El rugido de sus tripas
resultaba ser un ruido incesante. Aceleró su paso para llegar antes a casa. No
solía salir del instituto con tanta hambre, pero siempre después de haber
pasado un momento de nerviosismo se le abría el apetito. Su pequeño paseo hacia
casa fue un debate entre sus pensamientos entre si ese día tocaría pasta o
filetes rusos. Prefería la pasta. Le encantaba devorar grandes platos desde que
era bien pequeño. No eran platos elaborados de gran textura ni aromas
seductores, pero a veces lo simple tiende a ser la gran preferencia de las
personas complejas. Subió las escaleras de su casa saltando los escalones de
dos en dos. Solo dejaba sin saltar el primero, pues los escalones eran impares
y el último sería frenar su ejercicio saltarín. Era el poco deporte que
practicaba Damián. Nunca fue bueno a nada, ni en fútbol, baloncesto o
simplemente en jugar juegos infantiles. Tendía a ser al primero que cogían y
eso le hizo no querer jugar más. Eso formó parte de su aislamiento ante los
demás.
Encajó la llave en la
cerradura y giró hacia la izquierda dos vueltas. La puerta se abrió ante él y
un olor a filetes invadió sus fosas. Sin saludar tan siquiera, entró en su
habitación y dejó caer su mochila. Estaba molesto por acertar respecto a la
posibilidad de que tocaran filetes, pero la idea de comer sustancialmente le sedujo.
-¿Qué tal las clases,
Dami?- dijo su madre a su espalda.
Miró a su madre a los ojos
y le relató su día de rutina ahorrándose la presencia de Rocío en su clase.
Estaban todos sentados en
la mesa comiendo con el sonido del televisor de fondo. Silvia parecía
incansable a la hora de hablar contando su día cotidiano como si de magia
hubiese estado cargado. Era típico de ella. Tendía a sorprenderse por cualquier
estupidez y a reír por nada. Era una chica excesivamente alegre.
-Oye Dami, ¿Qué tal con
Rocío en clase?- preguntó Silvia repentinamente.
Un trozo de filete se
desvió de su trayecto ordinario y provocó que Damián se atragantase. No se
esperaba que su hermana supiese tan pronto que fueran juntos a clase. Tras
toser enérgicamente y beber un poco de agua se aclaró la voz.
-¿Como sabes que vamos
juntos a clase?
Su hermana sonreía de una
forma satírica mientras mostraba la pantalla de su móvil a Damián. Rocío y ella
se habían mensajeado desde la hora de la salida del instituto.
-Silvia, guarda ese móvil o
te lo quito.-dijo Damián sénior.-Es de mala educación comer con el móvil en la
mano.
Silvia miró a su padre y
tras un suspiro guardo el móvil. La conversación se desvió al tiempo que iba a
hacer ese día. A Damián le resultaba curioso cómo la gente cuando no se le ocurren
temas de conversación recurren a temas banales como el tiempo. A veces es mejor
guardar silencio que hablar por hablar.
La comida terminó y tras
recoger su plato se dirigió a su habitación.
Hoy le tocaba a su hermana
recoger la mesa por lo que no sería molestado. Cerró la puerta de su habitación
y se tumbó en la cama junto con su portátil. Puso el reproductor de música y se
dejó caer en el colchón. Cerró los ojos y comenzó a repasar el día mentalmente:
despertarse y salir corriendo porque el despertador no había sonado, las
aburridas clases, la discusión entre sus amigos en el recreo y sus planes con
ellos, en Rocío...
Abrió los ojos. Acababa de
recordar que Rocío iba a ir a su casa y que iba a cancelar sus planes con sus
amigos. Alargó la mano hacia la mesilla que había junto a su cama y alcanzó el
móvil. Escribió un mensaje a Fofo diciéndole que no le apetecía salir, que se
quedaba en casa. Siendo otra persona su amigo se enfadaría, pero siendo Damián
estaba acostumbrado a sus rarezas y las entendía. Al breve rato el móvil vibró
con la respuesta de Fofo. Un "ok" simple y conciso mostraba que sabía
que sería inútil preguntar por qué. Damián a veces odiaba ser tan reservado,
pues ni con su amiga Andrea lograba abrirse por completo.
