miércoles, 19 de octubre de 2016

Capítulo 26: Dos cabezas.

Lanzaba la pelota hasta tal punto que prácticamente rozaba el techo. Su movimiento ya era mecánico, tumbado sobre la cama, estiraba codo y muñeca y dejaba la bola libre en el aire, alzándose sin mayor preocupación que la de caer de nuevo. Para no romper con su hábito, su cabeza era un bullicio de ideas que colapsaban en su juvenil mente. Reconocía haber actuado precipitadamente, pero también se excusaba con la tensión del momento. Una parte de él se relamía del golpe propinado. Recordaba como apretó su puño tan fuerte como era capaz, como cargó su brazo hasta el punto de sentir todos sus músculos en el límite, la cara de Andrés percatándose del inesperado golpe, de la poca sangre que salpicó y moteó sus nudillos. Todos le miraron sorprendidos, y era obvio, todos conocían esa faceta tan pacífica de Damián que le caracterizaba. Lo siguiente que recordaba fue ver a su hermana llevándose las manos a la cara al enterarse, los reproches de Andrea sobre su oído y la mirada acusadora de Castillo.
Se había dado cuenta de que no fue el acto más apropiado, sobre todo cuando Ramón estaba tendido en el suelo, gritando del dolor por aquel hombro fuera de su posición natural.
Dejó de lanzar la pelota. Recordó como alguien gritó que si no fuera por la urgencia del momento todos se hubiesen lanzado contra él. Apretó los dientes con rabia. Que fueran, sabía que podría actuar otra vez de la misma forma. Jamás se le olvidaría esa sensación tan animal que recorrió su espina dorsal al contemplar a Andrés mirándole desde el suelo. Comenzó a imaginarse que pasaría si le anduvieran buscando para vengarse. Escenificó como golpearía al primero igual de fuerte de como lo hizo con Andrés y correría hasta que fueran de uno en uno, dándose la vuelta solo para noquear a otro más. La inexperiencia dominaba su cerebro, centrado en dejar su macilenta anatomía intacta de los enfadados jóvenes que imaginaba que le perseguían.
El timbre le despertó de sus ensoñaciones. Un sudor frío recorrió todo su cuerpo. ¿No serían capaces de ir a buscarle a su propia casa? Estaba solo, podían haberlo sabido de alguna forma. Volvió a sonar el timbre impaciente. ¿Debía contestar? Inseguro, se levantó de la cómoda cama, dirigiéndose hasta el telefónillo con paso temeroso. Descolgó el auricular y permaneció unos segundos en silencio, tratando de oír al grupo que podría haber ido a su encuentro.

 -¿Quién es?-alcanzó a decir.

-Soy yo, Dami, ¿puedo subir a verte?

La voz de Elena le devolvió la sangre a su empalidecido rostro, Calculó mentalmente cuanto iban a tardar en volver cada integrante de la familia. Tardaría al menos una hora y media su madre ocupada en unos recados con su abuela, su hermana, la cual no le dirigía la palabra, había quedado con unas amigas y su padre andaba trabajando.

-Sube.

Apretó el botón que abría la puerta del portal y descorrió el cerrojo de su casa. No recordaba haber quedado con ella, así que le pillo todo por sorpresa. Corrió a su habitación a ponerse una camiseta y guardar un poco de orden en su caótico hábitat de adolescente salvaje. Escuchó entrar a Elena entrar en su casa y dirigirse hacia su habitación. Dentro de lo que cabía era un lugar respetable, sin tener muchas cosas fueras de lugar y sin estar hasta el extremo personalizado.

-¿Se puede?- dijo mirándole desde el marco de la puerta.

Sus ojos relucían con esa inocencia tan propia de la muchacha, transmitiendo calma con el bello azul de sus iris. Se acercó hasta Damián y le regaló un beso en los labios.

-¿Y está sorpresa?

Elena le miró con una expresión serena y una leve sonrisa. Volvió a besarle con suavidad.

-Quería saber como estabas tras lo que ha pasado.

Damián se congeló. En ningún momento tuvo en cuenta a Elena en todo ese asunto. ¿Y si se encontraban cuando estaba con ella dando un paseo? La rabia y la impotencia se adueño de todos sus pensamientos. Debería haber previsto esa posibilidad, no podía pasarla nada malo. Su expresión comenzó a reflejar todas las emociones que se agolpaban en su pecho. Elena lo miró preocupada, acariciando con suavidad su cara. Aquella mano lo devolvió a la realidad.

-Tranquilo. No pasa nada.

No comprendía como lo hacía pero siempre lograba acallar a sus demonios. Siempre existirá una persona en nuestras vidas capaz de ver el estado de nuestro espíritu y calmarlo con delicadas palabras.
En la siguiente media hora, Damián le contó todo lo que pasó a Elena y sus preocupaciones. No solo había golpeado a Andrés, se ganó la enemistad de unos chavales que resultaban ser bastante amigables, pero lo doloroso de todo era el enfado de Castillo y Silvia, sintiendo en lo más profundo de su corazón que les decepcionó.

-¿Les has pedido perdón?

