jueves, 30 de julio de 2015

Capítulo 17: Los poetas lloran versos.

El calor de aquella habitación se estaba volviendo algo insufrible, perlando la frente de los dos adolescentes. Andrea miraba a Damián boquiabierta, anonadada ante el relato que su amigo le estaba contando. Se mostraba incrédula ante aquel suceso experimentado por Damián. En su mente solo se concebía la idea de que todo era una invención, una tomadura de pelo o algo similar.
-¿Pero a ti no te gustaba Rocío?
Damián miraba al suelo, en un intento fallido de eludir tener que responder.
-Sinceramente, no lo se.
Andrea seguía en estupefacta, tratando aun de asimilar aquel beso el cual robó Damián de labios de Elena.
-¿Cómo fue exactamente?
Miraba a las blancas paredes de la habitación, evitando la mirada de su amiga. Cerró los ojos por un instante y comenzó a volver a relatar los hechos.
-La acompañé hasta su casa, y, no sabría explicarlo. Sentí el impulso de hacer aquello que hice al ver que me miraba con una expresión...
-¿tierna?- aventuró Andrea.
-Se podría decir, si. Bueno, ella se giró y creía que se iba, pero cuando vi que tardaba en abrir, pues me sentí incapaz de controlarme.
Andrea le miraba fijamente.
-¿Y?-añadió nerviosa
-Pues la besé.-respondió con un tono remarcando obviedad.
-Pero como fue pedazo de idiota. ¿No hizo amago de quitarse? ¿No dijo nada después? ¿Aclarasteis que sentís algo? ¡Cuenta!
El muchacho ya estaba cansado del interrogatorio al cual se estaba viendo sometido. A diferencia de sus amigos, Andrea no paraba de preguntar y preguntar mientras que ellos solo le felicitaron y le preguntaron tan solo si "se liaba bien".
-La verdad es que sentí como si ella también al ver que iba a besarla se acercase a mi. Y después, bueno, no había palabras, aunque si las había no dejamos hueco para ellas.
-¿Os liasteis y ya esta?
Damián recordaba la sonrisa de Elena y aquel adiós que se perdió como un susurro, junto con aquella brisa nocturna de verano que danzaba alrededor de ellos. Verla irse por aquellas escaleras del portal le creo un vacío en el pecho, aunque no podía evitar que se le antojase elegante el paso con el cual ascendía aquellos peldaños. Volvió a casa embriagado de aquellas caricias que a pesar de haber sido hacía tan solo unos instantes las notaba lejanas.
-¿Y Rocío?
La voz de Andrea le devolvió a la realidad. Por alguna extraña razón, el perder el contacto con ella supuso el ir olvidando poco a poco aquellos sentimientos de atracción, sumado a esto, la aparición de Elena como nueva compañera de pupitre suponía conocer a alguien nuevo, o mejor dicho, conocerse a si mismo.
-Rocío de por si llevaba extraña conmigo bastante tiempo, y, no se...-dejó escapar un bufido.- Elena tiene...algo.
Buscaba las palabras, pero no encontraba las expresiones adecuadas. En ese instante, Andrea se levantó, se acercó a una estantería y extrajo un libro. Se lo lanzó a Damián que lo agarró al vuelo en un acto reflejo. Miro la portada y leyó: Antología poética de Mario Benedetti.
-¿Por qué me das esto?
Andrea sonreía casi de oreja a oreja. -Mi padre siempre ha dicho que la poesía son las palabras que el corazón bloquea por las dudas del que será.
-Y mi padre dice que es una mariconada.
Andrea arqueó una ceja.
-¿Cuánta poesía has leído en tu vida?
Damián se guardó el libro en la cartera mientras prometía leerlo más tarde. Pasaron el resto de la tarde preparando uno de esos exámenes finales que tanto atormentan a los buenos estudiantes, aunque Damián nunca hubiese sido uno de ellos.

