lunes, 17 de agosto de 2015

Capítulo 22: besos de vainilla.

Pendía el sol sobre lo alto de la calurosa tarde de aquel día como un farolillo amarillo. Sus cordones mal atados no suponían un problema, tampoco la falta de un cinturón que provocaba que se le callesen los pantalones poco a poco. Comprobó el olor de su aliento un par de veces más que las cientas que realizó de su olor corporal. Estaba sudando, pero estaba seguro que se debía al nerviosismo y no al calor. Había quedado con Elena, y después de dos semanas de su comienzo de la extraña relación que protagonizaban, decidió pedirla salir formalmente. Su mano izquierda temblaba y sudaba. Debía ser por los nervios.

Llegó al punto de quedada y se sentó en un banco a esperar a que llegase Elena. Miró su reloj. Había llegado cinco minutos antes de lo previsto. Miraba a sus espaldas y contemplaba un parque de bomberos.  Aquellos camiones siempre le habían parecido extremadamente ruidosos desde que era pequeño. Poca gente pasaba delante de él paseando por aquella zona, y ninguno fue incapaz de quedarse mirando a sus oscuros ojos. Diez minutos después llegó Elena. Vestía una camiseta blanca metida dentro de unos pantalones cortos. Damián respiró aliviado al ver que aquellos vaqueros no dejaban ver nada de sus nalgas. Odiaba aquella estúpida moda sin ningún sentido impuesta por a saber quien. Elena sonrió al ver a Damián, agachó la cabeza y se cubrió con el flequillo los ojos, un gesto vergonzoso que hizo sentir a Damián que se iba a derretir por dentro. Llegó a su altura y la saludo dándola un beso.
-Hola. -dijo tímidamente.
Damián, fijo como una estatua, se quedó sin palabras. No se acostumbraba todavía a esa situación. Elena se giró avergozada por el silencio que se apoderó de entre los dos.
-No me mires así.-dijo poniendo voz infantil.
Damián agarro de su mano y tiró de ella. Con su otra mano la rodeó la cintura, y sin previo aviso, la besó apasionadamente. Tras unos segundos se separaron lentamente hasta quedar frente con frente.
-Vaya.
Seguía sonriendo, pero está vez un tanto más pícara. Se mordía el labio inferior, mientras sus frentes parecían dos imanes.
-¿Porqué te muerdes el labio?- le pregunto Damián.
Elena levantó sus hombros en señal de duda.
-Creo que es porque no me le muerdes tú.
Damián se encontraba feliz, satisfecho en ese momento. Se separó un poco de ella y se mordió el labio inferior de forma burlona.
-¿Qué harás entonces? -preguntó mientras guiñaba un ojo.
Elena acorto la escasa distancia que había entre ellos besándole con fuerza. En el momento antes de distanciarse le mordió el labio mientras dibujaba una media luna tumbada como sonrisa.
Damián fingió un gesto exagerado de sorpresa.
-¿Si?
Damián la devolvió el beso y al terminar imitó a Elena.
-Eso no es justo. No vale.- dijo Elena volviendo a poner voz infantil.
Damián la sujeto de la barbilla con la mano. Se acercó lentamente a ella, preparada para ser besada, y en ese instante, volvió a morderla. No pudo evitar dejar escapar una leve carcajada. Elena puso sus manos en cada lado de la cara de Damián mientras las deslizaba en una caricia.
-Eres cruel, sabes que eso me pierde.
-Tú lo tienes más fácil para perderme.
-¿Ah, si?- preguntó alejándose de él poniendo sus manos sobre su pecho.-¿Qué hago que te pierde tanto?
Damián agarró sus manos y con delicadeza las retiró para poder abrazarse a ella. En apenas un susurro habló.
-Con estar te vale.
Elena le miró con ternura. Sus ojos azules brillaban, más de lo normal. Damián creyó que iba a llorar. Iba a preguntar que la pasaba cuando ella se abalanzó sobre él y le besó, con la emoción que aquel momento había creado en ella.