-Ni tan siquiera me escuchan.

-Entonces déjalo por escrito.

Esa era una de las pocas facetas que odiaba de Elena. Todo tenía fácil solución bajo su punto de vista, y más cuando hablaba de problemas que no conocía.

-A ver, se que la he liado. Es normal que esos chavales quieran partirme la cara, incluso lo más normal que veo es que Andrés lo haga, está en su derecho. Lo que me cabrea es que por más que lo intento esos dos cabezones se centran solo en culparme a mi sin tan si quiera escucharme.

Elena se mordía los labios mientras le escuchaba. Por como le miraba parecía comprender ambas posturas.

-Dilo ya, anda, que lo estás deseando.

-A ver...-dijo dubitativa.-Es verdad que ellos ya te avisaron que no hicieras nada por el estilo. Además que ellos se esperaban solo malos comentarios, no un hostión en la cara.

-¡Me puse nervioso a ver a Ramón tirado en el suelo!-gritó.

Se echó hacia atrás, sorprendida por la respuesta de Damián, algo intimidada por su inesperada reacción. Últimamente reaccionaba súbitamente ante sus problemas, y si, se le culpaba un poco por no saber reaccionar adecuadamente. Nadie comprendía que nunca fue envuelto en situaciones como las que estaban viviendo recientemente. Nunca tuvo problemas con sus amigos, ni con chicas, tampoco vio que su hermana tuviera intereses en el otro género. Nadie parecía entender que estaba sufriendo la vida que nunca tuvo cuando apenas le quedaba tiempo para disfrutarla. Era todo impotencia. Miró la cara sorprendida de Elena y se percató de todo ello. Sonrió.

-Creo que tengo una idea.


jueves, 28 de enero de 2016

Capítulo 25: Golpe de mala suerte.

Enfrentaba aquel dilema con rabia, trantándolo como una ofensa que atacaba a su consciencia, cercenando cada pensamiento que supusiese defender a aquella persona que trataba de disfrutar de la compañía de su hermana. Caminaba sin rumbo con acelerado paso, como ya era costumbre, acompañado por Andrea, fatigada ya de tanto seguirle el ritmo. Su intención era conocer cada una de las posibles intenciones que podía tratar de llevar a cabo su nuevo archienemigo. Miraba a todos los lados, nervioso, vigilando cualquier posible imprevisto que pudiese acontecer, pareciendo un paranoico temeroso dejado de la cordura que posee cualquier ser humano. Sabía que lo encontraría en aquel campo de fútbol donde solían colarse a jugar con el balón un partido donde decidían cual de los dos improvisados equipos pagarían las cervezas de después.

-¿No crees que será muy cantoso que aparezcamos de la nada como el que no quiere la cosa?- preguntó Andrea al lograr colarcarse a su lado.

Damián la miró. Su respiración entrecortada y su jadeo le hizo cosciente de la velocidad con la cual caracterizaba su paso. Frenó un poco para aliviar el esfuerzo de su amiga. Analizó la frase de su amiga y río de una forma socarranona.

-Ya contaba con una idea para poder disimular.

Andrea arqueó la ceja. Conocía a Damián lo suficiente como para saber que sus ideas eran disparatadas, extrañas para cualquiera, y que no solían conceder resultados factibles. La sonrisa de su amigo le influía una rara intuición de que algo iba a suponer un problema, una corazonada que se acrecentaba según se acercaban a aquel campo. Una sensación la hacían ver diferente a Damián. Comenzó a fijarse en las ropas que este vestía y obtuvo la respueta. Nunca, jamás en toda su vida, había visto a su trastornado amigo portar con una camiseta de fútbol. El número siete en su espalda sobre el blanco fondo deducía el nombre que coronaba la espalda de la prenda. No pudo evitar sentirse confusa.Conocía a Damián, sabía de su horror por cualquier actividad que supusiese sudar, y más si un balón estaba implicado. Estaba harta de esa definición suya del fútbol como un circo para distraer las miradas de las masas de allá donde deberían mirar, de sus críticas de su bufanda del atleti, de sus numerosas burlas hacia aquellos muchachos que se trataban de excusarse por no haber estudiado pero se conocían al dedillo la clasificatoria de la liga.
Miró entonces sus zapatillas. El logo de una conocida marca deportiva cubría la mitad del calzado, la otra mitad estaba decorada por un verde forforito, el cual se le antojo similar al de un chaleco de emergencias. Los tacos asomaban un poco a cada paso que daba. Sus andares denotaban que se encontraba incómodo paseando con ellas, forzando su gesto a uno menos habitual en su rutina. No pudo reprimir el preguntar.

-Me acabo de dar cuenta. ¿Porqué cojones vas con ropa de fútbol?

Damián seguía andando, dando la sensación de que creía caminar solo. No pudo evitar no contenerse y mirar su vestimenta.

-Me lo ha dejado todo Ramón.

La respuesta quedó en el aire, resultando poco esclarecedora para Andrea, incapaz de reprimir un tono agresivo en sus palabras.

-La cuestión es porque, pedazo de tonto.