Cayó la noche mientras el se dejaba caer sobre la cama. Se encontraba aburrido de tanta ecuación, las cuales no le servían para resolver la incognita de sus días. Resoplaba mientras permanecía tumbado cuando oyó llegar a su hermana. Se asomó para darla las buenas noches, acto que venía siendo fruto de la nueva relación que habían establecido como hermanos. Al abrir la puerta se topó con un rostro enfadado.
-¿Te pasa algo?
-Rocío, que es retrasada la pobre.
Damián no entendía nada, pero tampoco quería molestar a su hermana.
-¿Sabes lo que ha pasado?- dijo esta repentinamente.
-Pues si no me lo cuentas tú, no.
No sabía porque siempre se mostraba irónico y sarcástico con su hermana, hay costumbres que  nunca se pierden a pesar de los cambios.
-Pues que la digo de subir a casa para cambiarme tras mancharme por su culpa y que se niega a acercarse tan solo.
-¿Y eso?
-Por no encontrarse contigo.
La sorpresa llegó como un golpe. Sabía que estaba distante, pero tanto como para no querer ni verle, no se lo esperaba.
-¿Y porqué no quiere encontrarse conmigo?
La expresión de Silvia cambió un poco. Su tono se torno más delicado. Al parecer, Rocío estaba al tanto de la atracción que ejercía sobre él, pero que no resultaba su tipo y no quería hacerle ilusiones. Damián no pudo evitar sonreírse para si mismo. Hacía tiempo que las llamas azules habían dejado extintas a la lumbre verdosa, prendiendo su corazón sin llegar a quemarlo. Aun así no podía evitar sentirse molesto. Ese acto lo sentía como una mezcla entre lástima y prepotencia. La verdad es que tampoco le había demostrado ser ese tipo de persona que es capaz de dejar las cosas claras, resultaba ser uno de esos personajes que huyen para no toparse con lo adverso. Damián se acercó a su hermana y la abrazó.
-No te enfades por eso anda, pasa del tema.
Silvia se mantenía rígida entre sus brazos, aunque segundos más tardes le correspondió apretandole fuerte ella. La dio las buenas noches y volvió a su habitación. Antes de tumbarse recordó aquel libro que su amiga Andrea le había dejado, así que lo tomó dispuesto a encontrar las palabras que el creía perdidas.

Media hora más tarde entre ese mar de poemas, no encontraba nada con lo cual se sintiese identificado, y por si fuese poco, entendía muy poco de aquellas expresiones. Fue entonces pasando páginas de forma aleatoria cuando se topó con un título que le llamaba la atención. Bocas de Mario Benedetti era un composición breve, bastante simple para el entendimiento,  pero que logró que Damián diese con aquello que buscaba: un sentido a aquel beso que robó. Entonces comprendió los poemas anteriores, comprendió que los poemas eran llantos y alegrías, era la expresión viva de aquello que el corazón ve. De ese poema entendió que el amor no solo son caricias y besos, está también el choque de dos personas, tanto en lo bueno como en lo malo, pero que siempre concluye en la unión de almas. En ese instante, Damián se sintió un niño ignorante, pues cuando él, como persona común, lloraba lágrimas, mientras los poetas, lloraban versos, palabras que no mojan si no que calan hasta el alma y perduran a pesar del paso del tiempo.

martes, 28 de julio de 2015

Capítulo 16: En un instante.

Su mente se veía atrapada en una nube extraña y amorfa compuesta de dudas e incertidumbre. Andaba ya por defecto, regido por el subconsciente, pensando en todo y a la vez en nada. Las finas manos de Elena rodeando su brazo provocaba en él un escalofrío que le obligaba a mantenerse firme y tenso, acompañado por una expresión facial muy forzada para la situación.
Las conversaciones apenas llegaban a sus oídos, se sentía como lejano y distante del mundo, una sensación que le era bien conocida ya, pues así se sentía la mayor parte del tiempo antes de su reservado diagnóstico. Por alguna extraña razón Elena era la causa de su retorno a la antigua personalidad a la cual consideraba enterrada ya, pero esta había vuelto, como si aquel médico de hospital no le hubiese informado de aquel tumor, como si la simple presencia de Elena le hiciese olvidarse de todo, o mejor dicho, su presencia resultaba un placebo que le hacía creer que podría vivir para siempre.
-¿Me acompañas a mirar una cosilla en esa tienda, Dami?- preguntó para sacarle de sus ensoñaciones.
Su voz temblorosa se resistía a salir, atenazada en sus labios secos que trataban de balbucear algo.
- Si quieres te acompaño yo- sorprendió Ramón al otro lado de la joven.
Damián, sin saber porque, disipó todas las brumas de su mente al oír esas palabras, tal vez al ver las intenciones de su amigo, o solo porque ya se había acostumbrado a ese abrazo al cual se veía sometido. Fijó la mano de la muchacha que reposaba en su brazo con su izquierda y sonriendo habló.
-¿A cual quieres ir?

Ya había comprobado en numerosas ocasiones lo tedioso que puede resultar ir de compras con una mujer gracias a su madre y a su hermana, pero lo de Elena se encontraba a otro nivel. Cada artículo que encontrase, le gustase o no, sentía fuertes impulsos de probárselo, pues alegaba que no es lo mismo verlo colgado que verlo puesto. Decenas de prendas volaban de los estantes a sus manos, con una velocidad sorprendente, y los cargaba hasta el probador. Cada nueva vestimenta que se probaba, descorría las cortinas del probador para buscar la aprobación de Damián, pues por mucho que ella pidiese opinión sabía que no buscaba precisamente oír algo negativo. Se sorprendía a si mismo al oírse decir cosas tan simples como: te queda bien todo, te queda genial y no hacía falta ni que te lo probases, mírate que guapa.
Siguió esa carrera de fondo a través de las tiendas visitando los probadores, mientras ella hacía las de modelo con cada nuevo conjunto, salvo con los que ella consideraba demasiado ostentosos, bikinis y ropas interiores. En ese momento se preguntaba dónde estarían sus amigos, y si estos serían capaces de salvarlo.

Se volvió a reunir el grupo entero y para sorpresa de Damián solo había trascurrido media hora. Sus amigos reían de lo que acababan de vivir en un momento gracias a la prima de Elena, que se encontraba más roja si se pudiese de lo normal. A lo visto en una de las tiendas, accidentalmente, desde uno de los probadores, llamó mamá a una de las dependientas cuando esta le pregunto que como iba. Al menos esto le había venido bien para soltarse con el grupo y parecer una amiga de toda la vida.
Mientras caminaban, Lucas se acercó a Damián aprovechando un momento en el que Elena le había liberado de la presa de su abrazo.
- Media hora de probadores, ¿Qué te habrá enseñado?
En ese instante, Damián notó cada músculo de su cuerpo tenso, el calor invadió cada uno de sus poros y era incapaz de no hacer rechinar los dientes.
-¿Te crees que Elena es una cualquiera?- susurró por lo bajo haciendo notar su enfado.
- No tío, es una broma.
Aferró fuertemente a Lucas por la muñeca y le giró hasta clavar su mirada en sus ojos. Sintió miedo en ellos.
- Pues ni de broma.
Lucas le miraba estupefacto. Era cierto que Damián había cambiado y que aveces esas variaciones se hacían patentes de forma brusca, pero nunca había sido de manera agresiva o por el estilo.
- Sueltame, que te estás pasando.
Damián comenzó a darse cuenta que estaba apretando cada vez más su agarre. Le soltó bruscamente.
- Perdona.
Lucas le miraba enfadado, pero al segundo sonrió. Le cubrió con su brazo los hombros y se acercó a su oído.
-¿Te la conseguimos?
Damián no pudo evitar reír. Conocía a sus amigos demasiado, lo suficiente como para saber que dejar algo así a cargo de ellos era obtener por resultado el silencio sepulcral de aquella muchacha por los restos.
- Déjate de tonterías anda, que aun no me he pillado las chanclas.

El resto de la tarde transcurrió con normalidad. Volvieron todos juntos en el mismo tren, Elena y Lara sentadas en un lado solas conversaban tranquilamente, mientras que el grupito, para variar, jugaba a un juego llamado "achante" que consistía en que si hacías que alguien retrocediese su rostro podías golpearlo en el hombro. Se separaron una vez llegaron a la estación, Castillo recogido por sus padres, que acercaron a los hermanos Terry y a Lara, que resultaba vivir en la misma urbanización que ellos. A falta de plazas Damián y Elena fueron andando, pues era lo que más cerca vivían de allí. Durante su paseo no faltó en ningún momento una sonrisa, el ya conocido para Damián abrazo de Elena y las bromas sin sentido que se dedicaban el uno al otro. Sin darse cuenta, llegaron al portal de Elena, que se encontraba un poco antes de llegar al ayuntamiento. Se quedaron allí charlando por un rato.
- Mañana nos tocará vernos en clase.
-¿A la misma hora en la misma mesa?- bromeó Damián arqueando la ceja.
-Que estúpido.- dijo riéndose.
Damián, para variar, se encontraba perdido en el fondo de aquellos ojos. En aquel día había descubierto que no solo sus ojos eran lo que le atraían, y no solo hablando de su físico, si no también esa personalidad tan inocente que le daban ganas de abrazarla e impedir que nadie corrompiese esos actos ingenuos e infantiles.
-La verdad Damián, he de decir que me encanta estar contigo.
-¿Eso quiere decir que no has hecho los deberes?- Volvió a bromear Damián.
Esta vez, ella no río la gracia. Dejó escapar un ligero suspiro y saco las llaves de su casa.
- Bueno, nos vemos mañana, Dami.-dijo con voz apenada.
Damián no comprendía que pasaba,  porque ese cambio en su forma de ser. La vio juguetear con las llaves en su mano buscando aquella que pertenecía a la del portal, tomándose su tiempo en ello. Recordó entonces una película que vio en su día, en ella decía en una de sus escenas que cuando una mujer hacía eso es que no quería separarse del hombre que le había acompañado. Los nervios se apoderaron de él de una manera que nunca antes había conocido. Era como un vórtice que se tragaba su conciencia, un huracán de pensamientos que no daban orden a nada. Su corazón parecía estar parado de lo veloz en sus acometidas. Comprendió el porqué de todo en ese instante.
Se encontraba ella abriendo ya la puerta del portal y entrando.
-Elena.
Esta se giró para mirarle. Con el corazón en un puño, se acercó a ella, tropezando más que andando. Podía verse reflejado en los ojos de Elena, abiertos como platos. La agarró suavemente del brazo y la acercó hacia sí. La miró por un instante embobado y acto seguido acercó sus labios a los suyos. Esperaba que ella se quitase, pero se sorprendió al ver que Elena salía a su encuentro. Los dos se besaron, torpes debido a la inexperiencia de ambos, pero creando un hechizo que haría conservar ese instante en la memoria de los dos para siempre.

