martes, 29 de septiembre de 2015

Capítulo 24: Dos pájaros y ninguna bala.

La casa se encontraba desierta, ningún sonido llegaba a oídos de Damián, que permanecía tumbado cuál largo era sobre su cama. Solía pasar así la mayor parte del tiempo que se encontraba en su casa, concentrado en las historias que su estimulada imaginación le brindaba. Pero en aquella tarde, lo único en lo que podía pensar era en sus dos cuentas pendientes con la felicidad. Por un lado estaba su amigo Fofo. Había pasado una semana tras aquella disputa acalorada y su amigo solo hacía acto de presencia en su vida dentro del aula.
Por otro lado, Andrés no salía de su cabeza. Se le imaginaba pasando el tiempo con su hermana, regalando palabras bonitas para conseguir de ella los placeres que solo un cuerpo de mujer es capaz de proporcionar, para luego, más tarde, reírse mientras le relataba todo aquello que había hecho con Silvia a sus amigos. Solo pensarlo le ponía furioso.
No sabía que hacer en ninguno de los casos, y a cual debía priorizar en su mente: uno de sus mejores amigos al que sentía como un hermano, o su hermana, a la cual empezaba a ver en ella una posible amiga en la que apoyarse.
Pasó así cerca de una hora, dando vueltas a ambos asuntos, pero no conseguía resultados. Tal vez necesitase ayuda. Deslizó la mano hasta su bolsillo y extrajo su móvil. Tal vez era la hora de que sus dos ángeles se prestasen a algo más que a llevar mensajes.
En media hora Andrea había llegado a su casa, así que hicieron tiempo a la llegada de Castillo. Una vez estuvieron los dos, los llevó a su habitación, acompañado también por una botella de refresco y un par de vasos, por si la sed hiciese acto de presencia tras el uso de la lengua en el arte de la oratoria.
Le llevó un rato a Damián explicar sus dudas, esas cuestiones que le presionaban sin cesar en su agarre.
- ¿Has pensado que a lo mejor le gusta Silvia de verdad?- dijo Andrea. - Y respecto a Fofo, una disculpa no estaría de más.
Damián negó con la cabeza al escuchar ambas sugerencias. Lo primero le parecía improbable, lo segundo estúpido, no consideraba que él tuviese algo de culpa.
- Yo a Fofo le invitaba a una guarrilla y fuera.- bromeó Castillo.
La cara de Andrea le hizo deducir que no eran las compañías para ese tipo de comentarios así que trató de compensarlo.
-A ver, Dami, tío, yo que tú, en lo de Silvia, trataría de informarme un poco antes de lanzarte a acusarle de asaltacunas. A lo mejor es un buen tío.
Esa propuesta sonó en oídos de Damián como un zumbido de mosca. Parecía no estar dispuesto a ceder.
- Y de Fofo.- añadió Castillo.- Hablaría con él ya. He escuchado que por no venirse con nosotros se va con unos que tienen poco de buena influencia. Lo único bueno que pueden tener es la yerba por comentarios de ciertos amigos míos.
Damián se mordió el labio. Tal vez si debiese cerciorarse primero de que tipo de persona era Andrés antes de cometer alguna locura, y Fofo, era su amigo, una falsa disculpa no sería nada con tal de volver a estar como antes de la disputa.
- Vale, supongamos que quiero saber de Andrés. ¿A quién pregunto?
-¿Estás de coña? Ahora con Instagram y Twitter sabes donde ha estado los últimos tres años, quienes son sus colegas y hasta como va al baño.
-Eso es cierto Dami.- corroboró Andrea.
La verdad es que él no estaba muy familiarizado con las redes sociales, pero tendría que hacer un pequeño esfuerzo. La voz de Andrea frenó sus maquinaciones.
-Dami, ya que estoy aquí, te voy a coger los libros que te presté.
-Vale. Ahí sobre la mesa.
-¿Te gustaron?
-Me quedé en la mitad del primero. La poesía es lo tuyo, no lo mío, así son las cosas.
Andrea miró a su amigo sin evitar pensar en si tan rara debía ser por gustarle aquel género lírico que tantos momentos había decorado en sus emociones adolescentes. Cada verso suponía un ingrediente, cada composición satisfacía su hambre literario y su paladar crítico, degustando cada palabra, vibrando con cada estrofa y estremeciéndose con esa sensación que aveces le confería la lectura, pensado que aquella obra estaba escrita solamente para ella.
-Esta es la prueba de que la poesía es cosa de tías.- afirmó Castillo tras beber un vaso de un simple trago.
La mirada de desaprobación de Andrea le hizo volver a darse cuenta que no era la situación para dar rienda suelta a todos sus pensamientos.
-Pero que machistas llegáis a ser a veces.- concluyó ella.

