jueves, 23 de julio de 2015

Diario de Damián: Lo que nunca supe y aprendí.

Siempre supe que todo tenía un fin, pero el hecho de saberlo no me hacía consciente. Aquellos días se alargaban degenerando en extensas jornadas donde el aburrimiento hacia mella en cada uno de mis actos. Los libros habían dejado de saciarme, internet apenas me ofrecía un segundo de entretenimiento, el calor agotador aplastaba mis ideas contra el piso y producía unas irrefrenables ganas de quitarse ropa en busca de ese contacto que produce la brisa al toparse con la piel desnuda. Llevaba demasiado tiempo sin vivir algo interesante.
Junio había entrado a golpe de calor, de una manera poca sigilosa, irrumpiendo de un día para otro en la ya pesada rutina.
Sumado el agotador curso escolar, el hecho de ir al instituto se volvía inhumano, quitando cualquier vestigio de querer ir a aquel horno que teníamos por aula. Por alguna razón la idea de encontrarme con Rocío brindaba las fuerzas necesarias para afrontar esos últimos días de calendario escolar, a pesar de que se mostrase distante hacia mi de forma tan repentina, cosa que no entendía porqué, ya que yo no vislumbraba ninguna causa de enfado hacia mí. Aun a pesar de eso era incapaz de no perderme en el bosque verde que eran sus ojos, en mi ocasionaban un sentimiento de reencuentro conmigo mismo, sintiendo como si recuperase algo que había olvidado hace tiempo.
Por otro lado estaba Elena. Por algún motivo que desconozco, algo me impulsaba a hablar con ella, a mecerme en esa delicada voz melódica que poseía, sembrando la semilla de la duda en mi interior. Cada encuentro entre nosotros era como si regase sobre la confusión que me atemorizaba, saliendo así los primeros brotes que se bifurcaban en dos ramas, cada una de un color distinto.
No podía mentir, era irrefrenable el deseo, quería ahogarme en el mar de sus ojos azules, porque solo ahí sentía que era capaz de respirar de nuevo, el aire que me arrebata al mirarlos.
A diferencia de Rocío, Elena si era cordial conmigo, pero siempre desde un trato amistoso y confiable. Solía darme la sensación de que no había olvidado a aquel principito de alto lívido, el cual había aprovechado la oportunidad de conocer los a fondos de Sara, aquella chica tan desagradable para unos debido a su personalidad egocéntrica, pero tan encatadora para otros, debido a las pocas trabas que ponía a aquellos chicos de la edad que solo piensan en divertirse.
Por otra parte, me sorprendía como el hecho de sentirte atraído por una persona podía causar la ignoracia frente a los defectos de dicha persona, sorpresa que venía tanto de un punto de vista externo como interno.
Respecto a mi enfermedad me impresionaba no ver un empeoramiento masivo o rápido. Los médicos me avisaron de que la peor parte sería la final, pero aun así me resultaba sorprendente.
Sabía que el hecho de mantenerme sin un reflejo físico de mi cáncer hacía difícil asimilar los pocos años que me quedaban, y más aun a todos mis seres queridos. Me miraba al espejo con el ceño fruncido, asqueado conmigo mismo por no haber sido capaz de disfrutar en el pasado. Mis pómulos seguían sobresaliendo ligeramente bajo la piel de mi rostro, mi mirada se seguía mostrándose pronfunda, pero curiosamente, con más ganas de vivir que nunca. Los mechones del pelo caían en remolinos a la altura de la mitad de mi frente. Era la primera vez que me dejaba el cabello tan largo. Había crecido unos centímetros y mis hombros habían ensanchado un poco, pero no eran cambios notables realmente. Como un gallo de corral, sacaba pecho frente a la imagen que se encontraba frente a mí. Era una pena que todo algún día se acabase, a pesar de ser más los momentos aburridos y tediosos, los buenos eran tan fantásticos que merecía todo la pena. Mi tiempo comenzaba a escasear, pero sabía que los dos años que estaban a punto de quedarme iban a dar para mucho, porque acababa de conocer la fuente de mi felicidad, mi "por los míos mi fe".

No hay comentarios:

Publicar un comentario