lunes, 18 de agosto de 2014

Capítulo 3(intermedio): La voz de la razón.

Damián solo era otro más al fin y al cabo. Su historia no era única. Aquellos que nos encontramos por la calle también tienen historias similares, pero obviamente no nos damos cuenta. La enfermedad al principio solo había hecho acto de presencia solo en la parte psicológica, pero eso solo fue el primer año. Le recuerdo perfectamente a Damián confesarme todos sus miedos y sin palabras que poder decir le acuné en mi abrazo. Su llanto derramó su pena y dejó hueco para llenarlo con unas intensas ganas de vivir. Me habló de sus sueños, de aquellos que jamás podrá cumplir. Había empezado a tomar conciencia de que la muerte le acechaba y que no tendría esa vida común humana de llegar a viejo tras casarse y tener hijos. Esa típica vida que todos consideran triste pero luego resulta ser la forma de vivir más cargada de magia. Salvar el mundo debe ser una gran experiencia, pero la sonrisa de aquella persona que hace vibrar todo tu mundo es mucho más intensa. Damián era consciente de ello, pues estaba más cerca de poder salvar el mundo que de tener esa familia nacida de si mismo. Nunca acunaría al niño al que cargaría de ambiciones de hacer grande, a una niña a la que darla todo su cariño. Perdido en esa tristeza decidió darle valor a sus pocos años, siempre con los suyos. Nunca le olvidaré como subidos en el cerro, en uno de sus últimos meses me dio a guardar uno de sus mayores secretos. Siempre supo que todo lo bueno acaba, pero que siempre hay una excepción: la familia. Padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, los amigos que solo caben en una mano. Dijo haber descubierto que esa es la única felicidad que nunca acaba. Tras expresarle mi duda el atardecer era una imagen de fondo que acompañaba a su débil sonrisa mientras miraba al cielo donde Dios le debía esperar. Nunca fue creyente, en lo que Dios se refiere, porque la frase que dijo después me hizo darme cuenta que realmente si lo era. Creyente de los suyos, a pesar de que fallen, pues él les excusaba con un "errar es de humanos". El sol se escondía y mientras el cielo mostraba una luna que tímida se asomaba entre las grises nubes. Se burlaba de que todos miraban la luz pero nadie se daba cuenta que la oscuridad era el lienzo donde la belleza escribía con sus trazos. ¿En qué crees Dami? le pregunté. No contestó. Hice como que no le escuché aquel susurro, pero sé que nunca podré olvidar aquella frase. Me contestó para si mismo con un "Por los míos mi fe".

Capítulo 3: Despertares.

Sentía como el calor de la noche hacía de su piel un tacto pegajoso. El simple contacto con la sábana se le adhería a causa del sudor. Su mente flotaba recordando los sucesos que hacía unas escasas horas habían acontecido. Las imágenes entraban a tropel en su mente. Volvió a sentir los mismos golpes y un mareo invadió su cabeza. Maldijo su insomnio. No conseguía más que imaginarse así mismo enfrentándose a aquellos malditos saliendo victorioso recibiendo por premio miradas rabiosas de aquellas consentidas niñas. Nada de eso le ayudaba a sentirse en paz y seguía sin conciliar el sueño. Los recuerdos de aquella noche fluían. Sus amigos ayudando a mantener un paso recto, la infructuosa subida a su casa y la mirada de aquella que se encontraba tras una hermana asustada y sorprendida. Aquella mirada. Comenzó a dibujar su rostro mentalmente. Cada trazo que daba la imagen era como una caricia a aquel recuerdo. Se giró a causa del calor rompiendo con la imagen y soltó un gruñido. El sueño tardó en llegar pero le acabó por abrazar con fuerza, tanta que cuando despertó el reloj marcaba las doce de la mañana.

Se revolvió entre la arrugada sábana y deseó no haber despertado. Se quedó allí por un periodo de diez minutos mirando al techo dejando volar la mente por donde quisiese. Un rugido en las tripas marcaba que era ya la hora de levantarse y desayunar. Se incorporó y calzó unas chanclas que empleaba para andar por casa con las cuales caminaba arrastrando ruidosamente los pies. Pasó por la habitación de su hermana y le sorprendió que aun siguiese dormida. Habían acordado no comentar a sus padres lo sucedido y achacar las marcas de los golpes a una caída con la moto. Miró a la cama plegable que se encontraba al lado de la de su hermana. Una vez escuchó que la auténtica naturaleza de una persona se lee en su rostro cuando está durmiendo. Roció estaba hay destapada vistiendo una camiseta ancha de Damián que le caía por un hombro dejándolo al aire. Su cara era infantil, como si nunca hubiese sido perturbada por el llanto. Damián sacudió la cabeza y se dirigió a la cocina. Sus padres hablaban de alguna anécdota de la oficina cuando se giraron y vieron a Damián con el rostro magullado. Su madre soltó un gritillo de sorpresa y rápido alargó la mano hacía los parcos carrillos de sus hijos y con poco tacto le hacía rotar el cuello para contemplarle los perfiles.
-¿Qué te ha pasado hijo?-decía mientras apretaba aun más su agarre. Eso molestaba bastante a Damián.
Trataba de responderla pero ella comenzó a divagar entre la multitud de disparates que invadían a sus ideas. Entre las frases aceleradas que salían por su boca se podía escuchar teorías de problemas de drogas, otras de problemas amorosos y pocas más lograban ser comprensibles. Damián se escapó del agarre de su madre y la calló empujando la mano de su madre hacia atrás.
-¡Te quieres callar!¡Me caí con la moto, so' loca!
Sin acabar la frase la mano derecha de su madre salió disparada para impactar sobre Damián. Sintió el calor invadir la zona golpeada.
-¿Pero qué falta de respeto es esa?-Chilló.
El puño apretado aferraba la rabia que trataba de desatarse en su interior. Era la primera vez que  gritaba a su madre y más curiosamente la primera vez que sentía una ira e impotencia semejante.
-Cariño, déjame a mí hablar con él, anda.
Damián sénior se mantenía inalterable tras su esposa sorbiendo de una taza de café. Ella le miró y este le asentía. Salió de la cocina y el hombre cerró la puerta tras ella. Se giró y miró a su hijo que le miraba con un gesto indescifrable.
-Prepárate el desayuno, machote.
Damián dudó por un momento pero le hizo caso. Mientras llenaba una taza de café y preparaba unas tostadas su padre le miraba escondido tras los sorbos que daba.
-Devolverías las hostias, ¿verdad?
Damián se quedó paralizado por un momento y se giró para poder mirar a los ojos a su padre. Negó cabizbajo.
-Parece mentira que seas hijo mío.-Rió.
Levantó la cabeza Damián y se mostró sorprendido. Dejó su padre la taza sobre la encimera y colocó la mano sobre el hombro de su hijo clavando sus grisáceos ojos.
-Por muy grande que sea, hijo, nunca olvides golpear. Si ven que no te defiendes tratarán de aprovecharse de ello. En la calle no hay normas Dami, a lo mejor serán varios a la vez, pero para algo tienes la cabeza, busca un palo o una piedra, pero defiéndete.
Damián sabía que su padre en sus tiempos fue un tanto bastante revoltoso, un muchacho en el que los líos tan solo eran rutina. Eso le hizo reflexionar y pensar que hasta el más sabio de los viejos tiene un pasado que solo él puede recordar. Debes respetar a las personas por igual, no por el hecho de ser mayores, a todos, pues uno de esos viejecitos que pasan sus días sentado en un banco pudo ser el peor de su época.
Su padre retiró la mano de su hombro y Damián volvió al mundo real.
-No me falles Dami. Recuerda que solo los cabrones hacen de sufrir, pero no sufren por ello. Piensa en eso.
Y cubierto por una sonrisa le dejó allí solo anonadado.

