viernes, 1 de agosto de 2014

Capítulo 1: Trastorno

Su rostro sereno ante la situación en la cual se encontraba resultaba sorprendente. Aquel muchacho de quince años que apenas rozaba el metro sesenta se divertía colgándose con sus piernas sobre la barandilla de una terraza de un segundo piso.
-Dami, es peligroso, bájate de ahí, por favor.- dijo una voz temerosa.
El muchacho con complejo de mono ascendió hasta quedarse sentado en la barandilla y con una mirada seria observó a la dueña de aquel ruego. Había pasado ya dos meses desde que le habían diagnosticado cáncer y parecía haberle trastornado. Él siempre había sido un chico tímido en exceso, poco atrevido y muy reservado hasta con su grupo de confianza. Pero ahora era una antítesis de aquel que una vez fue. Algo en él le hizo ser más abierto, comenzó a ser más aventurero cometiendo tonterías de la edad y unas rozando el límite de la cordura. Bajo de aquella barandilla quedando de pie frente a su Pepito Grillo particular sonriendo de oreja a oreja.
-¿No crees que todo es más bonito si le das la vuelta?
-No si por ello te matas.-Le reprochó cortante.
-Mira que eres borde, Andrea.
Aquella que le hablaba era Andrea, su amiga la de la infancia, la que salió al encuentro de su amigo en aquella estrecha terraza. Rondaría los catorce años pero su mirada inocente la daba un toque más infantil. Solo un pendiente de aro que adornaba la parte derecha de su nariz era lo único que le podía aparecer un poco más mayor.
El sol de aquel verano era tan fuerte que picaba con sus rayos en la piel, pero Damián daba la sensación de no notarlo. La calle que se extendía bajo aquella terraza era prácticamente una ancha carretera de cuatro carriles por los cuales no paraban de circular coches en un sin fin de cláxones, sonidos de frenazos y gritos de maleducados y poco cívicos conductores. El muchacho miraba ese tránsito de vehículos con admiración, como si aquello no fuera una estampa rutinaria para él, sino algo nuevo que desconocía hasta aquel día. Se podía leer todo en esos ojos llenos de admiración.
-¿Crees que las carreteras son las arterias del mundo?- preguntó repentinamente
-Creo que son solo carreteras.
Damián desvió la mirada de la carretera para mirar a su amiga. Ella era siempre la voz de la reprimenda, la que le solía decir que estaba bien y mal. Damián siempre solía decir que Andrea era demasiado buena persona para un mundo tan corrompido. Las personas así, según él, trataban de ayudar a todos como si así pudiesen cambiar el mundo, pero llegaba el momento en el cual abrían los ojos y se daban cuenta que se habían equivocado.
-¿Porqué me miras tanto?
Damián estaba absorto en el bucle de sus pensamientos, pero aquella interrupción lo devolvió al mundo real.
-Vayámonos a tomar algo, anda. Aquí me aburro.
Era curioso cuanto había cambiado. Hasta su forma de andar ahora resultaba distinta, al menos para el ojo atento. Andaba con seguridad, de una forma despreocupada, como si su cabeza no conociese ningún tipo de obligación. Ambos amigos caminaban charlando buscando las aceras cubiertas por la sombra que les escondiese del abrasador astro. Por mucho de que se intentase adivinar en que podía estar pensando Damián, era imposible. Localizaron un banco apartado con una refrescante fuente cerca que salpicaba alrededor mojando así los maderos del asiento. Ocuparon el banco tras comprar unos helados en la acera de enfrente donde se encontraba un kiosko estacionario, de esos que tras el verano son desmontados. Sentados en el que podía ser el mejor banco de aquella calle degustaron su refrescante mercancía en unos breves diez minutos en silencio.
-¿No te parece Aranjuez muy aburrido?
-¿Aburrido en qué, Dami?
