Neoplasia. En boca de un médico suena terrible, y no
es de menos, pues una neoplasia es el nombre técnico que se le otorga a los
tumores malignos. Los distintos cánceres son clasificados según su punto de
origen, pero al igual que una vida, da igual donde aparezca, el final que cause
será el mismo si no sabes enfrentarla. Pero es inútil si llegas tarde a la
lucha. El tiempo devora cruelmente y solo se sentía a pesar de estar rodeado de
gente. Aquel día de instituto no iba a ser más que otro día más, otro bochornoso
día desaprovechado que no le permitiría saborear cada instante como él deseaba.
Odiaba la rutina, odiaba a sus compañeros de clase y odiaba a ese profesor que
no le permitía sentarse como él quería. Era la última hora de aquella jornada y
la ausencia de Rocío alimentaba su desgana junto con aquel examen de biología.
El bolígrafo en su mano bailaba descompasado sin escribir nada en aquel examen
que, según pensaba él, eran conocimientos estúpidos que nunca una persona
emplearía en su vida cotidiana y mucho menos él en sus dos años de vida
restantes. Aquel profesor le taladraba con una mirada seria escudado tras los
cristales de unas anchas gafas. Podía leer en su semblante decepción con él,
que ni tan si quiera intentaba el examen. Pensó que debía de ser de los pocos
profesores que no habían sido advertidos de su triste enfermedad, porque si
fuese así, según tenía comprobado Damián, pondría cara de pena y evitaría
mirarle a los ojos. Apretó los dientes, furioso. ¿Cómo se atrevían a sentir
lástima de él? Él era quien tenía que sentir lástima por ellos que desconocían
el auténtico sentido de la vida siguiendo sus patéticos calendarios sin saber
disfrutar del momento. Mirar al futuro hace que no contemples la belleza del
presente, y Damián lo sabía. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras ese
pensamiento divagaba por su cabeza. ¿Cómo podía echarles en cara no disfrutar
cuándo él estaba sentado en aquel pupitre lamentándose de ser el único en
comprender que significaba vivir? Ladeo la cabeza de lado a lado. Sus
concentrados compañeros de aula estaban encerrados en ellos mismos mientras
escribían con manos frenéticas las respuestas del examen. "Solo los locos
viven la realidad que quieren, y yo ya sé cómo vivir la mía" pensó Damián.
Delante de la atente mirada de aquel serio personaje que tenía por profesor
escribió su nombre y con una sonrisa se lo tendió. Aquel profesor le miró
sorprendido por la acción de Damián.
-¿Ni
siquiera lo vas a intentar?- Dijo.
Damián
negó con la cabeza y y con una sonrisa como reflejo de su orgullo se giró sobre
si mismo y sin dar tiempo de reacción a nadie, recogió sus cosas y salió por la
puerta. Sus compañeros ensimismados habían roto su concentración para ver qué
pasaba con aquel chico tímido que tal curioso cambio había experimentado
respecto a su personalidad.
Nada
más salir del instituto sacó su móvil y comenzó a buscar el número que quería.
Dio a llamar y mientras esperaba a que le cogiese el teléfono comenzó a andar
hacia casa. Sonaba una señal tras otra, y a la cuarta, la llamada fue
respondida.
-¿Si,
Dami?
-
¿Qué tal Rocío?- Contestó Damián.- ¿No deberías haber ido a clase?
La
risa tímida de la muchacha le hizo sentir que hacía lo correcto y que si
cometía algún fallo daría igual, pues a veces fallar es el mejor acierto.
-
Le he echado cuento a eso de la regla.-dijo.- Ya sabes que las chicas podemos
aprovecharnos de ese punto.
-
Si, yo suelo usar mucho la escusa de la regla.
Rocío
rió ante la broma.
-¿Porqué
me llamas cabeza-loca?- Preguntó casi en un susurro.
-
Bueno, quería saber si estabas bien. Eso y si sigue en pie lo de esta tarde,
que últimamente me aburro.
-Vaya,
vaya, ¿osea que solo me quieres por el interés, eh? Muy bonito. Y yo que
creía que eras un caballero...
Damián
se colocó el auricular del teléfono mejor sobre la oreja. Casi nunca había
tonteado con nadie, pero sentía que sabía que debía decir.
-Bueno,
me han retirado el carné de caballero.
Hubo
un breve silencio entre los dos.
-
A las siete en la calle de la Reina. Estate preparado para llorar.
-
Tranquila, tus chistes no son tan malos.