No eran aun las cinco de
la tarde cuando sonó el timbre del portal.
Silvia grito que era para
ella y se apresuró a abrir. Damián no sabía qué hacer. No sabía si salir a
saludar o quedarse en su habitación con la esperanza de que pasase ella a
saludar. Se decantó por lo segundo.
A través de la fina puerta
podía oír las voces de ambas muchachas. No entendía lo que decían, pero las
oía. Sus voces resultaban alegres aunque hubo momentos en los que a Damián le
pareció notar como la voz de su hermana se cargaba de preocupación. Casi al
momento la puerta de su habitación se abrió. Rocío sujetaba el picaporte y
sonreía dulcemente.
-¿Se puede?-dijo
cantarina- Hubiese llamado, pero Silvia dice que no tiendes a dar permiso a
pasar.
Damián la miraba
extrañado. Rocío se mostraba muy lanzada y él, a pesar de no ser tan huraño
como antes, aun le costaba no mostrarse tímido, y la personalidad de ella se lo
dificultaba más.
-Si sabes que no me gusta
que pasen en mi habitación, entonces, ¿Pórque pasas?
Realmente se sentía
molesto por la intromisión de su intimidad, pero también era cierto que hace un
momento deseaba que eso pasara.
-Porqué verte ahora todos
los días en clase me sabe a poco.-respondió sarcásticamente a la vez que
amable.
Damián no sabía que
responder por lo que, como ya había experimentado en aquella mañana ella tomó
la palabra por él.
-Bueno, solo era para
decirte hola, así que...Hola.
La puerta se cerró
impidiéndole ver aquellos ojos verdes tan vivos y alegres. La impotencia se
cernió sobre él incapaz de saber cómo actuar. Apretó tanto los puños hasta el
punto de hacerse daño. Durante cinco minutos estuvo pensando una escusa para
salir de su habitación y encontrarse con las dos chicas que estaban en la
habitación contigua. Repasaba mentalmente los puntos de su ocurrencia,
meticuloso hasta en las más simples de las mentiras, pero como buen mentiroso
que iba a tratar de ser sabía que una buena mentira tiene su parte de verdad.
Dispuesto a salir de allí pasando por la habitación de Silvia con la escusa de
que tenía sed y no sabía donde estaban los hielos para echarlos al refresco se
acercaría a preguntar a su hermana. Dispuesto a llevar a cabo su absurdo plan
se levantó decidido de la cama cuando unos golpes resonaron en su puerta.
-¿Puedo pasar?- dijo
Silvia.
Dudoso le dio permiso y la
puerta se abrió. Su hermana le miraba con esos ojos alegres mientras se
disculpaba en nombre de Rocío por pasar sin llamar a lo que Damián no le dio
importancia.
-Bueno, nos vamos a ir a
dar una vuelta.-dijo Silvia.
Se desilusionó a saber que
su preparada mentira no podría ser llevada a cabo.
-Pasarlo bien y esas
cosas.
Silvia no se movía del
sitio y le daba la sensación a Damián de que algo se callaba.
-¿Qué te pasa, Silvia?
-A ver...Rocío me ha pedido
que te diga que si quieres venir con nosotras.- las palabras pillaron por
sorpresa a Damián.- Claro que si no quieres venir es lógico y lo
comprenderemos.
Aquella sensación de
impotencia le invadió nuevamente por no saber que responder. Obviamente quería
conocer a Rocío, pero no quería parecer ansioso y mucho menos delante de la
cotilla de su hermana.
-Me cambio y bajo con
vosotras.-dijo finalmente.
La respuesta pilló
desprevenida a su hermana la cual no tenía problema en reflejarlo en su cara.
Al instante sonrío y dijo:
-Te esperamos abajo.
El calor era agobiante a
pesar de que el verano estaba en sus últimos días del calendario. Silvia y
Rocío andaban despreocupadas hablando y al lado Damián guardaba silencio.
-Como no digas ni una
palabra, Damián, voy a creer que se te a muerto alguien.-Bromeó Rocío.
-A mi hermano lo que se le
ha muerto es el espíritu.-dijo siguiendo la broma Silvia.