Durante el resto de la tarde comenzaron la investigación respecto a Andrés. Gracias a sus redes sociales descubrieron que era un gran fanático de grupos de música alternativo y atleta de gran nivel. No lograron sacar ningún trapo sucio del muchacho, su imagen estaba cuidada a la perfección, no había nada excepcional en él, nada que pudiera ser considerado curioso tan siquiera.
En la mente de Damián solo se encontraba la posibilidad de que todo estaba predispuesto para dar esa imagen de chico común, ocultando así esos actos que conllevan la inmadurez durante la juventud.
-Este chaval parece majo. Solo hay que ver todas las fotos que sube con sus primos pequeños.- dijo Castillo.
No pudo evitar lanzarle una mirada cargada de rabia a su amigo. Estaba seguro que todo era falso. Nadie busca a una chica joven si no es para aprovecharse de su inexperiencia.
-Tienes razón, sino mira esta foto suya leyendo a Alberti.- añadió Andrea.
La cabeza de Damián encerraba un tic tac similar al de una bomba, hasta el punto de parecer que en cualquier momento podía explotar. Revisaba cada foto con ojo analítico, revisando cada detalle en busca del motivo que le diese la razón. Pero ahí no había nada. Sus piernas parecían sufrir un terremoto, agitadas por los nervios, la impotencia de verse incapaz de justificar su corazonada. El reloj daba las cinco y media cuando el timbre del portal interrumpió aquella pequeña investigación. Damián se levantó a responder. Descolgó el telefonillo y se lo acercó a la oreja.
-¿Quién?- Preguntó.
-Soy yo.- dijo la voz tras el auricular. Se trataba de Elena.
Siempre le había parecido estúpida esa forma de identificarse respecto a una llamada al telefonillo. Yo era un tanto relativo, pues siempre solo puede ser uno y todos a la vez.
Abrió a través del botón el portal y dejó entornada la puerta de su casa. Se dirigió a la habitación.
-Es Elena, la dije antes que se viniese.- Anunció a sus dos amigos.
Andrea seguía enfrascada en la pantalla y respondió indiferente sacudiendo sus hombros. Castillo se levantó de la cama en la cual estaba tumbado para sentarse en una posición que daba la apariencia de tratar de ser formal, pero lejos de eso se le contemplaba forzado.
Elena pasó insegura a la habitación, tímida al solo conocer a Damián. Saludo con la mano, su mirada picada a suelo y sus cortos pasos dejaba claro que se sentía incómoda ante el hecho de estar en aquel lugar con dos desconocidos. Damián la saludó con un beso que rozó sus labios suavemente que la coloreó los carrillos de un rojo pasión bastante llamativo.
Se sentó junto a Damián, mientras era testigo de como el muchacho arrancaba el móvil de las manos de su amiga con violencia.
-¿Qué has descubierto?
Andrea se quedo pétrea, cambiando su expresión a una tornada máscara satírica que trataba de reflejar sorpresa.
-Lo mismo que hace dos minutos.- dijo con un tono teñido por el enfado.
Damián hacia caso omiso, pasando foto tras foto, incesante en su misión de investigar el pasado de Andrés. Elena se sorprendía ante la situación pues no entendía nada. Castillo se percató y comenzó a explicarle punto por punto todo lo ocurrido.
-¿Has probado a pedirle perdón a Fofo? A un amigo hay que saber cuidarlo.
Damián levantó la mirada de la pantalla.
-No pienso pedir perdón.-se escapó de sus labios alzando un poco la voz.
Elena lo miró fijamente por un instante. Al ver como aquellos ojos se clavaban en los suyos se estremecio, hablando su corazón.
-Quiero decir, yo no he hecho nada malo.- dijo escusándose.
-¿Le has preguntado como se siente con todo el tema?
-No.
-¿Le has dicho como te sientes?
-No.
-¿A que esperas?
-A ser mujer.- Bromeó por detrás Castillo.
Los tres se quedaron mirando mudos al muchacho, incómodo al darse cuenta que no había hecho gracia. Se rascaba la cabeza mirando al suelo, esquivando cualquier acusanción tras las expresiones.
-Lo que decía, unos machistas.- dejó por conclusión final Andrea.

martes, 22 de septiembre de 2015

Capítulo 23: La voz en carta.

