viernes, 1 de mayo de 2015

Capítulo 14: Ausente en presencia.

El panorama seguía el ritmo de la rutina sin perderse en ningún detalle cerrando el paso a cualquier novedad que pudiese irrumpir en los más que repetitivos días. Carpetas y estuches de diversos colores y diseños reposaban sobre las pintarrajeadas mesas de instituto firmadas por autores carentes de arte, pero llenos de inspiración a causa del aburrimiento, que preferían mantenerse en el anonimato por miedo a una sanción. Tímidos rayos de luz provenientes de un débil sol mañanero se asomaban por aquellas ventanas que chirriaban a la hora de ser cerradas o abiertas. El bullicio construía su trono sobre las lenguas de los jóvenes estudiantes, tan repletos de energía, a pesar de las tempranas horas que concedían aquel apagado presente. Los pasos eran discordantes y faltos de orden, encaminados a distintos destinos pero poseedores de un mismo y tedioso resultado. Los ojos de Damián chocaban con esta estampa que fortalecía el deseo de gritar y salir corriendo, hacia ninguna parte, cualquier lugar lejano a ese odioso instituto que tanta amargaba a su espíritu inconforme, ahogándolo en un pozo de agua de lluvia corrompida.
Las únicas fuerzas que le eran restablecidas era gracias a sus amigos, y curiosamente para su sorpresa también a sus conversaciones con Elena, su parlanchina compañera de pupitre.
Aquella niña de ojos azul cielo dedicaba las horas de clase a contarle con incesantes ganas aquellos episodios de su vida que consideraba de interés, más todos los cotilleos sonados del momento que circulaban por el centro. Solía fingir un poco creíble interés por los relatos de Elena, cada cual más disparatado, solo por temor a perder la buena relación que habían llegado a tener, pues tenía que admitir que la sonrisa de aquella chica de ojos claros le concedía un momento de paz y respiro al contagiarse de la perceptiva inocente que la caracterizaba. Cada día le recibía siempre con una expresión alegre y a pesar de la frustración de no poder concentrarse en sus propios pensamientos por la incansable dicharachera compañera, no podía evitar echar de menos su presencia los días que se ausentaba. Su encanto se debía a que aquella muchacha tenía la gran habilidad de ser capaz de sacarle conversación a un muerto y un cuerpo en proceso de mujer adulta que ya comenzaba a traer miradas indiscretas y lascivas entre sus compañeros. Damián ya se había sorprendido a sí mismo tratando a principios de curso de ver más allá de un discreto escote, de una camiseta básica de hombros, sonrojándose de tal manera que toda su sangre se concentró en sus delgadas mejillas.
Ella era bastante popular entre los chicos, pero también era bastante ingenua inmersa aún en ideales infantiles de cuentos. Damián creía que faltaban chicas así, que no tratasen de aparentar una edad que no fuese la suya, como el consideraba que eran un gran número. Un ejemplo de su clase era Sara, también conocida como "La Abierta" y no precisamente por su forma de pensar. Era un año mayor que el grupo, ya que se trataba de una repetidora, y al contrario que Elena no era simpática, y si lo era resultaba ser de manera muy selectiva. Sus gustos estaban muy marcados a esquema de chicos considerados como los populares mientras que el resto eran sumidos a la sombra de su indiferencia y desdén. Los rumores respecto a sus habilidades con la lengua eran variados, y no precisamente en el campo del habla, el cual encontraba bastante limitado a expresiones vulgares, y su egocentrismo era un aura que lo cubría con un velo de repugnancia a ojos de Damián. Ni tan siquiera era atractiva. Hasta en aquel frío invierno ya canoso vestía con camisetas ajustadas que enseñaban el ombligo complementado con un brillante pendiente tan redondo como la tripa que enseñaba. Su ancha nariz cubría la media cara que no estaba oculta tras un recto flequillo, repeinado cada minuto por un peine que llevaba siempre consigo.
Mientras que ella aceptaba a cualquier posible amante por una semana, Elena se mostraba enamoradiza e infantil esperando la llegada de su príncipe, aquel que se había desviado del camino para descansar entre los brazos de Sara. "Será que los príncipes visitan mas los burdeles que su lecho conyugal y las princesas se entretienen con los mozos de cuadra" pensaba para si Damián tras ser conocedor de tantas historias adolescentes pasadas. Aquel día contemplo por primera vez los ojos tristes de Elena, al saber que Roberto, considerado la promesa deportiva por todos, se dejaba llevar por Sara a un rincón donde esconderse de miradas indiscretas.
-¿Qué te pasa, Elena?- Preguntó Damián.
Por primera vez desde que la conocía, guardó silencio mientras retenía lágrimas en los ojos, No eran necesarias las palabras para entender que la pasaba.