Él seguía mirando la ropa, incómodo por alguna razón. Estiró la camiseta para mirar el escudo que decoraba aquel pecho sin intentar siquiera contener una expresión de desagrado por lo que Andrea consideró que era verse rebajado a vestir con aquello que siempre criticó.

-Resulta que el inútil de Castillo aveces sirve de algo. Por lo visto conoce a uno de los amigos de ese capullo, un vecino que parece ser íntimo suyo. Le preguntó si podiamos unirnos algún día de estos a uno de esos partidos que suelen echar para pasar el rato. Vino practicamente corriendo para contármelo. Se cree que si conozco al chaval dejaré de tenerle asco. Accedí por que solo quiero sacar sus trapos sucios.

La mirada de su amiga expresaba todo sus pensamientos. Su amigo pareía obsesionarse con un tema que parecía distraerle de ese camino de felicidad que buscaba para ese poco tiempo que le quedaba. Así no iba a disfrutar nada, solo iba a envenenar su alma con un odio que solo conllevaría reprimendas. Pero debía percatarse por si solo, sino no aprendería nunca la lección.

Llevaban media hora jugando. Había muchas bromas respecto a los hermanos Terry en sus vanos intentos en hacer la famosa Catapulta Infernal, sobre todo con la sátira con la que dotaban a sus movimientos, exagerados en cada paso que daban. Castillo llamaba la atención por sus arranques con el balón, resultando imparable por el equipo contrario, llegando como mínimo hasta el area contraria donde chutaba con todas las fuerzas que sus largas piernas eran capaces de concederle. Damián trataba de defenderse. Nunca se le había dado bien ningún deporte, pero al menos era capaz de pasar el balón y correr situándose en lugares adecuados para su posición, por lo que no destacó por la torpeza que le caracterizaba. Mientras tanto, en el otro equipo, Andrés corría de un lado a otro, recordando a un animal salvaje, luchando cada balón como si se tratase de un partido convocado dentro de una gran competencia, deslizándose por aquel césped artificial igual que un rayo, dejando tras de si solo una intensa corriente de aire fresca. El resto de sus amigos rondaban la mayoría de la edad. Entre ellos destacaba uno con un gran sentido del humor que no paraba de hacer estupideces para hacer reír a todos. Se movía a lo largo del campo andando mientras un cigarro se consumía en su boca, pateando el balón cada vez que llegaba a sus pies.

-¿Pa´ que voy a correr? Si es de cobardes.- no paraba de repetir.

Damián no era capaz de reprimir una carcajada cada vez que aquel muchacho hablaba. Tenía una gracia natural en aquel paso despreocupado, dirigiéndose en ocasiones a las chicas que se encontraban fuera del campo para preguntar cualquier disparate.

-Chicas, ¿habéis visto mi paquete?
-Lo tenías en la mochila, que te lo guardé yo tras cogerte un piti.
-No me has entendido.

La víctima de su broma abría los ojos en señal de sorpresa mientras que una sonrisa perfilaba su rostro. Con cada broma de mal gusto que hacía le golpeaban en el hombro mientras se carcajeaba. Era imposible que aquel muchacho causara desagrado en nadie.

El partido continuaba. Era un cuatro contra cuatro y los goles ya se habían perdido en el conteo. Fue entonces cuando, el chistoso del equipo de Andrés, encendió un cigarro entre toses.

-Es el último del paquete. Yo sin gasolina no me muevo, ya me entendeis, chavales.

Todos se miraron sonriendo. El sudor duchaba los rostros de cada uno de los jóvenes futboleros, goteando por sus barbillas para estrellarse contra el suelo.

-¿El último gol da la victoria?- sugirió Castillo.

Todos asintieron, cansados ya de correr por aquel maltratado campo. Reanudaron el juego y Ramón corría con el balón, desenfrenado, directo a la portería contraria. En un suspiro se encontraba en el area contraria, cuando cayó al suelo rodando. Una mala entrada de Andrés le había hecho tropezar y caer de mala maneras, impactando su hombro contra el césped en una posición anormal. El grito de dolor de su amigo congeló la escena. Ramón se revolvía por el suelo, su rostro compunjido reflejaba el dolor. Parecía haberse sacado el hombro.

-Yo...no era mi intención... Lo siento.- Balbuceó Andrés.

Entre varios levantaron al convaleciente que no paraba de jadear. Damián estaba quieto, escuchando a su corazón tranquilo latiendo sordamente. Pasaron por su lado y no fue capaz ni de pestañear. Su cabeza era un hervidero. Un toque en su espalda le devolvió a la realidad de donde se había fugado. Vió a las chicas correr hacia Ramón y a Andrés hablándole.

-Vamos a llevarle a urgencias. Muevete tío.

Era su culpa. Primero trataba de aprovecharse de Silvia, y ahora, fingiendo un accidente, había aprovechado para golpear a su amigo, con tal resultado que se había lesionado el hombro. La sangre subió a su cabeza a velocidad de vértigo, su puño apretado trataba de reprimir sus más primarios instintos. Pero fue inutil. Lo siguiente que recordaba era su golpe impactando contra la mejilla de Andrés y los gritos de las chicas al verlo.