazo con el resto, hacía una semana ya de ello. Los cuatro estaban preocupados por su amigo, pero cuando eran capaces de vencer al orgullo y llamarle para saber de él se negaba a cogerlo e incluso llegaba a colgar antes del tercer toque. Durante dos días había quedado con Elena y nada había llegado a dejar en claro. Las palabras se quedaban guardadas en un cajón olvidado y dejaban libre a sus pasiones juveniles entre besos y caricias lejos de ojos indiscretos. Lo único que odiaba era volver a casa, primero porque se tenía que despedir de Elena, no sin antes concederse otro momento a solas que parecía no tener fin, y segundo, le costaba andar tras aguantar durante tanto tiempo con una erección. Odiaba la incomodidad que esto le producía, y más que se producieran cuando se encontraban en esas situaciones que le hacían sentirse violento.
Junto con sus amigos, salvo por la ausencia de Fofo, nada interrumpía la calma de sus días. Aquel sábado habían ido de pesca y Castillo llegaba tarde como de costumbre. Damián junto a los dos hermanos habían levantado campamento y jugaban a las cartas al lado de las cañas. A punto de terminar la tercera partida de póker, al cual jugaban apostando abdominales, llegó Castillo con una sonrisa que cubría todo su semblante.
-Como no vengas de echar un "quiqui" más te vale que dejes de sonreír. -dijo Ramón.
Este hizo caso omiso de su amigo y rápidamente se descolgó la mochila que se encontraba en su espalda, deslizó su mano hasta un pequeño bolsillo y extrajo un paquete de tabaco.
-Se lo he pillado a mi padre en un descuido.
-¿Desde cuando fumas?-preguntó Damián.
-El otro día lo probamos. Tú habías quedado con Elena.
Abrió el paquete con calma y saco tres cigarrillos que se lo tendió a Damián.
-Ten, pillate uno y pasa el resto a los mongolos estos.
Damián tomó el cigarro inseguro. Por un instante, todo los perjuicios del tabaco le vinieron a la cabeza, ocupando un mayor espacio la palabra "cáncer". Se sonrió entonces y se lo puso en la boca. Aquella muerte enrrollada en papel y filtro no iba a ser lo que le enterrase.

La tarde discurrió entre toses y poca pesca. Durante diez minutos enseñaron a Damián que debía tragarse el humo y como.
-¿En serio la gente paga por esta mierda?- dijo entre toses Damián.
Los demás reían mientras le contemplaban echar el humo accidentalmente por la nariz. Le picaba la garganta, las fosas las notaba prendidas, trataba de quitarse la sensación carraspeando en vano.
-¿Cómo es que os ha dado por fumar ahora?
Lucas le daba una fuerte calada a su cigarro y le miraba con los ojos entreabiertos.
-Nos aburriamos y el Pablito, el de mi barrio, nos estaba ofreciendo un piti. Nos gustó y aquí estamos.
A Damián le costaba creer que les gustase desde un primer momento. Apagó la colilla contra el suelo y se acercó a las cañas. Se preveía que nada iba a morder el anzuelo.

Cansados de la pesca poco fructífera, dejaron las cañas en casa de los hermanos Terry y comenzaron a dar un paseo por las calles. Conversaban alegres de un nuevo videojuegos y comentaban de forma crítica cada aspecto de este. Inconscientemente, sus pasos les llevaron hasta un establecimiento de venta de kebab. El reloj señalaba las nueve rozando la hora, pero el ruido de sus estómagos marcaba que ya era el momento de cenar.
Damián, mientras devoraba un durum, pensaba en lo fácil que le había resultado dar aquellas caladas, y le parecía curioso que sus amigos lo tomasen como un juego más que como un vicio malsano. Decidió no darle más importancia, solo tenía dieciseis años. Trató entonces de involucrarse en la conversación que mantenían en ese momento.

Habían terminado de comer todos pero aquella animada conversación.  Una voz se anteponía sobre otra, elevando cada vez más el tono. La puerta se abrió, y los que estaban de cara a ella enmudecieron de golpe. Damián, que se encontraba de espaldas, no entendía que pasaba. La curiosidad que le provocaba los rostros pétreos de sus amigos le hizo volverse a ver. La imagen le impacto, enmudeciendo su habla y llenando su cabeza de pensamientos repentinos. Su hermana se encontraba ahí, agarrada de un chico bastante mayor que ella. Damián le reconoció, era uno de los alumnos de segundo de bachillerato,  y por lo que tenía entendido, acababa de cumplir la mayoría de edad. Su hermana aun no se había percatado de su presencia, y se apretaba cada vez más contra el brazo de aquel muchacho que sonreía enseñando cada uno de sus dientes. ¿Qué hacía su hermana, a punto de cumplir los quince, abrazada a aquel chaval ya mayor de edad? Sabía que a lo mejor estaba malilterpretando la situación, pero lo único que quería hacer en ese momento Damián era apretar su mano lo más fuerte posible en un puño y estrellárselo contra él, daba igual dónde, solo quería que se alejase de su hermana.

lunes, 10 de agosto de 2015

Capítulo 19: Acción, reacción.

Se encontraba de pie en el solitario pasillo de instituto delante de aquella odiosa mujer que parloteaba sin encontrar un fin sobre la recompensa ante el esfuerzo. El asentía, manteniéndose ausente en sus propios pensamientos, rogando porque callara de un vez y pudiese volver con Elena para terminar esa conversación a medias.
-¿Me puedes explicar porqué estás faltando tanto últimamente?
Damián sin oírla asintió con la cabeza. Cruzó los brazos ante él esperando una respuesta que no llegaba nunca.
-¿Y bien?
Damián volvió de sus pensamientos.
-¿Y bien qué?- preguntó.
La profesora era conocida por todo el alumnado por su falta de paciencia, cualidad que se estaba manifestando en ese momento.
-Si quieres ir de gracioso por mí bien, pero conmigo no, niño.
El tono despectivo con el que estaban cargadas dichas palabras encendió a Damián. Sostenía su mirada desafiante, observando el desdén con el que estaba siendo fulminado desde detrás de aquellas lentes. Apretó todo su cuerpo tratando de contenerse, sintiendo la tensión en los músculos de su cuello. La profesora repitió la pregunta, pero esta vez se mostró agresiva a la hora de elevar la voz. Damián no pudo aguantar ya más.
-¿Te he gritado acaso para que tú me grites?- dijo fríamente.
La expresión del rostro de aquella mujer cambio por un momento seguido de otro grito aun más alto.
-¿Pero como puedes ser así de descarado? ¡Soy tu profesora!¡Me debes un...-
-Pensaba que la mejor manera de enseñar era con el ejemplo.- interrumpió Damián.-Con tu ejemplo ahora se como faltar el respeto.- y dicho esto comenzó a aplaudir de forma sarcástica.
Aquella reacción la pilló de improvisto, como ya era habitual en cada una de las veces que Damián actuaba de una manera tan impulsiva. Damián comenzó a hablar de nuevo, sonando prepotente y crecido, escupiendo las frases y tomándolas como piedras para lanzar contra aquella maestra de instituto.
- A lo mejor no he estado faltando por problemas de salud, cosa que no es.- mintió Damián.- Pero sin saberlo tan siquiera ya vienes con acusaciones. Ahora te voy a decir porque he faltado. Porque me ha dado la gana. Verte la cara a ti y al resto quita las ganas de vivir a cualquiera. ¿Os creéis en serio aquello que decís? Me parece penoso. Ponme la falta que quieras, pero la culpa de todos los que pasamos de venir a clase no es nuestra sino vuestra, que solo sabéis amenazar con suspensos y faltas en vez de motivar. Expúlsame si se te antoja, me da lo mismo, solo he dicho la verdad.
Sin esperar a una respuesta, giró sobre si mismo y comenzó a dirigirse hacia la clase.
-Damián.-dijo a la espalda su profesora.
-¿Qué?
-Aun no hemos acabado.
Damián dejó escapar un gesto de frustración.
Durante media hora pareció que estuvo hablando con otra profesora distinta a la cual le había llamado. En ningún momento alzó la voz, habló tranquila del tema de las ausencias. A pesar de todo no se escapó de una falta la cual redujo al mínimo castigo gracias a que aquella profesora, en lo que sería la primera vez en toda su carrera, dejó pasar cierto comportamiento sin un castigo a la altura del nivel de la falta.