Por aquellos días los momentos incómodos hacían actos de presencia entre Damián y Elena. Esa manía suya de hablar hasta por los codos se mostraba ausente. Damián tragaba saliva y miraba fijo a la verdosa pizarra. No se le daba bien iniciar una conversación, de esa parte siempre se había encargado el resto, y para colmo Elena no ayudaba a mantenerlas más allá de un breve instante donde su naturaleza vivaz trataba de tomar nuevamente el control de sus actos. Si algo aprendió Damián de todos sus prolongados monólogos de cotilleos es que la tristeza nunca es eterna y aun sufriendo de ella siempre existe alguien o algo que nos arranca una sonrisa.
-¿Te has fijado que Carlos lleva la etiqueta de la camisa por fuera?-dijo Damián en un frustrado intento de hacerla reír.
Elena garabateaba con aplomo sobre una agenda escolar de tonos apagados y lúgubres encerrada en sus pensamientos. Sin dejar de mirar el bolígrafo de su mano asintió.
Damián comenzaba a sentirse asqueado. ¿Porqué trataba de animarla? Ni tan siquiera era su amiga, no le debía afectar a su estado emocional. Pero lo hacía. Los momentos incómodos se alargaban y aumentaba su inquietud. Ya había pasado dos días y no mostraba síntoma de mejora. La poca paciencia que aun guardaba en todos sus vanos intentos de hacerla sonreír se habían esfumado.
Era clase de inglés y Damián reflexionaba contemplando a su compañera correar el bolígrafo por el libro de ejercicios resolviendo con facilidad las cuestiones planteadas. Su personalidad retraída parecía no alcanzar su objetivo, así que decidió dejar caer peso en la balanza de ese nuevo carácter que se había forjado. Sin previo aviso Damián retiró aquel libro de la vista de Elena corriendo la tinta por mitad de la página.
-¿Qué haces?- preguntó en una mezcla de enfado y duda.
La respiración agitada del muchacha no era más que un signo de su nerviosismo. Aun no se había acostumbrado a poder comportarse así. Respiro hondo.
-Me vas a decir ya que te pasa.
¿Que qué me pasa? ¿Qué te pasa a ti, idiota?
No estaba resultando. Pensó que tal vez no lo estaba enfocando de la manera adecuada, a sí que concluyó que dejar salir a las palabras sería lo mas acertado.
- Normalmente me estaría dando el puto coñazo con lo que pasa entre Menganito y Fulanita, pero llevas un par de días muy rara.
Sus ojos oscuros se clavaron en los suyos. Trató de escudriñar sus pensamientos a través de ellos, pero le fue imposible.
-Si te doy el coñazo como dices, ¿porqué preguntas? ¿Acaso quieres que te lo vuelva a dar?
La pregunta le pillo por sorpresa. Volvió a clavar su mirada y lo vio. Ella solo ansiaba una respuesta, una que fuese sincera y no una complaciente para agasajar al oído.
 -Porque cuando lo hacías estaba siempre sonriendo.
La voz chillona de la profesora sonaba de fondo impartiendo la lección sin percatarse de las conversaciones de sus alumnos. O al menos fingía a la perfección no darse cuenta.
Aquellos ojos claros seguían penetrando en los suyos obligándose a retirar la mirada, ruborizado de sus palabras. A veces olvidaba que solo rozaba los dieciséis años, que no era más que un niño con complejo de maduro, siendo incapaz de no enrojecer por mirar a una mujer todavía más cercana a la niñez que a una edad adulta. Su personalidad tímida volvió hacerse dueño de él, manifestándose en su gesto tornado torpe, su habla atropellada, farfullando palabras sin sentido.
-¿Qué importa que sonría o no? Mi sonrisa no aporta nada, Yo no aporto nada.
Son los dramas de aquellas edades tan duras donde todos buscan su identidad, preguntas como "¿Quién soy" "¿Para que sirvo?" y una de las más repetidas, "¿Porqué no me hace caso?". Damián le daba vueltas, buscaba las palabras idóneas, pero comprendió ser una estupidez, que los discursos preparados no funcionan para expresar emociones, que solo las palabras que brotan directas desde el corazón suenan sinceras, pues no han sido corrompidas por el pensamiento.
- Sabes, cada día me plateo la misma pregunta. No se porque vengo aquí a diario cuando no tendría que hacerlo si quisiera.
Elena callaba atenta a las palabras de Damián, perdidas casi en un susurro.
-¿Pero sabes qué? Lo acabo haciendo, cagándome en todo, hasta que llego a clase y te encuentro aquí sentada, sonriéndome. En ese momento pienso que realmente merece la pena venir.
Se sentía envalentonado, capaz de convencer a cualquiera de lo que fuese. Tras una breve parada prosiguió.
-Si causas ese efecto en mi, que solo soy un simple compañero de clase, no me puedo imaginar que debe ser para tu familia y amigas. Tal vez eso sea lo que aportes: luz.-Damián se relamía con cada frase.- ¿Una chica rubia de ojos azules tan guapa me habla alegremente a diario? ¡Ni yo me lo creo! Me siento hasta grande. Nos haces grande. Así que no te preguntes que para que vales si no quien vale, quien se merece tu atención.
Calló dejando sus últimas palabras en el aire, esperando que calasen en el fondo de su interior. Estaba orgulloso, era un poeta. No. Un rey poeta con corona y cetro. Así se veía.
-Vaya cursilada, Dami.
La corona se escurrió de su coronilla estrellándose contra el suelo provocando un estruendo metálico.
-¿Perdón?
-Que te has puesto ñoño.
El cetro ardía en su mano, prendía su piel y le obligaba a liberarlo para hacer compañía a la corona. No entendía por que había tratado de animarla.
Su respuesta no tardó en llegar. Esa inocente sonrisa había vuelto, aunque fuese a causa de él, le resultaba gratificante.
-Gracias por animarme.- dijo finalmente.
Los sonidos de la calle llegaban débiles tras chocar con la ventana, pero lograban entremezclarse con las voces del aula. Elena seguía con sus mofas de Damián, con un carácter cariñoso y este no podía más que volverse a encerrar en su forma tímida.