Se recostó sobre el banco apoyando la cabeza en el respaldo perdiendo la mirada en el cielo. La sonrisa que había estado adornando su rostro se esfumó para convertirse en una máscara seria de piedra.
-La gente tiene una vida que no sabe vivir.- dejo caer- Una persona se tira su vida entera escuchando como debe vivirla y muy pocos deciden por si mismos. Se dejan llevar por la marea de lo corriente.
Su amiga le miraba extrañada sin comprender.
-¿Qué tiene que ver eso con que Aranjuez sea aburrido?
Damián hizo un amago de responder cuando dos chicas que paseaban cerca le llamaron la atención. Parecía relamerse con la imagen de aquellas jóvenes carentes de pudor las cuales si sus vaqueros cortos pudiesen enseñar más culo serían un tanga vaquero. Damián soltó un silbido de sorpresa de manera que ellas pudiesen oírlo. Las exhibicionistas niñas hicieron caso omiso y siguieron con su paso que recordaba al de una gallina paseando por el gallinero.
-¡Chicas! Que soy feo pero tampoco es para ignorarme.- gritó por sorpresa.
Andrea contemplaba la escena atónita. Andrea era la única chica de su edad que conseguía que hablase sin ponerse rojo como un tomate debido a conocerse desde muy niños, y aun así a veces se sonrojaba en los silencios incómodos. Nunca se esperó un acto tan atrevido de él.
Las chicas se giraron y contemplaron al locuelo osado que trataba de llamar su atención. Comenzaron a acercarse a los dos amigos y Andrea tenía que reprimir una risa tonta al verlas esos andares de intento de pasarela. Cuando estaban a menos de un metro Damián comenzó a hablar y liberó una retahíla de piropos cada cual más disparatado pero que logró arrancarlas una sonrisa. Aquel trastornado Damián las invitó a sentarse y empezó con un fusilamiento de preguntas para conocerse. Lo que no tenía la una lo tenía la otra: Una era bastante guapa, aunque lo hubiese estado más sin tanto maquillaje decorando el lienzo en el que se había convertido su cara, y la otra no tan agradable a la vista poseía las dos neuronas que le faltaban a la anterior de tanto respirar cosméticos.
Tras media hora de conversación en la cual Andrea no llegó prácticamente a participar se intercambiaron números de móvil y perfiles de redes sociales.Lo cierto es que Andrea se sintió aliviada al no tener que oir esas irritantes y agudas voces.
La sonrisa de ese bobo al verlas marchar hizo darse cuenta a su amiga que resultaba que Damián si era otro hombre más de esos a los que se les puede ganar enseñando un poco. Todos son iguales pensó. Harta de ver ese panorama soltó lo primero que le vino a la mente para abrir una nueva conversación y distraerlo así de la imagen de aquellas niñas yéndose contoneando el culo.
-Dami, se acerca septiembre, ¿vas a presentarte?
Damián se congeló. Andrea había olvidado su nueva condición de condenado y le había hablado de propósitos que afectaban al futuro que el jamás llegaría a ver. Poco a poco su rostro se fue compungiendo hasta tal punto que sus ojos parecían que iban a desbordar las lágrimas que trataba de retener.
-Solo soy un niño que le quedan dos años de vida, tres como mucho- dijo con un hilo de voz-¿De qué le sirve la ESO a un muerto?
Su rostro era indescriptible, pues el dolor escribía en cada uno de sus gestos y se intensificaba con cada palabra que arañaba sus cuerdas vocales que se negaban a salir. Andrea trató de disculparse sintiendo pena por su amigo pero este le interrumpió.
-Me presentaré al instituto y daré clases normales. Las dos que me han caído las dejaré pendientes. No pienses que voy a estudiar, solo voy a hacer lo que nunca hice allí.
Andrea estaba reprimiendo sus ganas de abrazarle y consolarlo mientras también retenía lágrimas y dudas.
-¿Qué es lo que nunca has hecho allí?
