sábado, 20 de septiembre de 2014

Capítulo 8: Lunes.

De vuelta en el tren Damián había reflexionado y sospesado más su impulsiva idea y decidió que sería mejor esperar al lunes para en clase tranquilamente sonsacar algo. El vagón permanecía en silencio con unos hermanos Terry durmiendo apoyándose la cabeza el uno en el otro. Castillo enseñaba un vídeo  desde su móvil a Fofo compartiendo unos cascos auriculares. El viaje fue breve y pronto regresaron a una Aranjuez que les esperaba en penumbras con una luna coronando el cielo nocturno. Salieron de la estación y afuera el padre de Castillo les esperaba apoyado en su 4x4 mientras jugueteaba con las llaves.
- Subid chicos, que os acerco.- Ofreció amablemente.
Todos subieron y el silencio reinaba sepulcral. El cansancio había hecho mella en ellos y junto con el hecho de que al día siguiente era lunes la cabeza gacha era su forma de expresión. Damián observaba por la ventana cada una de esas calles que bailaban con las sombras que dibujaban las farolas. El coche hizo su primera parada en casa de Fofo, cerca del ayuntamiento del pueblo. Se despidió hasta el día siguiente y el coche emprendió la marcha nuevamente dirigiéndose hacia casa de Damián. Más de una vez Roberto, el padre de su amigo les había hecho las funciones de taxista por lo que no necesitaba pedir indicaciones a cada uno. Aparcó en doble fila frente su portal y con una breve despedida, donde el tono de su voz reflejaba cansancio, bajo del coche para subir a casa. Subió los escalones lentamente con la mente en blanco arrastrando los pies. Abrió la puerta y pasó. Podía oír a sus padres charlar tranquilamente en el salón y un suave olor a pollo le decía que ambos estaban sentados en la mesa cenando. Entró al salón para ver todas sus intuiciones en una imagen. Su madre reía mientras su padre devoraba lo poco que quedaba en su plato.
-Dami, ¿Qué tal en Madrid, hijo?- preguntó su madre al verle.
Este se rascó la cabeza pensando en la escusa para no cenar e irse directo a la cama.
-Pues para lo gordo que está Fofo nos ha hecho andar demasiado, así que estoy molido. Me voy a ir a acostar, yo creo.
Se giraba sobre sí mismo cuando la voz de su padre le sobresaltó.
-¿No cenas nada?
-No tengo hambre.
Y sin girarse se dirigió a su habitación. Nada más entrar se dejó caer en la cama y se dejó llevar por su imaginación. En aquel mundo volaba sin alas por un gris cielo madrileño mientras suaves brisas le mecían. Poco a poco todo se fue disolviendo en un profundo sueño.

Andaba por el centro de Madrid, solo, sin ningún transeúnte cercano. Los establecimientos estaban abandonados y el vagabundeaba por cada rincón de la ciudad. Buscaba a alguien, quien fuese, pero no encontraba a nadie, ni tan siquiera a su sombra. Trataba de gritar y su voz se perdía sin llegar a oídos de nadie. Estaba solo. Fue entonces cuando comenzó a sentir un fuerte dolor en los brazos, como si fuesen pinchazos, lo suficiente fuertes como para hacerle caer y retorcerse de dolor. El dolor se extendía por el resto del cuerpo y lo sentía insoportable, una agonía que hubiese sido capaz de doblegar hasta el más duro de los hombres. Abrió los ojos y aquel dolor había cesado. Volvía a estar en su cama ,y la oscuridad que había tras el cristal de la ventana reflejaba que era alguna hora de la madrugada. Su frente se encontraba humedecida por el sudor que perlaba su blanquecina piel. Con los ojos cerrados trató de buscarle un sentido aquel extraño sueño. ¿Reflejaría el hecho de sentirse solo o tan solo verse incomprendido? Y aquel dolor... ¿Sería una manifestación física de el dolor que le causaba dichos sentimientos? Damián se maldijo así mismo por sentirse tan débil, se consideraba capaz de poder ignorar a su conciencia y al llanto ocasional del corazón, pero nadie se puede hacer eso sin pagar un alto precio. La almohada mojada le incomodaba, así que la dio la vuelta para volver a recostarse. Que fácil sería vivir sin emociones pensó, sin depender del cariño de nadie o una simple mirada complaciente. Tardó un rato en dormirse, aunque su mente tan activa se mantuvo despierta, ocasionando ese tipo extraño de dormir en el que uno es consciente de todo lo de su alrededor de forma relativa pero es incapaz de moverse. 