Los hermanos Terry se reían al oír la historia mientras que Castillo permanecía boquiabierto. Fofo por otro lado se mantenía callado, mirando a Damián de una manera inexpresiva. El grupo de amigos se había reunido en casa de Castillo para jugar a la consola, pero para los padres de los respectivos muchachos, para estudiar los últimos exámenes. Ramón sacaba la lengua mientras manipula aquel mando que dirigía a un jugador contra la portería de Damián. Trataba de esforzarse para remontar un 2-0 a un mañoso Damián que tras varios meses jugando online había adquirido bastante habilidad. El sonido de las carcajadas coincidía con el sonido rutinario cuando ellos se juntaron, salvo porque Fofo se mostraba ausente respecto al resto del grupo mientras miraba la pantalla de su móvil, aunque parecían no darse cuenta de ello. Decidió Castillo entonces poner algo de música para dar algo de ambiente a la escena y tras dar al botón de play en su ordenador comenzó la habitación por ser invadida por canciones de rap que tanto le gustaban al muchacho.
-Damián, si vas con ese equipo no vale, está chetao´.- dijo Ramón.
-No es mi culpa que seas manco y te las comas todas.
-Y no se refiere a goles precisamente.- añadió Lucas entre risas.
Ramón, sin tan siquiera dejar de mirar a la pantalla, le dirigió una peineta a su hermano.

Acabaron los partidos y Damián se mantenía invicto.
-Parece que Damián está en racha.-dijo Lucas.
-Que se lo digan a Elena.- bromeó Castillo.
Fofo levantó entonces la mirada de su móvil rápidamente. Por un segundo, Damián creyó que su amigo le contemplaba con rabia.
Sus amigos continuaron con la misma broma durante un largo rato al igual que Fofo seguía guardando silencio. Damián sonreía. Es verdad que sentía que su suerte estaba cambiando, y se reflejaba en cada paso que daba.
- Si se va a por la fácil cualquiera lo hace.-Soltó Fofo repentinamente.
Todos se giraron para mirarle extrañados.
-¿Cómo?
-¿No me has oído "ligón"?
El tono sarcástico de Fofo taladraba el pecho de Damián.
-¿Qué quieres decir?
-Qué cualquiera puede con una niña que babea por el típico tonto, solo la tienes que prometer lo que cree que tiene el gilipollas ese.
Damián iba a hablar pero sus amigos se adelantaron.
-Se ve que eres un profesional, Fofo, se notan los resultados.- Le echó en cara Lucas.
-Parece que ha confundido las mujeres con los bollos.- Dijó Castillo con intención de hacer daño.
-Si las mujeres fueran bollos Fofo realmente estaría delgado.- Terminó por decir Ramón.
Damián no tenía intención de ofender a su amigo en ningún momento, pero todos parecía que le tenían ganas. Fofo, al igual que por la mañana, recogió sus cosas y se marchó dando un portazo. Todos comenzaron a echar pestes de él menos Damián. No entendía el comportamiento de su amigo.

domingo, 2 de agosto de 2015

Capítulo 18: La brisa del orden.

Damián respiraba la calma que el ambiente emanaba. A su parecer todo era bastante agradable, junto con un ambiente que reflejaba la tranquilidad tan necesitada para su joven espíritu. Tumbados en aquel verde césped mantenía una entretenida y amena conversación con su gran amigo Fofo. No podía negar que aquellos jardines de Aranjuez, aun estando acostumbrado a ellos, seguían pareciéndole una imagen cálida y hermosa.
-¿Crees que nos echarán de menos en clase?-preguntó Fofo.
Damián se reía de la cuestión en si. Escaquearse de clase se había vuelto una costumbre, lo fuera de lo común era la compañía de su ancho amigo, el cual trataba de huir de un examen para el cual no había estudiado.
-No creo que me echen de menos mientras el sueldo les llegue a casa a esos cabrones.
Para Damián la educación del país se basaba en generalizar a los profesores como gente sin motivación alguna que solo miraban por su salario y no por el alumnado.
Fofo ignoró la gracia de su amigo, permanecía atento a la pantalla de su teléfono. Damián le miraba en silencio, en un vago intento de tratar de adivinar sus pensamientos.
-¿Qué haces?- preguntó rompiendo el silencio.
-Mirando el instagram de una chica, que está mazo buena.
Damián no pudo evitar soltar una fuerte y sonora carcajada.
-¿Qué te pasa?
-Que no cambias ni a tiros. Tratando de ir detrás de todas te quedas sin ninguna.
Fofo le miraba fijamente en silecio, asqueado por el comentario de su amigo.
-Solo estoy mirando unas fotos, gilipollas. Además, tan poco te creas un experto en mujeres por liarte con la niña buena de la clase.
Ahora era Damián era el que se mostraba serio. Llevaba sin verla tres días y a su parecer, siglos, así de relativo era el tiempo. Llevaba tres días sin ir a clase, tres días en los cuales se plantaba frente la puerta de aquel instituto a primera hora de la mañana y a punto de dar el paso que le hiciese dignarse a entrar, se achantaba. Por alguna razón no era capaz de enfrentarse con palabras ante ella por miedo, inseguridad al creer que a lo mejor para ella no fue nada más que un momento fugaz y perdido.
-Al menos ya pillo más que tú.-dijo secamente Damián.
Fofo se levantó ya molesto, recogió el casco de su moto y sin soltar una palabra, se encaminó hacia la salida, mientras, Damián le ignoraba, viendo conseguido su objetivo de estar solo. Ya le pediría perdón más tarde.
Su amigo se marchó, dejándolo acompañado por sus propios pensamientos.
Trataba de poner la cabeza en orden, saber que quería exactamente. Lo único que sacaba en claro era que no sabía arriesgar, a pesar del tiempo vivido en el que tan solo se conformaba con poder mirarla, cuando ella no se daba cuenta, haciendo bromas absurdas las cuales le resultaban cansadas ya hasta a él, pero que Elena no dejaba de reír. El tiempo es escaso y va matando sigilosamente, soplando el montón de polvo que nos compone. Sin darle más vueltas se levantó y cogió su mochila. La escusa de haberse quedado dormido no iba a colar siendo ya cuarta hora, pero le daba igual. Con la mente ya más clara emprendió el camino para el instituto.

Se encontraba frente la puerta de su clase, junto con un pequeño tic nervioso en su brazo. Cogió aire y abrió la puerta. Todos sus compañeros estaban sentados sobre los pupitres debido a la ausencia del profesor. Se iba a librar de dar su mala escusa. Dejó su mochila en su mesa y buscó a Elena de manera inconsciente entre sus compañeros. Se encontraba en un grupo de chicas que hablaban de una forma muy escandalosa, y por lo que pudo oír Damián, sobre lo mal que vestía la profesora de intercambio. Elena le miró y le sonrió, pero al segundo miró de nuevo a sus amigas aun sin borrar esa expresión de su rostro. La sentía lejana, pero quien anda, acaba llegando pensó. Se acercó hasta ella buscando su espalda, tocó su hombro con el índice y fingió no haber sido él. Ella se giró para verle mirar en dirección contraria con una fallida cara de disimulo. Elena se acercó a su oido y susurro.
-Se que has sido tú, idiota.
-¿Yo qué?
-Lo sabes muy bien.
Se giró para verla de frente. Un ligero escote atrajo su atención, mirada furtiva que trato de disimular mirando al suelo. Como acto reflejo se rascó una oreja.
-Bueno, mietras solo sea yo...
No sabía que decir realmente, no había preparado ningún comentario ingenioso ni nada por el estilo. Supuso que los asuntos que son dirigidos por los sentimientos era mejor que fuesen improvisados.
-¿Porque has faltado a clase?- le preguntó ella.
Damián miraba a la pared, avergonzado de la verdad de su motivo.
-Soy un vago y pasaba de venir.- mintió.
-Uh, que malote...
Iba a decir algo cuando de repente, la puerta del aula se abrió. Entró una mujer de mediana edad, alguna cana se asomaba por detras de sus orejas cayendo de su coleta. Unas gafas rectas ocultaban sus oscuros ojos apoyadas sobre una nariz pronunciada. Vestía un jersey feo para el gusto general de las personas, decorado con estampados extraños de diversos colores. Su porte la otorgaba una sensación de altanería y superioridad. Sus ojos recorrieron toda la clase hasta encontrar a Damián. Le señalo y le hizo un gesto de que se acercase a ella.
-Damián, ven conmigo.
Elena le miró preocupada. Los dos se imaginaban el tipo de charla que podía tener un alumno que peca de absentismo y la tutora de la clase.

jueves, 30 de julio de 2015

Capítulo 17: Los poetas lloran versos.

El calor de aquella habitación se estaba volviendo algo insufrible, perlando la frente de los dos adolescentes. Andrea miraba a Damián boquiabierta, anonadada ante el relato que su amigo le estaba contando. Se mostraba incrédula ante aquel suceso experimentado por Damián. En su mente solo se concebía la idea de que todo era una invención, una tomadura de pelo o algo similar.
-¿Pero a ti no te gustaba Rocío?
Damián miraba al suelo, en un intento fallido de eludir tener que responder.
-Sinceramente, no lo se.
Andrea seguía en estupefacta, tratando aun de asimilar aquel beso el cual robó Damián de labios de Elena.
-¿Cómo fue exactamente?
Miraba a las blancas paredes de la habitación, evitando la mirada de su amiga. Cerró los ojos por un instante y comenzó a volver a relatar los hechos.
-La acompañé hasta su casa, y, no sabría explicarlo. Sentí el impulso de hacer aquello que hice al ver que me miraba con una expresión...
-¿tierna?- aventuró Andrea.
-Se podría decir, si. Bueno, ella se giró y creía que se iba, pero cuando vi que tardaba en abrir, pues me sentí incapaz de controlarme.
Andrea le miraba fijamente.
-¿Y?-añadió nerviosa
-Pues la besé.-respondió con un tono remarcando obviedad.
-Pero como fue pedazo de idiota. ¿No hizo amago de quitarse? ¿No dijo nada después? ¿Aclarasteis que sentís algo? ¡Cuenta!
El muchacho ya estaba cansado del interrogatorio al cual se estaba viendo sometido. A diferencia de sus amigos, Andrea no paraba de preguntar y preguntar mientras que ellos solo le felicitaron y le preguntaron tan solo si "se liaba bien".
-La verdad es que sentí como si ella también al ver que iba a besarla se acercase a mi. Y después, bueno, no había palabras, aunque si las había no dejamos hueco para ellas.
-¿Os liasteis y ya esta?
Damián recordaba la sonrisa de Elena y aquel adiós que se perdió como un susurro, junto con aquella brisa nocturna de verano que danzaba alrededor de ellos. Verla irse por aquellas escaleras del portal le creo un vacío en el pecho, aunque no podía evitar que se le antojase elegante el paso con el cual ascendía aquellos peldaños. Volvió a casa embriagado de aquellas caricias que a pesar de haber sido hacía tan solo unos instantes las notaba lejanas.
-¿Y Rocío?
La voz de Andrea le devolvió a la realidad. Por alguna extraña razón, el perder el contacto con ella supuso el ir olvidando poco a poco aquellos sentimientos de atracción, sumado a esto, la aparición de Elena como nueva compañera de pupitre suponía conocer a alguien nuevo, o mejor dicho, conocerse a si mismo.
-Rocío de por si llevaba extraña conmigo bastante tiempo, y, no se...-dejó escapar un bufido.- Elena tiene...algo.
Buscaba las palabras, pero no encontraba las expresiones adecuadas. En ese instante, Andrea se levantó, se acercó a una estantería y extrajo un libro. Se lo lanzó a Damián que lo agarró al vuelo en un acto reflejo. Miro la portada y leyó: Antología poética de Mario Benedetti.
-¿Por qué me das esto?
Andrea sonreía casi de oreja a oreja. -Mi padre siempre ha dicho que la poesía son las palabras que el corazón bloquea por las dudas del que será.
-Y mi padre dice que es una mariconada.
Andrea arqueó una ceja.
-¿Cuánta poesía has leído en tu vida?
Damián se guardó el libro en la cartera mientras prometía leerlo más tarde. Pasaron el resto de la tarde preparando uno de esos exámenes finales que tanto atormentan a los buenos estudiantes, aunque Damián nunca hubiese sido uno de ellos.

Cayó la noche mientras el se dejaba caer sobre la cama. Se encontraba aburrido de tanta ecuación, las cuales no le servían para resolver la incognita de sus días. Resoplaba mientras permanecía tumbado cuando oyó llegar a su hermana. Se asomó para darla las buenas noches, acto que venía siendo fruto de la nueva relación que habían establecido como hermanos. Al abrir la puerta se topó con un rostro enfadado.
-¿Te pasa algo?
-Rocío, que es retrasada la pobre.
Damián no entendía nada, pero tampoco quería molestar a su hermana.
-¿Sabes lo que ha pasado?- dijo esta repentinamente.
-Pues si no me lo cuentas tú, no.
No sabía porque siempre se mostraba irónico y sarcástico con su hermana, hay costumbres que  nunca se pierden a pesar de los cambios.
-Pues que la digo de subir a casa para cambiarme tras mancharme por su culpa y que se niega a acercarse tan solo.
-¿Y eso?
-Por no encontrarse contigo.
La sorpresa llegó como un golpe. Sabía que estaba distante, pero tanto como para no querer ni verle, no se lo esperaba.
-¿Y porqué no quiere encontrarse conmigo?
La expresión de Silvia cambió un poco. Su tono se torno más delicado. Al parecer, Rocío estaba al tanto de la atracción que ejercía sobre él, pero que no resultaba su tipo y no quería hacerle ilusiones. Damián no pudo evitar sonreírse para si mismo. Hacía tiempo que las llamas azules habían dejado extintas a la lumbre verdosa, prendiendo su corazón sin llegar a quemarlo. Aun así no podía evitar sentirse molesto. Ese acto lo sentía como una mezcla entre lástima y prepotencia. La verdad es que tampoco le había demostrado ser ese tipo de persona que es capaz de dejar las cosas claras, resultaba ser uno de esos personajes que huyen para no toparse con lo adverso. Damián se acercó a su hermana y la abrazó.
-No te enfades por eso anda, pasa del tema.
Silvia se mantenía rígida entre sus brazos, aunque segundos más tardes le correspondió apretandole fuerte ella. La dio las buenas noches y volvió a su habitación. Antes de tumbarse recordó aquel libro que su amiga Andrea le había dejado, así que lo tomó dispuesto a encontrar las palabras que el creía perdidas.

Media hora más tarde entre ese mar de poemas, no encontraba nada con lo cual se sintiese identificado, y por si fuese poco, entendía muy poco de aquellas expresiones. Fue entonces pasando páginas de forma aleatoria cuando se topó con un título que le llamaba la atención. Bocas de Mario Benedetti era un composición breve, bastante simple para el entendimiento,  pero que logró que Damián diese con aquello que buscaba: un sentido a aquel beso que robó. Entonces comprendió los poemas anteriores, comprendió que los poemas eran llantos y alegrías, era la expresión viva de aquello que el corazón ve. De ese poema entendió que el amor no solo son caricias y besos, está también el choque de dos personas, tanto en lo bueno como en lo malo, pero que siempre concluye en la unión de almas. En ese instante, Damián se sintió un niño ignorante, pues cuando él, como persona común, lloraba lágrimas, mientras los poetas, lloraban versos, palabras que no mojan si no que calan hasta el alma y perduran a pesar del paso del tiempo.

martes, 28 de julio de 2015

Capítulo 16: En un instante.

Su mente se veía atrapada en una nube extraña y amorfa compuesta de dudas e incertidumbre. Andaba ya por defecto, regido por el subconsciente, pensando en todo y a la vez en nada. Las finas manos de Elena rodeando su brazo provocaba en él un escalofrío que le obligaba a mantenerse firme y tenso, acompañado por una expresión facial muy forzada para la situación.
Las conversaciones apenas llegaban a sus oídos, se sentía como lejano y distante del mundo, una sensación que le era bien conocida ya, pues así se sentía la mayor parte del tiempo antes de su reservado diagnóstico. Por alguna extraña razón Elena era la causa de su retorno a la antigua personalidad a la cual consideraba enterrada ya, pero esta había vuelto, como si aquel médico de hospital no le hubiese informado de aquel tumor, como si la simple presencia de Elena le hiciese olvidarse de todo, o mejor dicho, su presencia resultaba un placebo que le hacía creer que podría vivir para siempre.
-¿Me acompañas a mirar una cosilla en esa tienda, Dami?- preguntó para sacarle de sus ensoñaciones.
Su voz temblorosa se resistía a salir, atenazada en sus labios secos que trataban de balbucear algo.
- Si quieres te acompaño yo- sorprendió Ramón al otro lado de la joven.
Damián, sin saber porque, disipó todas las brumas de su mente al oír esas palabras, tal vez al ver las intenciones de su amigo, o solo porque ya se había acostumbrado a ese abrazo al cual se veía sometido. Fijó la mano de la muchacha que reposaba en su brazo con su izquierda y sonriendo habló.
-¿A cual quieres ir?

