lunes, 18 de agosto de 2014

Capítulo 3: Despertares.

Sentía como el calor de la noche hacía de su piel un tacto pegajoso. El simple contacto con la sábana se le adhería a causa del sudor. Su mente flotaba recordando los sucesos que hacía unas escasas horas habían acontecido. Las imágenes entraban a tropel en su mente. Volvió a sentir los mismos golpes y un mareo invadió su cabeza. Maldijo su insomnio. No conseguía más que imaginarse así mismo enfrentándose a aquellos malditos saliendo victorioso recibiendo por premio miradas rabiosas de aquellas consentidas niñas. Nada de eso le ayudaba a sentirse en paz y seguía sin conciliar el sueño. Los recuerdos de aquella noche fluían. Sus amigos ayudando a mantener un paso recto, la infructuosa subida a su casa y la mirada de aquella que se encontraba tras una hermana asustada y sorprendida. Aquella mirada. Comenzó a dibujar su rostro mentalmente. Cada trazo que daba la imagen era como una caricia a aquel recuerdo. Se giró a causa del calor rompiendo con la imagen y soltó un gruñido. El sueño tardó en llegar pero le acabó por abrazar con fuerza, tanta que cuando despertó el reloj marcaba las doce de la mañana.

Se revolvió entre la arrugada sábana y deseó no haber despertado. Se quedó allí por un periodo de diez minutos mirando al techo dejando volar la mente por donde quisiese. Un rugido en las tripas marcaba que era ya la hora de levantarse y desayunar. Se incorporó y calzó unas chanclas que empleaba para andar por casa con las cuales caminaba arrastrando ruidosamente los pies. Pasó por la habitación de su hermana y le sorprendió que aun siguiese dormida. Habían acordado no comentar a sus padres lo sucedido y achacar las marcas de los golpes a una caída con la moto. Miró a la cama plegable que se encontraba al lado de la de su hermana. Una vez escuchó que la auténtica naturaleza de una persona se lee en su rostro cuando está durmiendo. Roció estaba hay destapada vistiendo una camiseta ancha de Damián que le caía por un hombro dejándolo al aire. Su cara era infantil, como si nunca hubiese sido perturbada por el llanto. Damián sacudió la cabeza y se dirigió a la cocina. Sus padres hablaban de alguna anécdota de la oficina cuando se giraron y vieron a Damián con el rostro magullado. Su madre soltó un gritillo de sorpresa y rápido alargó la mano hacía los parcos carrillos de sus hijos y con poco tacto le hacía rotar el cuello para contemplarle los perfiles.
-¿Qué te ha pasado hijo?-decía mientras apretaba aun más su agarre. Eso molestaba bastante a Damián.
Trataba de responderla pero ella comenzó a divagar entre la multitud de disparates que invadían a sus ideas. Entre las frases aceleradas que salían por su boca se podía escuchar teorías de problemas de drogas, otras de problemas amorosos y pocas más lograban ser comprensibles. Damián se escapó del agarre de su madre y la calló empujando la mano de su madre hacia atrás.
-¡Te quieres callar!¡Me caí con la moto, so' loca!
Sin acabar la frase la mano derecha de su madre salió disparada para impactar sobre Damián. Sintió el calor invadir la zona golpeada.
-¿Pero qué falta de respeto es esa?-Chilló.
El puño apretado aferraba la rabia que trataba de desatarse en su interior. Era la primera vez que  gritaba a su madre y más curiosamente la primera vez que sentía una ira e impotencia semejante.
-Cariño, déjame a mí hablar con él, anda.
Damián sénior se mantenía inalterable tras su esposa sorbiendo de una taza de café. Ella le miró y este le asentía. Salió de la cocina y el hombre cerró la puerta tras ella. Se giró y miró a su hijo que le miraba con un gesto indescifrable.
-Prepárate el desayuno, machote.
Damián dudó por un momento pero le hizo caso. Mientras llenaba una taza de café y preparaba unas tostadas su padre le miraba escondido tras los sorbos que daba.
-Devolverías las hostias, ¿verdad?
Damián se quedó paralizado por un momento y se giró para poder mirar a los ojos a su padre. Negó cabizbajo.
-Parece mentira que seas hijo mío.-Rió.
Levantó la cabeza Damián y se mostró sorprendido. Dejó su padre la taza sobre la encimera y colocó la mano sobre el hombro de su hijo clavando sus grisáceos ojos.
-Por muy grande que sea, hijo, nunca olvides golpear. Si ven que no te defiendes tratarán de aprovecharse de ello. En la calle no hay normas Dami, a lo mejor serán varios a la vez, pero para algo tienes la cabeza, busca un palo o una piedra, pero defiéndete.
Damián sabía que su padre en sus tiempos fue un tanto bastante revoltoso, un muchacho en el que los líos tan solo eran rutina. Eso le hizo reflexionar y pensar que hasta el más sabio de los viejos tiene un pasado que solo él puede recordar. Debes respetar a las personas por igual, no por el hecho de ser mayores, a todos, pues uno de esos viejecitos que pasan sus días sentado en un banco pudo ser el peor de su época.
Su padre retiró la mano de su hombro y Damián volvió al mundo real.
-No me falles Dami. Recuerda que solo los cabrones hacen de sufrir, pero no sufren por ello. Piensa en eso.
Y cubierto por una sonrisa le dejó allí solo anonadado.

Los días de verano pasaron como un soplo de aire. Su única compañía se basó en Andrea, sus amigos de toda la vida y sus ideas. Las frases de su padre se clavaban como dagas en su subconsciente. Damián sénior no solía aconsejar a su hijo, solía dejarle al libre albedrío esperando a que experimentase pues no hay mejor maestra que la experiencia. Sus consejos eran esporádicos. Solo nacían cuando veía a uno de sus hijos a punto de tropezar y caer. Ningún padre desea ver a sus hijos sufrir, pero algunos dolores son buenos para aprender y son necesarios. Sufrir es aprender, y esa lección la aprendió grabándolo a fuego en su consciencia.


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