miércoles, 10 de septiembre de 2014

Capítulo 5: Ojos verdes.

El rugido de sus tripas resultaba ser un ruido incesante. Aceleró su paso para llegar antes a casa. No solía salir del instituto con tanta hambre, pero siempre después de haber pasado un momento de nerviosismo se le abría el apetito. Su pequeño paseo hacia casa fue un debate entre sus pensamientos entre si ese día tocaría pasta o filetes rusos. Prefería la pasta. Le encantaba devorar grandes platos desde que era bien pequeño. No eran platos elaborados de gran textura ni aromas seductores, pero a veces lo simple tiende a ser la gran preferencia de las personas complejas. Subió las escaleras de su casa saltando los escalones de dos en dos. Solo dejaba sin saltar el primero, pues los escalones eran impares y el último sería frenar su ejercicio saltarín. Era el poco deporte que practicaba Damián. Nunca fue bueno a nada, ni en fútbol, baloncesto o simplemente en jugar juegos infantiles. Tendía a ser al primero que cogían y eso le hizo no querer jugar más. Eso formó parte de su aislamiento ante los demás.
Encajó la llave en la cerradura y giró hacia la izquierda dos vueltas. La puerta se abrió ante él y un olor a filetes invadió sus fosas. Sin saludar tan siquiera, entró en su habitación y dejó caer su mochila. Estaba molesto por acertar respecto a la posibilidad de que tocaran filetes, pero la idea de comer sustancialmente le sedujo.
-¿Qué tal las clases, Dami?- dijo su madre a su espalda.
Miró a su madre a los ojos y le relató su día de rutina ahorrándose la presencia de Rocío en su clase.
Estaban todos sentados en la mesa comiendo con el sonido del televisor de fondo. Silvia parecía incansable a la hora de hablar contando su día cotidiano como si de magia hubiese estado cargado. Era típico de ella. Tendía a sorprenderse por cualquier estupidez y a reír por nada. Era una chica excesivamente alegre.
-Oye Dami, ¿Qué tal con Rocío en clase?- preguntó Silvia repentinamente.
Un trozo de filete se desvió de su trayecto ordinario y provocó que Damián se atragantase. No se esperaba que su hermana supiese tan pronto que fueran juntos a clase. Tras toser enérgicamente y beber un poco de agua se aclaró la voz.
-¿Como sabes que vamos juntos a clase?
Su hermana sonreía de una forma satírica mientras mostraba la pantalla de su móvil a Damián. Rocío y ella se habían mensajeado desde la hora de la salida del instituto.
-Silvia, guarda ese móvil o te lo quito.-dijo Damián sénior.-Es de mala educación comer con el móvil en la mano.
Silvia miró a su padre y tras un suspiro guardo el móvil. La conversación se desvió al tiempo que iba a hacer ese día. A Damián le resultaba curioso cómo la gente cuando no se le ocurren temas de conversación recurren a temas banales como el tiempo. A veces es mejor guardar silencio que hablar por hablar.
La comida terminó y tras recoger su plato se dirigió a su habitación.
Hoy le tocaba a su hermana recoger la mesa por lo que no sería molestado. Cerró la puerta de su habitación y se tumbó en la cama junto con su portátil. Puso el reproductor de música y se dejó caer en el colchón. Cerró los ojos y comenzó a repasar el día mentalmente: despertarse y salir corriendo porque el despertador no había sonado, las aburridas clases, la discusión entre sus amigos en el recreo y sus planes con ellos, en Rocío...
Abrió los ojos. Acababa de recordar que Rocío iba a ir a su casa y que iba a cancelar sus planes con sus amigos. Alargó la mano hacia la mesilla que había junto a su cama y alcanzó el móvil. Escribió un mensaje a Fofo diciéndole que no le apetecía salir, que se quedaba en casa. Siendo otra persona su amigo se enfadaría, pero siendo Damián estaba acostumbrado a sus rarezas y las entendía. Al breve rato el móvil vibró con la respuesta de Fofo. Un "ok" simple y conciso mostraba que sabía que sería inútil preguntar por qué. Damián a veces odiaba ser tan reservado, pues ni con su amiga Andrea lograba abrirse por completo.