Damián clavó la mirada en los ojos marrones de Andrea y forzó una sonrisa.
-Ser yo mismo-y sin que se le quebrase la voz se puso en pie y dijo-¿Nos vamos ya?
Andrea contemplo durante un instante a ese muchacho. Peinaba un corto pelo castaño oscuro, su rostro afilado y delgado, su porte era tísico, macilento y desgarbado, vestía de una manera simple unos cortos marrones y una básica blanca. A simple vista solo era un niño de quince años. Pero esos ojos eran únicos...esos ojos estaban ávidos de vida. No sabía porqué pero a Andrea se le antojó mayor.
Pasaron tres días antes de que Damián volviese a pisar la calle. Aquel día estaba demasiado activo, al borde de la hiperactividad. Llamó a su amiga y en una breve conversación quedaban en el portal de esta. Bajo velozmente las escaleras de su portal para chocarse con la imagen de un Aranjuez soleado. El cambio de contraste del oscuro portal a la iluminada calle le hizo entornar los ojos y desear unas gafas de sol. Se movió rápido por las abrasadoras calles mientras sentía como caían gotas de sudor por su frente a causa del calor. Llegó a su destino empapado, parecía haberse deshidratado, lo que le confería un aspecto muy cansado. Dos minutos después de su llegada una cara alegre asomó tras el umbral de la puerta. La sonrisa que decoraba aquel semblante dibujaba dos pequeños hoyuelos bajo sus mejillas. A modo de saludo se abrazaron. Andrea notó que su amigo solo la abrazaba con su brazo izquierdo y que en su mano derecha sostenía algo. Se separó y contemplo como aferraba un asa de una curiosa caja azul que era coronada por una pequeña cerradura. Damián se la tendió a la sorprendida que no terminaba de comprender.
-Ten, guarda esto en tu casa, hazme el favor.
Por mucho que le pidiese explicaciones el chico no soltó prenda manteniendo el suspense.
-Ya llegará el día en el que sepas que hay dentro.
Y esa fue la única aclaración que llegó a oír de su amigo respecta a esa misteriosa caja la cual parecía reírse de ella de una forma burlona con su brillo azul.
Llevaban dos horas perdiendo el tiempo en una de las pequeñas zonas del Jardín del Príncipe donde el sol era limitado por la sombra que proporcionaban los árboles cuando decidieron abandonar el lugar para ir a merendar a un Burguer King cercano, aunque por la hora estaba más cerca de ser la cena. Andrea no paraba de preguntarse por el contenido de su caja de Pandora particular y sobre los males que podría haber encerrado ahí. Lo único que le había aclarado Damián es que no obtendría la llave hasta después de cierto hecho. Mientras Andrea se mantenía concentrada tratando de adivinar aquello que podía haber dentro Damián devoraba una Wopper y aprovechando el estado de embobamiento deslizaba la mano hasta el menú de Andrea para sustraerla alguna que otra patata. Fuera del establecimiento se escuchaba una gran banda sonora veraniega compuesta por niños correteando de un lado para otro, fuentes de agua emanando el transparente líquido y el sonido de los coches de una carretera poco visitada. Los dos se encontraban en una calma que pronto fue interrumpida por una irritante y aguda voz.
-¡Dami! Qué casualidad vernos aquí.
Damián apartó la vista de sus últimos trozos de hamburguesa con la boca llena de migas para contemplar a dos chicas que parecían no conocer el límite con el maquillaje, o simplemente tanto amaban el arte que se echaban suficiente pintura en la cara como para parecer un cuadro propio del Impresionismo. Comenzaron a conversar con Damián ignorando por completo la presencia de la chica que se sentaba en frente de él que seguía obcecada en adivinar que había dentro de la caja. Ellas no paraban de hablar y a Damián se le notaba incómodo, seguramente por el hecho de que no recordaría sus nombres, pero si ellas se llegaron a dar cuenta no dieron muestra de ello.