La tarde envejecía en una plácida y calmada noche. Dos helados reposaban en sus manos respectivamente. Damián se perdía entre los ojos de Elena cada vez que trataba de hablar, y acababa divagando en alguna tontería que tomaba posesión de su mente. Cogió aire, varias veces, tranquilo, decidido de una vez por todas a hablar.
-Elena.
Ella andaba distraida mirando a unos niños jugar en aquel ayuntamiento.
-Dime.-dijo al darse cuenta.- Es que son tan monos...
Aquellos gestos infantiles suyos le distraían, pero logró hacerlos a un lado.
-Yo te gusto,¿no?
Elena no entendía las palabras de Damián, o así le dio a entender.
-A ver, tu me gustas, bueno, me encantas, y...¡Joder!¡Parece que no se hablar!
Elena apoyó su cabeza en su hombro.
-Aprende a hablar entonces. En un rato me recoge mi padre.-dijo para después sacarle la lengua.
Mil palabras se agolpaban contra su cráneo tratando de salir, pero ninguna lograba emparejarse de forma que naciese algo con algún tipo de sentido. Cogió aire por segunda vez.
-Quiero que seas mi novia.
-Vale.
-¿Vale?
-¿Qué quieres que te diga?
-Pues no se, a ver no tengo ni idea de...
Su frase quedó cercenada por aquel beso. Cerró los ojos y olvidó todo lo que tenía en la cabeza. Estaba con Elena y nada más podía hacerle sentir de dicha manera. Era algo mágico. Porque aquel beso...sabía a vainilla.

viernes, 14 de agosto de 2015

Capítulo 21: rencor personal.

Se levantó de su asiento bruscamente, dando con sus muslos sobre la mesa, lo que hizo que se tambaleara. Fue directo a por aquel muchacho que fácilmente le sacaba como dos años y dos cuerpos de diferencia, decidido a encajarle un fuerte derechazo. Una mano sobre su hombro le frenó en seco. Lucas se encontraba detrás de él mirando fijo a sus ojos con una expresión de desaprobación.
-¡Dami! ¿Qué haces aquí? -dijo su hermana alarmada.
Damián volteo la cabeza y pudo ver como Silvia se separaba de forma violenta del brazo de aquel chico que miraba sin comprender.
Damián cogió aire despacio, pensándolo  bien no quería alarmala.
-Pues cenar, no lo ves.- dijo con una muy mal fingida sonrisa sin dejar de mirar a su acompañante.
Silvia miraba a los dos sin saber que decir o hacer. Instintivamente se decantó por presentarlos.
-Dami, Andrés, Andrés, mi hermano Damián.
Andrés le tendió la mano amablemente sin dejar de sonreír en el mayor grado de amplitud posible. Damián no podía dejar de odiarlo, y sabía porqué. Sabía de muchos chicos de la edad de Andrés que tenían la tendencia de buscarse chicas con unos años menos aprovechando la inexperiencia de estas en el campo de los lívidos adolescentes. Damián no le veía la cara realmente, solo veía aquellos tres años y medio que tenía más que su hermana, diferencia que odiaba sin necesidad de plantearse un motivo. Aferró su mano en un fuerte apretón, seguro de si mismo, tratando de hacerle ver que no era muy bien aceptado por él, aunque no debió funcionar, pues ahí seguía él,  sonriendo de oreja a oreja.
-A cenar también vosotros a lo que veo.- dijo remarcando lo obvio.
Silvia se sentía incómoda en medio de aquella escena. Respiró aliviada cuando Damián soltó la mano de Andrés y se despidió con un falso aprecio.

Caminaba acelerado, como si un demonio se hubiese apoderado de sus pies. Castillo era el único capaz de seguirle el paso, mientras que los dos hermanos ya habían dejado de esforzarse.
-¿Quieres frenar un poco?¿A dónde vas tan rápido? -pregunto Castillo.
Damián no respondía, seguía obcecado en alejarse sin rumbo alguno de aquel kebab.
Castillo le agarro del brazo y tiró de él en busca de su respuesta.
-Suéltame, joder.
-¿Qué coño te pasa?
-Si le veo la puta cara un segundo más me le cargo.
-¿Y si solo son amigos?
-¿Y si soy gilipollas y me lo creo?
Lucas y Ramón lograron alcanzarle. Damián caminaba de lado a lado, igual que un tigre en su jaula esperando salir y devorar a cualquiera que se encuentre por delante. Parecía estar fuera de si, trastocado por la idea de que aquel muchacho estuviese aprovechándose de su hermana.
-Así no consigues nada Damián.-dijo Lucas.
Damián le echó una mirada asesina. Sus propios amigos daban la sensación de estar defendiendo a aquel imbécil que estaba con su hermana. Silvia siempre había sido una niña muy ingenua a la cual era fácil tomar el pelo. No podía tolerar que se aprovechasen de tal manera de ella. No lo iba a tolerar.

jueves, 13 de agosto de 2015

Capítulo 20: un cigarro y cuatro años.