viernes, 24 de julio de 2015

Capítulo 15: Sorteo de azar.

El silencio era sepulcral. Castillo y los hermanos Terry miraban de reojo ha todos los lados posibles desde su posición. Damián los miraba sin comprender, testigo desde hacía cinco minutos en los cuales el había llegado de la particular escena. Nadie se atrevía a romper la concentración de los muchachos, fuese a donde fuera que esta estuviese dirigida, y nadie movía apenas un músculo si no era para tan solo parpadear.
- Cuatro a las dos.- dijo repentinamente uno de los hermanos Terry.
El resto movió tan rápido el cuello que se llegó a escuchar a algún que otro crujido. Damián miraba tratando de comprender que pasaba. Cuando vio que hacian referencia a dos bonitas chicas que paseaban por el centro comercial riendo divertidas lo comprendió todo. No pudo evitar dejar escapar una sonrisa socarrona por no haberse dado cuenta antes.
Para variar sus amigos estaban reflejando su edad promiscua sin ningún tipo de vergüenza, prueba de ello eran los numerosos comentarios de mal gusto, para opinión de Damián.
- Se la metía hasta en el bolso- dijo Castillo señalando a una que pasaba frente a ellos.
Todos rieron del poco tacto del cual hacía gala aquel largo adolescente, que se mofaba de su propia broma.
Damián se sumó al juego señalando a dos o tres.
-Que vista tienes Damián.-dijo uno de estos.
-Y menudas vistas nos dan ellas.-bromeó otro.
Las risas eran un no parar. Damián siempre agradecía compartir momentos con aquellos amigos, a pesar de que tendiesen a repetirse y que luego resultase que todo lo que hablasen fuese por la boca chica. Aun así no podía evitar alegrarse de haber decidido planear él aquel día que tantas sorpresas le iba a dar.

