viernes, 12 de septiembre de 2014

Capítulo 7: Josué.

Un bostezo salió de su boca a causa de las pocas horas de sueño. Se estaba empezando a plantear dormir un poco más pues ya sentía que le faltaban las fuerzas a lo largo del día y que comenzaba a cansarse cada vez antes. El traqueteo del tren era intenso y constante. Castillo se encontraba a su lado leyendo una revista que había comprado de coches por un precio al que a Damián le pareció desorbitado. Los hermanos Terry jugaban entre ellos golpeándose en los brazos los cuales ya empezaban a adquirir un tono morado. Una baba discurría por la boca de un Fofo dormido con unos cascos puestos a tal volumen que todos los del vagón podían oír la melodía, aunque solo había un hombre junto con ellos en aquel vagón. Damián le observó durante un rato. Rondaría los sesenta años o más, una melena blanca yacía recogida en una coleta, vestía una simple camisa lisa y un pantalón beis de pana. Aquel curioso personaje estaba concentrado en un dibujo que estaba realizando con un carboncillo. A su lado había un gabán perfectamente doblado bajo un sombrero negro. Según iban subiendo personas a aquel vagón aquel hombre trataba de sacar conversación a cualquiera que se sentara próximo a él. Una muchacha de unos aproximados veinte años fingía interés por una retahíla que soltaba en forma de discurso sobre que el arte de ahora estaba muriendo por culpa de lo "moderno". Damián se preguntaba si aquel hombre bajaría también en Atocha como ellos para hacer turismo por el centro de Madrid. A la mitad del trayecto, en una de las paradas, subió otro chico cercano a la edad de aquella que se había sentado frente al anciano charlatán durante dos paradas. Llevaba el pelo rapado al límite de que no se le viesen las ideas, vestía una camisa de manga larga de cuadros de color granate y verde, unos pantalones largos anchos marrones claros y unas zapatillas de deporte anchas y bastante estropeadas. Se sentó en el mismo lugar donde había estado la huidiza joven. Le dedicó una sonrisa aquel hombre sin dejar de mover aquel carboncillo sobre el papel.
-¿Qué tal todo Alejandro?- Preguntó el anciano.
-No me puedo quejar.
Dejó a un lado el bloc y sujetó el carboncillo entre sus dedos de una manera similar a la que un fumador sujeta un cigarrillo.
-Menuda juventud.- Dijo.- Con todas las oportunidades brindadas y aun os parecen pocas.
Alejandro sacudió los hombros y se recostó sobre su asiento restregándose las manos por la cara como tratando de despertarse o despejarse.
-No todos somos unos desgraciados que no saben apreciar lo que tienen. Sabes que yo valoro mucho lo que hiciste por mí.
Damián no conseguía retirar la oreja de aquella conversación. Por lo que pudo llegar a entender, aquel tal Alejandro había perdido a su padre en un atentado, pero no consiguió saber que hizo aquel anciano por él y la curiosidad le quemaba. Damián miraba hacía aquellos dos personajes intrigado hasta que el anciano comenzó a mirarlo. No pudo evitar ponerse nervioso pues creía que le había descubierto fisgoneando y estaba a punto de pedir disculpas cuando aquel viejecillo le pidió un cigarro. Damián se limitó a decir que ni tan siquiera fumaba.
-Creía que todos los niños de hoy en día fumabais.- Respondió bromeando.
Alejandro le fulminó con la mirada. Le recriminó que siguiese fumando a pesar de su salud. El anciano soltó una fuerte carcajada y volvió a mirar a Damián con una mirada cansada, como si todo lo que hubiese vivido pesara tanto como para poder aplastarle.
-Haces muy bien niño. No fumes o un cáncer te empezará a matar como me está haciendo a mí.
Damián no pudo evitar no comprender a aquel vejete que sufría su misma condición. Castillo asomaba un ojo tras su revista para ver con quien hablaba Damián mientras que los hermanos Terry seguían en su juego bruto y Fofo comenzaba a roncar. Damián apretó los puños los cuales situó sobre sus piernas y miraba el suelo.
-Verás, señor...- Su voz apenas era un susurro. Levantó la cabeza y continuó.-Yo no necesité del tabaco para contraer cáncer.
Alejandro y aquel hombre se quedaron boquiabiertos. Lo que menos te esperas es que un niño de quince años te responda con que él es un enfermo de cáncer. Volvió a sentir esa sensación de impotencia que se adueñaba de él cuando pensaba en el futuro que nunca viviría. Pensó en sus padres, en su hermana, en Andrea, en sus amigos y en Rocío. Solo ellos le daban la fuerza que empleaba para aprovechar el tiempo que le quedaba. Él comprendía cómo debía sentirse aquel curioso hombre. Sentirse preso de su propia condición solo la palabra le hace libre y eterno en el recuerdo de los más allegados. Sintió una mano en su hombro que trataba de ser un apoyo. Castillo había oído todo y a falta de saber que decir optó por un gesto conciliador. 
-¿Es benigno?- Preguntó Alejandro.
Damián negó con la cabeza reteniendo las lágrimas que estaban a punto de escaparse.
-Maldices cada segundo que pierdes. ¿Verdad?- Dijo aquel anciano que jugueteaba con aquel carboncillo entre sus dedos.- Maldices cada momento que desaprovechas, maldices a Dios que parece que prefiere castigar a los justos antes que aquellos que se lo merecen. ¿Me equivoco acaso, niño?
Damián levantó la cabeza y asintió.
-Deja de pensar eso. Levántate y sufre, ríe, siente el calor o el frío. Tan solo vive. Deja de lamentarte, niño.
Cada una de las palabras de aquel hombre entraban en su conciencia y se iban grabando a fuego, como la nueva definición de vida. Tener una vida no significa vivir, y lo había aprendido gracias a aquel hombre. Una duda le asaltó a la cabeza.
-¿Usted tuvo que sufrir su enfermedad para darse cuenta de eso como yo?
El hombre había vuelto a coger su bloc y continuaba el dibujo que había dejado a medias. Negó con la cabeza. El hecho de vivir es aprender, y Damián había vivido tal experiencia que había aprendido demasiadas cosas antes de lo previsto. El tren se paró y Alejandro y aquel hombre se levantaron. Aquel anciano de pulso tembloroso arrancó una de las hojas de su bloc y se la tendió a Damián. Ese hombre le había dibujado con extrema precisión con tan solo un carboncillo. En una de las esquinas firmaba con un "Josué" y bajo ella rezaba la frase "Solo las miradas dicen cuanto hemos vivido sin necesidad de palabras."
-Es una pena que un niño se vea tan viejo.- Dijo Josué.- Aprende a vivir de verdad muchacho. Cada segundo cuenta.
Y dejando la frase en el aire salió con Alejandro del vagón.

