miércoles, 31 de diciembre de 2014

Capítulo 12: Situación incómoda.

El frío ya se intensificaba por aquellas fechas afectando a los valientes ingenuos que no se abrigaban tanto como debían, más andaban con los músculos entumecidos y agarrotadas manos lamentándose de su poca capacidad de previsión o del despiste que les había cercenado la libertad de sus movimientos. Cada paso que se daba era abrazarse uno en si mismo, aferrados al calor corporal sin dejarle escapar a su libre albedrío suplicantes de un mísero momento a puerta cerrada o por un par de grados más en el ambiente. Los únicos que ignoraban a la temperatura estival eran los niños que corrían perseguidos por los gritos de las madres preocupadas que no lograban que permaneciesen abrigados y enfundados entre mil prendas. Damián siempre se sonreía por algún motivo al ver escenas familiares tan mundanas, debía ser que atesoraba ciertos momentos de su infancia, y fresca la memoria es imposible no sentir una chispa de emoción dentro del corazón.
Caminaba entre la muchedumbre de la plaza buscando con la mirada a su amiga. Sus zapatillas las sentía heladas a pesar de llevar dos pares de calcetines gruesos a modo de escudo del ataque gélido. Escondía sus manos en los bolsillos de aquel largo abrigo que portaba, no siendo suficiente a pesar de ser bastante cálido, causa por la cual su gesto era una arqueada espalda y un mentón que entre titirites dejaba escapar el vaho blanquecino. La cabeza echaba en falta algo que la cubriese, un gorro de lana u otra prenda que evitase el choque del aire violento y helado que tanto estaba ya maltratando a su maltrecha e irritada faringe. Quedaba una semana para Navidad y la nieve amenazaba con cubrirla con su blanca estampa, para darle ese matiz que siempre les gusta dar a los americanos.  
Seguía buscando a Andrea con la mirada, pero parecía no haber llegado aun así que decidió sentarse en un banco a esperar su llegada. Sacó su móvil impaciente dispuesto a llamar con tan solo otro minuto de retraso más cuando llegó acelerada con respiración entrecortada.
-Perdona por el retraso.
-Ya se que eres retrasada pero deberías pedir perdón por llegar tarde.
Ella le miró con una fijida cara de violencia y le golpeó en el hombro. Vestía un largo abrigo marrón claro con una capucha rodeada por sus extremos de terciopelo, unos pantalones rojos pitillos que eran cubiertos por la parte de la espinilla por unas botas de un tono cercano al de su abrigo. Un gorro de lana cubría su cabeza emulando la cara de un oso panda. Que cosas más estridentes se ponen de moda pensó Damián. Se dirigieron sin ningún rumbo por las calles con un único acompañante que era aquel condebado frío. Delante de un bar Damián se detuvo.
-¿Tomamos aquí algo?
-No llevo la cartera, me la dejé en casa de mi abuela.-dijo cabizbaja.
-Pues te invito yo, no hay problema.
-No es necesario, en serio.
Damián la miró con ternura. Que tonta podía llegar a ser su amiga. Sin que ella tuviera tiempo a decir nada abrió la puerta. Una mano por detrás agarro su brazo libre.
-Que no Dami, que no quiero.
La expresión de su amiga se había tornado en una apariencia preocupada, abría mucho sus ojos y apretaba su agarre clavando sus falanges. Se zafó de ella y entró dentro. No entendía nada pero le daba igual, tenía frío y no por un capricho iba a seguir teniéndolo. A sus espaldas sonaban los pasos de Andrea y con ello no pudo evitar sentir un sentimiento triunfal, nunca la había ganado una discursión. Andó hasta el fondo buscando una mesa libre pero con aquello que se encontró fue con las amigas de Andrea. Se giró sobre si mismo y vio a su amiga mirar hacia el suelo.
-¿Pero esta no dijo que estaba mal?- escucho susurrar a una de ellas.
Damián apretó los dientes comprendiendo lo que ocurría. Andrea las había dado plantón solo para que él no estuviese solo. Les había mentido solo por su maldita preocupación por los demás y ahora a causa de ello se tendría que enfrentar a esa situación violenta.

Diario de Damián: En aquellos días.