Llegó la hora de comer y tras una breve disputa por visitar varios establecimientos, se pusieron de acuerdo por ir a una conocida franquicia de comida rápida. En breves veinte minutos hicieron todos gala de una voracidad increíble, arrasando con sus bandejas individuales llenas hasta los topes gracias a las ofertas que la marca tenía a su disposición. Abandonaron el local sin tan siquiera recoger los restos que habían dejado, y se dispusieron a visitar el resto de tiendas que se habían dejado aun por ver.
En más de una ocasión se separaron por parejas para ver las tiendas. Castillo se había comprado una camiseta de una cara marca y unas zapatillas que solo por el precio Damián creía que debían de tener hasta tecnología de la NASA. Los hermanos Terry, habituados a compartir la ropa, se habían puesto de acuerdo para hacerse con unas camiseta con diseños de comics conocidos y una gorra de visera plana cada uno, que por su coste podían haberse comprado otro par de camisetas más. Damián no es que fuese un rata, simplemente no le gustaba el hecho de vestir una marca. Con el dinero que tenía ahorrado había comprado dos camisas, una a cuadros con varios tonos de azul cada uno, y una similar pero de tonos rojizos. Un bañador negro adornado con dos bandas blancas reposaba en una de las bolsas con las que cargaba.
- Me falta algo.-dijo Damián mientras caminaba.
- ¿Lo dices por Fofo?-contestó Castillo- Ese tonto prefería que la fea esa de Carla la llorará en el hombro. Y encima el payaso se creerá que se la va a ligar...
- Lo decía porque necesito unas chanclas.
-Castillo dice eso ahora, pero bien que le hablabas a la chavala cuando te enteraste de que lo dejó con el novio.
Las risas se agolparon causando que todos los viandantes se les quedasen mirando. Damián pensó que para aquellas personas no tenían que ser más que unos niñatos con un problema de educación, y la verdad que no iban desencaminados.
Seguían caminando cuando Ramón se detuvo en seco. Todos se voltearon para mirarle.
-¿Qué pasa?-preguntó su hermano Lucas.
Sin tan si quiera abrir la boca señalo en una dirección. Allí se encontraba una muchacha de espaldas. El cabello rubio liso caía hasta la altura de la mitad de su espalda. Bajaron un poco más la vista y entendieron el porque del enmudecimiento de Ramón. Damián nunca había entendido porque los traseros de mujeres podían resustar atractivos, pero no podía negar que el culo de aquella muchacha tenía algo hipnótico.
-¿Quién se acerca a hablarla?- dijo Castillo.
Todos guardaban silencio como un muerto los secretos. Los hermanos Terry eran conocidos por su capacidad de tomar el pelo a cualquiera que pudiesen, pero cuando se trataba del tema de mujeres ambos hermanos dejaban sus chacharan en un cajón olvidado. Castillo era un tanto más lanzado, pero se veía incapaz de hablar a una chica sin conocerla antes de algo. Damián ni tan siquiera pensaba en ligar con una desconocida, por muy despampanante que fuese su culo. Aun así con una sonrisa se dirigió hacia ella. Sus amigos se paralizaron ante tal sorpresa. No tenía pensado ni llevarse su móvil ni nada semejante, solo crear una buena anécdota de la cual se pudieran reír. Estaba ya a un metro de aquella chica y sintió el galope de su corazón que trataba de atravesar su fino pecho. Ella estaba de espaldas a él hablando con una poco agraciada chica que rondaría los dieciséis. Colocó la mano sobre su hombro y habló.
- Hola, perdona, es que te he visto, y bueno, he sido incapaz de no acercarme a hablarte y...
La chica se volteó y las palabras de Damián cayeron a plomo contra el suelo. Su corazón se encontraba al borde del infarto, más un revuelo en su estómago lo torturaba cruelmente.
-Aiba, Dami, que casualidad. ¿Qué tal?
Elena se encontraba frente a él, brillando tras el mar que robosaba en sus ojos.
-Bueno, que he venido aquí con estos y...te he visto, vamos. Me acercado a saludarte por cumplir y esas cosas.
Se sentía más estúpido a cada palabra que al viento libraba. Ella no dejaba de sonreír y mirarle de una manera que a él se le antojo inocente. Se giró Damián en busca de apoyo amigo, pero se habían cerrado en corrillo, fingiendo que la cosa no iba con ellos. Menudos amigos pensó. La miró de nuevo.
-¿De compritas entonces?
Era más que obvio, pero no sabía como salir de ese callejón sin salida en el cual se había metido. Para la próxima vez actuaría antes de pensar.
- Pues si, he venido aquí con mi prima Lara.
Con un gesto señalo a su prima y los presentó. Dos besos en cada mejilla le permitió a Damián notar que la piel de la cara de esa muchacha estaba áspera debido a numerosos pequeños granitos.
Se fijó con detenimiento. Al igual que Elena era rubia, pero su cabello llegaba hasta los hombros y parecía tenerlo muy maltratado. Sus ojos azules hacían contraste con una cara rojiza llena de erupciones junto a una fea nariz aguileña. Volvió a centrarse en Elena para tratar de no ser descarado.
-Llevamos aquí desde las tres y la verdad es que ya nos estamos aburriendo.
-Veniros con nosotros entonces.- Se apresuró a decir Damián.
-No queremos molestar.
-No sois molestia, idiota.
Las invitó con la mano a ir hacia donde estaban sus amigos. En un breve momento las presentó y les informó de los cambios de planes. Sus amigos sonreían, pero sabía que por dentro le maldecían, ahora tenían que controlar todos sus comentarios obscenos.
Comenzaron a andar por aquel amplio centro comercial. Un par de halagos a aquella chica de ojos marinos le sirvió para que se ganase que ella se abrazase a su brazo por un rato. Aun quedaba tarde, y no sabía en que momento sus nervios le iban permitir disfrutar de la sensación que le producía el contacto de Elena. Los nervios aveces no nos dejan concentrarnos en lo que realmente nos puede hacer sentir bien pensó.

jueves, 23 de julio de 2015

Diario de Damián: Lo que nunca supe y aprendí.