Los días de verano pasaron como un soplo de aire. Su única compañía se basó en Andrea, sus amigos de toda la vida y sus ideas. Las frases de su padre se clavaban como dagas en su subconsciente. Damián sénior no solía aconsejar a su hijo, solía dejarle al libre albedrío esperando a que experimentase pues no hay mejor maestra que la experiencia. Sus consejos eran esporádicos. Solo nacían cuando veía a uno de sus hijos a punto de tropezar y caer. Ningún padre desea ver a sus hijos sufrir, pero algunos dolores son buenos para aprender y son necesarios. Sufrir es aprender, y esa lección la aprendió grabándolo a fuego en su consciencia.


lunes, 4 de agosto de 2014

Carta de Damián: Aquellos que eran los cuatro fantásticos.

3 de julio de 2012


Es cierto que siempre me sentí de más en más de una ocasión. Es cierto que vuestro humor continuo y vuestros momentos brutos en los que jugabais a pegaros no iban mucho conmigo. Pero nunca me fallasteis.
Lo pude ver en vuestras reacciones. No era aquel que aparecía uno de veinte días y ya está, era el amigo perdido al que tratabais de sacar de casa. Cuanto me arrepiento de no haberos hecho caso en vuestros continuos intentos de sacarme de la que hice mi prisión...
Castillo, eres el único que aun sin pedirlo me preguntas a diario que que tal iba. Los demás hacen caso omiso al hecho de que me estoy muriendo, como tratando de hacerme olvidar que un cáncer me esta robando la vida, pero tú no, tú me preguntas por mi estado, y aunque tiendes a ser cansino, se agradece bastante. Cuando saltaron todos a separar a ese bruto de mi lastimado cuerpo se que trataste de interponerte entre sus golpes. Me fijé en que te costaba coger el aire a causa de ello.
Lucas, haces de mi otro loco más. Sientes como yo siento ahora que la vida está hecha para disfrutarla y que tú me ayudarás a hacerlo, ya sean dos años o dos meses los que me queden tú estarás ahí preparando la aventura de ese finde. Eres el grande que aúpa a este pequeño niño al espejo para que pueda conocerse a si mismo.
Ramón, si tu hermano es la noche tú eres el día, por mucho que físicamente os parezcáis. Me has enseñado el valor que tiene decir las palabras correctas. Frente aquel bruto recordé aquella gran frase que siempre me decías frente a los profesores cuando no traía la tarea que era algo como "Diles los que quieran oír. Una persona contenta molesta menos que una enfadada.". Casi funciona.
Fernando. Fofo. Siempre te hemos tachado por tonto pero me has demostrado ser el más listo. Desde niño siempre me protegiste. Nunca podré estar lo suficientemente agradecido para todo lo que has hecho por mi. Solo tú has escuchado las notas que mi voz no tocaba, sabías que había tras la cortina con la que cubría mi soledad. Junto con Andrea has sido los apoyos que hicieron que no cayese cuando el camino se empedraba.
Todos habéis sido los grandes amigos que cualquier persona puede soñar. He compartido grandes momentos con vosotros a pesar de que casi siempre estaba ausente. Vi la primera borrachera de Fofo y sus cómicas consecuencias, reí cuando Lucas era rechazado porque preferían a su hermano,(jamás olvidaré verle decir "¿Es porque soy feo?", cosa que no tenía mucho sentido), a Castillo intentando ligar con mi hermana(Te faltó solo ser paciente) y a Ramón prometiendo lunas que no podía bajar. Yo os di silencio y no paro de reprochármelo. Si algún día vuelvo a mi memoria y os veo está claro que se quienes sois: Aquellos que eran los cuatro fantásticos.


Capítulo dos: Alas cerradas.