Llegó la hora de salir y la rutinaria estampida hizo acto de presencia donde cada uno de los estudiantes empujaba al de delante intentando así acelerar su ida.
Ese día el padre de Damián había acabado antes de trabajar por falta de clientes en la oficina. Le esperaba apoyado en el coche aparcado cerca del paso de peatones que daba a la entrada de aquel instituto. Tras una pequeña carrera llegó hasta su padre que estaba apurando las últimas caladas a un cigarro mal liado.
-¿Dónde está tu hermana, flaco?-Preguntó su padre a forma de saludo.
-Se iba a comer con las amigas o algo así.
Aspiró una última calada, tiró la colilla al suelo y la piso para que se apagara.
-Entonces mueve el culo.-y le guiñó un ojo.
Subió al coche sin mediar palabra y de forma automática encendió la radio por su emisora favorita. Una balada de rock sonaba ya cerca de su parte final. Giró la ruleta del volumen y la canción llenó cada hueco del vehículo con la magia sonora que destilaba.
-Veo que te gusta esta canción.
-Todas las de esta emisora prácticamente me gustan.
Arrancó el coche y emprendieron la vuelta a casa. Damián miraba por la ventanilla hacia la acera observando a los demás chavales de su edad que volvían andando mientras hacían el tonto. Se fijó en unos que caminaban golpeándose en los brazos mientras gritaban barbaridades y se perseguían. Un poco más adelante estaba Elena. Sus ojos claros dieron con aquel tímido muchacho que se acomodaba incómodo sobre el asiento de copiloto. Alegremente le despidió con la mano. Él, cortándose por la presencia de su padre, correspondió el gesto levantando su brazo de forma veloz.
-¿Es tu amiga?- dijo mientras se encendía otro cigarro liado que ya guardaba preparado.
Sabía que se avecina una conversación incómoda así que dedicó a tratar de zanjarla con respuestas cortas.
-Se sienta a mi lado en clase.
Antes de acabar la frase su padre, sin apenas separar las manos del volante, ya había prendido el cigarro y llenado de humo el pequeño habitáculo junto con ese fuerte olor que solo el tabaco es capaz de desprender. Dio una pausada calada y suavemente la expiró.
- Es guapa.
Una imagen de Elena le vino por sorpresa a la cabeza, sentada en aquel pupitre mirándole alegremente.
Guardó silencio.
-¿Te la has ligado ya?
-¿Qué?
Su padre liberó una pequeña risa burlona.
-Has salido a la familia de tu madre. Que pena.
Otra vez se declinó por callar. Lo cierto es que en su cerebro se estaba debatiendo una lucha. Cada vez que pensaba en Elena, Rocío parecía ser invocada y el fuego estallaba entre llamaradas azules y verdes. Cerró los ojos y apoyó la frente sobre el salpicadero. Algo estaba mal.
Una flecha se clavaba en el hueco que otra había dejado y ahora se veía incapaz de determinar cuál de estas había alcanzado más profundidad su... no sabía determinar el que, no podía definirlo con palabras. Respiró hondo. Sus pulsaciones volvían a encaminarse a la normalidad.
Como fuese, daba lo mismo, pues ninguna de ellas se fijaría en él. Una canción desconocida para sus oídos daba comienzo en ese instante. Sonrió. Le gustaba esa canción.


"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."-Gustavo Adolfo Bécquer.