Ya había comprobado en numerosas ocasiones lo tedioso que puede resultar ir de compras con una mujer gracias a su madre y a su hermana, pero lo de Elena se encontraba a otro nivel. Cada artículo que encontrase, le gustase o no, sentía fuertes impulsos de probárselo, pues alegaba que no es lo mismo verlo colgado que verlo puesto. Decenas de prendas volaban de los estantes a sus manos, con una velocidad sorprendente, y los cargaba hasta el probador. Cada nueva vestimenta que se probaba, descorría las cortinas del probador para buscar la aprobación de Damián, pues por mucho que ella pidiese opinión sabía que no buscaba precisamente oír algo negativo. Se sorprendía a si mismo al oírse decir cosas tan simples como: te queda bien todo, te queda genial y no hacía falta ni que te lo probases, mírate que guapa.
Siguió esa carrera de fondo a través de las tiendas visitando los probadores, mientras ella hacía las de modelo con cada nuevo conjunto, salvo con los que ella consideraba demasiado ostentosos, bikinis y ropas interiores. En ese momento se preguntaba dónde estarían sus amigos, y si estos serían capaces de salvarlo.

Se volvió a reunir el grupo entero y para sorpresa de Damián solo había trascurrido media hora. Sus amigos reían de lo que acababan de vivir en un momento gracias a la prima de Elena, que se encontraba más roja si se pudiese de lo normal. A lo visto en una de las tiendas, accidentalmente, desde uno de los probadores, llamó mamá a una de las dependientas cuando esta le pregunto que como iba. Al menos esto le había venido bien para soltarse con el grupo y parecer una amiga de toda la vida.
Mientras caminaban, Lucas se acercó a Damián aprovechando un momento en el que Elena le había liberado de la presa de su abrazo.
- Media hora de probadores, ¿Qué te habrá enseñado?
En ese instante, Damián notó cada músculo de su cuerpo tenso, el calor invadió cada uno de sus poros y era incapaz de no hacer rechinar los dientes.
-¿Te crees que Elena es una cualquiera?- susurró por lo bajo haciendo notar su enfado.
- No tío, es una broma.
Aferró fuertemente a Lucas por la muñeca y le giró hasta clavar su mirada en sus ojos. Sintió miedo en ellos.
- Pues ni de broma.
Lucas le miraba estupefacto. Era cierto que Damián había cambiado y que aveces esas variaciones se hacían patentes de forma brusca, pero nunca había sido de manera agresiva o por el estilo.
- Sueltame, que te estás pasando.
Damián comenzó a darse cuenta que estaba apretando cada vez más su agarre. Le soltó bruscamente.
- Perdona.
Lucas le miraba enfadado, pero al segundo sonrió. Le cubrió con su brazo los hombros y se acercó a su oído.
-¿Te la conseguimos?
Damián no pudo evitar reír. Conocía a sus amigos demasiado, lo suficiente como para saber que dejar algo así a cargo de ellos era obtener por resultado el silencio sepulcral de aquella muchacha por los restos.
- Déjate de tonterías anda, que aun no me he pillado las chanclas.

El resto de la tarde transcurrió con normalidad. Volvieron todos juntos en el mismo tren, Elena y Lara sentadas en un lado solas conversaban tranquilamente, mientras que el grupito, para variar, jugaba a un juego llamado "achante" que consistía en que si hacías que alguien retrocediese su rostro podías golpearlo en el hombro. Se separaron una vez llegaron a la estación, Castillo recogido por sus padres, que acercaron a los hermanos Terry y a Lara, que resultaba vivir en la misma urbanización que ellos. A falta de plazas Damián y Elena fueron andando, pues era lo que más cerca vivían de allí. Durante su paseo no faltó en ningún momento una sonrisa, el ya conocido para Damián abrazo de Elena y las bromas sin sentido que se dedicaban el uno al otro. Sin darse cuenta, llegaron al portal de Elena, que se encontraba un poco antes de llegar al ayuntamiento. Se quedaron allí charlando por un rato.
- Mañana nos tocará vernos en clase.
-¿A la misma hora en la misma mesa?- bromeó Damián arqueando la ceja.
-Que estúpido.- dijo riéndose.
Damián, para variar, se encontraba perdido en el fondo de aquellos ojos. En aquel día había descubierto que no solo sus ojos eran lo que le atraían, y no solo hablando de su físico, si no también esa personalidad tan inocente que le daban ganas de abrazarla e impedir que nadie corrompiese esos actos ingenuos e infantiles.
-La verdad Damián, he de decir que me encanta estar contigo.
-¿Eso quiere decir que no has hecho los deberes?- Volvió a bromear Damián.
Esta vez, ella no río la gracia. Dejó escapar un ligero suspiro y saco las llaves de su casa.
- Bueno, nos vemos mañana, Dami.-dijo con voz apenada.
Damián no comprendía que pasaba,  porque ese cambio en su forma de ser. La vio juguetear con las llaves en su mano buscando aquella que pertenecía a la del portal, tomándose su tiempo en ello. Recordó entonces una película que vio en su día, en ella decía en una de sus escenas que cuando una mujer hacía eso es que no quería separarse del hombre que le había acompañado. Los nervios se apoderaron de él de una manera que nunca antes había conocido. Era como un vórtice que se tragaba su conciencia, un huracán de pensamientos que no daban orden a nada. Su corazón parecía estar parado de lo veloz en sus acometidas. Comprendió el porqué de todo en ese instante.
Se encontraba ella abriendo ya la puerta del portal y entrando.
-Elena.
Esta se giró para mirarle. Con el corazón en un puño, se acercó a ella, tropezando más que andando. Podía verse reflejado en los ojos de Elena, abiertos como platos. La agarró suavemente del brazo y la acercó hacia sí. La miró por un instante embobado y acto seguido acercó sus labios a los suyos. Esperaba que ella se quitase, pero se sorprendió al ver que Elena salía a su encuentro. Los dos se besaron, torpes debido a la inexperiencia de ambos, pero creando un hechizo que haría conservar ese instante en la memoria de los dos para siempre.

viernes, 24 de julio de 2015

Capítulo 15: Sorteo de azar.

El silencio era sepulcral. Castillo y los hermanos Terry miraban de reojo ha todos los lados posibles desde su posición. Damián los miraba sin comprender, testigo desde hacía cinco minutos en los cuales el había llegado de la particular escena. Nadie se atrevía a romper la concentración de los muchachos, fuese a donde fuera que esta estuviese dirigida, y nadie movía apenas un músculo si no era para tan solo parpadear.
- Cuatro a las dos.- dijo repentinamente uno de los hermanos Terry.
El resto movió tan rápido el cuello que se llegó a escuchar a algún que otro crujido. Damián miraba tratando de comprender que pasaba. Cuando vio que hacian referencia a dos bonitas chicas que paseaban por el centro comercial riendo divertidas lo comprendió todo. No pudo evitar dejar escapar una sonrisa socarrona por no haberse dado cuenta antes.
Para variar sus amigos estaban reflejando su edad promiscua sin ningún tipo de vergüenza, prueba de ello eran los numerosos comentarios de mal gusto, para opinión de Damián.
- Se la metía hasta en el bolso- dijo Castillo señalando a una que pasaba frente a ellos.
Todos rieron del poco tacto del cual hacía gala aquel largo adolescente, que se mofaba de su propia broma.
Damián se sumó al juego señalando a dos o tres.
-Que vista tienes Damián.-dijo uno de estos.
-Y menudas vistas nos dan ellas.-bromeó otro.
Las risas eran un no parar. Damián siempre agradecía compartir momentos con aquellos amigos, a pesar de que tendiesen a repetirse y que luego resultase que todo lo que hablasen fuese por la boca chica. Aun así no podía evitar alegrarse de haber decidido planear él aquel día que tantas sorpresas le iba a dar.