Los días pasaban volviéndose tediosos en una pesada rutina que parecía no tener fin. Fofo se encontraba desaparecido desde aquel encontronazo con el resto, hacía una semana ya de ello. Los cuatro estaban preocupados por su amigo, pero cuando eran capaces de vencer al orgullo y llamarle para saber de él se negaba a cogerlo e incluso llegaba a colgar antes del tercer toque. Durante dos días había quedado con Elena y nada había llegado a dejar en claro. Las palabras se quedaban guardadas en un cajón olvidado y dejaban libre a sus pasiones juveniles entre besos y caricias lejos de ojos indiscretos. Lo único que odiaba era volver a casa, primero porque se tenía que despedir de Elena, no sin antes concederse otro momento a solas que parecía no tener fin, y segundo, le costaba andar tras aguantar durante tanto tiempo con una erección. Odiaba la incomodidad que esto le producía, y más que se producieran cuando se encontraban en esas situaciones que le hacían sentirse violento.
Junto con sus amigos, salvo por la ausencia de Fofo, nada interrumpía la calma de sus días. Aquel sábado habían ido de pesca y Castillo llegaba tarde como de costumbre. Damián junto a los dos hermanos habían levantado campamento y jugaban a las cartas al lado de las cañas. A punto de terminar la tercera partida de póker, al cual jugaban apostando abdominales, llegó Castillo con una sonrisa que cubría todo su semblante.
-Como no vengas de echar un "quiqui" más te vale que dejes de sonreír. -dijo Ramón.
Este hizo caso omiso de su amigo y rápidamente se descolgó la mochila que se encontraba en su espalda, deslizó su mano hasta un pequeño bolsillo y extrajo un paquete de tabaco.
-Se lo he pillado a mi padre en un descuido.
-¿Desde cuando fumas?-preguntó Damián.
-El otro día lo probamos. Tú habías quedado con Elena.
Abrió el paquete con calma y saco tres cigarrillos que se lo tendió a Damián.
-Ten, pillate uno y pasa el resto a los mongolos estos.
Damián tomó el cigarro inseguro. Por un instante, todo los perjuicios del tabaco le vinieron a la cabeza, ocupando un mayor espacio la palabra "cáncer". Se sonrió entonces y se lo puso en la boca. Aquella muerte enrrollada en papel y filtro no iba a ser lo que le enterrase.

La tarde discurrió entre toses y poca pesca. Durante diez minutos enseñaron a Damián que debía tragarse el humo y como.
-¿En serio la gente paga por esta mierda?- dijo entre toses Damián.
Los demás reían mientras le contemplaban echar el humo accidentalmente por la nariz. Le picaba la garganta, las fosas las notaba prendidas, trataba de quitarse la sensación carraspeando en vano.
-¿Cómo es que os ha dado por fumar ahora?
Lucas le daba una fuerte calada a su cigarro y le miraba con los ojos entreabiertos.
-Nos aburriamos y el Pablito, el de mi barrio, nos estaba ofreciendo un piti. Nos gustó y aquí estamos.
A Damián le costaba creer que les gustase desde un primer momento. Apagó la colilla contra el suelo y se acercó a las cañas. Se preveía que nada iba a morder el anzuelo.

Cansados de la pesca poco fructífera, dejaron las cañas en casa de los hermanos Terry y comenzaron a dar un paseo por las calles. Conversaban alegres de un nuevo videojuegos y comentaban de forma crítica cada aspecto de este. Inconscientemente, sus pasos les llevaron hasta un establecimiento de venta de kebab. El reloj señalaba las nueve rozando la hora, pero el ruido de sus estómagos marcaba que ya era el momento de cenar.
Damián, mientras devoraba un durum, pensaba en lo fácil que le había resultado dar aquellas caladas, y le parecía curioso que sus amigos lo tomasen como un juego más que como un vicio malsano. Decidió no darle más importancia, solo tenía dieciseis años. Trató entonces de involucrarse en la conversación que mantenían en ese momento.

Habían terminado de comer todos pero aquella animada conversación.  Una voz se anteponía sobre otra, elevando cada vez más el tono. La puerta se abrió, y los que estaban de cara a ella enmudecieron de golpe. Damián, que se encontraba de espaldas, no entendía que pasaba. La curiosidad que le provocaba los rostros pétreos de sus amigos le hizo volverse a ver. La imagen le impacto, enmudeciendo su habla y llenando su cabeza de pensamientos repentinos. Su hermana se encontraba ahí, agarrada de un chico bastante mayor que ella. Damián le reconoció, era uno de los alumnos de segundo de bachillerato,  y por lo que tenía entendido, acababa de cumplir la mayoría de edad. Su hermana aun no se había percatado de su presencia, y se apretaba cada vez más contra el brazo de aquel muchacho que sonreía enseñando cada uno de sus dientes. ¿Qué hacía su hermana, a punto de cumplir los quince, abrazada a aquel chaval ya mayor de edad? Sabía que a lo mejor estaba malilterpretando la situación, pero lo único que quería hacer en ese momento Damián era apretar su mano lo más fuerte posible en un puño y estrellárselo contra él, daba igual dónde, solo quería que se alejase de su hermana.

lunes, 10 de agosto de 2015

Capítulo 19: Acción, reacción.

Se encontraba de pie en el solitario pasillo de instituto delante de aquella odiosa mujer que parloteaba sin encontrar un fin sobre la recompensa ante el esfuerzo. El asentía, manteniéndose ausente en sus propios pensamientos, rogando porque callara de un vez y pudiese volver con Elena para terminar esa conversación a medias.
-¿Me puedes explicar porqué estás faltando tanto últimamente?
Damián sin oírla asintió con la cabeza. Cruzó los brazos ante él esperando una respuesta que no llegaba nunca.
-¿Y bien?
Damián volvió de sus pensamientos.
-¿Y bien qué?- preguntó.
La profesora era conocida por todo el alumnado por su falta de paciencia, cualidad que se estaba manifestando en ese momento.
-Si quieres ir de gracioso por mí bien, pero conmigo no, niño.
El tono despectivo con el que estaban cargadas dichas palabras encendió a Damián. Sostenía su mirada desafiante, observando el desdén con el que estaba siendo fulminado desde detrás de aquellas lentes. Apretó todo su cuerpo tratando de contenerse, sintiendo la tensión en los músculos de su cuello. La profesora repitió la pregunta, pero esta vez se mostró agresiva a la hora de elevar la voz. Damián no pudo aguantar ya más.
-¿Te he gritado acaso para que tú me grites?- dijo fríamente.
La expresión del rostro de aquella mujer cambio por un momento seguido de otro grito aun más alto.
-¿Pero como puedes ser así de descarado? ¡Soy tu profesora!¡Me debes un...-
-Pensaba que la mejor manera de enseñar era con el ejemplo.- interrumpió Damián.-Con tu ejemplo ahora se como faltar el respeto.- y dicho esto comenzó a aplaudir de forma sarcástica.
Aquella reacción la pilló de improvisto, como ya era habitual en cada una de las veces que Damián actuaba de una manera tan impulsiva. Damián comenzó a hablar de nuevo, sonando prepotente y crecido, escupiendo las frases y tomándolas como piedras para lanzar contra aquella maestra de instituto.
- A lo mejor no he estado faltando por problemas de salud, cosa que no es.- mintió Damián.- Pero sin saberlo tan siquiera ya vienes con acusaciones. Ahora te voy a decir porque he faltado. Porque me ha dado la gana. Verte la cara a ti y al resto quita las ganas de vivir a cualquiera. ¿Os creéis en serio aquello que decís? Me parece penoso. Ponme la falta que quieras, pero la culpa de todos los que pasamos de venir a clase no es nuestra sino vuestra, que solo sabéis amenazar con suspensos y faltas en vez de motivar. Expúlsame si se te antoja, me da lo mismo, solo he dicho la verdad.
Sin esperar a una respuesta, giró sobre si mismo y comenzó a dirigirse hacia la clase.
-Damián.-dijo a la espalda su profesora.
-¿Qué?
-Aun no hemos acabado.
Damián dejó escapar un gesto de frustración.
Durante media hora pareció que estuvo hablando con otra profesora distinta a la cual le había llamado. En ningún momento alzó la voz, habló tranquila del tema de las ausencias. A pesar de todo no se escapó de una falta la cual redujo al mínimo castigo gracias a que aquella profesora, en lo que sería la primera vez en toda su carrera, dejó pasar cierto comportamiento sin un castigo a la altura del nivel de la falta.

Los hermanos Terry se reían al oír la historia mientras que Castillo permanecía boquiabierto. Fofo por otro lado se mantenía callado, mirando a Damián de una manera inexpresiva. El grupo de amigos se había reunido en casa de Castillo para jugar a la consola, pero para los padres de los respectivos muchachos, para estudiar los últimos exámenes. Ramón sacaba la lengua mientras manipula aquel mando que dirigía a un jugador contra la portería de Damián. Trataba de esforzarse para remontar un 2-0 a un mañoso Damián que tras varios meses jugando online había adquirido bastante habilidad. El sonido de las carcajadas coincidía con el sonido rutinario cuando ellos se juntaron, salvo porque Fofo se mostraba ausente respecto al resto del grupo mientras miraba la pantalla de su móvil, aunque parecían no darse cuenta de ello. Decidió Castillo entonces poner algo de música para dar algo de ambiente a la escena y tras dar al botón de play en su ordenador comenzó la habitación por ser invadida por canciones de rap que tanto le gustaban al muchacho.
-Damián, si vas con ese equipo no vale, está chetao´.- dijo Ramón.
-No es mi culpa que seas manco y te las comas todas.
-Y no se refiere a goles precisamente.- añadió Lucas entre risas.
Ramón, sin tan siquiera dejar de mirar a la pantalla, le dirigió una peineta a su hermano.

Acabaron los partidos y Damián se mantenía invicto.
-Parece que Damián está en racha.-dijo Lucas.
-Que se lo digan a Elena.- bromeó Castillo.
Fofo levantó entonces la mirada de su móvil rápidamente. Por un segundo, Damián creyó que su amigo le contemplaba con rabia.
Sus amigos continuaron con la misma broma durante un largo rato al igual que Fofo seguía guardando silencio. Damián sonreía. Es verdad que sentía que su suerte estaba cambiando, y se reflejaba en cada paso que daba.
- Si se va a por la fácil cualquiera lo hace.-Soltó Fofo repentinamente.
Todos se giraron para mirarle extrañados.
-¿Cómo?
-¿No me has oído "ligón"?
El tono sarcástico de Fofo taladraba el pecho de Damián.
-¿Qué quieres decir?
-Qué cualquiera puede con una niña que babea por el típico tonto, solo la tienes que prometer lo que cree que tiene el gilipollas ese.
Damián iba a hablar pero sus amigos se adelantaron.
-Se ve que eres un profesional, Fofo, se notan los resultados.- Le echó en cara Lucas.
-Parece que ha confundido las mujeres con los bollos.- Dijó Castillo con intención de hacer daño.
-Si las mujeres fueran bollos Fofo realmente estaría delgado.- Terminó por decir Ramón.
Damián no tenía intención de ofender a su amigo en ningún momento, pero todos parecía que le tenían ganas. Fofo, al igual que por la mañana, recogió sus cosas y se marchó dando un portazo. Todos comenzaron a echar pestes de él menos Damián. No entendía el comportamiento de su amigo.

domingo, 2 de agosto de 2015

Capítulo 18: La brisa del orden.

Damián respiraba la calma que el ambiente emanaba. A su parecer todo era bastante agradable, junto con un ambiente que reflejaba la tranquilidad tan necesitada para su joven espíritu. Tumbados en aquel verde césped mantenía una entretenida y amena conversación con su gran amigo Fofo. No podía negar que aquellos jardines de Aranjuez, aun estando acostumbrado a ellos, seguían pareciéndole una imagen cálida y hermosa.
-¿Crees que nos echarán de menos en clase?-preguntó Fofo.
Damián se reía de la cuestión en si. Escaquearse de clase se había vuelto una costumbre, lo fuera de lo común era la compañía de su ancho amigo, el cual trataba de huir de un examen para el cual no había estudiado.
-No creo que me echen de menos mientras el sueldo les llegue a casa a esos cabrones.
Para Damián la educación del país se basaba en generalizar a los profesores como gente sin motivación alguna que solo miraban por su salario y no por el alumnado.
Fofo ignoró la gracia de su amigo, permanecía atento a la pantalla de su teléfono. Damián le miraba en silencio, en un vago intento de tratar de adivinar sus pensamientos.
-¿Qué haces?- preguntó rompiendo el silencio.
-Mirando el instagram de una chica, que está mazo buena.
Damián no pudo evitar soltar una fuerte y sonora carcajada.
-¿Qué te pasa?
-Que no cambias ni a tiros. Tratando de ir detrás de todas te quedas sin ninguna.
Fofo le miraba fijamente en silecio, asqueado por el comentario de su amigo.
-Solo estoy mirando unas fotos, gilipollas. Además, tan poco te creas un experto en mujeres por liarte con la niña buena de la clase.
Ahora era Damián era el que se mostraba serio. Llevaba sin verla tres días y a su parecer, siglos, así de relativo era el tiempo. Llevaba tres días sin ir a clase, tres días en los cuales se plantaba frente la puerta de aquel instituto a primera hora de la mañana y a punto de dar el paso que le hiciese dignarse a entrar, se achantaba. Por alguna razón no era capaz de enfrentarse con palabras ante ella por miedo, inseguridad al creer que a lo mejor para ella no fue nada más que un momento fugaz y perdido.
-Al menos ya pillo más que tú.-dijo secamente Damián.
Fofo se levantó ya molesto, recogió el casco de su moto y sin soltar una palabra, se encaminó hacia la salida, mientras, Damián le ignoraba, viendo conseguido su objetivo de estar solo. Ya le pediría perdón más tarde.
Su amigo se marchó, dejándolo acompañado por sus propios pensamientos.
Trataba de poner la cabeza en orden, saber que quería exactamente. Lo único que sacaba en claro era que no sabía arriesgar, a pesar del tiempo vivido en el que tan solo se conformaba con poder mirarla, cuando ella no se daba cuenta, haciendo bromas absurdas las cuales le resultaban cansadas ya hasta a él, pero que Elena no dejaba de reír. El tiempo es escaso y va matando sigilosamente, soplando el montón de polvo que nos compone. Sin darle más vueltas se levantó y cogió su mochila. La escusa de haberse quedado dormido no iba a colar siendo ya cuarta hora, pero le daba igual. Con la mente ya más clara emprendió el camino para el instituto.

Se encontraba frente la puerta de su clase, junto con un pequeño tic nervioso en su brazo. Cogió aire y abrió la puerta. Todos sus compañeros estaban sentados sobre los pupitres debido a la ausencia del profesor. Se iba a librar de dar su mala escusa. Dejó su mochila en su mesa y buscó a Elena de manera inconsciente entre sus compañeros. Se encontraba en un grupo de chicas que hablaban de una forma muy escandalosa, y por lo que pudo oír Damián, sobre lo mal que vestía la profesora de intercambio. Elena le miró y le sonrió, pero al segundo miró de nuevo a sus amigas aun sin borrar esa expresión de su rostro. La sentía lejana, pero quien anda, acaba llegando pensó. Se acercó hasta ella buscando su espalda, tocó su hombro con el índice y fingió no haber sido él. Ella se giró para verle mirar en dirección contraria con una fallida cara de disimulo. Elena se acercó a su oido y susurro.
-Se que has sido tú, idiota.
-¿Yo qué?
-Lo sabes muy bien.
Se giró para verla de frente. Un ligero escote atrajo su atención, mirada furtiva que trato de disimular mirando al suelo. Como acto reflejo se rascó una oreja.
-Bueno, mietras solo sea yo...
No sabía que decir realmente, no había preparado ningún comentario ingenioso ni nada por el estilo. Supuso que los asuntos que son dirigidos por los sentimientos era mejor que fuesen improvisados.
-¿Porque has faltado a clase?- le preguntó ella.
Damián miraba a la pared, avergonzado de la verdad de su motivo.
-Soy un vago y pasaba de venir.- mintió.
-Uh, que malote...
Iba a decir algo cuando de repente, la puerta del aula se abrió. Entró una mujer de mediana edad, alguna cana se asomaba por detras de sus orejas cayendo de su coleta. Unas gafas rectas ocultaban sus oscuros ojos apoyadas sobre una nariz pronunciada. Vestía un jersey feo para el gusto general de las personas, decorado con estampados extraños de diversos colores. Su porte la otorgaba una sensación de altanería y superioridad. Sus ojos recorrieron toda la clase hasta encontrar a Damián. Le señalo y le hizo un gesto de que se acercase a ella.
-Damián, ven conmigo.
Elena le miró preocupada. Los dos se imaginaban el tipo de charla que podía tener un alumno que peca de absentismo y la tutora de la clase.