No eran aun las cinco de la tarde cuando sonó el timbre del portal.
Silvia grito que era para ella y se apresuró a abrir. Damián no sabía qué hacer. No sabía si salir a saludar o quedarse en su habitación con la esperanza de que pasase ella a saludar. Se decantó por lo segundo.
A través de la fina puerta podía oír las voces de ambas muchachas. No entendía lo que decían, pero las oía. Sus voces resultaban alegres aunque hubo momentos en los que a Damián le pareció notar como la voz de su hermana se cargaba de preocupación. Casi al momento la puerta de su habitación se abrió. Rocío sujetaba el picaporte y sonreía dulcemente.
-¿Se puede?-dijo cantarina- Hubiese llamado, pero Silvia dice que no tiendes a dar permiso a pasar.
Damián la miraba extrañado. Rocío se mostraba muy lanzada y él, a pesar de no ser tan huraño como antes, aun le costaba no mostrarse tímido, y la personalidad de ella se lo dificultaba más.
-Si sabes que no me gusta que pasen en mi habitación, entonces, ¿Pórque pasas?
Realmente se sentía molesto por la intromisión de su intimidad, pero también era cierto que hace un momento deseaba que eso pasara.
-Porqué verte ahora todos los días en clase me sabe a poco.-respondió sarcásticamente a la vez que amable.
Damián no sabía que responder por lo que, como ya había experimentado en aquella mañana ella tomó la palabra por él.
-Bueno, solo era para decirte hola, así que...Hola.
La puerta se cerró impidiéndole ver aquellos ojos verdes tan vivos y alegres. La impotencia se cernió sobre él incapaz de saber cómo actuar. Apretó tanto los puños hasta el punto de hacerse daño. Durante cinco minutos estuvo pensando una escusa para salir de su habitación y encontrarse con las dos chicas que estaban en la habitación contigua. Repasaba mentalmente los puntos de su ocurrencia, meticuloso hasta en las más simples de las mentiras, pero como buen mentiroso que iba a tratar de ser sabía que una buena mentira tiene su parte de verdad. Dispuesto a salir de allí pasando por la habitación de Silvia con la escusa de que tenía sed y no sabía donde estaban los hielos para echarlos al refresco se acercaría a preguntar a su hermana. Dispuesto a llevar a cabo su absurdo plan se levantó decidido de la cama cuando unos golpes resonaron en su puerta.
-¿Puedo pasar?- dijo Silvia.
Dudoso le dio permiso y la puerta se abrió. Su hermana le miraba con esos ojos alegres mientras se disculpaba en nombre de Rocío por pasar sin llamar a lo que Damián no le dio importancia.
-Bueno, nos vamos a ir a dar una vuelta.-dijo Silvia.
Se desilusionó a saber que su preparada mentira no podría ser llevada a cabo.
-Pasarlo bien y esas cosas.
Silvia no se movía del sitio y le daba la sensación a Damián de que algo se callaba.
-¿Qué te pasa, Silvia?
-A ver...Rocío me ha pedido que te diga que si quieres venir con nosotras.- las palabras pillaron por sorpresa a Damián.- Claro que si no quieres venir es lógico y lo comprenderemos.
Aquella sensación de impotencia le invadió nuevamente por no saber que responder. Obviamente quería conocer a Rocío, pero no quería parecer ansioso y mucho menos delante de la cotilla de su hermana.
-Me cambio y bajo con vosotras.-dijo finalmente.
La respuesta pilló desprevenida a su hermana la cual no tenía problema en reflejarlo en su cara. Al instante sonrío y dijo:
-Te esperamos abajo.
El calor era agobiante a pesar de que el verano estaba en sus últimos días del calendario. Silvia y Rocío andaban despreocupadas hablando y al lado Damián guardaba silencio.
-Como no digas ni una palabra, Damián, voy a creer que se te a muerto alguien.-Bromeó Rocío.
-A mi hermano lo que se le ha muerto es el espíritu.-dijo siguiendo la broma Silvia.