Damián las miraba y se
sonreía. Parecían muy buenas amigas para conocerse de tan poco tiempo.
Rocío les contó que se
mudó a Aranjuez por su padre, el cual había recibido una oferta de trabajo y
abandonaron las mágicas calles de Madrid. Su infancia se basó en muñecas y
juegos con sus amigas. Les contó como nunca había tenido mucha fascinación por los
chicos hasta que conoció a Rodrigo, su antiguo novio.
-¿Os separasteis porque te
mudaste?-preguntó intrigada Silvia.
Damián agradecía los aires
cotillas de su hermana, pues el carecía de la suficiente valentía para
preguntar esas cosas o sobre temas semejantes.
Al parecer no resultó ser
una separación forzada. El tal Rodrigo, dos años mayor que ella, era un
arrogante que trataba a los demás como si fuesen estúpidos, incluida Rocío.
Tras acabar con la relación él fue visto en compañía de otra chica en una actitud
excesivamente cariñosa.
-Hombre tenía que
ser.-comentó su hermana.-No dan tiempo ni luto a una relación.
-Era un estúpido.-Dijo con
la voz llena de rencor.
Damián notó que aquel
personaje le había hecho mucho daño. Pensó que eso no hubiese pasado si ella no
le hubiese querido. Querer a alguien es darle la posibilidad de herirte de
muerte, por eso se debe tener cuidado a la hora de amar.
-No todos somos así.
Ambas chicas miraron a
Damián.
-No todos somos unos
capullos. Muchas veces aquellos que os tratamos bien en vez de como novios
acabamos como amigos mientras vemos como os vais con tíos así. En parte es
culpa vuestra un poco, o así lo veo yo.
Silvia le reprochó tal
comentario pero Rocío le dio la razón.
-Es cierto que eso es así,
pero ten algo claro: nadie controla de quien se enamora. A las chicas nos
gustan los platos prohibidos, los chicos malos. Nos suponen un reto.
El debate se prolongó
durante media hora donde solo guardaron silencio cuando pasaron a comprar algo
de beber a una tienda.
Damián y Silvia se
despidieron pronto de Rocío. Tras acompañarla a casa estos se dirigieron a su
casa. El silencio parecía sepulcral hasta que Silvia lo rompió tras cinco
minutos incómoda.
-¿Qué te parece Rocío?
Damián no sabía cómo
responderla. Le parecía una chica alegre, más profunda de lo que parecía y
bastante inteligente. Pero decirle eso a su hermana era ganarse un rumor
asegurado. Pensó rápido y respondió.
-Es maja.
-¿Solo maja?
-¿Qué más quieres?
No sabía que responder y
Silvia le clavaba su fría mirada de desaprobación. Damián dejó caer los hombros
y suspiro.
-Es una chica bastante más
lista de lo que parece. Me cae bien.
Su hermana levantó una
ceja.
-¿Qué más quieres que te
diga?-preguntó molesto.
-¿Te parece guapa?
-¿Qué?
-A todos los chicos que
les preguntamos les parece guapa. ¿No lo crees?
Odiaba cuando su hermana
se empecinaba en interrogar a alguien y más si ese alguien era él. Damián
evadió el tema guardando silencio. No pensó que el silencio es mejor que las
palabras en contadas ocasiones para expresar lo que pensamos o sentimos, y en
su caso no era distinto. Tardaron menos de cinco minutos en llegar a la casa.
Sentado frente a su
portátil la pantalla iluminaba su rostro oculto en la oscuridad que reinaba en
su habitación. Ciclaba en numerosos enlaces de páginas de ámbito médico. Quería
saber más sobre el cáncer que no le permitiría conocer a gente como Rocío en su
vida. Tras largo rato se tumbó sin encontrar ningún aporte nuevo a lo que ya
sabía. Supuso que incluso cuando mirase a la muerte a los ojos aun albergaría
esperanzas de escapar. Maldito fue el momento en el que aquel médico leía la
que fue su sentencia de muerte. Demasiadas cosas se quedaban sin hacer así que
debía darse prisa. Miró el reloj de su portátil. Eran las dos de la madrugada.
