lunes, 17 de agosto de 2015

Capítulo 22: besos de vainilla.

Pendía el sol sobre lo alto de la calurosa tarde de aquel día como un farolillo amarillo. Sus cordones mal atados no suponían un problema, tampoco la falta de un cinturón que provocaba que se le callesen los pantalones poco a poco. Comprobó el olor de su aliento un par de veces más que las cientas que realizó de su olor corporal. Estaba sudando, pero estaba seguro que se debía al nerviosismo y no al calor. Había quedado con Elena, y después de dos semanas de su comienzo de la extraña relación que protagonizaban, decidió pedirla salir formalmente. Su mano izquierda temblaba y sudaba. Debía ser por los nervios.

Llegó al punto de quedada y se sentó en un banco a esperar a que llegase Elena. Miró su reloj. Había llegado cinco minutos antes de lo previsto. Miraba a sus espaldas y contemplaba un parque de bomberos.  Aquellos camiones siempre le habían parecido extremadamente ruidosos desde que era pequeño. Poca gente pasaba delante de él paseando por aquella zona, y ninguno fue incapaz de quedarse mirando a sus oscuros ojos. Diez minutos después llegó Elena. Vestía una camiseta blanca metida dentro de unos pantalones cortos. Damián respiró aliviado al ver que aquellos vaqueros no dejaban ver nada de sus nalgas. Odiaba aquella estúpida moda sin ningún sentido impuesta por a saber quien. Elena sonrió al ver a Damián, agachó la cabeza y se cubrió con el flequillo los ojos, un gesto vergonzoso que hizo sentir a Damián que se iba a derretir por dentro. Llegó a su altura y la saludo dándola un beso.
-Hola. -dijo tímidamente.
Damián, fijo como una estatua, se quedó sin palabras. No se acostumbraba todavía a esa situación. Elena se giró avergozada por el silencio que se apoderó de entre los dos.
-No me mires así.-dijo poniendo voz infantil.
Damián agarro de su mano y tiró de ella. Con su otra mano la rodeó la cintura, y sin previo aviso, la besó apasionadamente. Tras unos segundos se separaron lentamente hasta quedar frente con frente.
-Vaya.
Seguía sonriendo, pero está vez un tanto más pícara. Se mordía el labio inferior, mientras sus frentes parecían dos imanes.
-¿Porqué te muerdes el labio?- le pregunto Damián.
Elena levantó sus hombros en señal de duda.
-Creo que es porque no me le muerdes tú.
Damián se encontraba feliz, satisfecho en ese momento. Se separó un poco de ella y se mordió el labio inferior de forma burlona.
-¿Qué harás entonces? -preguntó mientras guiñaba un ojo.
Elena acorto la escasa distancia que había entre ellos besándole con fuerza. En el momento antes de distanciarse le mordió el labio mientras dibujaba una media luna tumbada como sonrisa.
Damián fingió un gesto exagerado de sorpresa.
-¿Si?
Damián la devolvió el beso y al terminar imitó a Elena.
-Eso no es justo. No vale.- dijo Elena volviendo a poner voz infantil.
Damián la sujeto de la barbilla con la mano. Se acercó lentamente a ella, preparada para ser besada, y en ese instante, volvió a morderla. No pudo evitar dejar escapar una leve carcajada. Elena puso sus manos en cada lado de la cara de Damián mientras las deslizaba en una caricia.
-Eres cruel, sabes que eso me pierde.
-Tú lo tienes más fácil para perderme.
-¿Ah, si?- preguntó alejándose de él poniendo sus manos sobre su pecho.-¿Qué hago que te pierde tanto?
Damián agarró sus manos y con delicadeza las retiró para poder abrazarse a ella. En apenas un susurro habló.
-Con estar te vale.
Elena le miró con ternura. Sus ojos azules brillaban, más de lo normal. Damián creyó que iba a llorar. Iba a preguntar que la pasaba cuando ella se abalanzó sobre él y le besó, con la emoción que aquel momento había creado en ella.

La tarde envejecía en una plácida y calmada noche. Dos helados reposaban en sus manos respectivamente. Damián se perdía entre los ojos de Elena cada vez que trataba de hablar, y acababa divagando en alguna tontería que tomaba posesión de su mente. Cogió aire, varias veces, tranquilo, decidido de una vez por todas a hablar.
-Elena.
Ella andaba distraida mirando a unos niños jugar en aquel ayuntamiento.
-Dime.-dijo al darse cuenta.- Es que son tan monos...
Aquellos gestos infantiles suyos le distraían, pero logró hacerlos a un lado.
-Yo te gusto,¿no?
Elena no entendía las palabras de Damián, o así le dio a entender.
-A ver, tu me gustas, bueno, me encantas, y...¡Joder!¡Parece que no se hablar!
Elena apoyó su cabeza en su hombro.
-Aprende a hablar entonces. En un rato me recoge mi padre.-dijo para después sacarle la lengua.
Mil palabras se agolpaban contra su cráneo tratando de salir, pero ninguna lograba emparejarse de forma que naciese algo con algún tipo de sentido. Cogió aire por segunda vez.
-Quiero que seas mi novia.
-Vale.
-¿Vale?
-¿Qué quieres que te diga?
-Pues no se, a ver no tengo ni idea de...
Su frase quedó cercenada por aquel beso. Cerró los ojos y olvidó todo lo que tenía en la cabeza. Estaba con Elena y nada más podía hacerle sentir de dicha manera. Era algo mágico. Porque aquel beso...sabía a vainilla.

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