Damián
solo era otro más al fin y al cabo. Su historia no era única. Aquellos que nos
encontramos por la calle también tienen historias similares, pero obviamente no
nos damos cuenta. La enfermedad al principio solo había hecho acto de presencia
solo en la parte psicológica, pero eso solo fue el primer año. Le recuerdo
perfectamente a Damián confesarme todos sus miedos y sin palabras que poder
decir le acuné en mi abrazo. Su llanto derramó su pena y dejó hueco para
llenarlo con unas intensas ganas de vivir. Me habló de sus sueños, de aquellos
que jamás podrá cumplir. Había empezado a tomar conciencia de que la muerte
le acechaba y que no tendría esa vida común humana de llegar a viejo tras
casarse y tener hijos. Esa típica vida que todos consideran triste pero luego
resulta ser la forma de vivir más cargada de magia. Salvar el mundo debe ser
una gran experiencia, pero la sonrisa de aquella persona que hace vibrar todo
tu mundo es mucho más intensa. Damián era consciente de ello, pues estaba más
cerca de poder salvar el mundo que de tener esa familia nacida de si mismo.
Nunca acunaría al niño al que cargaría de ambiciones de hacer grande, a una
niña a la que darla todo su cariño. Perdido en esa tristeza decidió darle valor
a sus pocos años, siempre con los suyos. Nunca le olvidaré como subidos en el
cerro, en uno de sus últimos meses me dio a guardar uno de sus mayores
secretos. Siempre supo que todo lo bueno acaba, pero que siempre hay una
excepción: la familia. Padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, los amigos que
solo caben en una mano. Dijo haber descubierto que esa es la única felicidad
que nunca acaba. Tras expresarle mi duda el atardecer era una imagen de fondo
que acompañaba a su débil sonrisa mientras miraba al cielo donde Dios le debía
esperar. Nunca fue creyente, en lo que Dios se refiere, porque la frase que
dijo después me hizo darme cuenta que realmente si lo era. Creyente de
los suyos, a pesar de que fallen, pues él les excusaba con un "errar es de
humanos". El sol se escondía y mientras el cielo mostraba una luna que
tímida se asomaba entre las grises nubes. Se burlaba de que todos miraban la
luz pero nadie se daba cuenta que la oscuridad era el lienzo donde la belleza escribía
con sus trazos. ¿En qué crees Dami? le pregunté. No contestó. Hice como que no
le escuché aquel susurro, pero sé que nunca podré olvidar aquella frase. Me
contestó para si mismo con un "Por los míos mi fe".
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