Llegó la hora de comer y tras una breve disputa por visitar varios establecimientos, se pusieron de acuerdo por ir a una conocida franquicia de comida rápida. En breves veinte minutos hicieron todos gala de una voracidad increíble, arrasando con sus bandejas individuales llenas hasta los topes gracias a las ofertas que la marca tenía a su disposición. Abandonaron el local sin tan siquiera recoger los restos que habían dejado, y se dispusieron a visitar el resto de tiendas que se habían dejado aun por ver.
En más de una ocasión se separaron por parejas para ver las tiendas. Castillo se había comprado una camiseta de una cara marca y unas zapatillas que solo por el precio Damián creía que debían de tener hasta tecnología de la NASA. Los hermanos Terry, habituados a compartir la ropa, se habían puesto de acuerdo para hacerse con unas camiseta con diseños de comics conocidos y una gorra de visera plana cada uno, que por su coste podían haberse comprado otro par de camisetas más. Damián no es que fuese un rata, simplemente no le gustaba el hecho de vestir una marca. Con el dinero que tenía ahorrado había comprado dos camisas, una a cuadros con varios tonos de azul cada uno, y una similar pero de tonos rojizos. Un bañador negro adornado con dos bandas blancas reposaba en una de las bolsas con las que cargaba.
- Me falta algo.-dijo Damián mientras caminaba.
- ¿Lo dices por Fofo?-contestó Castillo- Ese tonto prefería que la fea esa de Carla la llorará en el hombro. Y encima el payaso se creerá que se la va a ligar...
- Lo decía porque necesito unas chanclas.
-Castillo dice eso ahora, pero bien que le hablabas a la chavala cuando te enteraste de que lo dejó con el novio.
Las risas se agolparon causando que todos los viandantes se les quedasen mirando. Damián pensó que para aquellas personas no tenían que ser más que unos niñatos con un problema de educación, y la verdad que no iban desencaminados.
Seguían caminando cuando Ramón se detuvo en seco. Todos se voltearon para mirarle.
-¿Qué pasa?-preguntó su hermano Lucas.
Sin tan si quiera abrir la boca señalo en una dirección. Allí se encontraba una muchacha de espaldas. El cabello rubio liso caía hasta la altura de la mitad de su espalda. Bajaron un poco más la vista y entendieron el porque del enmudecimiento de Ramón. Damián nunca había entendido porque los traseros de mujeres podían resustar atractivos, pero no podía negar que el culo de aquella muchacha tenía algo hipnótico.
-¿Quién se acerca a hablarla?- dijo Castillo.
Todos guardaban silencio como un muerto los secretos. Los hermanos Terry eran conocidos por su capacidad de tomar el pelo a cualquiera que pudiesen, pero cuando se trataba del tema de mujeres ambos hermanos dejaban sus chacharan en un cajón olvidado. Castillo era un tanto más lanzado, pero se veía incapaz de hablar a una chica sin conocerla antes de algo. Damián ni tan siquiera pensaba en ligar con una desconocida, por muy despampanante que fuese su culo. Aun así con una sonrisa se dirigió hacia ella. Sus amigos se paralizaron ante tal sorpresa. No tenía pensado ni llevarse su móvil ni nada semejante, solo crear una buena anécdota de la cual se pudieran reír. Estaba ya a un metro de aquella chica y sintió el galope de su corazón que trataba de atravesar su fino pecho. Ella estaba de espaldas a él hablando con una poco agraciada chica que rondaría los dieciséis. Colocó la mano sobre su hombro y habló.
- Hola, perdona, es que te he visto, y bueno, he sido incapaz de no acercarme a hablarte y...
La chica se volteó y las palabras de Damián cayeron a plomo contra el suelo. Su corazón se encontraba al borde del infarto, más un revuelo en su estómago lo torturaba cruelmente.
-Aiba, Dami, que casualidad. ¿Qué tal?
Elena se encontraba frente a él, brillando tras el mar que robosaba en sus ojos.
-Bueno, que he venido aquí con estos y...te he visto, vamos. Me acercado a saludarte por cumplir y esas cosas.
Se sentía más estúpido a cada palabra que al viento libraba. Ella no dejaba de sonreír y mirarle de una manera que a él se le antojo inocente. Se giró Damián en busca de apoyo amigo, pero se habían cerrado en corrillo, fingiendo que la cosa no iba con ellos. Menudos amigos pensó. La miró de nuevo.
-¿De compritas entonces?
Era más que obvio, pero no sabía como salir de ese callejón sin salida en el cual se había metido. Para la próxima vez actuaría antes de pensar.
- Pues si, he venido aquí con mi prima Lara.
Con un gesto señalo a su prima y los presentó. Dos besos en cada mejilla le permitió a Damián notar que la piel de la cara de esa muchacha estaba áspera debido a numerosos pequeños granitos.
Se fijó con detenimiento. Al igual que Elena era rubia, pero su cabello llegaba hasta los hombros y parecía tenerlo muy maltratado. Sus ojos azules hacían contraste con una cara rojiza llena de erupciones junto a una fea nariz aguileña. Volvió a centrarse en Elena para tratar de no ser descarado.
-Llevamos aquí desde las tres y la verdad es que ya nos estamos aburriendo.
-Veniros con nosotros entonces.- Se apresuró a decir Damián.
-No queremos molestar.
-No sois molestia, idiota.
Las invitó con la mano a ir hacia donde estaban sus amigos. En un breve momento las presentó y les informó de los cambios de planes. Sus amigos sonreían, pero sabía que por dentro le maldecían, ahora tenían que controlar todos sus comentarios obscenos.
Comenzaron a andar por aquel amplio centro comercial. Un par de halagos a aquella chica de ojos marinos le sirvió para que se ganase que ella se abrazase a su brazo por un rato. Aun quedaba tarde, y no sabía en que momento sus nervios le iban permitir disfrutar de la sensación que le producía el contacto de Elena. Los nervios aveces no nos dejan concentrarnos en lo que realmente nos puede hacer sentir bien pensó.

jueves, 23 de julio de 2015

Diario de Damián: Lo que nunca supe y aprendí.

Siempre supe que todo tenía un fin, pero el hecho de saberlo no me hacía consciente. Aquellos días se alargaban degenerando en extensas jornadas donde el aburrimiento hacia mella en cada uno de mis actos. Los libros habían dejado de saciarme, internet apenas me ofrecía un segundo de entretenimiento, el calor agotador aplastaba mis ideas contra el piso y producía unas irrefrenables ganas de quitarse ropa en busca de ese contacto que produce la brisa al toparse con la piel desnuda. Llevaba demasiado tiempo sin vivir algo interesante.
Junio había entrado a golpe de calor, de una manera poca sigilosa, irrumpiendo de un día para otro en la ya pesada rutina.
Sumado el agotador curso escolar, el hecho de ir al instituto se volvía inhumano, quitando cualquier vestigio de querer ir a aquel horno que teníamos por aula. Por alguna razón la idea de encontrarme con Rocío brindaba las fuerzas necesarias para afrontar esos últimos días de calendario escolar, a pesar de que se mostrase distante hacia mi de forma tan repentina, cosa que no entendía porqué, ya que yo no vislumbraba ninguna causa de enfado hacia mí. Aun a pesar de eso era incapaz de no perderme en el bosque verde que eran sus ojos, en mi ocasionaban un sentimiento de reencuentro conmigo mismo, sintiendo como si recuperase algo que había olvidado hace tiempo.
Por otro lado estaba Elena. Por algún motivo que desconozco, algo me impulsaba a hablar con ella, a mecerme en esa delicada voz melódica que poseía, sembrando la semilla de la duda en mi interior. Cada encuentro entre nosotros era como si regase sobre la confusión que me atemorizaba, saliendo así los primeros brotes que se bifurcaban en dos ramas, cada una de un color distinto.
No podía mentir, era irrefrenable el deseo, quería ahogarme en el mar de sus ojos azules, porque solo ahí sentía que era capaz de respirar de nuevo, el aire que me arrebata al mirarlos.
A diferencia de Rocío, Elena si era cordial conmigo, pero siempre desde un trato amistoso y confiable. Solía darme la sensación de que no había olvidado a aquel principito de alto lívido, el cual había aprovechado la oportunidad de conocer los a fondos de Sara, aquella chica tan desagradable para unos debido a su personalidad egocéntrica, pero tan encatadora para otros, debido a las pocas trabas que ponía a aquellos chicos de la edad que solo piensan en divertirse.
Por otra parte, me sorprendía como el hecho de sentirte atraído por una persona podía causar la ignoracia frente a los defectos de dicha persona, sorpresa que venía tanto de un punto de vista externo como interno.
Respecto a mi enfermedad me impresionaba no ver un empeoramiento masivo o rápido. Los médicos me avisaron de que la peor parte sería la final, pero aun así me resultaba sorprendente.
Sabía que el hecho de mantenerme sin un reflejo físico de mi cáncer hacía difícil asimilar los pocos años que me quedaban, y más aun a todos mis seres queridos. Me miraba al espejo con el ceño fruncido, asqueado conmigo mismo por no haber sido capaz de disfrutar en el pasado. Mis pómulos seguían sobresaliendo ligeramente bajo la piel de mi rostro, mi mirada se seguía mostrándose pronfunda, pero curiosamente, con más ganas de vivir que nunca. Los mechones del pelo caían en remolinos a la altura de la mitad de mi frente. Era la primera vez que me dejaba el cabello tan largo. Había crecido unos centímetros y mis hombros habían ensanchado un poco, pero no eran cambios notables realmente. Como un gallo de corral, sacaba pecho frente a la imagen que se encontraba frente a mí. Era una pena que todo algún día se acabase, a pesar de ser más los momentos aburridos y tediosos, los buenos eran tan fantásticos que merecía todo la pena. Mi tiempo comenzaba a escasear, pero sabía que los dos años que estaban a punto de quedarme iban a dar para mucho, porque acababa de conocer la fuente de mi felicidad, mi "por los míos mi fe".

viernes, 1 de mayo de 2015

Capítulo 14: Ausente en presencia.