Parecía mentira que los días trascurriesen con tanta normalidad, parecía que realmente mi fecha límite no estaba tan próxima. Supongo que debería agradecer este hecho puesto que sería demasiado triste estar pensando en la amargura de los acontecimientos venideros viviendo en el fondo de ese pozo oscuro que son los lamentos. Todos actuaban igual que siempre más supongo que verme tan vivo hacía difícil el hecho de olvidarse de aquello que iba a ocurrirme. Había logrado salir de mi encierro voluntario, de aquel nido en el cual me creía a salvo y no fue hasta entonces que no comprendí: No era que odiase al mundo, tan solo lo temía, no era más que un cobarde que empalidecía por la posibilidad de recibir daño. Es cruel caer, es cruel ser derrotado y más cruel es aun ser traicionado, pero, sin caer no aprendes a levantar, sin derrotas no corriges los defectos que impidieron la victoria y sin ser traicionado no puedes conocer las palabras en las que los Judas se enmascaran esperando ocultos hasta venderte con el beso que condena.
Todo lo ocurrido hasta ahora comenzaba a volverme loco y aun así no quería dejar de sentir pues si la demencia es la consecuencia de la felicidad no dudaré en desatarme de la cordura.
Se que Andrea fingía mucho a la hora de compartir momentos conmigo, se mostraba en extremismos donde podía ser o muy distante por sus reflexiones y pensamientos hacia mi o demasiado cariñosa, tratando de que sonriese, de que no la pudiera olvidar. La pobre aun no había aprendido a pensar en si misma y a dejar de lado a los demás, todo lo contrario a lo que yo había sido. Un día me enfadé con ella por dejar de lado a sus amigas solo por estar conmigo. No era la primera vez y ya se oían rumores sobre las pretensiones de estas de dejarla de lado al sentirse como segundos platos. Las miradas asesinas que aveces me dedicaban no me hacían sentirme muy afortunado.
He sorprendido en más de una ocasión a mi madre llorando en su habitación mientras ojeaba antiguas fotos mías de niño, abrazándose a si misma reprimiendo su impotencia. Tras un rato salía con el rostro marcado por las lágrimas fingiendo una sonrisa.
Mi hermana no se daba cuenta de ello, o fingía no hacerlo. En lo que a tratarme era al respecto había cambiado más por Rocío que por aquella condena que se apoderó de mi juventud. Ella seguía igual de risueña e incluso algo más molesta con sus aires de cotilla, pero a pesar de incordiarme era mi hermana y no se podía evitar querer agradecerle esos actos de casamentera que nadie la había pedido.
El instituto me aburre y me salto numerosas clases cada vez que puedo, me voy a un parque cercano y escribo las palabras que en vida no me atrevo a dedicar. Supongo que el cobarde muere cobarde.
Si seguía yendo al instituto era con la escusa de hacer vida normal, pero no era más que eso una escusa para poder ver a Rocío. Cuando la veía el nerviosismo se apoderaba de mi y las palabras se atascaban arañando mi inocente garganta. El latido se aceleraba considerablemente y retiraba la mirada de una forma instintiva por que mi timidez me obliga a no hacer tan palpable las emociones que me aprisionaban, pero la sangre que subía a mi cabeza me sonrojaba siendo delatado. ¿Qué podía hacer si cada cruce era una parálisis que me otorgaba ese complejo de estatua? Anidaba en mi propio interior el temor a lo desconocido, pues realmente no sabía que era lo que me provocaba aquel lamentable estado de niño inmaduro del cual creía haber logrado ya haberme desecho.
Es impresionante el color que obtienen las cosas cuando dejas por fin de hacerte el ciego, como comienzas a comprender el movimiento que hay a tu alrededor, la conveniencia que hace de combustible para los actos de esas masas de personas que a diario nos encontramos por las rutinarias calles donde habitamos. La amistad de verdad se hace de notar mientras que en las restantes se sienten carentes de unos fuertes lazos que te obligan a confiar, a darlo todo por alguien de una forma altruista sin mirar en el porvenir propio, solo el beneficio de saber que se ha ayudado a un amigo. Esa era la amistad que tenía yo con los míos, o al menos, eso era lo que creí durante mucho tiempo...