Derrochaba
energía por todos sus poros en esos momentos. Se despidió de ella entre más
bromas y colgó. Guardó el móvil en el bolsillo y se colocó la mochila sobre los
dos hombros.
Aguantarla
el ritmo a Rocío era complicado. Se notaba que tenía la costumbre de salir a
correr y Damián lo más que corría era si un semáforo se cambiaba del verde al
rojo. Llevaban solo diez minutos y creía que iba a desfallecer. Su porte se tornaba
lúgubre, dando una apariencia triste, como si en cualquier momento fuese a
toser un pulmón. Aun así se esforzó para completar los quince minutos que como
mínimo tenían pensado correr. Damián se dejó caer en un trozo de hierba cercano
con la respiración agitada.
-No
deberías parar, flojeras, si no te va a dar más agujetas.- Rió Rocío.
-Yo
creía que lo de llevarme a correr era una escusa para verme, no que me fueses a
llevar e verdad.
-Qué
creído te lo tienes...
-Qué
poco sentido del humor, hija.
Ambos
rieron fuerte, aunque la tos interrumpió a Damián, lo que hizo que ella riese
aun más.
Caminaron
hasta una fuente dentro del Jardín del Príncipe donde poder beber. Damián pensó
que si tenía que seguir haciendo eso para ver a Rocío le mataría ella antes que
el cáncer. Tras beber un poco comenzaron a pasear por aquel jardín charlando de
forma amistosa. Poco a poco lograba indagar más en la vida de ella, a saber
porqué sentía que era más de lo que a simple vista parecía. Le confesó parte de
sus sueños, de sus fantasías y asuntos privados de la familia. Sabía que si no
fuera del hecho de que se encontraban a solas no le hubiese contado nada, pues
por alguna extraña razón la gente es capaz de confesar hasta el más profundo de
secretos a un conocido si están en confidencia. Rocío hablaba y Damián
escuchaba atento. En ocasiones reía, en otras se sorprendía y en muchas no pudo
evitar la maravillosa fortaleza que mostraba Rocío ante sus dramas cotidianos.
Parecía haber recordado algo triste trataba de no romper el llanto.
-¿Qué
te pasa, Rocío?
-Si
te cuento algo, ¿Me guardaras el secreto?- Preguntó.
Damián
se encontraba extrañado pero rápido se limitó a asentir. Rocío hablaba y con
cada frase parecía que iba a derrumbarse.
-
Mi casa nunca ha sido una fuente de apoyo, salvo por María, mi hermana. Ella
siempre escuchó mis penas, desde que yo tengo conciencia. Me sacaba diez años,
así que a veces más que una hermana pude considerarla una madre. Cuándo reía se
sonreía aunque estuviese triste, si lloraba me abrazaba y me decía que todo
iría bien. Ella siempre disimulaba en casa para que no me diese cuenta de lo
que pasaba. Mi padre alcohólico bebía demasiado, y gritaba tanto que me
asustaba. Era entonces cuando ella me cogía de la mano y sonriendo me decía que
todo era un juego. Cuando mi padre entró en rehabilitación le excusaba diciendo
que iba a buscarnos algo de cena pero que todo estaba cerrado. Más de una vez
la sorprendí llorando en su cuarto. Ella era la única luz que me alumbraba.
Pero esa luz se apagó hace ya dos años. Celebrábamos mi cumpleaños en casa de
mis abuelos en Toledo. Cogimos el coche y ella conducía. El que iba delante de
nosotros se durmió mientras conducía y provocó que mi hermana girase
bruscamente. El coche comenzó a dar vueltas de campanas de forma... Todo fue
muy rápido. Lo siguiente que recuerdo es despertar en la ambulancia. Los
sanitarios me creían inconsciente así que pude oír cómo se lamentaban de la
muerte de mi hermana. Desde entonces sentí que nada tenía sentido, así que
cuando saqué voluntad para salir a la calle me di cuenta que el mundo
necesitaba más gente como María, y aunque esté triste, fuerzo la sonrisa, así
otros no sufrirán tanto.
Rocío
comenzó a llorar y se abrazó a Damián. El estaba estupefacto, no sabía cómo
reaccionar. No entendía por qué había sido a él al que confesara tan pesada
carga. La apretó contra si para darla el apoyo que sus palabras eran incapaces
de otorgar. Podía perdonar a Dios que le castigara con un cáncer, si es que
existía, pero, ¿castigar a una chica como Rocío? Estaba claro que no existía.