Cerrados los ojos era como mejor veía todo. Tirado en su cama el mundo parecía detenerse mientras los pensamientos inundaban su mente. Abrió los ojos y miró la hora en su teléfono. Eran las cinco de la tarde. Faltaban dos horas para que le recogiera su amigo. Se desperezó estirando cada uno de sus músculos sin tan si quiera levantarse. Odiaba dormir porque consideraba que durmiendo se pierde la mitad de la vida, y tiempo no le quedaba como para ir lo derrochando así. Sin embargo esa siesta de escasa media hora fue necesaria. Había pasado un par de noches casi en vela poniendo en orden su cabeza e ideando una lista de cosas que hacer. Se levantó y con los ojos aun entornados pegados por las legañas y contempló su habitación. Era pequeña y austera. Un póster en el cual se encontraban un montón de personajes de Marvel decoraba una de las paredes blancas. Un armario marrón caoba colindaba con una mesa de un color de un toque más oscuro que al hacer pocas veces la función de zona de estudio recogía una capa grisácea de polvo. La habitación estaba puerta con puerta con la de su hermana Silvia, un año menor que él. Silvia era una niña particular a la cual cualquier cosa podía sorprenderla. Damián no la dejaba entrar nunca en su habitación. Para él aquel lugar era su centro, su lugar de reposo donde nadie podía molestarle. Su madre era la única que entraba cuando quería bajo "esta casa es mía" o "¿tienes algo para lavar?" El muchacho no sabía qué hacer durante aquellas dos horas de espera. Pensó en jugar a la consola pero ya estaba cansado de los mismos juegos los cuales se había pasado hasta en la máxima dificultad. Entró al salón con el pensamiento de ver la televisión pero la imagen de una pequeña estantería de libros le hizo detenerse. Nunca fue muy dado a leer, pero solía oír que leyendo es una forma de ver volar el tiempo junto con unas palabras que poco a poco te mostraban mundos llenos de personajes los cuales compartían sus experiencias. Tomó uno de los libros. El estado de la portada torturado por los estragos del tiempo le hizo volver a depositarlo y buscar otro. Tras leer la contraportada de cinco libros dio con uno que logró convencerlo. Volvió a su habitación y se dejó caer en la cama. Una vez tumbado comenzó su lectura.
Solo había pasado media hora y esa lectura le mantenía cautivado. Trataba sobre un grupo de amigos en el cual después de muchos largos años de amistad sus componentes se veían enfrentados por un puesto de trabajo ofrecido por un extraño personaje. No era una historia muy allá, pero cada descripción era una imagen perfecta de una situación, un rostro, o cualquier cosa. Habían pasado ya las dos horas y ni se había percatado. El móvil sonó. Miró a la iluminada pantalla y leyó el nombre de Fofo. En realidad no se llamaba Fofo si no Fernando, pero su rechoncha fisionomía y su carácter payaso de la tele cual Fofito le hizo ganarse aquel mote. Descolgó el teléfono y se lo acercó a la oreja.
-¿Si?
-Tío, baja ya, que estoy aquí esperándote con la moto.
-Bajo.
Una conversación breve que se ganó una rápida bajada por las escaleras. Cruzó el umbral del portal y contempló a su amigo sobre una Eros azul.
-Ten.
Su amigo le tendió un casco. Tras ponérselo se sentó tras su amigo. Comenzaron a moverse y Damián se agarraba a los hombros para no caerse. Siempre le bromeaba diciendo que si le agarraba por los hombros y no por la cintura era porque estaba tan gordo que los brazos no le abarcaban. La moto hábilmente dejaba atrás a los coches y avanzaba por las discurridas calles arancetanas. Una vez pasado el Jardín de la Isla tomaron un desvío que les llevaba a un pequeño puente que conectaba un merendero con el Jardín del Príncipe. Allí, junto al río había ya dos motos similares a las de Fofo. Tres chavales próximos a la edad de Damián estaban montando un puesto de pesca. Paró Fofo su moto y bajaron los dos amigos. Se aproximaron y empezaron a saludarse. Uno era Pedro, pero le llamaban Castillo por su apellido. Era un chico alto y desgarbado de piel morena. Al lado estaban Lucas y Ramón, dos hermanos gemelos a los que por su gran afición al fútbol los llamaban los hermanos Terry. Damián los conocía desde que tenía casi memoria, juntos desde preescolar. Cada vez que la ocasión se presentaba se escapaba con ellos a tomar algo en algún bar mientras veían algún partido.
-Dami, ayúdame a montar el cacharro este, anda.
Damián nunca tuvo un mote claro. Tuvo siempre varios pero poco le duraron. El que más duró fue el de H, porque al igual que la letra era prácticamente mudo, pero acabó siendo desechado. Al final se quedó con el diminutivo de Dami, pues ninguno de aquellos apelativos le sentaba bien. Damián comenzó a ayudar a Castillo a montar un pequeño dispositivo donde se colocaba la caña, la cual al moverse rozaba en las paredes de aquel pequeño hueco por donde pasaba el hilo y soltaba un horrible sonido para alertar de que habían picado. Lucas y Ramón montaban unas sillas y una pequeña mesita desmontable.
-¿Como narices habéis traído eso en las motos?- pregunto Fofo
-Nos lo ha acercado nuestro padre en coche.-respondió Ramón.-Han ido a casa de unos amigos y a la vuelta lo recogen.
Damián durante tantos años con esos dos hermanos había aprendido a distinguir lo indistinguible. Era capaz de diferenciar a los dos hermanos por una pequeña diferencia en el puente de la nariz, y por un timbre de voz distinto, pero aun así, a veces los confundía.
El día que les comunicó la noticia del cáncer a todos se les quebró la voz mientras le preguntaban. Solo uno que no habló. Fofo, por la que podía ser su primera vez en la vida que se ponía serio, se acercó a Damián y le abrazó. Sobraban las palabras.
Pasaron una tarde tranquila mientras las cañas reposaban en sus puestos y ellos jugaban al póker con un maletín que se encargó de llevar Castillo.
-He escuchado que Fernan, el que tiene el local con mi hermano lo ha dejado con María, la de la otra clase.-dijo Lucas con intención de abrir un tema de conversación.
-¿Está buena?-preguntó Fofo
-Demasiado cruda para ti Fofo.
Todos rieron salvo este que puso cara de pocos amigos.
-¿No os cansáis de cargar siempre con los chistes de gordos?
-No, a no ser que pesaran como tú.- repuso Damián.
Esta vez hasta Fofo rió.
Llevaban ya casi una hora sin que picara nada y todas las fichas de aquel maletín reposaban en el regazo de Damián. Si no fuera porque no jugaban con dinero todos ya estarían en bancarrota. Seguían hablando de cotilleos y de otros temas de índole adolescente cuando empezó a pitar uno de los dispositivos de pesca. Todos disparados se dirigieron a la caña la cual Castillo aferró fuertemente y empezó a recoger carrete. La tensión del hilo era muy intensa, parecía que en cualquier momento se podía quebrar.
-¡Está a punto!¡Casi está!
Todos miraban a la veleta que se hundía bajo el agua esperando que aquel pez asomara la cabeza. Estaba ya casi en la orilla del río cuando el hilo se rompió y se escapó. El muchacho soltó la caña y masculló unas palabras que dedujeron que era una maldición. Todos reían ante la escena mientras él alto muchacho preparaba otra vez la caña. Damián se acercó a su amigo y le dio una palmada en la espalda. Castillo sonreía.
-Me ha pasado como con tu hermana Silvia, que cuando creía que la tenía se me escapa.
Damián comenzó a reírse. Recordaba a su hermana, una chica simpática por naturaleza había empezado a tener una amistad con Castillo. Este entendió otra cosa en un día que quedaron para tomar algo y se adelantó a los acontecimientos. La respuesta fue un silencio incómodo entre ellos que se alargó hasta la actualidad. La respuesta de ese comentario no se hizo esperar entre el grupo que detrás escuchaba. Una montón de burlas se acumulaban y las risas formaban la banda sonora.
-De todas de las del grupo y solo a ti se te ocurre ir tras la única que va para monja-bromeó Fofo.
Su amigo se encogía de hombros y puso un tono satírico.
-Me van los retos.
Las carcajadas se hacían cada vez más fuertes mientras Castillo se dedicaba a hacer chistes de su propia desdicha.