Damián las miraba y se sonreía. Parecían muy buenas amigas para conocerse de tan poco tiempo.
Rocío les contó que se mudó a Aranjuez por su padre, el cual había recibido una oferta de trabajo y abandonaron las mágicas calles de Madrid. Su infancia se basó en muñecas y juegos con sus amigas. Les contó como nunca había tenido mucha fascinación por los chicos hasta que conoció a Rodrigo, su antiguo novio.
-¿Os separasteis porque te mudaste?-preguntó intrigada Silvia.
Damián agradecía los aires cotillas de su hermana, pues el carecía de la suficiente valentía para preguntar esas cosas o sobre temas semejantes.
Al parecer no resultó ser una separación forzada. El tal Rodrigo, dos años mayor que ella, era un arrogante que trataba a los demás como si fuesen estúpidos, incluida Rocío. Tras acabar con la relación él fue visto en compañía de otra chica en una actitud excesivamente cariñosa.
-Hombre tenía que ser.-comentó su hermana.-No dan tiempo ni luto a una relación.
-Era un estúpido.-Dijo con la voz llena de rencor.
Damián notó que aquel personaje le había hecho mucho daño. Pensó que eso no hubiese pasado si ella no le hubiese querido. Querer a alguien es darle la posibilidad de herirte de muerte, por eso se debe tener cuidado a la hora de amar.
-No todos somos así.
Ambas chicas miraron a Damián.
-No todos somos unos capullos. Muchas veces aquellos que os tratamos bien en vez de como novios acabamos como amigos mientras vemos como os vais con tíos así. En parte es culpa vuestra un poco, o así lo veo yo.
Silvia le reprochó tal comentario pero Rocío le dio la razón.
-Es cierto que eso es así, pero ten algo claro: nadie controla de quien se enamora. A las chicas nos gustan los platos prohibidos, los chicos malos. Nos suponen un reto.
El debate se prolongó durante media hora donde solo guardaron silencio cuando pasaron a comprar algo de beber a una tienda.
Damián y Silvia se despidieron pronto de Rocío. Tras acompañarla a casa estos se dirigieron a su casa. El silencio parecía sepulcral hasta que Silvia lo rompió tras cinco minutos incómoda.
-¿Qué te parece Rocío?
Damián no sabía cómo responderla. Le parecía una chica alegre, más profunda de lo que parecía y bastante inteligente. Pero decirle eso a su hermana era ganarse un rumor asegurado. Pensó rápido y respondió.
-Es maja.
-¿Solo maja?
-¿Qué más quieres?
No sabía que responder y Silvia le clavaba su fría mirada de desaprobación. Damián dejó caer los hombros y suspiro.
-Es una chica bastante más lista de lo que parece. Me cae bien.
Su hermana levantó una ceja.
-¿Qué más quieres que te diga?-preguntó molesto.
-¿Te parece guapa?
-¿Qué?
-A todos los chicos que les preguntamos les parece guapa. ¿No lo crees?
Odiaba cuando su hermana se empecinaba en interrogar a alguien y más si ese alguien era él. Damián evadió el tema guardando silencio. No pensó que el silencio es mejor que las palabras en contadas ocasiones para expresar lo que pensamos o sentimos, y en su caso no era distinto. Tardaron menos de cinco minutos en llegar a la casa.