El panorama seguía el ritmo de la rutina sin perderse en ningún detalle cerrando el paso a cualquier novedad que pudiese irrumpir en los más que repetitivos días. Carpetas y estuches de diversos colores y diseños reposaban sobre las pintarrajeadas mesas de instituto firmadas por autores carentes de arte, pero llenos de inspiración a causa del aburrimiento, que preferían mantenerse en el anonimato por miedo a una sanción. Tímidos rayos de luz provenientes de un débil sol mañanero se asomaban por aquellas ventanas que chirriaban a la hora de ser cerradas o abiertas. El bullicio construía su trono sobre las lenguas de los jóvenes estudiantes, tan repletos de energía, a pesar de las tempranas horas que concedían aquel apagado presente. Los pasos eran discordantes y faltos de orden, encaminados a distintos destinos pero poseedores de un mismo y tedioso resultado. Los ojos de Damián chocaban con esta estampa que fortalecía el deseo de gritar y salir corriendo, hacia ninguna parte, cualquier lugar lejano a ese odioso instituto que tanta amargaba a su espíritu inconforme, ahogándolo en un pozo de agua de lluvia corrompida.
Las únicas fuerzas que le eran restablecidas era gracias a sus amigos, y curiosamente para su sorpresa también a sus conversaciones con Elena, su parlanchina compañera de pupitre.
Aquella niña de ojos azul cielo dedicaba las horas de clase a contarle con incesantes ganas aquellos episodios de su vida que consideraba de interés, más todos los cotilleos sonados del momento que circulaban por el centro. Solía fingir un poco creíble interés por los relatos de Elena, cada cual más disparatado, solo por temor a perder la buena relación que habían llegado a tener, pues tenía que admitir que la sonrisa de aquella chica de ojos claros le concedía un momento de paz y respiro al contagiarse de la perceptiva inocente que la caracterizaba. Cada día le recibía siempre con una expresión alegre y a pesar de la frustración de no poder concentrarse en sus propios pensamientos por la incansable dicharachera compañera, no podía evitar echar de menos su presencia los días que se ausentaba. Su encanto se debía a que aquella muchacha tenía la gran habilidad de ser capaz de sacarle conversación a un muerto y un cuerpo en proceso de mujer adulta que ya comenzaba a traer miradas indiscretas y lascivas entre sus compañeros. Damián ya se había sorprendido a sí mismo tratando a principios de curso de ver más allá de un discreto escote, de una camiseta básica de hombros, sonrojándose de tal manera que toda su sangre se concentró en sus delgadas mejillas.
Ella era bastante popular entre los chicos, pero también era bastante ingenua inmersa aún en ideales infantiles de cuentos. Damián creía que faltaban chicas así, que no tratasen de aparentar una edad que no fuese la suya, como el consideraba que eran un gran número. Un ejemplo de su clase era Sara, también conocida como "La Abierta" y no precisamente por su forma de pensar. Era un año mayor que el grupo, ya que se trataba de una repetidora, y al contrario que Elena no era simpática, y si lo era resultaba ser de manera muy selectiva. Sus gustos estaban muy marcados a esquema de chicos considerados como los populares mientras que el resto eran sumidos a la sombra de su indiferencia y desdén. Los rumores respecto a sus habilidades con la lengua eran variados, y no precisamente en el campo del habla, el cual encontraba bastante limitado a expresiones vulgares, y su egocentrismo era un aura que lo cubría con un velo de repugnancia a ojos de Damián. Ni tan siquiera era atractiva. Hasta en aquel frío invierno ya canoso vestía con camisetas ajustadas que enseñaban el ombligo complementado con un brillante pendiente tan redondo como la tripa que enseñaba. Su ancha nariz cubría la media cara que no estaba oculta tras un recto flequillo, repeinado cada minuto por un peine que llevaba siempre consigo.
Mientras que ella aceptaba a cualquier posible amante por una semana, Elena se mostraba enamoradiza e infantil esperando la llegada de su príncipe, aquel que se había desviado del camino para descansar entre los brazos de Sara. "Será que los príncipes visitan mas los burdeles que su lecho conyugal y las princesas se entretienen con los mozos de cuadra" pensaba para si Damián tras ser conocedor de tantas historias adolescentes pasadas. Aquel día contemplo por primera vez los ojos tristes de Elena, al saber que Roberto, considerado la promesa deportiva por todos, se dejaba llevar por Sara a un rincón donde esconderse de miradas indiscretas.
-¿Qué te pasa, Elena?- Preguntó Damián.
Por primera vez desde que la conocía, guardó silencio mientras retenía lágrimas en los ojos, No eran necesarias las palabras para entender que la pasaba.

Por aquellos días los momentos incómodos hacían actos de presencia entre Damián y Elena. Esa manía suya de hablar hasta por los codos se mostraba ausente. Damián tragaba saliva y miraba fijo a la verdosa pizarra. No se le daba bien iniciar una conversación, de esa parte siempre se había encargado el resto, y para colmo Elena no ayudaba a mantenerlas más allá de un breve instante donde su naturaleza vivaz trataba de tomar nuevamente el control de sus actos. Si algo aprendió Damián de todos sus prolongados monólogos de cotilleos es que la tristeza nunca es eterna y aun sufriendo de ella siempre existe alguien o algo que nos arranca una sonrisa.
-¿Te has fijado que Carlos lleva la etiqueta de la camisa por fuera?-dijo Damián en un frustrado intento de hacerla reír.
Elena garabateaba con aplomo sobre una agenda escolar de tonos apagados y lúgubres encerrada en sus pensamientos. Sin dejar de mirar el bolígrafo de su mano asintió.
Damián comenzaba a sentirse asqueado. ¿Porqué trataba de animarla? Ni tan siquiera era su amiga, no le debía afectar a su estado emocional. Pero lo hacía. Los momentos incómodos se alargaban y aumentaba su inquietud. Ya había pasado dos días y no mostraba síntoma de mejora. La poca paciencia que aun guardaba en todos sus vanos intentos de hacerla sonreír se habían esfumado.
Era clase de inglés y Damián reflexionaba contemplando a su compañera correar el bolígrafo por el libro de ejercicios resolviendo con facilidad las cuestiones planteadas. Su personalidad retraída parecía no alcanzar su objetivo, así que decidió dejar caer peso en la balanza de ese nuevo carácter que se había forjado. Sin previo aviso Damián retiró aquel libro de la vista de Elena corriendo la tinta por mitad de la página.
-¿Qué haces?- preguntó en una mezcla de enfado y duda.
La respiración agitada del muchacha no era más que un signo de su nerviosismo. Aun no se había acostumbrado a poder comportarse así. Respiro hondo.
-Me vas a decir ya que te pasa.
¿Que qué me pasa? ¿Qué te pasa a ti, idiota?
No estaba resultando. Pensó que tal vez no lo estaba enfocando de la manera adecuada, a sí que concluyó que dejar salir a las palabras sería lo mas acertado.
- Normalmente me estaría dando el puto coñazo con lo que pasa entre Menganito y Fulanita, pero llevas un par de días muy rara.
Sus ojos oscuros se clavaron en los suyos. Trató de escudriñar sus pensamientos a través de ellos, pero le fue imposible.
-Si te doy el coñazo como dices, ¿porqué preguntas? ¿Acaso quieres que te lo vuelva a dar?
La pregunta le pillo por sorpresa. Volvió a clavar su mirada y lo vio. Ella solo ansiaba una respuesta, una que fuese sincera y no una complaciente para agasajar al oído.
 -Porque cuando lo hacías estaba siempre sonriendo.
La voz chillona de la profesora sonaba de fondo impartiendo la lección sin percatarse de las conversaciones de sus alumnos. O al menos fingía a la perfección no darse cuenta.
Aquellos ojos claros seguían penetrando en los suyos obligándose a retirar la mirada, ruborizado de sus palabras. A veces olvidaba que solo rozaba los dieciséis años, que no era más que un niño con complejo de maduro, siendo incapaz de no enrojecer por mirar a una mujer todavía más cercana a la niñez que a una edad adulta. Su personalidad tímida volvió hacerse dueño de él, manifestándose en su gesto tornado torpe, su habla atropellada, farfullando palabras sin sentido.
-¿Qué importa que sonría o no? Mi sonrisa no aporta nada, Yo no aporto nada.
Son los dramas de aquellas edades tan duras donde todos buscan su identidad, preguntas como "¿Quién soy" "¿Para que sirvo?" y una de las más repetidas, "¿Porqué no me hace caso?". Damián le daba vueltas, buscaba las palabras idóneas, pero comprendió ser una estupidez, que los discursos preparados no funcionan para expresar emociones, que solo las palabras que brotan directas desde el corazón suenan sinceras, pues no han sido corrompidas por el pensamiento.
- Sabes, cada día me plateo la misma pregunta. No se porque vengo aquí a diario cuando no tendría que hacerlo si quisiera.
Elena callaba atenta a las palabras de Damián, perdidas casi en un susurro.
-¿Pero sabes qué? Lo acabo haciendo, cagándome en todo, hasta que llego a clase y te encuentro aquí sentada, sonriéndome. En ese momento pienso que realmente merece la pena venir.
Se sentía envalentonado, capaz de convencer a cualquiera de lo que fuese. Tras una breve parada prosiguió.
-Si causas ese efecto en mi, que solo soy un simple compañero de clase, no me puedo imaginar que debe ser para tu familia y amigas. Tal vez eso sea lo que aportes: luz.-Damián se relamía con cada frase.- ¿Una chica rubia de ojos azules tan guapa me habla alegremente a diario? ¡Ni yo me lo creo! Me siento hasta grande. Nos haces grande. Así que no te preguntes que para que vales si no quien vale, quien se merece tu atención.
Calló dejando sus últimas palabras en el aire, esperando que calasen en el fondo de su interior. Estaba orgulloso, era un poeta. No. Un rey poeta con corona y cetro. Así se veía.
-Vaya cursilada, Dami.
La corona se escurrió de su coronilla estrellándose contra el suelo provocando un estruendo metálico.
-¿Perdón?
-Que te has puesto ñoño.
El cetro ardía en su mano, prendía su piel y le obligaba a liberarlo para hacer compañía a la corona. No entendía por que había tratado de animarla.
Su respuesta no tardó en llegar. Esa inocente sonrisa había vuelto, aunque fuese a causa de él, le resultaba gratificante.
-Gracias por animarme.- dijo finalmente.
Los sonidos de la calle llegaban débiles tras chocar con la ventana, pero lograban entremezclarse con las voces del aula. Elena seguía con sus mofas de Damián, con un carácter cariñoso y este no podía más que volverse a encerrar en su forma tímida.