El despertador del móvil sonó con fuerza pero Damián rehusaba a moverse de aquel colchón. Sin ser consciente desactivo la alarma y girando sobre sí mismo se volvió a dormir. A los escasos diez minutos una mano le zarandeaba dulcemente perturbando su descanso. Miró sobre su hombro para contemplar a su hermana somnolienta pero sonriente le decía algo de llegar tarde. Abrió los ojos de golpe y en un movimiento veloz estiró el brazo para coger su móvil para mirar la hora. Suspiró aliviado al ver que solo se había dormido diez minutos, el tiempo que empleaba en esperar que su hermana terminase de prepararse. Su hermana sin hablar ni una palabra marchó al baño a arreglarse. Damián se cambió rápido e hizo la habitación lo más veloz que podía ser a esas horas. Tenía intención de ir al baño pero su hermana aun se estaba pintando la rayas de los ojos. Damián nunca comprendió porque las mujeres se pintaban, pues consideraba que era tapar lo que son realmente para fingir ser más guapas, aunque muchas sin el maquillaje que empleaban eran más guapas. Reflexionaba sobre el porqué del uso del maquillaje delante de la puerta del baño mientras su hermana terminaba su tarea artística. En el momento que se abrió la puerta reaccionó Damián apartando su hermana a un lado de la cual ignoró las quejas y se dispuso a orinar. No fue consciente de las ganas que tenía hasta que la caliente orina comenzó a desalojar su vejiga.
-Podías haber esperado a que saliera.- Replicaba su hermana a sus espaldas.
Damián le lanzó una cara de pocos amigos pero Silvia seguía frente a sus espaldas con los brazos cruzados. Suspiró y pidió perdón. Silvia volvió a su constante e inquebrantable sonrisa y torciendo la cabeza hacía un lado aceptando las disculpas.
Cinco minutos después se dirigían al instituto a un paso raudo. No hablaban por el camino, ambos permanecían en silencio hasta que Damián se decantó por ser él quien lo rompiese.
-¿Quedaste ayer con Rocío?- Preguntó.
Su hermana ensancho aun más la sonrisa que nunca le abandonaba para responder.
-¿Tanto te gusta o qué?
Damián se sonrojo sintiendo como si toda la sangre de su cuerpo se le hubiese subido a la cabeza. Su hermana soltó una carcajada ruidosa.
- Es broma tonto.- Respondió.- Lo cierto es que ayer no salió porque estaba mala. Hoy tampoco creo que vaya a clase.
Las expectativas de conocer a Rocío un poco más ese día se esfumaron. 
-¿Pero sabes que la pasa?
Su hermana dudo un momento antes de responder.
- Con la regla se pone malísima. La duele la tripa mucho y los ovarios. Algunas chicas lo pasan fatal.
Damián estuvo a punto de preguntarla si ella era una de las chicas que no lo pasaban mal, pero estaba seguro de no querer saber cómo vivía la regla su hermana. El resto del camino lo pasaron en un silencio digno de un velatorio hasta la llegada del instituto, donde, como ya era rutina, se separaron sin tan si quiera despedirse nada más entrar.

Aquella mañana para Damián fue eterna. Las tres primeras horas las pasó en silencio escribiendo en su cuaderno cosas ajenas a las materias. Los profesores ignoraban este hecho, ya fuese porque no molestaba el transcurso de la clase o porque se compadecían de su enfermedad. El recreo por el contrario que las clases lo sintió breve. Reía con las estupideces de los hermanos Terry y las burlas de Castillo sobre Fofo. El resto de la mañana fue un suplicio que paso igual que las tres primeras horas.
Una vez en casa comió de tres cucharadas un plato de sopa con su madre y hermana. Su padre comería en el trabajo por un problema de papeleo en la oficina que tenía que solventar. Mientras comían su madre les preguntaba por la mañana mientras que Silvia alegre respondía. A Damián nunca le gustó ese tipo de preguntas, pues a nadie le interesan los problemas que hayas tenido con alguien que no conoces de nada, o al menos así pensaba por aquel entonces. Terminó y retiró su plato sin mencionar una palabra. Ninguna de ellas se inmuto, estaban más que acostumbradas a la sombría personalidad de Damián. 
Esa tarde solo quería coger un libro y volar por un mundo nuevo desconocido. Hacía poco que había conocido su nueva pasión por las letras, devorando libros con los ojos a una velocidad abismal. Llevaba ya un rato inmerso en su lectura cuando su móvil sonó. Extrañado lo cogió para mirar como un número desconocido para él se proyectaba en la pantalla. Descolgó y se lo acercó a la oreja.
-¿Si?
-¿Damián?
Damián dudó por un instante. Conocía la voz pero no caía en la cuenta de quién podía ser.
-Si, soy yo. ¿Quién eres?
-Ah, vale, no me equivocado entonces.-Sonó la alegre voz.-Soy Rocío.
El latido de Damián se paró por un segundo, y tan solo fue para coger carrerilla y comenzar su desenfrenada carrera trotando por su estómago. Su voz se atrancaba y no salía y como ya era costumbre ella tomo las riendas de la conversación.
- Escucha, era para pedirte los deberes de clase, el que han mandado y tal.
Damián se sintió desilusionado, guardaba esperanzas de que fuese para verse. Sin sueños no se puede tolerar la realidad.
- ¿Solo para eso?
-No, era para tener una escusa de hablar contigo, no te jode...- bromeó con un tono sarcástico
Damián sabía que sin ser atrevido nunca sería más que el tímido de siempre, que debía mostrar esa nueva personalidad suya desenfrenada y sin pensar tan siquiera respondió.
- Es lo más lógico, siendo tan guapete como soy.
La oyó reírse y sonrío para sí.
-Si nos vamos a ver mañana por la tarde, ¿o se te ha olvidado? Quedamos para ir a correr.
Damián lo había olvidado por completo. Ya se soltaría una reprimenda así mismo más tarde. Por el momento debía salir del paso.
-Ya, pero creo que eres incapaz de aguantar un día sin verme.
- Uy, que creído te lo tienes...- Río más que habló.
Damián apoyó la mano en la pared y agachó la cabeza. Se estaba imaginando ya el pasar la tarde con ella y le encantaba la idea. Elevó la cara sonriente y respondió.

- Se que os gustan los creídos.- y sin dejarla responder concluyó.- Te mandó los deberes por un mensaje, fea, mañana nos veremos.- Y colgó. ¿Habría hecho bien? Se estaba arrepintiendo de haber sido tan estúpido, pero más tarde se daría cuenta que algunos fallos son los mejores aciertos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario