jueves, 31 de julio de 2014

Carta primera:Diagnóstico reservado

15 de abril de 2012
11:00

Los pasos que me llevaban por aquellos pasillos de hospital se tomaban el tiempo que iban a tratar de arrebatarme. Mi madre, Inés, estaba a mi lado. Vestía una blusa morada y unos pantalones pitillo que cubrían parte de unas botas negras. Tenía un gesto en el rostro sereno y calmado, pero sus andares eran nerviosos. Ella era la típica mujer que lo daba todo por sus hijos hasta el extremo de llegar a agobiarnos a mi hermana y a mí. Un simple dolor de cabeza podía convertirse en una embolia para ella y nos llevaba a urgencias con una velocidad impresionante. Así era mi madre, que por unos ganglios un poco más grandes de lo normal me había hecho hacerme un chequeo médico exhaustivo y de ahí la razón de que estuviésemos en aquel hospital. Cuanto más nos acercábamos a la consulta más sentía un pequeño mal pálpito dentro de mí, como una pequeña voz que me decía que algo no iba bien. Tuve que reprimir en más de una ocasión las ganas de salir corriendo de allí y dejar a mi madre abandonada en aquellos grises y tristes pasillos. Esa sensación extraña se intensificaba a cada paso que daba. Podía verlo en los ojos de aquel pediatra que corría por unos formularios, en la mirada de una enfermera que contemplaba la pantalla de su móvil, e incluso en aquellas personas que permanecían en salas de espera. Yo no solía ponerme nervioso por un diagnóstico, siempre solía alcanzar la gravedad de una simple gripe. Pero el doctor que me esperaba no era mi simpático médico de cabecera. Llegamos a la consulta y esperamos. Mi paciencia se agotaba rápido y mi madre con su inquieto baile de piernas no ayudaban mucho. Podía notar como mi sienes se llenaban de sangre y se apoderaba de mi cerebro una pesada jaqueca. Tras diez minutos de espera, los cuales se me hicieron eternos, se abrió la puerta por donde salió el paciente que iba antes que yo. Debía haber recibido buenas noticias pues lucía una amplia sonrisa que curiosamente ayudo a templar mis nervios. Esa era una de las cosas que a lo largo de este tiempo me he dado cuenta: Las cosas pequeñas como un gesto al cual no le damos importancia puede estar cargado con la mejor de las magias. Una madre nos da la vida, pero esos pequeños gestos nos hacen vivirla. Tras el paciente que marchaba alegre salió el doctor el cual por las gafas que perfilaban su rostro y por aquel peinado me recordaba al presentador televisivo Jordi Hurtado. Nos invitó a pasar con la mano y ocupamos las sillas que había frente a su mesa llena de papeles desordenados, una impresora, un teclado y la pantalla de un ordenador un tanto destartalado. Pasamos mi madre y yo dos minutos contemplando a aquel curioso hombre mover de un lado a otro sus ojos a través de aquellas gafas estudiando un papel en el que más tarde deduje que estaba mi diagnóstico. Dejó el papel sobre la mesa y apoyó sus manos en la mesa entrelazando sus dedos. Mi mente comenzó a divagar con aquellas palabras que a fuego se grababan en mi memoria y escribiendo en mi un destino ya marcado. Aquel diagnóstico era considerado reservado y rezaba la fecha de mi muerte en un par de años, con suerte tres. Un extraño cáncer había llegado a una fase muy avanzada y había entrado en el torrente sanguíneo invadiendo varios órganos.

Aquel hombre no paraba de disculparse y me irritaba considerablemente. Mi madre había comenzado a llorar desconsoladamente y me abrazaba y apenas se la podía entender lo que entre gemidos decía que era algo como  "¡Mi niño!¡Mi niño!" . El doctor omitía el llanto de mi madre y continuaba hablando de un tratamiento para mejorar mis calidades de vida y pudiese llegar a esos tres años que eran considerados ya un milagro. Cada palabra del doctor aceleraba aun más los latidos de mi corazón que parecía cabalgar sobre mi pecho. Supongo que debía estar más que atónito por el impacto de la noticia, la noticia que me hizo darme cuenta  lo curioso que tiene el ser humano, que posee una vida y no aprende a usarla hasta que no sabe cuando se le va acabar. Yo empecé a aprender a vivir ese día. También aprendí muchas cosas más...

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