Llegó la hora de salir y la rutinaria estampida hizo acto de presencia donde cada uno de los estudiantes empujaba al de delante intentando así acelerar su ida.
Ese día el padre de Damián había acabado antes de trabajar por falta de clientes en la oficina. Le esperaba apoyado en el coche aparcado cerca del paso de peatones que daba a la entrada de aquel instituto. Tras una pequeña carrera llegó hasta su padre que estaba apurando las últimas caladas a un cigarro mal liado.
-¿Dónde está tu hermana, flaco?-Preguntó su padre a forma de saludo.
-Se iba a comer con las amigas o algo así.
Aspiró una última calada, tiró la colilla al suelo y la piso para que se apagara.
-Entonces mueve el culo.-y le guiñó un ojo.
Subió al coche sin mediar palabra y de forma automática encendió la radio por su emisora favorita. Una balada de rock sonaba ya cerca de su parte final. Giró la ruleta del volumen y la canción llenó cada hueco del vehículo con la magia sonora que destilaba.
-Veo que te gusta esta canción.
-Todas las de esta emisora prácticamente me gustan.
Arrancó el coche y emprendieron la vuelta a casa. Damián miraba por la ventanilla hacia la acera observando a los demás chavales de su edad que volvían andando mientras hacían el tonto. Se fijó en unos que caminaban golpeándose en los brazos mientras gritaban barbaridades y se perseguían. Un poco más adelante estaba Elena. Sus ojos claros dieron con aquel tímido muchacho que se acomodaba incómodo sobre el asiento de copiloto. Alegremente le despidió con la mano. Él, cortándose por la presencia de su padre, correspondió el gesto levantando su brazo de forma veloz.
-¿Es tu amiga?- dijo mientras se encendía otro cigarro liado que ya guardaba preparado.
Sabía que se avecina una conversación incómoda así que dedicó a tratar de zanjarla con respuestas cortas.
-Se sienta a mi lado en clase.
Antes de acabar la frase su padre, sin apenas separar las manos del volante, ya había prendido el cigarro y llenado de humo el pequeño habitáculo junto con ese fuerte olor que solo el tabaco es capaz de desprender. Dio una pausada calada y suavemente la expiró.
- Es guapa.
Una imagen de Elena le vino por sorpresa a la cabeza, sentada en aquel pupitre mirándole alegremente.
Guardó silencio.
-¿Te la has ligado ya?
-¿Qué?
Su padre liberó una pequeña risa burlona.
-Has salido a la familia de tu madre. Que pena.
Otra vez se declinó por callar. Lo cierto es que en su cerebro se estaba debatiendo una lucha. Cada vez que pensaba en Elena, Rocío parecía ser invocada y el fuego estallaba entre llamaradas azules y verdes. Cerró los ojos y apoyó la frente sobre el salpicadero. Algo estaba mal.
Una flecha se clavaba en el hueco que otra había dejado y ahora se veía incapaz de determinar cuál de estas había alcanzado más profundidad su... no sabía determinar el que, no podía definirlo con palabras. Respiró hondo. Sus pulsaciones volvían a encaminarse a la normalidad.
Como fuese, daba lo mismo, pues ninguna de ellas se fijaría en él. Una canción desconocida para sus oídos daba comienzo en ese instante. Sonrió. Le gustaba esa canción.


"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."-Gustavo Adolfo Bécquer.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Capítulo 13: La cara y no la espalda.

