Sentía como el calor de la
noche hacía de su piel un tacto pegajoso. El simple contacto con la sábana se
le adhería a causa del sudor. Su mente flotaba recordando los sucesos que hacía
unas escasas horas habían acontecido. Las imágenes entraban a tropel en su
mente. Volvió a sentir los mismos golpes y un mareo invadió su cabeza. Maldijo
su insomnio. No conseguía más que imaginarse así mismo enfrentándose a aquellos
malditos saliendo victorioso recibiendo por premio miradas rabiosas de aquellas
consentidas niñas. Nada de eso le ayudaba a sentirse en paz y seguía sin
conciliar el sueño. Los recuerdos de aquella noche fluían. Sus amigos ayudando
a mantener un paso recto, la infructuosa subida a su casa y la mirada de
aquella que se encontraba tras una hermana asustada y sorprendida. Aquella
mirada. Comenzó a dibujar su rostro mentalmente. Cada trazo que daba la imagen
era como una caricia a aquel recuerdo. Se giró a causa del calor rompiendo con
la imagen y soltó un gruñido. El sueño tardó en llegar pero le acabó por
abrazar con fuerza, tanta que cuando despertó el reloj marcaba las doce de la
mañana.
Se revolvió entre la
arrugada sábana y deseó no haber despertado. Se quedó allí por un periodo de
diez minutos mirando al techo dejando volar la mente por donde quisiese. Un
rugido en las tripas marcaba que era ya la hora de levantarse y desayunar. Se
incorporó y calzó unas chanclas que empleaba para andar por casa con las cuales
caminaba arrastrando ruidosamente los pies. Pasó por la habitación de su
hermana y le sorprendió que aun siguiese dormida. Habían acordado no comentar a
sus padres lo sucedido y achacar las marcas de los golpes a una caída con la
moto. Miró a la cama plegable que se encontraba al lado de la de su hermana.
Una vez escuchó que la auténtica naturaleza de una persona se lee en su rostro
cuando está durmiendo. Roció estaba hay destapada vistiendo una camiseta ancha
de Damián que le caía por un hombro dejándolo al aire. Su cara era infantil,
como si nunca hubiese sido perturbada por el llanto. Damián sacudió la cabeza y
se dirigió a la cocina. Sus padres hablaban de alguna anécdota de la oficina
cuando se giraron y vieron a Damián con el rostro magullado. Su madre soltó un
gritillo de sorpresa y rápido alargó la mano hacía los parcos carrillos de sus
hijos y con poco tacto le hacía rotar el cuello para contemplarle los perfiles.
-¿Qué te ha pasado
hijo?-decía mientras apretaba aun más su agarre. Eso molestaba bastante a
Damián.
Trataba de responderla
pero ella comenzó a divagar entre la multitud de disparates que invadían a sus
ideas. Entre las frases aceleradas que salían por su boca se podía escuchar
teorías de problemas de drogas, otras de problemas amorosos y pocas más
lograban ser comprensibles. Damián se escapó del agarre de su madre y la calló empujando
la mano de su madre hacia atrás.
-¡Te quieres callar!¡Me
caí con la moto, so' loca!
Sin acabar la frase la
mano derecha de su madre salió disparada para impactar sobre Damián. Sintió el
calor invadir la zona golpeada.
-¿Pero qué falta de
respeto es esa?-Chilló.
El puño apretado aferraba
la rabia que trataba de desatarse en su interior. Era la primera vez que
gritaba a su madre y más curiosamente la primera vez que sentía una ira e
impotencia semejante.
-Cariño, déjame a mí
hablar con él, anda.
Damián sénior se mantenía
inalterable tras su esposa sorbiendo de una taza de café. Ella le miró y este
le asentía. Salió de la cocina y el hombre cerró la puerta tras ella. Se giró y
miró a su hijo que le miraba con un gesto indescifrable.
-Prepárate el desayuno,
machote.
Damián dudó por un momento
pero le hizo caso. Mientras llenaba una taza de café y preparaba unas tostadas
su padre le miraba escondido tras los sorbos que daba.
-Devolverías las hostias,
¿verdad?
Damián se quedó paralizado
por un momento y se giró para poder mirar a los ojos a su padre. Negó
cabizbajo.
-Parece mentira que seas
hijo mío.-Rió.
Levantó la cabeza Damián y
se mostró sorprendido. Dejó su padre la taza sobre la encimera y colocó la mano
sobre el hombro de su hijo clavando sus grisáceos ojos.
-Por muy grande que sea,
hijo, nunca olvides golpear. Si ven que no te defiendes tratarán de
aprovecharse de ello. En la calle no hay normas Dami, a lo mejor serán varios a
la vez, pero para algo tienes la cabeza, busca un palo o una piedra, pero
defiéndete.
Damián sabía que su padre
en sus tiempos fue un tanto bastante revoltoso, un muchacho en el que los líos
tan solo eran rutina. Eso le hizo reflexionar y pensar que hasta el más sabio
de los viejos tiene un pasado que solo él puede recordar. Debes respetar a las
personas por igual, no por el hecho de ser mayores, a todos, pues uno de esos
viejecitos que pasan sus días sentado en un banco pudo ser el peor de su época.
Su padre retiró la mano de
su hombro y Damián volvió al mundo real.
-No me falles Dami.
Recuerda que solo los cabrones hacen de sufrir, pero no sufren por ello. Piensa
en eso.
Y cubierto por una sonrisa
le dejó allí solo anonadado.
Los días de verano pasaron
como un soplo de aire. Su única compañía se basó en Andrea, sus amigos de toda
la vida y sus ideas. Las frases de su padre se clavaban como dagas en su
subconsciente. Damián sénior no solía aconsejar a su hijo, solía dejarle al
libre albedrío esperando a que experimentase pues no hay mejor maestra que la
experiencia. Sus consejos eran esporádicos. Solo nacían cuando veía a uno de
sus hijos a punto de tropezar y caer. Ningún padre desea ver a sus hijos
sufrir, pero algunos dolores son buenos para aprender y son necesarios. Sufrir
es aprender, y esa lección la aprendió grabándolo a fuego en su consciencia.
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