Damián se encontraba en clase, con la mirada perdida y con la cabeza en otro mundo. No podía dejar de recordar aquel instante junto a Elena, el cual le parecía demasiado corriente, falto de magia y de un motivo para ser recordado. Ella se encontraba a su lado, mirándole de reojo de vez en cuando, sonriéndose. Damián pensaba, divaga más bien. No podía ser que algo tan especial para él se llevase a cabo de una forma tan corriente. Comenzó a mordisquear el bolígrafo que se encontraba en su mano derecha, con nerviosismo. Reflexionó entonces que significaba Elena para él. La miró por un instante y ni una sola palabra invadió su mente, incapaz de decir que parte de ella generaba esa atracción. En ese instante se dio cuenta y se sonrió dando con la clave. Era la única capaz de hacerle enmudecer con tan solo mirarle. Esa tarde tendría que hacer una pequeña visita a Andrea, a ver si le hacía un pequeño favor.

-¿Puedes repetirme de nuevo todo?- Creo que no me he enterado.
Damián se mostraba ya asqueado. Iba a ser la tercera vez que se lo repitiese. Volvió a relatar su idea por última vez, mientras Andrea comenzaba a carcajearse.
-¿Se puede saber que resulta tan gracioso?
Andrea era incapaz de guardar silencio, y cuando parecía que iba a parar, de nuevo una fuerte carcajada invadía su boca. Damián la dio un pequeño golpe sobre su brazo ya molesto.
-¡Ay!
Andrea se frotaba la zona golpeada e hizo un amago de devolver aquel golpe.
-¿Me quieres decir ya que te parece tan gracioso?
Andrea le miró fijamente a esos ojos oscuros que por primera vez en mucho tiempo parecían cobrar un ligero brillo. Tal vez fuese felicidad o esperanza, lo único claro que aquella muchacha tenía era que ese algo parecía ser bueno para su amigo y debía mantener esa luz encendida.
-Lo que me hace reír tanto es que tú seas capaz de hacer algo tan bonito, Dami.- dijo por fin.
Se sonrojó ante las palabras de su amiga.
-¿Me ayudarás entonces?
En modo de respuesta ella se levantó, se acercó a su escritorio y cogió varios folios de un paquete y un bolígrafo de un bote. lo dejó caer delante de él y sonriendo dijo: ¿Para cuando vas a hacer esto?


Damián esperaba a Elena, nervioso, como era ya costumbre, sentado en uno de los bancos de piedra del ayuntamiento. Vestía una camisa de cuadros azules de manga larga, unos vaqueros oscuros y unas zapatillas blancas en su totalidad. En sus manos se encontraba una carta que no paraba de dar vueltas sobre sus manos.
A los diez minutos llegó Elena, fatigada por las prisas que se tomo por llegar en el camino. Vestía una camisa de manga larga que no dejaba nada al aire ni a la imaginación, unos vaqueros largos claros y  unas deportivas muy parecidas a las suyas. Al llegar a Damián le besó delicadamente a modo de saludo.
- Perdona por llegar tarde, Dami. Me han entretenido en casa.
Sin abrir la boca, Damián le tendió la carta que había sobre sus manos.
-¿Qué es esto?- preguntó ella extrañada.
Él alzo sus hombros en gesto de duda acompañado por una expresión intrigante. Elena cogió la carta y extrañada la abrió. La leyó detenidamente, analizando cada palabra plasmada en tinta.
-¿Qué es eso de que has perdido la voz y hay que encontrarla?
Damián se sonrió y volvió a repetir el mismo gesto, después agarró la carta y señaló una frase.
-¿"Todo a las puertas de aquellos árboles, al lado de los saltos de rana"? ¿Es una pista?
Damián hizo un gesto que se podía interpretar como "posiblemente". Ella le miraba sin saber que estaba ocurriendo.
-¿El jardín?
La sonrisa de Damián afirmaba por si solo todo. Elena le agarró de la mano y tiró de él.
-Me estás dejando con la duda, mamón.