-¿Y qué hacéis aquí?- preguntó a pesar de la obviedad.
-Pues aquí Lucia, que es una gorda y no lo remedia.-dijo la que era algo más lista que la otra.
-¡Anda esta! Pero Ana, si tú más que gorda estas obesa.
Comenzaron con un montón de bromas sobre el peso entre ellas las cuales eran ignoradas por los dos amigos. El joven muchacho parecía darse cuenta de la estupidez que desprendían en cada palabra, pero trató de ser simpático.
-Chicas-interrumpió-¿Os venís ahora a dar una vuelta?
Andrea se sintiendo sorprendida. Él no solo había sido siempre muy tímido, sino que también tendía a ser muy selectivo con sus compañías. Siempre repetía "Ni puedo con las chicas que solo hablan de cotilleos y ropa ni con los tíos que solo hablan de fútbol y mujeres"¿Porque echaba al traste tan noble lema?
Una de ellas posó la mirada en Andrea, como reparando por primera vez en su existencia.
-No queremos cortarla el rollo a tu novia.
Andrea comenzó a reír y ellas se miraron extrañadas.
-Solo somos amigos de la infancia. Nada más.
Las dos amigas se miraron y tras una risa dispar accedieron a la invitación.
Las dos jóvenes resultaban ser fuente de diversión por la derecha y un infierno por la izquierda. Eran bastante graciosas pero sus risas de hienas eran insufribles, sin sumarle los gritos que daban, los que provocaban un sentimiento de vergüenza ajena sin igual.
-¿Porqué no nos mandaste ningún mensaje, Dami?
Habían acabado en un banco los dos sentados donde Damián se encontraba en medio y tenía que soportar como las dos le abrazaban cada una un brazo. Andrea acabo sentada en el suelo frente al banco con las piernas entrecruzadas.
-He estado ocupado- se defendió.
-¿Ocupado en qué?
La reacción de Damián me hizo dar cuenta que los aires cotillas de aquellas molestas niñas estaban acabando con él. De repente sonrió de una forma extraña, similar a la de un loco.
-Estaba pensando en lo irónico que resulta.-dijo casi susurrando
-¿El qué?
Damián miró a Lucia, la que no era tan agraciada como su compañera de tonterías.
-En que tú, Lucia, eres la inteligente de las dos pero es ella la que manda sobre tus actos, como que es la líder de las dos. ¿Es porque ella atrae a los chicos y tú te quedas con aquellos que desecha? Eres lo suficientemente lista como para no perder el tiempo así-Paró para zafarse del abrazo de aquellas chicas que le miraban sorprendidas y prosiguió- Y tú, Ana, solo quieres llamar la atención, quieres ser el maldito centro de todo el mundo. Eso me asquea bastante. Y para acabar ¿No os dais cuenta que vais enseñando medio culo? ¿A qué viene tanto maquillaje? Tenéis catorce años, no veinte, no tratéis de ser lo que no sois.
Nadie salía de su asombro. El rostro de Damián era el de una persona enfadada y estaba descargando todas sus frustraciones contra aquellas muchachas a las cuales, era cierto, que todo lo que las echaba en cara eran cosas reales y no inventadas.
-Andrea, vayámonos, no soporto estar más tiempo aquí.
Tendió su mano para ayudarla a levantarse. Ella seguía sorprendida, pero actuó rápido y se aferró a su apoyo. Los dos amigos marcharon dejando atrás a aquellas chicas a las que parecía que nadie podía haber dejado sin habla hasta aquel día. Permanecían sentadas en el banco calladas, arrastrando en sus caras una sensación de pesar.
Andrea andaba al lado de Damián y empezó a preguntarse: ¿Tanto puede cambiarte saber que la fecha de tu muerte está próxima? Solo pensarlo la hizo que la recorriese un escalofrío.


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