-Damián, tú eres él que más ve a las amigas de tu hermana, ¿alguna que merezca la pena?
Lo cierto es que a Damián muy pocas chicas lograban llamar su atención. También estaba el hecho de que trataba de hacer vida ajena a la de su hermana y hacía un buen papel de ermitaño cada vez que una de las jóvenes subía a su casa. Apenas había llegado a ver dos de sus amigas. Si el que calla otorga Damián era la excepción. Todos conocían como tendía a ser antes, y que no era precisamente sociable.
Terminaron de pasar la tarde allí y cuando la noche comenzó a caer los padres de los hermanos Terry aparecieron. Desmontaron el puesto rápidamente. Habían pasado una buena tarde a pesar de que solo un pez picó y no lograron sacarle. Acordaron quedar a las diez en el ayuntamiento para ir a cenar algo. Tenían media hora para ducharse y quitarse el olor a río.
Damián estaba sentado en uno de los bancos de piedra que poblaban la plaza. El reloj del ayuntamiento marcaba las diez y comenzaron a sonar. Damián fue el primero en llegar, el segundo fue Fofo, y el último, por costumbre y media hora de espera llego Castillo. Los gemelos se dedicaban a mirar a las chicas que pasaban y Fofo se distraía con un juego de móvil. Damián simplemente estaba absorto en sus pensamientos.
Con la llegada del quinto integrante se pusieron de pie y comenzaron un debate por donde debían ir a cenar.
Se propuso hamburguesa o pizza pero se vislumbró la idea de un kebab. Todos de acuerdo se dispusieron a ir al establecimiento más cercano. El establecimiento al que fueron solo estaba dos calles más abajo. Ellos eran los únicos clientes y la cara agria de los que regentaban aquel lugar expresaba que iban a ser los únicos de esa noche. Mientras cenaban jugaban a tirarse servilletas de papel echas una bola, cosa que no hacía mucha gracia a aquellos que les tocaba limpiar que estaban preparando uno de los escasos envíos que tenían. Una de las paredes del establecimiento era una cristalera que permitía ver la calle. Estaban cerca de acabar y empezaba uno de los momentos que más les gustaba compartir a Damián: el momento donde comenzaban a intercambiar bromas. Le dolía la zona abdominal de tanta carcajada liberada. Tan centrado estaba en escuchar las bromas que no se percató que Lucía y Ana, aquellas a las que había soltado todo lo que pensaba de ellas hacía dos días, le observaban tras el cristal. Entraron al establecimiento. Damián se giró y vio que no iban solas. Dos chicos mayores que él las acompañaban. Conocía a uno de los dos. Se llamaba Raúl, un chaval que rozaba el metro ochenta y cinco, bastante corpulento a pesar de su gran altura. Le conocía prácticamente solo de la boca su madre, la cual trabajaba de profesora en el instituto de este. Por lo visto tenía graves problemas para controlar su carácter. El otro era un chico bajito, como Damián más o menos, pero su cara no reflejaba que fuese de hacer muchas amistades. El enrojecimiento de sus ojos y el olor que desprendía decía todo lo que su aspecto no.
-¿Quién es Damián?-dijo el gigantón.
Damián sintió que las piernas le flaqueaban. No sabía que querría de él, pero nada bueno seguro. Asintió con la cabeza y con la voz temblorosa afirmo que era él.
¿Como podía tener tan mala suerte? Debía ser gafe o algo así, porque no comprendía nada. Se planteó que a lo mejor en su vida anterior tuvo que ser Hitler o algo así.
-Sal, que vamos a hablar contigo.-dijo de malas formas el otro pequeño secuaz.
Damián les siguió fuera con un paso temeroso. Sus amigos sin comprender se levantaron y le siguieron afuera donde las dos chicas reían de una forma maquiavélica. Damián se puso frente a los dos chavales y calculó que más o menos estarían a punto de cumplir los dieciocho. Planteó la posibilidad de salir corriendo, pero se reprochó el hecho de ser tan cobarde.
-¿De qué queréis hablar conmigo?-trato de decir con voz serena.
-Tú sabrás.-repuso aquel personaje de ojos colorados.
Damián daba cuentas de que eran de corto pensamiento, pues era una afirmación estúpida. Él podía intuirlo por la presencia de las dos hienas que contemplaban la escena, pero si dos desconocidos te dicen tenemos que hablar no piensas precisamente en que.
-¿Como lo voy a saber si ni si quiera os conozco?
-¿Nos estás vacilando?
Confirmó que no eran de tener muchas luces. Detrás de él estaban sus amigos. Les había contado la historia de aquellas chicas de las cuales habían hecho su anécdota favorita, y aunque no lo has habían visto hasta ese momento habían sumado dos más dos.
-No os estoy vacilando, lo juro.
Quería evitar el conflicto. Por mucho que estuviesen sus amigos detrás sabía que tenía las de perder. Ninguno de ellos, incluyéndose él, en su vida se habían pegado.
-Míralas a ellas.-Volvió a hablar el bajito.- ¿Tú qué crees?
Miró a las niñas que se estaban relamiendo viendo el miedo que debía de desprender. Se dio cuenta que le temblaba la mano. Se la metió en el bolsillo.
-¿Son vuestras novias? Si es por lo que las dije, me disculpo.
Consideró que había dicho la frase acertada pues los dejó un tanto desconcertados. Estaba claro que no eran sus novios, solo los tontos de turnos que se interesaron en ellas las cuales los manipulaban como querían. Que estúpido podemos llegar a ser los hombres y que malvadas las mujeres pensó Damián.
-Disculpas no bastan.-dijo el gigante.
Este se le acercaba cada vez más y comenzaba a encararse frente a él. Damián sentía sus amigos alerta detrás. Tenía que evitar como fuese la pelea, por mucho que la fuesen buscando.
-¿Que es lo que tengo que hacer?
Estaba acabando la frase cuando sintió el impacto del primer puñetazo. Un flash de luz en la cabeza le iluminó las ideas y sentía caer su cuerpo. Una vez en el suelo los golpes volaban desde distintas partes acertando patadas en su estómago y puñetazos en el rostro que le hacía ver cerca las estrellas. Fueron pocos segundos cuando sus amigos lograron separar al gigantón al cual se había sumado el pequeño compañero a voz de "¡para, que lo matas!". Damián estaba tirado en el suelo desconcertado. Miró a sus lados buscando alguna respuesta a lo que pasaba. Vio a través de la puerta que los del kebab ni se habían percatado de lo ocurrido. Ladeo para contemplar como las dos chicas le miraban con desdén. Eran miradas cargadas de odio y veneno. Intento a levantarse, pero la tos le mantenía en una posición a cuatro patas. Escupió una flema de sangre. Volvió a intentar levantarse y esta vez una mano le tendió su apoyo. Lucas le ayudó a levantarse lentamente. El rostro le ardía. Una gota de sangre descendía de su labio para perderse en su barbilla. El pómulo derecho estaba hinchado y tenía unas continuas ganas de vomitar. Sus amigos y el otro pequeño matón de turno habían logrado tranquilizar al enorme gigante que le había dado la breve pero intensa paliza.
-Vamos, coge el coche Sebas.-dijo el ya tranquilizado muchacho.
Damián no se percato pero las dos chicas desaparecieron calle arriba y su verdugo y compañía en un seat gris.
-Vamos para urgencias.
-Llevadme a casa.-replicó Damián.
Sus amigos se miraron confusos.
-Dami, tío, te ha podido romper una costilla el bruto ese.
Damián levantó del suelo por completo y se chocó con la mirada preocupada de sus amigos. Sentenció con un "estoy bien" y despegarse de su amigo para andar un par de pasos en línea recta. Caminaba lo que supusieron era en dirección a su casa cuando Fofo se puso enfrente de él obligándolo a parar. llevaba un casco en la mano y se le tendió.
-Andando no vas, te llevo a casa.
Damián agradeció el gesto. Sentía que podía caerse en cualquier momento desplomado al suelo.
El trayecto se le hizo eterno. Su amigo le ayudó a subir las escaleras y a abrir la puerta. Entraron en la casa. Estaba vacía. Sus padres habían debido salir a cenar y su hermana estaría a punto de volver. A paso lento fue llevado hasta su habitación.
-¿Necesitas algo?
-No.
Su amigo comenzó a marcharse cuando le agarró por la mano. Este se giró y contempló a un Damián agotado.
-Gracias.
Fofo sonrió y marchó de la casa.