La respiración se bloqueaba en su traquea y el aire se negaba a pasar más allá. Un vaso frente a él con una burbujeante bebida parecía mofarse de él carcajeándose con cada pompa de gas que se liberaba. Odiaba las situaciones incómodas y esa no era una excepción. Las amigas de Andrea les habían invitado a sentarse junto a ellas por falta de mesas libres. Damián no se consideraba un experto en mujeres, más bien todo lo contrario, pero si algo sabía de ellas es que pueden ser muy vengativas, rencorosas, manipuladoras y lo peor de todo, sutiles es sus puñaladas. Fuera de la conversación parecía un grupo de amigas normal y corriente, pero siendo un testigo cercano como estaba siendo él podía alcanzar a oler el azufre y el fósforo mientras cada una de esas maquivélicas mentes del diablo mostraban falsas sonrisas dispuestas a segar la vida de cualquiera con sus afiladas lenguas bífidas. Andrea trataba de mostrarse con normalidad pero para el ojo atento era obvio su nerviosismo por pequeños detalles: el temblor de su voz, algunos movimientos torpes y los intentos de mirar a otro sitio que no fuese los ojos de aquellas leonas que esperaban su momento para saltar sobre su cuello. Su disculpa había sido lo más triste de todo, le sorprendía la falta de imaginación que podía llegar a dejar tantas lagunas en sus excusas baratas e improvisadas. Una supuesta fiebre que había remitido y pocas ganas de tener un día movido hacia de Damián de temer por sus espaldas.
La bebida en los vasos se consumía rápido en esos labios sedientos y las pullas hacia Andrea se mostraban continuas.
-Bueno Andrea, dentro de nada haré una fiesta por mi cumple, espero que no te de fiebre.- dijo una.
Todas reían mientras que la pobre solo podía quedarse mirando cual culpable que ha sido descubierto.
-Que mala eres Bea, ya sabes que Andrea sufre de fuertes dolores de cabeza.- y mientras decía esto miraba directamente a Damián.
Su sonrisa maliciosa dejaba entrever la intención con la cual decía dichas palabras. Damián sentía el pecho acelerarse al ser invadido por el deseo de responder de una manera igual de mordaz, pero tenía en consideración el estado de la situación por lo que se contuvo devolviendo una simple medio sonrisa tratando de parecer ingenuo.
La conversación parecía ya más en otros temas ajenos y comenzaron lo que para Damián no era más que esa típica conversación de mujeres cotilleando sobre otras parejas. Durante casi media hora despotricaron sobre una de las amigas que se había ausentado por ya tener planes con su novio, el cual según ellas era demasiado para su amiga. Conocía a dicha amiga. Era algo bajita, con un poco más de peso de lo recomendable, sus ojos caídos parecía siempre tristes de no ser porque siempre estaba sonriendo. Para Damián era la única chica simpática junto con Andrea de todo ese grupo. El novio también le conocía, le había visto más de una vez conversando con su amigo Castillo llegando incluso a tratar un poco con él. Aunque a primera vista desprendía un halo de prepotencia el conocerle te hacía cambiar de parecer hasta el extremo, viendo en el una persona de gran humildad. No era un mal tipo. Volviendo de su nube de pensamientos regresó a su condena de cadenas incómodas donde seguían hablando mal de la muchacha.
-Poco le va a durar. Que fea que es. Y encima vistiendo así.
-A tenido que ser muy guarra para conseguirle.
-Debe creer que tiene dinero.
-¿Cómo va a creer eso? ¿Has visto como viste?
Damián seguía sorprendiéndose por la capacidad de esas quinceañeras para insultar a su propia amiga. Sabía que si estuviese presente la estaría regalando los oídos, palabras de caramelo entre esas falsas amistades que mantenían entre ellas. Su grupo de amigos era todo lo contrario. En la cara no era más que insultos, ninguna palabra cariñosa sino al contrario, pero cuando uno no estaba solo se era objetivo, podía haber quejas, pero siempre se finalizaban con un "pero es un gran tío". Damián se reía en ese momento de aquel que dijo que los hombres y mujeres solo eran distintos físicamente. Los comportamientos eran contrarios, los hábitos diferentes e incluso la forma de sentir. Hombres y  mujeres solo son iguales en derechos y obligaciones, o al menos así debería ser sino fuese por esta sociedad machista.
La retahíla de calificativos caía sobre la mesa y las risas hacían la de banda sonora. La mayor de sus sorpresas fue que hasta Andrea participaba. Dejo libre un suspiro y se levantó.
-Voy un momento al baño.- dijo disculpándose.
Parecían que no le habían oído por no decir que fue ignorado. No tenía ninguna necesidad que requiriera del aseo pero necesitaba escapar de ahí, aunque fuese por cinco minutos. Entró al lavabo y se quedó mirándose frente al espejo. La imagen que contemplaba se le antojaba cansada. Los trazos que firmaba sus ojeras sumado a una expresión apagada formaban aquel rostro infantil de ojos maduros. Salió de allí con paso lento, con ganas de que todo pasara rápido para poder volver al refugio que era su habitación.
Al llegar a la mesa se percató que en su ausencia había llegado aquella amiga a la cual habían mentado literalmente como "tapón grueso". Debían de dolerla los oídos de una forma escandalosa de tanto pitarles.
-Menos mal que al final has venido cari.- decía una mientras la daba un fuerte beso en la mejilla.
-Joder, te hemos echado mazo de menos.
-Mírala que guapa, madre.
La chica devolvía las zalamerías con la misma mano diestra que estas.
Sin mediar palabra, Damián se levantó, dejó en la mesa un billete pequeño que cubría las bebidas de Andrea y suyas. Ya había visto demasiado, si seguía allí explotaría.
-¿Te vas?- pregunto una de las malas actrices.
-Si, no quiero molestar más.
-Si no molestas tonto.- dijo una jocosamente.
Damián comenzó a reír pillando a todas por sorpresa. La gota siempre acaba por colmar el vaso pensó. Miró a la recién llegada y tras parar de reír dijo de manera seria.
-Yo no molesto, lo que las molesta es tu "cuerpo botijo", tu "ropa de mercadillo" y tus "ojos de rana". Considéralo envidia, eso solo ha sido media hora hablando de ti, la otra media ha sido de tu novio, y no tan mal precisamente.
Todas enmudecieron, nadie se atrevía a romper el silencio.
-¿De qué vas, chaval?- dijo una de ellas envalentonada.
La miro fijamente. Era la que había dejado caer la indirecta de que él era los dolores de cabeza de Andrea.
-No me culpes, la culpa es tuya por ser una jodida falsa.- se detuvo un momento esperando reacciones.- El dolor de cabeza se va tras tomar de su propia medicina. Que asco de voces chillonas.
Dio media vuelta y se marchó. El silencio que guardaron en sus labios le permitió escuchar como su amiga Andrea se levantaba, cogía su abrigo y le seguía tras disculparse por él.
Mejor así que aguantando payasas pensó.

-¿Porqué has dicho todo eso?
¿Porqué no lo has hecho tú? pensó, pero decidió guardar silencio.
-Nunca te había visto llegar hasta ese punto de borde. Dami, estás cambiando.
No pudo evitar el sonreírse. ¿De verdad estaba cambiando? Era cierto que en el pasado no se hubiese atrevido a actuar así, pero era por cobardía, no porque no fuese así.
Damián seguía andando por la densa noche cuando notó una mano agarrarle.
-¿Quieres pararte y escucharme?
Sus ojos profundizaron en los suyos y sintió lástima. No comprendía el porque de sus actos cuando el los consideraba más que obvios.
-¿Qué quieres que te diga?
-¿Porqué has hecho eso? Ahora estarán enfadadas conmigo.
La respuesta de su amiga golpeó su cerebro y le hizo enojar. Tanta estupidez le estaba alterando y temía por soltar algo que realmente no pensase. Respiro lento y habló.
-¿Y si me pones verde cuando estés con ellas como hiciste con tu amiga? ¿Te perdonarán así?
El rostro de Andrea se volvió sombrío y cabizbajo. Se cubrió la cara con la mano tratando de contener el llanto.
-Tú no lo entiendes. Son mis amigas.
-¿En serio es amistad?-dijo tratando de mantenerse sereno pero en vano gritó- ¡Imagínate como te deben estar poniendo ahora!
Una lágrima invasora surcó la mejilla para ser seguida por otro par de valientes más.
-Mis amigas no son como los tuyos, es diferente.
Damián no sabía como responder así que un breve silencio conquistó a la situación.
-¿Te sentías tu misma ahí dentro?
Ella levantó la mirada del suelo sorprendida. El pelo enmarañado junto con el rimel corrido la otorgaba un aspecto penoso.
-No.- respondió con pena.
-¿Entiendes ahora el porqué de mi reacción? La amistad es un lazo que se crea entre personas que conocen y toleran sus formas de ser, no fingen ser otros porque entonces no se conocen de verdad. Un amigo es aquel que en tu mal día te ayuda y en los buenos te putea. ¿Dime un solo momento en el que ellas te hallan ayudado?
Andrea sollozaba mientras con un gesto lento negaba con la cabeza. Se abrazo a Damián y el llanto cobró forma. Durante unos minutos permanecieron así hasta que Andrea comenzó a tranquilizarse. Sacó Damián un pañuelo y se lo tendió.
-Sécate las lágrimas. Estás hecha una pena.
Esta aceptó mientras se río con una media sonrisa. Comenzaron a andar despacio, escondiéndose del frío en sus abrigos, siendo conscientes por primera vez desde que salieron que este no se había marchado. A dos escasos pasos una voz les hizo voltearse. La objetivo de las burlas de aquel grupo de niñas consentidas los llamaba y se dirigía hacia ellos. El hecho de dirigirse hacia ellos de una manera más rápida de lo normal la entrecortó el aliento.
-Andrea, pasa de ellas, son unas falsas.
-Ya lo se, Carol...- miró un momento al suelo.-Tengo que pedirte perdón. Yo también te insulté.
La muchacha no parecía nada sorprendida, mantenía su actitud alegre.
-No importa, se lo que es estar con ellas. Te sientes como obligada.
Hablaron unos momentos mientras Damián tiritaba de frío. El baile que causaba en él fue una llamada de atención para tales charlatanas que decidieron mantener la conversación para otro momento.

Damián acompañó a Andrea a casa y se despidieron con un abrazo.
-Gracias por no fallarme nunca.-le susurró al oído.
Se separó y entró al portal. La gente tiene mucha manía a exagerar las cosas, como si hubiese dado la vida o algo pensó, que en ocasiones sentimos que el acto es más grande por el efecto que nos causa, lo sentimos como una ayuda que no pedimos y mucho menos, no nos merecemos. Se encaminó hacía su casa enfrascado en su mundo, como era ya costumbre en su extravagante mente juvenil. Si ser así, tal y como era,sin falsas apariencias ni máscaras con las que cubrirse, le haría cosecharse muchas enemistades le daría igual, pues los que se quedasen a su lado, por pocos que fuesen, serían los que realmente merece la pena cuidar y mantener, porque ellos son los que intentan no fallarte, aunque alguna vez lo hagan.