miércoles, 31 de diciembre de 2014

Diario de Damián: En aquellos días.

Parecía mentira que los días trascurriesen con tanta normalidad, parecía que realmente mi fecha límite no estaba tan próxima. Supongo que debería agradecer este hecho puesto que sería demasiado triste estar pensando en la amargura de los acontecimientos venideros viviendo en el fondo de ese pozo oscuro que son los lamentos. Todos actuaban igual que siempre más supongo que verme tan vivo hacía difícil el hecho de olvidarse de aquello que iba a ocurrirme. Había logrado salir de mi encierro voluntario, de aquel nido en el cual me creía a salvo y no fue hasta entonces que no comprendí: No era que odiase al mundo, tan solo lo temía, no era más que un cobarde que empalidecía por la posibilidad de recibir daño. Es cruel caer, es cruel ser derrotado y más cruel es aun ser traicionado, pero, sin caer no aprendes a levantar, sin derrotas no corriges los defectos que impidieron la victoria y sin ser traicionado no puedes conocer las palabras en las que los Judas se enmascaran esperando ocultos hasta venderte con el beso que condena.
Todo lo ocurrido hasta ahora comenzaba a volverme loco y aun así no quería dejar de sentir pues si la demencia es la consecuencia de la felicidad no dudaré en desatarme de la cordura.
Se que Andrea fingía mucho a la hora de compartir momentos conmigo, se mostraba en extremismos donde podía ser o muy distante por sus reflexiones y pensamientos hacia mi o demasiado cariñosa, tratando de que sonriese, de que no la pudiera olvidar. La pobre aun no había aprendido a pensar en si misma y a dejar de lado a los demás, todo lo contrario a lo que yo había sido. Un día me enfadé con ella por dejar de lado a sus amigas solo por estar conmigo. No era la primera vez y ya se oían rumores sobre las pretensiones de estas de dejarla de lado al sentirse como segundos platos. Las miradas asesinas que aveces me dedicaban no me hacían sentirme muy afortunado.
He sorprendido en más de una ocasión a mi madre llorando en su habitación mientras ojeaba antiguas fotos mías de niño, abrazándose a si misma reprimiendo su impotencia. Tras un rato salía con el rostro marcado por las lágrimas fingiendo una sonrisa.
Mi hermana no se daba cuenta de ello, o fingía no hacerlo. En lo que a tratarme era al respecto había cambiado más por Rocío que por aquella condena que se apoderó de mi juventud. Ella seguía igual de risueña e incluso algo más molesta con sus aires de cotilla, pero a pesar de incordiarme era mi hermana y no se podía evitar querer agradecerle esos actos de casamentera que nadie la había pedido.
El instituto me aburre y me salto numerosas clases cada vez que puedo, me voy a un parque cercano y escribo las palabras que en vida no me atrevo a dedicar. Supongo que el cobarde muere cobarde.
Si seguía yendo al instituto era con la escusa de hacer vida normal, pero no era más que eso una escusa para poder ver a Rocío. Cuando la veía el nerviosismo se apoderaba de mi y las palabras se atascaban arañando mi inocente garganta. El latido se aceleraba considerablemente y retiraba la mirada de una forma instintiva por que mi timidez me obliga a no hacer tan palpable las emociones que me aprisionaban, pero la sangre que subía a mi cabeza me sonrojaba siendo delatado. ¿Qué podía hacer si cada cruce era una parálisis que me otorgaba ese complejo de estatua? Anidaba en mi propio interior el temor a lo desconocido, pues realmente no sabía que era lo que me provocaba aquel lamentable estado de niño inmaduro del cual creía haber logrado ya haberme desecho.
Es impresionante el color que obtienen las cosas cuando dejas por fin de hacerte el ciego, como comienzas a comprender el movimiento que hay a tu alrededor, la conveniencia que hace de combustible para los actos de esas masas de personas que a diario nos encontramos por las rutinarias calles donde habitamos. La amistad de verdad se hace de notar mientras que en las restantes se sienten carentes de unos fuertes lazos que te obligan a confiar, a darlo todo por alguien de una forma altruista sin mirar en el porvenir propio, solo el beneficio de saber que se ha ayudado a un amigo. Esa era la amistad que tenía yo con los míos, o al menos, eso era lo que creí durante mucho tiempo...


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