No pasaron ni diez minutos cuando sintió la puerta de la casa abrirse. La voz de su hermana retumbaba. Damián se planteó la posibilidad de que hubiese subido junto con sus padres, pero dicha teoría fue descartada al oír la voz que le daba las palmas al cante de su hermana. Damián podía oírlas hablar tras su puerta.
-¿De verdad que no molesta que me quede a dormir?
-Que no tonta, hay camas de sobra.
Damián recordó que la cama de su hermana guardaba otra debajo. En un principio había sido suya, pero se la cambiaron viendo que la Silvia la podría dar uso, ya que Damián nunca llevaba compañía a casa. Su grupo de amigos le veía cuando él se quería dejar ver.
Los ruidos de las dos jóvenes ensordecían los pensamientos de Damián. Sentía como los parpados pesaban y el sueño se apoderaba de él.
-¿Me puedes dejar un pijama? Me da pudor dormir en bragas en tu casa.
-Espera, le cojo a mi hermano alguna camiseta y algún pantalón así para dormir. Seguramente no habrá llegado.
Las voces se escabullían de la conciencia de Damián. Estaba a punto de abrazarse a Morfeo y rendirse al sueño que le rogaba el cuerpo cuando la puerta se abrió y la luz fue dada.
-Ah, estás ahí- dijo Silvia sorprendida- Siento molestarte pero es que Rocío necesita un pi... ¡Dios mío!¿Que te ha pasado en la cara?
Damián volvió al mundo de los despiertos. Se incorporó hasta quedar sentado en su cama dejando caer sus brazos e inclinando su torso hacía abajo.
-No es nada, no te preo...
La frase quedó en el aire. Damián había levantado la cabeza y detrás de su hermana, apoyada en el marco de la puerta, estaba ella. Le miraba con una mezcla entre preocupación y pena. le miraba con esos ojos... los ojos más verdes que hizo a Damián perderse. Fueron esos ojos los que le devolvieron la esperanza.