Sentado frente a su portátil la pantalla iluminaba su rostro oculto en la oscuridad que reinaba en su habitación. Ciclaba en numerosos enlaces de páginas de ámbito médico. Quería saber más sobre el cáncer que no le permitiría conocer a gente como Rocío en su vida. Tras largo rato se tumbó sin encontrar ningún aporte nuevo a lo que ya sabía. Supuso que incluso cuando mirase a la muerte a los ojos aun albergaría esperanzas de escapar. Maldito fue el momento en el que aquel médico leía la que fue su sentencia de muerte. Demasiadas cosas se quedaban sin hacer así que debía darse prisa. Miró el reloj de su portátil. Eran las dos de la madrugada. Debería dormir pues se tenía que levantar a las siete, pero consideraba que dormir era perder el tiempo, sobre todo cuando te queda poco. Ese pensamiento lo tuvo al poco de asimilar su condición de condenado. Una persona se pasa casi media vida durmiendo y así la vida volaba. La noche sería para aprovechar aquello que dejaba de hacer por el día y dormir lo necesario para que no afectase a su salud. La idea de aprovechar el tiempo que le quedaba lo tenía claro, pero desconocía como hacerlo. En un momento, supo que tenía que empezar a dejar de planificar. Planificar no le iba a permitir disfrutar como él esperaba, debía comenzar a improvisar los días y sentirlos como únicos. Nada sale como se espera y a ese pensamiento se aferró. Entró en un documento de su ordenador donde tenía organizado que hacer en cada mes. No estaba seguro de lo que iba a hacer, pero con pulso tembloroso borró el archivo. Una gota de sudor se deslizaba por su sien. El calor no aflojaba por la noche tampoco y juntado con las nuevas emociones que experimentaba Damián componía una frente empapada en sudor al caer el día. Acostumbrado a no emocionarse por nada pues no había nada que le hubiese podido emocionar entre esas cuatro paredes cada cosa nueva que sentía le parecía mucho por mundana que fuese para el resto.  Eran ya las dos y media de la madrugada cuando un bostezo le sorprendió. Apagó el ordenador el cual dejó junto a la cama en el suelo y cerró los ojos. Poco a poco fue perdiendo consciencia de la realidad hasta caer profundamente dormido.

Una brisa acariciaba su cara suavemente. Podía sentir como un dulce aroma invadía aquel lugar. Parecía una zona urbana, pero no sabía dónde se encontraba. Ante él pasaban numerosas personas sin rostro que ignoraban su presencia. El bullicio era enorme, tanto que Damián se sentía incómodo. El aroma se intensificaba. Notaba que se acercaba a él conforme tomaba más fuerza. Giraba sobre sí mismo para buscar la fuente de aquel olor entre aquellos personajes sin rostro. Su pulso se aceleraba yendo al compás de los pasos del bullicio del gentío. Todo parecía dar vueltas. El olor de lo que podía ser aquel perfume parecía acariciarle de lo cerca que se encontraba. De repente todo se tornó negro. Unas manos tapaban sus ojos impidiéndole ver nada. No había sido un movimiento furtivo, se asemejaba más a una caricia. Un escalofrío recorrió su cuerpo por unas pequeñas cosquillas en su oreja derecha. Unos labios le susurraban "¿Quién soy?". La voz era dulce y juguetona. Palpó con sus manos aquellos finos dedos que hacían de vendas. Era un tacto delicado el cual se le antojó semejante al de la porcelana. Aquellos dedos se retiraron lentamente de sus ojos. Damián se giró para ver quién era aquella persona que había tapado sus ojos. Ante él Rocío reía y sus ojos verdes parecían sobrehumanos brillando como dos estrellas. Aquel perfume emanaba de ella, la cual se acercó y acarició suavemente su rostro. No paraba de reír. Su sonrisa a cualquier otra persona le hubiese parecido común pero Damián creía que aquel gesto era mágico. La mano de Rocío se deslizó por su rostro hasta caer. Rocío sonrío aun mas fuerte mientras daba un paso atrás. Damián estaba paralizado sin saber qué hacer. Ella giró sobre si y se perdió entre el gentío. Aquel olor se perdía, se alejaba de él. Trató de entrar en la multitud pero sus pies no reaccionaban por alguna razón. Todo se aceleró y daba vueltas cada vez más rápido. Unos ojos verdes reían a lo lejos como si de un niño tras una trastada se tratase. Damián cayó al suelo por el mareo y todo se tornó negro.

Un sonido fuerte le despertó. Su móvil desde la mesilla reproducía una canción puesta a modo de despertador. Esa canción fue una de las favoritas de Damián, pero desde el día que la empleó para despertarse comenzó a odiarla. El reloj marcaba las siete de la mañana. Se pasó la mano por la cara para quitarse un poco del sudor que le empapaba. Aquel sueño le tenía demasiado reciente.

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