Debería dormir pues se tenía que levantar a las siete, pero consideraba que
dormir era perder el tiempo, sobre todo cuando te queda poco. Ese pensamiento
lo tuvo al poco de asimilar su condición de condenado. Una persona se pasa casi
media vida durmiendo y así la vida volaba. La noche sería para aprovechar
aquello que dejaba de hacer por el día y dormir lo necesario para que no
afectase a su salud. La idea de aprovechar el tiempo que le quedaba lo tenía
claro, pero desconocía como hacerlo. En un momento, supo que tenía que empezar
a dejar de planificar. Planificar no le iba a permitir disfrutar como él
esperaba, debía comenzar a improvisar los días y sentirlos como únicos. Nada
sale como se espera y a ese pensamiento se aferró. Entró en un documento de su
ordenador donde tenía organizado que hacer en cada mes. No estaba seguro de lo
que iba a hacer, pero con pulso tembloroso borró el archivo. Una gota de sudor
se deslizaba por su sien. El calor no aflojaba por la noche tampoco y juntado
con las nuevas emociones que experimentaba Damián componía una frente empapada
en sudor al caer el día. Acostumbrado a no emocionarse por nada pues no había
nada que le hubiese podido emocionar entre esas cuatro paredes cada cosa nueva
que sentía le parecía mucho por mundana que fuese para el resto. Eran ya
las dos y media de la madrugada cuando un bostezo le sorprendió. Apagó el
ordenador el cual dejó junto a la cama en el suelo y cerró los ojos. Poco a
poco fue perdiendo consciencia de la realidad hasta caer profundamente dormido.
Una brisa acariciaba su
cara suavemente. Podía sentir como un dulce aroma invadía aquel lugar. Parecía
una zona urbana, pero no sabía dónde se encontraba. Ante él pasaban numerosas
personas sin rostro que ignoraban su presencia. El bullicio era enorme, tanto
que Damián se sentía incómodo. El aroma se intensificaba. Notaba que se
acercaba a él conforme tomaba más fuerza. Giraba sobre sí mismo para buscar la
fuente de aquel olor entre aquellos personajes sin rostro. Su pulso se
aceleraba yendo al compás de los pasos del bullicio del gentío. Todo parecía
dar vueltas. El olor de lo que podía ser aquel perfume parecía acariciarle de
lo cerca que se encontraba. De repente todo se tornó negro. Unas manos tapaban
sus ojos impidiéndole ver nada. No había sido un movimiento furtivo, se
asemejaba más a una caricia. Un escalofrío recorrió su cuerpo por unas pequeñas
cosquillas en su oreja derecha. Unos labios le susurraban "¿Quién
soy?". La voz era dulce y juguetona. Palpó con sus manos aquellos finos
dedos que hacían de vendas. Era un tacto delicado el cual se le antojó
semejante al de la porcelana. Aquellos dedos se retiraron lentamente de sus
ojos. Damián se giró para ver quién era aquella persona que había tapado sus
ojos. Ante él Rocío reía y sus ojos verdes parecían sobrehumanos brillando como
dos estrellas. Aquel perfume emanaba de ella, la cual se acercó y acarició
suavemente su rostro. No paraba de reír. Su sonrisa a cualquier otra persona le
hubiese parecido común pero Damián creía que aquel gesto era mágico. La mano de
Rocío se deslizó por su rostro hasta caer. Rocío sonrío aun mas fuerte mientras
daba un paso atrás. Damián estaba paralizado sin saber qué hacer. Ella giró
sobre si y se perdió entre el gentío. Aquel olor se perdía, se alejaba de él.
Trató de entrar en la multitud pero sus pies no reaccionaban por alguna razón.
Todo se aceleró y daba vueltas cada vez más rápido. Unos ojos verdes reían a lo
lejos como si de un niño tras una trastada se tratase. Damián cayó al suelo por
el mareo y todo se tornó negro.
Un sonido fuerte le
despertó. Su móvil desde la mesilla reproducía una canción puesta a modo de
despertador. Esa canción fue una de las favoritas de Damián, pero desde el día
que la empleó para despertarse comenzó a odiarla. El reloj marcaba las siete de
la mañana. Se pasó la mano por la cara para quitarse un poco del sudor que le
empapaba. Aquel sueño le tenía demasiado reciente.
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