viernes, 1 de agosto de 2014

Entrada informativa: Próximas entradas.

Esto es un aviso para anunciar cuando subiré más entradas al blog con nuevos capítulos junto con cartas y páginas del diario de Damián.
Escribir una historia así me está costando bastante, pues todo aquello que plasmó en el papel nace primero de mi cabeza. Ninguno de los personajes existe de verdad ni he tomado sus personalidades de otros libros que yo haya leído, por lo que si ya es costoso elaborar la personalidad de tantos personajes, imagináos la labor que conlleva entrar en la cabeza de Damián, que no solo es el factor de llevar a rastras a un personaje que desde la primera frase se sabe que acabará muriendo si no que ya de por si es una personalidad poco común. Puede ser esto también la causa de que los demás personajes no esten tan elaborados psicológicamente, como es el caso de Andrea que es una niña buena y ya está, pero es que esos son personajes secundarios y no son el centro de la historia, no son tan importantes. Dicho esto anuncio que trataré de subir dos capítulos por mes, uno a principios y otro a mediados. Si en algún momento me retraso recordad que tengo una vida y que esto no es trabajo por mucho que me gustase, así que asuntos como mis estudios o deportes tendrán prioridad. Le sumo a todo esto también mi intención de no abandonar mi otro blog de poesía, el cual dejaré al final de esta entrada junto con mi perfil de twitter.
Se que solo acabo de empezar y que parezco tonto hablando de personajes cuando apenas en el blog han llegado a sumar los dedos de una mano, pero vuelvo a recordar que yo antes lo escribo en papel y ya tengo mucho más escrito, solo espero a retocar ciertos asuntos para subirlo y siendo sinceros que la pereza no me venza.
Con el primer capítulo puede parecer que lo interesante ya esta todo dicho y que el resto del desarrollo será lento y aburrido, por lo que voy a dar un par de adelantos para que nadie crea eso. A partir de las cartas de Damián que subiré en esta próxima semana empezará el segundo capítulo donde tendrá ciertos problemas con las chicas a las cuales acaba ridiculizando a final del primero. También apareceran ciertos personajes que despertarán pequeñas y enreversadas tramas.
Dado estos avances aviso que he retocado ciertas cosas del primer capítulo gracias a sugerencias o que simplemente no me convencía, así que los que ya lo han leído vuelvan a posar sus ojos en la pantalla para ver los pequeños cambios que he llevado a cabo para poder seguir mejor el argumento.
Dicho todo ya me despido. Agradecer a mi insomnio esta entrada informativa y al hecho de que me aburro bastante.
Dejo por aquí lo mencionado antes:
Blog de poesia: Ivansanchezpoesias
Twitter: @ivn_sm
Que disfruten de la lectura.