La imagen de una Sol abarrotada decoraba una estampa curiosa ante un Damián acostumbrado a los pocos gentíos. Castillo había decidido guardar silencio ante los otros tres amigos que no se habían enterado de la escena que había ocurrido en aquel vagón del tren. Damián no pudo evitar maravillarse con la magia que cargaban a esos trenes pues era conocedores de miles de personas con miles de historias que podrían ser dignas de ser escrita. Caminaban por el paseo mirando los escaparates de las tiendas. A Damián siempre le pareció curioso como las tiendas de ropa solían tener más productos de mujer que de hombre y como sus ventas eran mucho mayores en estas. Si alguna vez le dijeran que tenía que montar una tienda la dedicaría solamente a ropa femenina. En varias tiendas vio a varias mujeres que mientras miraban ropa sus parejas esperaban tras ellas cargados con las bolsas. Añadió mentalmente muchos sillones para que se sentaran esos pobres novios. Los hermanos Terry se dedicaban a ponerse las partes superiores de los bikinis y fingir tener unos pechos a los que no paraban de mecer entre sus manos. Todos reían, era una tontería pero les resultaba graciosa.
Pasaron gran parte de la tarde paseando por las céntricas calles de Madrid. Los hermanos Terry junto con Fofo se habían adelantado mientras hablaban de un videojuego al que se podía culpar de sus bajos rendimientos académicos. Castillo y Damián caminaban detrás tranquilos en silencio.
-Gracias por no decir nada estos de la escenita del tren.- Dijo Damián.
Su alto amigo le dio una colleja la cual le pilló por sorpresa.
-Como vuelvas a darme gracias por no hacer nada te caneo.- Respondió con falsa agresividad.
Este hecho no pudo evitar arrancarle una sonrisa. Castillo trataba de forzar una expresión seria pero no podía lograr que no se le escapase un pequeño gesto de satisfacción. Damián apretaba contra su pecho una carpeta donde se encontraba su dibujo. Nada más llegar a Sol la había comprado para evitar que se le arrugase y se estropease, pues tenía intención de enmarcarlo en su habitación junto con todos sus posters. 
Ramón había comenzado a deambular como si estuviese borracho tras pedirle Lucas que le dejase dinero para una camiseta. Lucas enfadado le insultaba y Fofo trataba de calmarle. Discusiones entre ellos eran muy comunes pero no por ello no iban a dejar de tratar de no evitarlas. Castillo tras dos zancadas largas se puso a la altura de ambos hermanos y empezó a llamarlos tontos y demás sinónimos. Damián seguía pensando en las frases de Josué y esa frase que había bajo su firma. "Solo las miradas dicen cuanto hemos vivido sin necesidad de palabras." Se detuvo en seco olvidándose de que sus amigos seguían el camino. Seguía dando vueltas a la frase mentalmente y los ojos de Rocío le vinieron a la cabeza. ¿Qué experiencias había tras esos ojos verdes? Había comprendido por qué siempre le pareció más madura que el resto. Tuvo la extraña necesidad de hablar con ella y de forma urgente.
-Volvamos a Aranjuez, chicos.- Gritó para que le oyesen. -Si no cogemos ya el tren se nos hará muy tarde y me castigarán.

Esperó un segundo y su escusa sirvió para volver sobre sus pasos. Sabía donde vivía y tenía pensado hacerla una visita antes de que se hiciese más tarde. Aceleró movido por el motor acelerado que era su corazón.

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