Llegaron a la una de las tantas puertas de uno de los tres jardines de Aranjuez, pero la única cercana a un restaurante que tenía una rana en el nombre del establecimiento.  Elena soltó la mano de Damián y corrió hasta la entrada donde otra carta reposaba sobre el suelo. La recogió y la comenzó a leer tras extraerla del sobre. Su expresión se mostraba juguetona mientras se concentraba en aquellas palabras de papel. le miró de una manera cómplice con una media sonrisa.
-Vamos adentro, don "Dando vueltas sobre flores."
Corrió hacia él y le aferró con sus dos manos para comenzar a tirar de él. Andaban deprisa mientras Damián se hacía el distraído.
-¿Así que has perdido la voz?
Asintió sin mirarla.
-¿Y porqué?
Se limitó solo a sonreír como respuesta.
Llegaron entonces hasta una pequeña rotonda florida donde se encontraba otra carta de cara al camino por el cual venían. Elena volvió a soltarse de Damián para coger la carta. La analizó rápidamente y miró furtivamente al enmudecido muchacho.
-¿Aquí hay patitos feos?
A Damián le dio un vuelco al corazón. Las cartas estaban hechas para alguien que conociese de antemano el jardín, algo impensable para un buen arancetano. Elena se guardó la carta y le miró de una manera muy seria.
-Aquí los patos son muy monos, ¿te queda claro?- dijo sin reprimir una media sonrisa.
Damián suspiró y le ofreció su brazo. Se agarró nuevamente y emprendieron la marcha.
Llegaron al estanque donde se encontraban aquellos animales y se dio cuenta de un pequeño problema: Los anteriores lugares eran sitios con un área reducida, por eso Andrea, que era quien estaba dejando las cartas junto con Castillo, podía dejarlas fácilmente. Ahora buscar la carta podía llevar algo más del tiempo debido. A modo de solventar el posible problema, mando un mensaje en un instante en el cual Elena se encontraba distraída para preguntar donde estaba la carta. Al minuto tuvo la respuesta. Silbó a Elena y este le miró.
-¿Soy un perro acaso que me llamas silbando?-dijo muy seria.
Damián se señaló la boca como tratando de recordar la supuesta mudez.
-Ya lo se, tonto. Te estaba tomando el pelo.- dijo para sacar después la lengua.
Damián entonces señaló a un árbol cercano, lugar donde se encontraba la carta. Elena corrió a cogerla y comenzó a leerla.
-Espero que sea la última parada, ya que es el lugar más alto del jardín. Estoy algo cansada de esta mañana.
Damián asintió y sonrío.

Subieron un pequeño montículo donde se encontraba un pequeño mirador que te permitía ver gran parte del jardín desde una buena perspectiva. Elena subía por los largos escalones delante de Damián, el cual era incapaz de no mirarle sus partes traseras. Se sintió mal por hacerlo, no quería estropear el momento que tan bien estaba saliendo.
Al llegar arriba, contemplaron como el sol comenzaba a descender por el firmamento, bañándoles con una luz anaranjada que iluminaba la última carta que se encontraba bajo el ligero peso de una rosa. Elena cogió ambas cosas. Tras aspirar el aroma de aquella flor la dejó de nuevo en su sitio despacio, temiendo que la rosa fuese de cristal y pudiese romperse. Entonces abrió la carta y dejó de encontrarse con pistas sino con una confesión:
Elena, no es mucho el tiempo en el que nos conocimos, y mucho menos es en el cual hemos comenzado ha vernos de otra forma distinta a como era antes. Trato de pensar  en que te hace especial, y soy incapaz de darte una respuesta. Le di mil vueltas al asunto, intentando saber que parte de ti me hace sentir que el corazón se me vaya a salir del pecho, pero por más que lo pienso no hallo respuesta. 
Primero pensé en tus ojos, esa mirada que me  hace creer que no hay nada más bonito, un mar en eterna calma, donde no me importaría naufragar hasta encontrarme. Luego pensé en tu sonrisa, como de niña buena,  que me hace querer abrazarte y no soltarte nunca. También pensé que podía ser tu forma de ser, siempre tan alegre, contagiando tu gran optimismo. Pensé que a lo mejor era tu atractivo en si, pero no me consideró como otro más para mirarte con esos ojos. Y me costó dar con la respuesta correcta. Era todo junto y a la vez todo por separado. Cuándo me haces creer que tengo motivos para ser especial, por el hecho de estar contigo, la sonrisa que me sacas con tanta facilidad, los besos que me robas y yo te robo, los momentos que deseo que el tiempo se pare, que tú no te vayas, que te quedes conmigo.Todo porque eres capaz de enmudecer mis labios, de dejarme sin voz.

Es por ello que siento que eres más especial de lo que cualquier persona ha llegado a ser para mi, aunque haya sido en poco tiempo, por eso tengo la necesidad de saber, si de verdad, tú también quieres estar conmigo, de si me haces el favor de devolverme la voz.


Elena aferraba esa carta, mirándola, sin tan siquiera pestañear. Una lágrima surcó entonces por su rostro, hasta culminar en sus labios. Dejó caer la carta junto a la rosa y para sorpresa de Damián se abrazó a él, ocultando su rostro en su pecho, sollozando.
-¿Qué te pasa?- dijo Damián.
Elena alzó la cabeza, le acarició lentamente la cara y escribió en su rostro una expresión que Damián jamás había visto, una expresión que manifestaba un grado de felicidad que no podía llegar a calcular solo con mirarla.
-Lo que pasa...-entonces besó a Damián con ternura en los labios.- Es que te devuelvo tu voz.