Capítulo 1: Trastorno

Su rostro sereno ante la situación en la cual se encontraba resultaba sorprendente. Aquel muchacho de quince años que apenas rozaba el metro sesenta se divertía colgándose con sus piernas sobre la barandilla de una terraza de un segundo piso.
-Dami, es peligroso, bájate de ahí, por favor.- dijo una voz temerosa.
El muchacho con complejo de mono ascendió hasta quedarse sentado en la barandilla y con una mirada seria observó a la dueña de aquel ruego. Había pasado ya dos meses desde que le habían diagnosticado cáncer y parecía haberle trastornado. Él siempre había sido un chico tímido en exceso, poco atrevido y muy reservado hasta con su grupo de confianza. Pero ahora era una antítesis de aquel que una vez fue. Algo en él le hizo ser más abierto, comenzó a ser más aventurero cometiendo tonterías de la edad y unas rozando el límite de la cordura. Bajo de aquella barandilla quedando de pie frente a su Pepito Grillo particular sonriendo de oreja a oreja.
-¿No crees que todo es más bonito si le das la vuelta?
-No si por ello te matas.-Le reprochó cortante.
-Mira que eres borde, Andrea.
Aquella que le hablaba era Andrea, su amiga la de la infancia, la que salió al encuentro de su amigo en aquella estrecha terraza. Rondaría los catorce años pero su mirada inocente la daba un toque más infantil. Solo un pendiente de aro que adornaba la parte derecha de su nariz era lo único que le podía aparecer un poco más mayor.
El sol de aquel verano era tan fuerte que picaba con sus rayos en la piel, pero Damián daba la sensación de no notarlo. La calle que se extendía bajo aquella terraza era prácticamente una ancha carretera de cuatro carriles por los cuales no paraban de circular coches en un sin fin de cláxones, sonidos de frenazos y gritos de maleducados y poco cívicos conductores. El muchacho miraba ese tránsito de vehículos con admiración, como si aquello no fuera una estampa rutinaria para él, sino algo nuevo que desconocía hasta aquel día. Se podía leer todo en esos ojos llenos de admiración.
-¿Crees que las carreteras son las arterias del mundo?- preguntó repentinamente
-Creo que son solo carreteras.
Damián desvió la mirada de la carretera para mirar a su amiga. Ella era siempre la voz de la reprimenda, la que le solía decir que estaba bien y mal. Damián siempre solía decir que Andrea era demasiado buena persona para un mundo tan corrompido. Las personas así, según él, trataban de ayudar a todos como si así pudiesen cambiar el mundo, pero llegaba el momento en el cual abrían los ojos y se daban cuenta que se habían equivocado.
-¿Porqué me miras tanto?
Damián estaba absorto en el bucle de sus pensamientos, pero aquella interrupción lo devolvió al mundo real.
-Vayámonos a tomar algo, anda. Aquí me aburro.
Era curioso cuanto había cambiado. Hasta su forma de andar ahora resultaba distinta, al menos para el ojo atento. Andaba con seguridad, de una forma despreocupada, como si su cabeza no conociese ningún tipo de obligación. Ambos amigos caminaban charlando buscando las aceras cubiertas por la sombra que les escondiese del abrasador astro. Por mucho de que se intentase adivinar en que podía estar pensando Damián, era imposible. Localizaron un banco apartado con una refrescante fuente cerca que salpicaba alrededor mojando así los maderos del asiento. Ocuparon el banco tras comprar unos helados en la acera de enfrente donde se encontraba un kiosko estacionario, de esos que tras el verano son desmontados. Sentados en el que podía ser el mejor banco de aquella calle degustaron su refrescante mercancía en unos breves diez minutos en silencio.
-¿No te parece Aranjuez muy aburrido?
-¿Aburrido en qué, Dami?
Se recostó sobre el banco apoyando la cabeza en el respaldo perdiendo la mirada en el cielo. La sonrisa que había estado adornando su rostro se esfumó para convertirse en una máscara seria de piedra.
-La gente tiene una vida que no sabe vivir.- dejo caer- Una persona se tira su vida entera escuchando como debe vivirla y muy pocos deciden por si mismos. Se dejan llevar por la marea de lo corriente.
Su amiga le miraba extrañada sin comprender.
-¿Qué tiene que ver eso con que Aranjuez sea aburrido?
Damián hizo un amago de responder cuando dos chicas que paseaban cerca le llamaron la atención. Parecía relamerse con la imagen de aquellas jóvenes carentes de pudor las cuales si sus vaqueros cortos pudiesen enseñar más culo serían un tanga vaquero. Damián soltó un silbido de sorpresa de manera que ellas pudiesen oírlo. Las exhibicionistas niñas hicieron caso omiso y siguieron con su paso que recordaba al de una gallina paseando por el gallinero.
-¡Chicas! Que soy feo pero tampoco es para ignorarme.- gritó por sorpresa.
Andrea contemplaba la escena atónita. Andrea era la única chica de su edad que conseguía que hablase sin ponerse rojo como un tomate debido a conocerse desde muy niños, y aun así a veces se sonrojaba en los silencios incómodos. Nunca se esperó un acto tan atrevido de él.
Las chicas se giraron y contemplaron al locuelo osado que trataba de llamar su atención. Comenzaron a acercarse a los dos amigos y Andrea tenía que reprimir una risa tonta al verlas esos andares de intento de pasarela. Cuando estaban a menos de un metro Damián comenzó a hablar y liberó una retahíla de piropos cada cual más disparatado pero que logró arrancarlas una sonrisa. Aquel trastornado Damián las invitó a sentarse y empezó con un fusilamiento de preguntas para conocerse. Lo que no tenía la una lo tenía la otra: Una era bastante guapa, aunque lo hubiese estado más sin tanto maquillaje decorando el lienzo en el que se había convertido su cara, y la otra no tan agradable a la vista poseía las dos neuronas que le faltaban a la anterior de tanto respirar cosméticos.
Tras media hora de conversación en la cual Andrea no llegó prácticamente a participar se intercambiaron números de móvil y perfiles de redes sociales.Lo cierto es que Andrea se sintió aliviada al no tener que oir esas irritantes y agudas voces.
La sonrisa de ese bobo al verlas marchar hizo darse cuenta a su amiga que resultaba que Damián si era otro hombre más de esos a los que se les puede ganar enseñando un poco. Todos son iguales pensó. Harta de ver ese panorama soltó lo primero que le vino a la mente para abrir una nueva conversación y distraerlo así de la imagen de aquellas niñas yéndose contoneando el culo.
-Dami, se acerca septiembre, ¿vas a presentarte?
Damián se congeló. Andrea había olvidado su nueva condición de condenado y le había hablado de propósitos que afectaban al futuro que el jamás llegaría a ver. Poco a poco su rostro se fue compungiendo hasta tal punto que sus ojos parecían que iban a desbordar las lágrimas que trataba de retener.
-Solo soy un niño que le quedan dos años de vida, tres como mucho- dijo con un hilo de voz-¿De qué le sirve la ESO a un muerto?
Su rostro era indescriptible, pues el dolor escribía en cada uno de sus gestos y se intensificaba con cada palabra que arañaba sus cuerdas vocales que se negaban a salir. Andrea trató de disculparse sintiendo pena por su amigo pero este le interrumpió.
-Me presentaré al instituto y daré clases normales. Las dos que me han caído las dejaré pendientes. No pienses que voy a estudiar, solo voy a hacer lo que nunca hice allí.
Andrea estaba reprimiendo sus ganas de abrazarle y consolarlo mientras también retenía lágrimas y dudas.