Siempre supe que todo tenía un fin, pero el hecho de saberlo no me hacía consciente. Aquellos días se alargaban degenerando en extensas jornadas donde el aburrimiento hacia mella en cada uno de mis actos. Los libros habían dejado de saciarme, internet apenas me ofrecía un segundo de entretenimiento, el calor agotador aplastaba mis ideas contra el piso y producía unas irrefrenables ganas de quitarse ropa en busca de ese contacto que produce la brisa al toparse con la piel desnuda. Llevaba demasiado tiempo sin vivir algo interesante.
Junio había entrado a golpe de calor, de una manera poca sigilosa, irrumpiendo de un día para otro en la ya pesada rutina.
Sumado el agotador curso escolar, el hecho de ir al instituto se volvía inhumano, quitando cualquier vestigio de querer ir a aquel horno que teníamos por aula. Por alguna razón la idea de encontrarme con Rocío brindaba las fuerzas necesarias para afrontar esos últimos días de calendario escolar, a pesar de que se mostrase distante hacia mi de forma tan repentina, cosa que no entendía porqué, ya que yo no vislumbraba ninguna causa de enfado hacia mí. Aun a pesar de eso era incapaz de no perderme en el bosque verde que eran sus ojos, en mi ocasionaban un sentimiento de reencuentro conmigo mismo, sintiendo como si recuperase algo que había olvidado hace tiempo.
Por otro lado estaba Elena. Por algún motivo que desconozco, algo me impulsaba a hablar con ella, a mecerme en esa delicada voz melódica que poseía, sembrando la semilla de la duda en mi interior. Cada encuentro entre nosotros era como si regase sobre la confusión que me atemorizaba, saliendo así los primeros brotes que se bifurcaban en dos ramas, cada una de un color distinto.
No podía mentir, era irrefrenable el deseo, quería ahogarme en el mar de sus ojos azules, porque solo ahí sentía que era capaz de respirar de nuevo, el aire que me arrebata al mirarlos.
A diferencia de Rocío, Elena si era cordial conmigo, pero siempre desde un trato amistoso y confiable. Solía darme la sensación de que no había olvidado a aquel principito de alto lívido, el cual había aprovechado la oportunidad de conocer los a fondos de Sara, aquella chica tan desagradable para unos debido a su personalidad egocéntrica, pero tan encatadora para otros, debido a las pocas trabas que ponía a aquellos chicos de la edad que solo piensan en divertirse.
Por otra parte, me sorprendía como el hecho de sentirte atraído por una persona podía causar la ignoracia frente a los defectos de dicha persona, sorpresa que venía tanto de un punto de vista externo como interno.
Respecto a mi enfermedad me impresionaba no ver un empeoramiento masivo o rápido. Los médicos me avisaron de que la peor parte sería la final, pero aun así me resultaba sorprendente.
Sabía que el hecho de mantenerme sin un reflejo físico de mi cáncer hacía difícil asimilar los pocos años que me quedaban, y más aun a todos mis seres queridos. Me miraba al espejo con el ceño fruncido, asqueado conmigo mismo por no haber sido capaz de disfrutar en el pasado. Mis pómulos seguían sobresaliendo ligeramente bajo la piel de mi rostro, mi mirada se seguía mostrándose pronfunda, pero curiosamente, con más ganas de vivir que nunca. Los mechones del pelo caían en remolinos a la altura de la mitad de mi frente. Era la primera vez que me dejaba el cabello tan largo. Había crecido unos centímetros y mis hombros habían ensanchado un poco, pero no eran cambios notables realmente. Como un gallo de corral, sacaba pecho frente a la imagen que se encontraba frente a mí. Era una pena que todo algún día se acabase, a pesar de ser más los momentos aburridos y tediosos, los buenos eran tan fantásticos que merecía todo la pena. Mi tiempo comenzaba a escasear, pero sabía que los dos años que estaban a punto de quedarme iban a dar para mucho, porque acababa de conocer la fuente de mi felicidad, mi "por los míos mi fe".