-¿Qué es lo que nunca has hecho allí?
Damián clavó la mirada en los ojos marrones de Andrea y forzó una sonrisa.
-Ser yo mismo-y sin que se le quebrase la voz se puso en pie y dijo-¿Nos vamos ya?
Andrea contemplo durante un instante a ese muchacho. Peinaba un corto pelo castaño oscuro, su rostro afilado y delgado, su porte era tísico, macilento y desgarbado, vestía de una manera simple unos cortos marrones y una básica blanca. A simple vista solo era un niño de quince años. Pero esos ojos eran únicos...esos ojos estaban ávidos de vida. No sabía porqué pero a Andrea se le antojó mayor.
Pasaron tres días antes de que Damián volviese a pisar la calle. Aquel día estaba demasiado activo, al borde de la hiperactividad. Llamó a su amiga y en una breve conversación quedaban en el portal de esta. Bajo velozmente las escaleras de su portal para chocarse con la imagen de un Aranjuez soleado. El cambio de contraste del oscuro portal a la iluminada calle le hizo entornar los ojos y desear unas gafas de sol. Se movió rápido por las abrasadoras calles mientras sentía como caían gotas de sudor por su frente a causa del calor. Llegó a su destino empapado, parecía haberse deshidratado, lo que le confería un aspecto muy cansado. Dos minutos después de su llegada una cara alegre asomó tras el umbral de la puerta. La sonrisa que decoraba aquel semblante dibujaba dos pequeños hoyuelos bajo sus mejillas. A modo de saludo se abrazaron. Andrea notó que su amigo solo la abrazaba con su brazo izquierdo y que en su mano derecha sostenía algo. Se separó y contemplo como aferraba un asa de una curiosa caja azul que era coronada por una pequeña cerradura. Damián se la tendió a la sorprendida que no terminaba de comprender.
-Ten, guarda esto en tu casa, hazme el favor.
Por mucho que le pidiese explicaciones el chico no soltó prenda manteniendo el suspense.
-Ya llegará el día en el que sepas que hay dentro.
Y esa fue la única aclaración que llegó a oír de su amigo respecta a esa misteriosa caja la cual parecía reírse de ella de una forma burlona con su brillo azul.
Llevaban dos horas perdiendo el tiempo en una de las pequeñas zonas del Jardín del Príncipe donde el sol era limitado por la sombra que proporcionaban los árboles cuando decidieron abandonar el lugar para ir a merendar a un Burguer King cercano, aunque por la hora estaba más cerca de ser la cena. Andrea no paraba de preguntarse por el contenido de su caja de Pandora particular y sobre los males que podría haber encerrado ahí. Lo único que le había aclarado Damián es que no obtendría la llave hasta después de cierto hecho. Mientras Andrea se mantenía concentrada tratando de adivinar aquello que podía haber dentro Damián devoraba una Wopper y aprovechando el estado de embobamiento deslizaba la mano hasta el menú de Andrea para sustraerla alguna que otra patata. Fuera del establecimiento se escuchaba una gran banda sonora veraniega compuesta por niños correteando de un lado para otro, fuentes de agua emanando el transparente líquido y el sonido de los coches de una carretera poco visitada. Los dos se encontraban en una calma que pronto fue interrumpida por una irritante y aguda voz.
-¡Dami! Qué casualidad vernos aquí.
Damián apartó la vista de sus últimos trozos de hamburguesa con la boca llena de migas para contemplar a dos chicas que parecían no conocer el límite con el maquillaje, o simplemente tanto amaban el arte que se echaban suficiente pintura en la cara como para parecer un cuadro propio del Impresionismo. Comenzaron a conversar con Damián ignorando por completo la presencia de la chica que se sentaba en frente de él que seguía obcecada en adivinar que había dentro de la caja. Ellas no paraban de hablar y a Damián se le notaba incómodo, seguramente por el hecho de que no recordaría sus nombres, pero si ellas se llegaron a dar cuenta no dieron muestra de ello.
-¿Y qué hacéis aquí?- preguntó a pesar de la obviedad.
-Pues aquí Lucia, que es una gorda y no lo remedia.-dijo la que era algo más lista que la otra.
-¡Anda esta! Pero Ana, si tú más que gorda estas obesa.
Comenzaron con un montón de bromas sobre el peso entre ellas las cuales eran ignoradas por los dos amigos. El joven muchacho parecía darse cuenta de la estupidez que desprendían en cada palabra, pero trató de ser simpático.
-Chicas-interrumpió-¿Os venís ahora a dar una vuelta?
Andrea se sintiendo sorprendida. Él no solo había sido siempre muy tímido, sino que también tendía a ser muy selectivo con sus compañías. Siempre repetía "Ni puedo con las chicas que solo hablan de cotilleos y ropa ni con los tíos que solo hablan de fútbol y mujeres"¿Porque echaba al traste tan noble lema?
Una de ellas posó la mirada en Andrea, como reparando por primera vez en su existencia.
-No queremos cortarla el rollo a tu novia.
Andrea comenzó a reír y ellas se miraron extrañadas.
-Solo somos amigos de la infancia. Nada más.
Las dos amigas se miraron y tras una risa dispar accedieron a la invitación.
Las dos jóvenes resultaban ser fuente de diversión por la derecha y un infierno por la izquierda. Eran bastante graciosas pero sus risas de hienas eran insufribles, sin sumarle los gritos que daban, los que provocaban un sentimiento de vergüenza ajena sin igual.
-¿Porqué no nos mandaste ningún mensaje, Dami?
Habían acabado en un banco los dos sentados donde Damián se encontraba en medio y tenía que soportar como las dos le abrazaban cada una un brazo. Andrea acabo sentada en el suelo frente al banco con las piernas entrecruzadas.
-He estado ocupado- se defendió.
-¿Ocupado en qué?
La reacción de Damián me hizo dar cuenta que los aires cotillas de aquellas molestas niñas estaban acabando con él. De repente sonrió de una forma extraña, similar a la de un loco.
-Estaba pensando en lo irónico que resulta.-dijo casi susurrando
-¿El qué?
Damián miró a Lucia, la que no era tan agraciada como su compañera de tonterías.
-En que tú, Lucia, eres la inteligente de las dos pero es ella la que manda sobre tus actos, como que es la líder de las dos. ¿Es porque ella atrae a los chicos y tú te quedas con aquellos que desecha? Eres lo suficientemente lista como para no perder el tiempo así-Paró para zafarse del abrazo de aquellas chicas que le miraban sorprendidas y prosiguió- Y tú, Ana, solo quieres llamar la atención, quieres ser el maldito centro de todo el mundo. Eso me asquea bastante. Y para acabar ¿No os dais cuenta que vais enseñando medio culo? ¿A qué viene tanto maquillaje? Tenéis catorce años, no veinte, no tratéis de ser lo que no sois.
Nadie salía de su asombro. El rostro de Damián era el de una persona enfadada y estaba descargando todas sus frustraciones contra aquellas muchachas a las cuales, era cierto, que todo lo que las echaba en cara eran cosas reales y no inventadas.
-Andrea, vayámonos, no soporto estar más tiempo aquí.
Tendió su mano para ayudarla a levantarse. Ella seguía sorprendida, pero actuó rápido y se aferró a su apoyo. Los dos amigos marcharon dejando atrás a aquellas chicas a las que parecía que nadie podía haber dejado sin habla hasta aquel día. Permanecían sentadas en el banco calladas, arrastrando en sus caras una sensación de pesar.
Andrea andaba al lado de Damián y empezó a preguntarse: ¿Tanto puede cambiarte saber que la fecha de tu muerte está próxima? Solo pensarlo la hizo que la recorriese un escalofrío.